Corintios XIII, Revista de Cáritas Eucaristía de la vida, un homenaje a Cáritas: Pan y casa, el centro de la Iglesia

Lema de Cáritas en Corintios XIII: Pan partido, para un mundo más justo y fraterno. Cáritas ha sido (con otras obras sociales de la Iglesia y de la sociedad civil) no sólo la institución más eficaz en estos tiempos duros de pandemia, sino una de las más significativas de la sociedad, no sólo en España, sino en otros muchos países, con cientos y miles de voluntarios al servicio la igualdad y el amor mutuo, desde los más pobres.  

    Expuse ayer (con la Congregación para el Clero) los tres momentos principales de la  Iglesia: (a) Palabra de misión, catequesis y evangelio. (b)  Servicio social: Pan compartido, acogida, casa. (c) Celebración,  eucaristía,fiesta universal y concreta de la vida

     En la actualidad (año 2020, en un contexto se pandemia), el momento más importante  (centro y esencia de la Iglesia) ha sido y sigue siendo el  servicio social, y en esa línea los "voluntarios"de Cáritas  (con otros grupos de creyentes o no creyentes) han ofrecido el mejor testimonio de humanidad y evangelio. 

De un modo consecuente, Corintios XIII, revista de Cáritas, ha preparado un número sobre el Pan Fraterno como "eucaristía de la vida", diciendo que "ha faltado la eucaristía litúrgica de las iglesias, pero ha cumplido su mejor servicio la  eucaristía del compromiso social de Cáritas y de otros grupos cristianos, la comida ofrecida y compartida cada día con cientos de miles de españoles y/o extranjeros. Por eso he querido presentar esta postal como un homenaje a Caritas, que ha sido y sigue siendo para muchos el pan nuestro de cada día, la casa para todos

Cáritas de Coria se moviliza frente al Covid-19 | Coria - Hoy

En esa línea se sitúa y nos sitúa este número de Corintios XIII dedicado a la eucaristía, «sacramento de la caridad» que profundiza en la relación existente e inseparable entre el sacramento, la Iglesia y la acción caritativa y social. No existe Iglesia sin eucaristía ni eucaristía sin caridad. Eucaristía, Iglesia y caridad se funden en Cristo, «pan de vida» (Jn 6,35), conforme al esquema que sigue: Cf.  https://www.caritas.es/ ,https://www.caritas.es/servlet/revista?codigo=333)

  • 1. Profetas. Una versión ardiente de la caridad
  • 2. Comidas de Jesús. Mesías del pan y vino compartido
  • 3. Eucaristía, evangelización y justicia social
  • 4. Eucaristía, Iglesia y caridad
  • 5. Ecología integral y eucaristía, la pascua de la creación.
  • 6. Cáritas, enraizada en la eucaristía, que es el sacramento de la caridad, se convierte en su expresión concreta
  • 7. Espiritualidad eucarística, el sentido de la caridad 
  • 8. La fuerza de un testimonio. Mártires por amor

     Los editores me han pedido que escriba el segundo trabajo:  Comidas de Jesús. Mesías del pan y vino compartido y ha sido para mí un honor hacerlo.Hay en la revista otros trabajos mejores, como he visto al leerlos. Pero el mío ofrece una aportación bíblica que puede ser valiosa par algunos. Gracias a los amigos de Cáritas por su trabajo y a los editores de Corintos XIII por haberme pedido esta colaboración. Buen tiempo de eucaristía de la vida y de solidaridad humana (cristiana) a todos.

Formazione operatori – Caritas diocesana Firenze

 Comidas de Jesús. Mesías del pan y vino compartido

INTRODUCCIÓN

 La primera diferencia entre Jesús y Juan Bautista fue la comida, como decía el mismo Jesús: “Ha venido Juan Bautista, que no comía pan, ni bebía vino y decís: tiene un demonio. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y que bebe, y decís es un comedor y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,33-35; Mt 11, 18-19). Este insulto de sus detractores le define como profeta de comidas, experto en crear conexiones con los excluidos (publicanos y pecadores), en torno al pan y al vino. Juan, en cambio, “no come ni bebe”, es experto en ayunos, igual que los fariseos:

     Los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban. Y se acercaros (a Jesús) y le dijeron: ¿por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, mientras tus discípulos no ayunan? Pero vendrán en que les será quitado el novio, y entonces ayunarán, en aquel día (Mc 2, 18‒20 par).

