Amor de hombre, Dios enamorado

Mañana, 14 XII 2006, celebramos la memoria de San Juan de la Cruz, la personalidad quizá más destacada de la experiencia religiosa y de la poesía amorosa de lengua castellana. Fue un hombe que vivió de amor (amor de hombre) y que entendió y gozó a su Dios como un Dios enamorado. Escribí de su mano un libro donde comentaba verso a verso los poemas de su Cántico Espiritual, en la versiòn debinitiva (CB). El libro se titulaba precisamene Amor de hombre, Dios enamorado (Desclée de Brouwer, Bilbao 2004). Aquí recojo la primera página y el comentario a la primera estrofa del Cántico Espiritual. Con este motivo quiero presentar la vida humana como experiencia de amor, en el interior de un Dios enamorado. Mañana ofreceré una semblanza de San Juan de la Cruz como poeta y santo.

Un libro de amor

Este libro interpreta el amor de hombre como experiencia del Dios enamorado, con la ayuda del testimonio ejemplar de San Juan de la Cruz. El cosmos entero se mueve y mantiene en amor, como habían dicho muchos griegos (entre ellos Platón y Aristóteles). Pero sólo los hombres que aman son, dentro del mundo, presencia encarnada del Dios enamorado. Sólo el amor es salud y salvación para una humanidad que hoy como antaño corre el riesgo de enfermar enloquecida y destruirse; por eso lo he querido presentar como terapia, la única terapia, en este tiempo de conquistas económicas y riesgos de locura, de terrores y rupturas sociales que pueden acabar con la existencia de los hombres y la vida sobre el mundo.
Vivimos bajo la amenaza de la bomba y del terror generalizado y muchos piensan que no existe más salida que la imposición legalizada: más vigilancia, más orden, más disciplina impuesta por los grandes sistemas establecidos, religiosos, nacionales o sociales, que en último término conducen a un capitalismo más intenso, con mayores destrucciones. Otros buscan un tipo de evasión particular, empleando para ello alternativas intimistas (de pura mística interior) o elitistas (de dinero), mientras las masas siguen cada vez más marginadas. Pues bien, en ese contexto dramático he querido exponer la alternativa evangélica y humana, personal y social, del amor, tal como lo ha expresado de forma clásica San Juan de la Cruz (=SJC). Se trata de un amor que es lo más privado y elitista, lo más caro (querido), siendo lo más universal y lo más barato (económico), pues todos los hombres y mujeres, empezando por los marginados y pobres, pueden recibirlo y compartirlo.
El libro consta de una introducción teórica, tres capítulos centrales y una conclusión. La introducción sitúa la figura y obra de SJC en su contexto literario y religioso, destacando sus implicaciones filosóficas, desde una perspectiva occidental. Los capítulos centrales comentan estrofa por estrofa, verso a verso, los motivos y temas de la segunda versión del Cántico Espiritual (CB), desarrollando así un itinerario de amor humano y divino. La conclusión asume lo anterior y entiende el amor de hombre como enamoramiento de Dios, en plano ya más filosófico, interpretando a SJC como alternativa teológica, eclesial y filosófica para nuestro tiempo, en línea de libertad y de vida, de gozo y universalidad humana, superando las divisiones religiosas y sociales que corren el riesgo de hacer que nuestra humanidad explote y se destruya.
Frente a todos los que buscan soluciones duras o elitistas, en plano económico, legal o militar (soluciones nacionalistas y raciales, imperiales y capitalistas), mi libro ofrece la respuesta democrática y universal del amor que puede vincular y vincula a todos los hombres y mujeres de la tierra, por encima de las diferencias anteriores. Para ello evoca y expone algunos aspectos literarios y teológicos, filosóficos y místicos del amor, a partir de SJC, releyéndolos la perspectiva existencial y social de nuestro tiempo. Así lo presenta, al fin, como alternativa frente a un tipo de modernidad que, en medio de sus grandes valores, corre el riesgo de destruir la vida humana.

