29.12.23. Antonio: santo inocente, niño-lobo de convento (Poio 1960)
Ayer (28.12), día de los Santos Inocentes, he recordado en RD y FB la historia/tragedia (pecado ajeno) de millones de niños inocentes de todas las formas y colores. Hoy recojo de un modo especial la historia de Antonio, niño-cabra (niño-lobo) de As Pontes que fue por unos días fraile del convento de Poio, Pontevedra, mi vecino de celda (habitación central del piso 1º, tras el hórreo).
No era hombre-fiera (ni cabra, ni lobo), sino simplemente un niño al que en su primera infancia criaron bien como cabra en el pesebre caliente de la choza, pero sin darle palabra, ni cariño de persona, de forma que nunca pudo conocerse a sí mismo, ni hablar, ni conocernos y querernos como humanos. Su recuerdo me martillea sesenta años después, estas navidades en las que, en FB y RD, he querido hablar de los diversos “nacimientos” de Jesús y de cada ser humano. Por ti, Antonio, con un comienzo de lágrima en los ojos.
| Xabier Pikaza
Niño lobo en un convento
Fue hacia el año 1960. Yo estudiaba filosofía en el Monasterio Mercedario de Poio y un día lo trajeron. Así le vi, con sorpresa y respeto religioso, en la celda que le habían asignado los frailes de la Merced, al lado de la mía. Pero no era fraile, ni podía estudiar. No hablaba, sino que emitía balidos de cabra Le habían vestido, pero lo suyo no eran los pantalones. Le quisimos sentar en una silla y acostar en la cama, pero su espacio no eran las sillas ni la cama, sino la cuadra de una choza perdida en unmonte de la zona de As Neves, Pontevedra.
Algunos vecinos sabían algo y habían denunciado el caso a una pareja de la Guardia Civil, que le encontró en la cuadra de la choza más lejana de la aldea, atado a un poste, al lado de las cabras, compartiendo con ellas el espacio y algo de comida. Le desataron y le trajeron al Hospital Provincial de Pontevedra (no había entonces otra cosa, ni residencia sanitaria, ni especialistas…). Un director del hospital conocía al Prof. A. Vázquez, maestro de estudiantes, brillante académico, que había estudiado en La Sorbona (París), con Jean Piaget (1958/1959), máximo especialista en el tema del aprendizaje infantil, y así lo trajo al monasterio, para que hiciera un informe pedagógico, psicológico, pues por aquel entonces no había psicólogos profesionales en la zona.
Historia de un niño cuidado con cabras
Ese “niño-lobo” (niño cabra), llamado al parecer Antonio, aunque él no sabía su vivió unos días, como fraile de monasterio. Supimos que sus padres eran pobres, los más pobres de los pobres de la aldea, padre portugués, madre gallega… No lograron estabilizar una familia normal, por falta de dinero y de cultura. Salían a trabajar al monte y así dejaban al niño en el lugar más limpio y caliente de de choza, en un pesebre de las cabras, caliente y seco. Quizá el niño no era muy “espabilado” y no aprendió pronto; quizá los padres no eran muy lúcidos (¡que no lo eran!).
El caso es que Antonio creció físicamente robusto con las cabras, pero no pudo hablar ni razonar, pues no le dieron palabra ni cariño de persona, ni conversación de hombre. El profesor Vázquez (después catedrático de Psicología Profunda y de Etología en la Univ. Pontificia de Salamanca) nos explicó que, tras de haber pasado la barrera de los siete/ocho años los niños no pueden aprender un lenguaje, ni desarrollar ya palabras racionales, ni cultivar afectos humanos. Nuesto Antonio tenía varios años más (quizá unos 17) y había quedado troquelado como cabra, no pudiendo ya aprender a humano. Mitos de múltiples recuerdan “niños-lobos”, lobos, pero que aprenden a hablar y que acaban siendo fundadores de ciudades (como Rómulo y Remo Roma). Hay niños del bosque que aparecen en mil películas, como tarzanes ecológicos y valientes, que hacen las delicias de mayores y niños, por su agilidad en la selva. Pero nuestro Antonio nunca dejó de ser psicológica y anímicamente niña-cabra (en Dios de Jesús le habrá despertado con mente humana en la resurrección).
No era niño lobo, era niño abandonado Pero Antonio das Neves” no pudo aprender ya nada; no era romántico, ni famoso saltador de selva, ni cazador de bosque, sino algo mucho más triste y lamentable: un ser humano frustrado, un “alma” (decíamos entonces) que no había logrado conocerse a sí misma, pues nadie se lo había dicho, nadie le había hablado y querido. No tuvo, según eso, una “familia” humana, y quedó, como niño-cabra, muchachón de unos 17 años, físicamente fuerte y robusto, pero inclinado, andando a gatas, gruñendo y comiendo del suelo, defendiéndose de todos los que le queríamos darle la mano, acariciarle o decirles palabras hermosas.