 Fariseos, discípulos bautistas de Juan y seguidores mesiánicos (=cristianos) de Jesús forman parte de un mismo contexto cultural y religioso en Palestina, a mediados del siglo 1º d. C.  Pero tienen diferencias significativas: Tanto Juan como los fariseos (o proto-fariseos) están en línea de sacralidad, y por eso ayunan de forma, interpretando el ayuno como penitencia ante un Dios separado del prójimo. Jesús, en cambio, rechaza el ayuno penitencial o religioso, pero lo vincula con el “novio” (es decir, con la felicidad de los otros).

Este pasaje tiene más matices, pero hay uno que es fundamental. Lo que importa no es el ayuno en sí, una práctica penitencial separada de la vida, sino el “amigo”, representado por Jesús. Eso significa que la comida está al servicio de la fraternidad o comunión entre los hombres. Lógicamente, Jesús no estableció ritos penitenciales de ayuno, sino conexiones de comida y sólo al servicio de ellas tiene sentido el ayuno, pues lo que importa no es la negación o sacrificio ofrecido a Dios, sino la comunicación de amor entre los hombres, a través de la comida, como indicaré de un modo inicial en lo que sigue[1].   

Los amigos del novio no ayunan

 La acusación de comilón y borracho indica que Jesús ha transgredido las normas de comensalía, rompiendo de forma provocadora las leyes de pureza, como recuerda de forma ejemplar la escena del paralítico, re-elaborada por la tradición (cf. Mc 2, 1-12). Pues bien, tras ella viene la comida con publicanos y pecadores:

Y salió de nuevo a la orilla del mar. Toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a su telonio y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió. Después, estando Jesús reclinado a la mesa, en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se reclinaron con él y sus discípulos: eran muchos y le seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: ¿Por qué come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos... (Mc 2, 13-17).

Leví era un publicano israelita, sentado en su telonio u oficina de impuestos al servicio del imperio o sus representantes. Según ley judía, es hombre impuro, pues colabora con los invasores, en contra de la comunión nacional que exige el judaísmo. Pues bien, Jesús le llamó y él le siguió,  de forma que al cabo de un tiempo se sentaron juntos a la mesa, de forma que no sólo comieron en sentido material, sino que formaron un espacio de comida compartida (un tipo de  iglesia) con otros  muchos “publicanos y pecadores”.

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De esa manera, en contra de las normas sacrales de los puros (esenios, proto-fariseos, bautistas...), Jesús no llama a los publicanos para que se conviertan en sentido legal, sino para crear con ellos una comunión de mesa, compartiendo comida y comunicación, conocimiento y “amor”. No se limita a dar, ni simplemente a recibir, sino que da y recibe: Acepta la mesa de los publicanos, le ofrece la suya (el texto no deja claro si comen en la mesa de Jesús o en la de los publicanos, ese dato resulta secundario. Lo que importa es que comparten la comida.   

Esa comida no es gesto de conversión penitencial, sino de comunión humana, de manera que el publicano transforma el dinero del pecado (telonio) del que le acusan fariseos y bautista en banquete de fraternidad donde todos pueden compartir y comparten la esperanza del reino. De esa forma, sobre las normas de pureza ritual o sacral, superando las distancias nacionales o dogmáticas, ha iniciado Jesús el camino de la comunión de mesa, y en esa línea podemos retomar el primer pasaje que hemos citado:

              ¿Pueden acaso ayunar los hijos (=amigos) del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tengan al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que el novio les será arrebatado. Entonces ayunarán. Nadie cose un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, porque lo añadido tira de él, lo nuevo de lo viejo, y el rasgón se hará mayor.  Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque el vino reventará los odres, y se perderán vino y odres. El vino nuevo en odres nuevos (Mc 2, 19-22)