Primera estrofa. Herida de amor

El Cántico supone que ha existido un chispazo o vislumbre anterior, un pre-sentimiento, como si Alguien nos hubiera despertado, permitiéndonos decir: ¡Ahora he nacido, ahora soy hombre o mujer, persona!. Por eso, la amante no empieza buscando en la nada, sino respondiendo a la voz o señal de Alguien que le ha llamado. El chispazo han sido unos ojos en el bosque. Ciertamente, vivíamos en un paraíso de plantas y animales; teníamos capacidades teóricas y prácticas, podíamos pensar y trabajar sobre la tierra, habíamos domado ya a los animales (cf. Gen 2, 18-20). Pero estábamos solos, sin reconocernos ni saber lo que implicaba nuestra vida (ni el latido más íntimo del cuerpo). Pero cuando llega el Amado (ella o él, el otro) y nos mira, de tal forma que podemos responderle con los ojos, descubrimos lo que somos: nos sabemos despiertos, hombres o mujeres, y podemos cantar a la Vida, como el primer Adán cuando descubrió a la Mujer (o viceversa): “Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos…; por eso dejará el hombre a su madre y su padre y se unirá a su esposa” (Gen 2, 23-24). Así pasamos del amor paterno al esponsal (enamorado) y en ese mismo paso maduramos a la vida. Antes no conocíamos nuestra verdad de carne y hueso, de deseos… Ahora la sabemos, conociéndonos en otro, como vida que desea ser deseada. Aquí nos situaba la Biblia (Gen 2). Aquí lo hace SJC (CB 1):

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.


Todos nosotros somos este amante (varón o mujer, aunque le veremos más como mujer) en busca de su Amado (mujer o varón, aunque le veamos más como varón). La amante actúa; el Amado parece pasivo, aunque él miró primero. Así aparecen condensados y anunciados los temas y motivos del poema. Este primer canto despliega los principios de nuestra condición humana, que no es vida de pecado o maldición, sino búsqueda de amor. Pues bien, sólo el Amado confiere a la amante su identidad: el hombre es ante todo un ser capaz de enamorarse, alguien que se sabe herido de amor y pregunta: ¿Adónde te escondiste, Amado?. El conocimiento radical no lo ofrece la madre, ni siquiera el hambre, pues el hombre vive, sobre todo, de palabra (cf. Mt 4, 4), que aquí entendemos como búsqueda afectiva. Ser es amar: el hombre no ha nacido de una fatalidad o fuerza cósmica, sino del Amado, en quien vive y se encuentra.

1. ¿A dónde te escondiste, Amado? Está oculto y por eso le buscamos. Este ocultamiento es una experiencia fundacional (histórica), que define de hecho la vida de amor de los hombres, como supone el Cantar de los Cantares de la Bibliacuando habla del Amado ausente (cf. Ct 3, -3; 5, 6; 6, 1). Más que olvido filosófico, este es un escondimiento personal, vinculado al mismo ser de amor del hombre. Toda vida humana implica una ruptura (dejar lo antiguo: madre, padres) y una búsqueda (tender hacia lo nuevo que empieza estando escondido), pues sólo podemos alcanzar nuestra Verdad en la medida en que ella no está ahí, sino que se despliega y revela cuando la buscamos (y viceversa: sólo podemos buscarla en la medida en que ella se revela). Este escondimiento y búsqueda no es un pecado, ni una desgracia, aunque a veces lo parezca, sino una condición del Amado y un momento de búsqueda de amor, porque el Ser de amor sólo se expresa y despliega allí donde es buscado. Actúa así precisamente para que busquemos, pues si fuera manifiesto por principio no sería Amado, ni podríamos hallarle.

2. Y me dejaste con gemido. Esta experiencia de aflicción no es de tipo racional, no se funda en consideraciones abstractas de la vida humana, sino que pertenece a nuestra debilidad concreta, como un “ayuno” o privación que expresa la ausencia del Amado a quien buscamos (como evocaba incisivamente Mc 2, 19-20). Con gemido nace el niño, con gemido muere el hombre, como destacaba Buda, descubriendo en el fondo del llanto primero una llamada dirigida hacia la Vida: el hombre llora (es dolor) por nacimiento y muerte, por posesión y carencia de cosas (porque acaba doliendo el tenerlas y el echarlas en falta). En contra de eso, nuestra amante llora por ausencia y búsqueda de Amado, de manera que su dolor es positivo, pues le pone en marcha y le permite buscar y encontrarse a sí misma (encontrando al Otro); este no es un dolor de nacimiento, ni soledad de niño huérfano, ni angustia de muerte, sino dolor de amante que llama su Amado. Quien lo rehúse, quien se niegue a sufrir porque no quiere amar se destruye a sí mismo.