Yo le sentí como fugitivo perdurable, como huyendo de sí mismo (un sí-mismo frustrado) al reino de las puras cabras del monte, inclinado o saltando en el suelo, con miedo irracional en los ojos, con amargura lejana en el alma, como la más triste expresión de la tristeza humana. Estuvo algo así como una semana entre nosotros. Al final nos daba lástima ir a verle, pues no logramos comunicarle nada y se ponía nervioso, cada vez más nervioso; era como si le quitáramos su intimidad de hombre-animal, sin darle compañía ni animal ni humana…
Así terminábamos dejándole la comida en una silla y el la ponía en el suelo y allí comía… haciendo sus necesidades también en una esquina de la celda. De esa forma estuvo una semana… y se lo llevaron, y volvió a una habitación del Hospital Provincial… y ya no supimos mucho más; solo que le habían llevado como enfermo mental al manicomio (psiquiátrico de Conxo/Santiago de Compostela) donde un día le encontraron muerto, atado a la cama, peor que en la choza de las cabras.
Murió después bastante pronto, orque era su hora (dicen que estos hombres-lobos son inviables a partir de cierta edad) o porque añoraba sus cabras y el pesebre de la aldea lejana, donde sus padres pensaban que habían hecho lo mejor que podía hacerse por aquel niño que la Guardia Civil les había “robado”, para acabar encerrado en una habitación sin cariño ni cobijo de un inmenso manicomio provincial de la España pobre de entonces.
No era Homo Ferus (fiera), sino hombre que no había sido amado A veces, en noches de meditación sobre el enigma y la miseria de la vida humana me acuerdo de aquel niño y rezo por él, en silencio, sin palabras, casi con temblor de corazón. No era un Homo Sapiens Ferus , un hombre sabio fiera, hombre asilvestrado (como le clasificaría Linneo),sino un niño que no había sido amado, educado en palabra y cariño, en familia humana. Cuando más tarde en mis clases de Biblia y Teología he debido explicar el surgimiento humano diciendo que nacemos "del amor y la palabra" de los padres (de una familia y sociedad) he aludido casi siempre a la experiencia de aquel Antonio das neves (=de Las Nievas).
Un niño no puede nacer a la vida humana si se educa sólo en un pesebre de cabras. Dicen que a Jesús le colocaron de nacido en un pesebre de ovejas, pero con padre y madre a su lado, con ángeles humanos. Un ser humano, niño o niña (aunque sea como Jesús, el Hijo de Dios), tras haber nacido biológicamente, sólo nace a la vida humana de otros hombres y mujeres, que le dan palabra, sembrando en él la humanidad que está hecha de cariño y conversación, de acogida y lenguaje.
Aquel niño de das Neves no recibió palabra, quedó troquelado de otra forma distinta, no la suya, como si fuera para cabra, no para ser humano. Los teólogos decimos que "tenía alma", es decir, que Dios le quería, pero no explicamos mucho más y le dejamos en manos de Dios (que Dios resuelve el tema, el día de la muerte/resurrección, que tiene recursos para hacerlo). La guardia civil le saco del pesebre de cabras, los “coristas” del convento le tuvimos unos días, como el más triste de todos los juguetes… Luego la autoridad competente le metió en un manicomio inmenso, para seguir viviendo entre gritos de locos y no entre balidos de cabra.
La Iglesia le había acogido, de manera que le bautizaron, si no recuerdo mal, con el nombre de Antonio. Pero no basta el agua del bautismo, se necesita la palabra de los padres o de otros que "bauticen" al niño a la vida/vida humana, sino que le hagan crecer en humanidad. Desde entonces han pasado más de 60 años, pero muchas noches sigo soñando en Antonio, niño cabra del Convento-Mosteiro de Poio. En los días de frío, como hoy, me viene a la mente aquel muchacho de Al Neves (¡aldea de nieves, en la raya entre Galicia y Portugal), víctima de una tragedia familiar, resultado de una situación social y familiar de pobreza suma.
Me gustaría echarle la culpa a Dios, pero no puedo… Me gustaría echarle la culpa a sus padres, pero no tengo ninguna razón para hacerlo. Me gustaría acusar a los vecinos más cercanos de la aldea, pero tampoco puedo.
Sólo me queda admirarme de la vida, ante el Dios que quiere que los niños reciban cariño y aprendan a ser humanos, en amor, , mientras paseo con Zury, mi perro, pidiendo a Dios que todos los niños del mundo crezcan con palabra, cariño, cuidado, sin ser personal o sexualmente violados, utilizados, para desarrollarse y nacer como seres racionales, de alma y corazón, de libertad y sentimientos…
En el caso de Antonio nadie supo o pudo hacer bien las cosas y el muchacho creció sin saberlo, sin saberse, sin ser amado ni amar. Así murió. Sólo de una cosa me alegro.
En aquel entonces, todos los que le conocimos le tratamos con inmenso respeto. Todos le miramos como a un ser humano, desde la Guardia Civil hasta los médicos del Hospital, pasado por el profesor Vázquez. No salió en la prensa del corazón, que hoy habría pagado millones por llevarle a un “plató”. Murió con dignidad, pero triste, con tristeza de cabra que no era cabra y de hombre que no había crecido como humano, en un hospital de provincia, lejos de sus cabras.
Para mí, este niño fue San Antonio das Neves, uno de los santos inocentes de una historia muchas veces culpable de injusticias, de mentiras y pobrezas. Quizá alguno que lea este blog, algún compañero del convento de Poio, año 1960, recuerde al niño-lobo de As Neves, que estuvo unos días con nosotros, para morir después entre pobres de los pobres, en el inmenso manicomio de la Merced de Conxo, Compostela.