 Bautistas y fariseos abrieron y mantuvieron un camino penitencial. Jesús inició y desarrolló un proyecto de Bodas y Reino, esto es, de amor y de comida. Bautistas y fariseos ayunan: son virtuosos de la ascesis, hombres separados, en desiertos o comunidades penitenciales, cumplidoras de leyes de pureza, con un ayuno de elitismo, expresión del propio esfuerzo que prepara al humano para el encuentro con Dios. Por el contrario, los discípulos de Jesús no ayunan porque saben que Dios les ama y les ofrece la vida, de forma que pueden celebrarla en amor y comida.

Juan se definía por un vestido (piel de camello) y una comida penitencial (saltamontes, miel silvestre). Jesús, en cambio, busca y ofrece vino nuevo y vestido de bodas, indicando que ha llegado la plenitud, el gozo de la vida compartido. En ese fondo pueden entenderse los dos textos que siguen: el primero critica el vestido clasista de los escribas (que no es traje de bodas, como el de Jesús); el segundo condena el ansia de poder de los zebedeos:

   Les gusta pasear con largos vestidos y ser saludados en las plazas. Buscan las primeras cátedras en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes. Ellos devoran las casas de las viudas con el pretexto de largas oraciones (Mc 12, 38-40)

 Éste es el vestido de una tradición clerical, que eleva a quienes lo visten, dándoles una “falsa autoridad sacral” sobre las viudas, cuyas riquezas devoran.  En la línea de esos escribas quien avanzar algunos líderes de la comunidad de Jesús, convirtiendo el seguimiento evangélico en fuente de opresión:

               Y Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercaron diciéndole:   Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.  Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?  Ellos le contestaron: Que nos sentemos, uno a tu derecha, otro a tu izquierda, en tu gloria. Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber mi cáliz o bautizaros con mi bautismo? Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo beba y seréis bautizados con mi bautismo. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado (cf. Mc 10, 35-40 par).

 Los Zebedeos quieren mandar, imponiéndose a los otros, de forma que podrán comer por ello, vinculando así trono de mando y mesa de banquete, en la línea de los escribas que se elevan de un modo sacral y devoran las casas de las viudas. Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere instaurar una comida fundada en su “bautismo”: en la entrega y comunión de vida, que se expresa por el “cáliz” o vino del reino, vinculado al buen vestido de bodas. Desde ese fondo podemos entender el gesto de Mc 2, 19-20: estando el novio presente sus amigos y discípulos no ayunan. Pero, cuando el novio sea arrebatado sabrán lo que es ayuno: beber el cáliz de la propia entrega, en favor de los demás,  

Saciar el hambre, espigas del campo (Mc 2, 23-27).

Para celebrar fiesta del pan, fiesta del vino

 Este pasaje introduce el tema de la comida en el espacio más amplio de la disputa sobre el sábado y la sacralidad del templo:

                                                                     Jesús pasaba un sábado (Lc 6, 1. Manuscrito D: el segundo-primero) por entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas mientras caminaban. Los fariseos le dijeron: ¡Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido.   Y les respondió: ¿No habéis leído alguna vez lo que hizo David, cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que lo acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la ofrenda, que sólo a los sacerdotes les era permitido comer, y se los dio además a los que iban con él? Y decía: El sábado es para los hombres y no el hombre para el sábado (Mc 2, 23-27 par).