3. Como el ciervo huiste. El Amado no es cordero manso, quieto en el redil, siempre sumiso, sino ciervo misterioso, fugitivo, en la naturaleza libre, apareciendo y despareciendo raudo para que salgamos a buscarle. De esa forma se vinculan la huida y ocultamiento del primer verso con el abandono (me dejaste) del segundo. El Amado desaparece, como si estuviera ocupado en cosas y tareas que ignoramos. Es como un animal imprevisible y rápido, sobre un bosque desconocido o que, por lo menos, nos desborda con sus oscuridades y misterios. Lo único cierto es que la amante sabe que el Amado se le ha ido, que la dicha se le escapa y se descubre así, solo y perdido, en el bosque de la vida, inmerso en un dolor que le precede (ha sido abandonado) y que le impulsa (tiene que llamar y buscar al Amado).

4. Habiéndome herido. La misma ausencia del Amado fugitivo, a quien la amante ha visto en su bosque, hiere su entraña. Nietzsche decía que el hombre es un animal enfermo, que ha perdido la inmediatez instintiva que le permitía situarse ante la naturaleza. La tradición católica suele afirmar que ha quedado herido o dañado por causa de un pecado original, que le privó de su conocimiento superior y perfección. El mito platónico entendía esa herida como desgarramiento y caída, pérdida de cielo, y también como división humana, pues éramos redondos y nos han partido en dos, de manera que cada uno de nosotros busca por amor la otra mitad perdida (temas de Platón, Banquete). Pues bien, SJC ha interpretado esa herida de una forma básicamente positiva, como consecuencia de un principio de amor, que nos impulsa hacia el amor completo. No es herida de carencia (como Nietzsche suponía), sino de exigencia creadora, que nos permite definir al hombre como animal enamorable.

5. Salí tras ti clamando, y eras ido. La amante no quiere volver a la patria perdida, a una especie de madre (como en el platonismo), pues busca la patria nueva del Ciervo de Amor, que ha cruzado por el bosque misterioso y le ha engendrado a la vida personal con su mirada, encendiendo el ansia de encontrarle, ausentándose luego, para que ella pueda así correr, vivir, buscarle. Antes se hallaba dormida en el barro de la tierra, en la gran naturaleza (cf. Gen 2). Pero la mirada del amor le ha despertado y respondiendo a su llamada sale y camina por el bosque de la vida, sin más seguridad que la promesa de los ojos del Amado.
Este salida define el argumento del Cántico. No es una marcha de curiosidad, ni una ruptura social y militar, sino un salir tras ti, un seguir y llamar al Amado, en radical extrañamiento y búsqueda amorosa, para perderse y encontrar en él la propia identidad. Este es un salir activo, abandonando las seguridades anteriores y siguiendo a gritos los vestigios del Amado (“tras ti clamando...”). Esta es la primera palabra de la amante: llamar (=clamar), buscando al Amado, por el bosque de la naturaleza y de la historia humana. El Amado Ciervo ha dejado una huella, unos trazos que pueden seguirse; no le vemos, pero sabemos que nos puede escuchar y por eso le llamamos .

Esta primera estrofa del Cántico define al hombre como viviente que llama a su Amado, elaborando así un lenguaje. A diferencia de los animales, los hombres pueden hablar porque aman y llaman al Amado, recorriendo con él un camino hasta encontrarle. Aquel a quien llamamos se ha “escondido” para que podamos buscarle, pues de lo contrario, si estuviera patente sin buscarle ni llamarle, no sería persona sino una cosa dada de antemano, pura naturaleza, esencia abstracta. Pero le hemos visto como Amado y le llamamos.
Este Amado que se esconde suscita nuestro lenguaje, que ahora definimos como llamada en la ausencia y principio de comunicación. El hombre es amante porque puede afirmar: salí tras ti clamando... En un sentido, esa frase parece un soliloquio de la amante consigo misma, pues ella no tiene referente externo, nadie que pueda responderle. Pero, en otro sentido, esa palabra inicia todo verdadero diálogo: la amante empieza a llamar pues presiente que el Amado puede escucharle, pues está escondido, quizá cerca, y porque oye aunque se encuentre lejos. La amante dice su amor, se lo dice a sí mismo y al decírselo se declara ante el Amado, sin miedo ni ocultamiento.
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