La Barca de Pedro
El rosario de Juan XXIII que junto al de la Virgen María nos ofrce ahora la publicidad para coleccionar, me parece una profanación. Al verlo por primera vez en la pantalla de televisión española, he recordado una imagen más auténtica del mayor Papa de la historia moderna, que es preciso recuperar.
El experto navegante de Venecia llegó a Roma dispuesto a pilotar la nave de Pedro, un hombre muy abierto a los signos de los tiempos a pesar de su edad. Desde el momento de su elección el Papa Roncalli oyó la voz de Jesús que le dice: Rema mar adentro (Lc 5, 4). Y las olas cubrían la barca hasta hacerla zozobrar (Mt 14, 24).
Le parecian los retos del Evangelio, a los que la Iglesia no podía seguir dando la espalda más tiempo, en su burbuja de invierno y anclada en certezas inmutables. El Evangelio no es seguridad sino riesgo.
Siguiendo sus pasos, la Iglesia surgida del Vaticano II ha escuchado la llamada del Espíritu y se ha puesto en camino adonde éste quiera llevarla. El miedo, la duda, el temor la acompañan, pero el reto de Jesús es más fuerte. ¿Por qué teméis hombres de poca fe?. Y la barca sigue adentrándose en el mar entre las olas (Mt 14, 31).
La aventura ha resultado positiva. La inseguridad del riesgo ha hecho a la Iglesia postconciliar más evangélica: ha aprendido a escuchar, a compartir puntos de vista, a dialogar. Es menos engreída y autoritaria, menos maestra y más discípula. "Uno es el Maestro" (Mt 23, 8).
En el diálogo con el mundo laico emprendido en Gaudium et spes, la Iglesia se ha hecho pueblo, el Pueblo de Dios en el mundo actual y al servicio de éste.
Es un aire nuevo el que se respira ahora en la Barca de Pedro, a pesar de la resistencia de un sector de la jerarquía eclesiástica a afrontar el riesgo.
Desde que juan XXIII decidió abrir todas sus ventanas, no es tiempo ya de condenar, sino de perdonar, hasta sententa veces siete; ni de arrogancia sino de tolerancia, porque no está hecho el hombre para el sábado; no es esclavo de la Ley, sino señor de la ley.
La Iglesia conciliar más que enseñando, se muestra acompañando al mundo, una experiencia que nunca debió abandonar y que hoy se muestra como nueva.
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Muchos eclesiásticos se han asustado
de los retos del mundo secularizado y
se han encerrado de nuevo en el
fortín amurallado de antaño.
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La pastoral de la salvación de las almas
levantó un muro que dividió al hombre en
sí mismo y le apartó de su tarea primera
de edificar un mundo solidario y reconci-
liado. Hay, pues, que estar alerta, por-
que el fundamentalismo religioso está al
acecho para hacerse pasar por Evangelio.
F. Margallo, "Nuevos muros después de
Berlín", en Ya 21-12-1994.
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El experto navegante de Venecia llegó a Roma dispuesto a pilotar la nave de Pedro, un hombre muy abierto a los signos de los tiempos a pesar de su edad. Desde el momento de su elección el Papa Roncalli oyó la voz de Jesús que le dice: Rema mar adentro (Lc 5, 4). Y las olas cubrían la barca hasta hacerla zozobrar (Mt 14, 24).
Le parecian los retos del Evangelio, a los que la Iglesia no podía seguir dando la espalda más tiempo, en su burbuja de invierno y anclada en certezas inmutables. El Evangelio no es seguridad sino riesgo.
Siguiendo sus pasos, la Iglesia surgida del Vaticano II ha escuchado la llamada del Espíritu y se ha puesto en camino adonde éste quiera llevarla. El miedo, la duda, el temor la acompañan, pero el reto de Jesús es más fuerte. ¿Por qué teméis hombres de poca fe?. Y la barca sigue adentrándose en el mar entre las olas (Mt 14, 31).
La aventura ha resultado positiva. La inseguridad del riesgo ha hecho a la Iglesia postconciliar más evangélica: ha aprendido a escuchar, a compartir puntos de vista, a dialogar. Es menos engreída y autoritaria, menos maestra y más discípula. "Uno es el Maestro" (Mt 23, 8).
En el diálogo con el mundo laico emprendido en Gaudium et spes, la Iglesia se ha hecho pueblo, el Pueblo de Dios en el mundo actual y al servicio de éste.
Es un aire nuevo el que se respira ahora en la Barca de Pedro, a pesar de la resistencia de un sector de la jerarquía eclesiástica a afrontar el riesgo.
Desde que juan XXIII decidió abrir todas sus ventanas, no es tiempo ya de condenar, sino de perdonar, hasta sententa veces siete; ni de arrogancia sino de tolerancia, porque no está hecho el hombre para el sábado; no es esclavo de la Ley, sino señor de la ley.
La Iglesia conciliar más que enseñando, se muestra acompañando al mundo, una experiencia que nunca debió abandonar y que hoy se muestra como nueva.
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Muchos eclesiásticos se han asustado
de los retos del mundo secularizado y
se han encerrado de nuevo en el
fortín amurallado de antaño.
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La pastoral de la salvación de las almas
levantó un muro que dividió al hombre en
sí mismo y le apartó de su tarea primera
de edificar un mundo solidario y reconci-
liado. Hay, pues, que estar alerta, por-
que el fundamentalismo religioso está al
acecho para hacerse pasar por Evangelio.
F. Margallo, "Nuevos muros después de
Berlín", en Ya 21-12-1994.
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