   Una variante famosa de Lucas (Manuscrito D) dice que el sábado deuteroprôtô (segundo-primero), es decir, el primer sábado del segundo ciclo pentecostal del que trata el libro de los Jubileos y un texto de Filón, Vida contemplativa. Es un sábado de gozo por las espiga nuevas que se recogían en el campo. Pues bien, discípulos de Jesús celebran la fiesta tomando y frotando las espigas en el campo, cosa que estaba prohibida en sábado. No necesitan guardar los rituales clasistas del sábado y templo; ellos comen directamente en el campo, con todos los que van y vienen y tienen hambre, judíos o gentiles. Este pasaje tiene muchas implicaciones que deberían precisarse con mucho cuidado. Aquí sólo me fijo en dos más importantes:

‒ Donde hay hambre, todos los alimentos son comunes. Está en el fondo la ley de la “comida sobrante” de Dt 24, 19‒21: “Cuando siegues la mies de tu campo... no recojas la gavilla olvidada; déjasela al forastero, al huérfano y la viuda” (cf. también Lev 19, 9-10; Dt 23, 25-26). Estrictamente hablando, los discípulos de Jesús no son forasteros, huérfanos ni viudas, pero tienen hambre, y en caso de hambre todos los alimentos son comunes, como ha interpretado siempre la redición de la Iglesia.

‒ El hambre es anterior al templo (es decir, a la religión establecida). Una Ley de Israel prohibía todo trabajo en Sábado, y muchos pensaban en tiempo de Jesús frotar y desgranar espigas era un trabajo sacramente prohibido en sábado.  Pues bien, Jesús responde que el hambre es anterior a la ley del Sábado y a la misma ley del Templo según la cual sólo los “dignos” (=sacerdotes) podían comer el pan sagrado de los sacrificios, y lo hace citando un famoso episodio de 1 Sam 21, 1-6, donde se dice David y y sus compañeros comieron antaño el pan sagrado, la ofrenda suprema del templo, como si fueran verdaderos sacerdotes.

 El texto incluye otros detalles importantes, pero queda claro que el pan es lo primero, y que todos los “bienes” más o menos sagrados del templo y de la religión han de estar al servicio de los hambrientos. Por otra parte, el texto sugiere que los discípulos que comen las espigas del campo no están en peligro de muerte inmediata, pues están cerca de la ciudad (a menos de un camino de sábado, algo así como a un kilómetro); por eso, si comen, no es por necesidad (como parece indicar  Mt 12, 1), sino por compartir gozosamente los bienes del campo, en la línea de una eucaristía del trigal granado y ya maduro, en acción de gracias por la vida y cosecha.

Las comidas de Jesús en Lucas.

La Vid y los sarmientos: Jesús no fundo una religión

 Se dice que Lucas ha sido el evangelista de los pobres; pero él ha sido también el de las comidas mesiánicas. En esa línea ha retomado los motivos anteriores, pero ha querido añadir algunas escenas significativas entre las que empezaré citando la de los invitados al banquete:  

Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos. Habiendo oído esto, uno de los comensales le dijo: ¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios! El le respondió: Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos... (cf. Lc 14, 12-16).

             Jesús se opone así al “banquete mercantil” o del talión en el que todo se compra y vende, en un mundo como el nuestro (año 2020), con los ricos que invitan a ricos, dejando a los pobres de la tierra fuera del banquete. Ciertamente, el patrono rico invita a los “clientes” más pobres, porque espera su apoyo en la gestión de la vida pública; pero a los que no necesita o son contrarios a sus intereses les deja morir de hambre. Este “banquete de mercado” tiene dos problemas fundamentales:

‒ La sociedad del mercado convierte la comida en lucha (en el comienzo de toda guerra hay una guerra económica), condenando a muerte a los vencidos o a los menos favorecidos por un tipo de “fortuna” (¿providencia?) vinculada a la riqueza desigual de los diversos territorios, a la forma de ser de las personas y, sobre todo, al ansia de riqueza de los ricos.

Empobrece a los mismos ricos que, al cerrarse en sí mismo, en endogamia egoísta, terminan destruyéndose a sí mismo.  Sólo allí donde abren la mesa e invitan a los cojos‒mancos‒ciegos (¡a los que pensamos que son cojos‒mancos‒ciegos) los ricos podrán descubrirse como humanos, no simplemente como ricos.

  El banquete de Jesús rompe el muro de las clases sociales, los grupos de puros e impuros, de forma que todos pueden participar y participan del mismo cuerpo, de la misma vida. Conforme a la ley del jubileo (Lev 25), cada 49 años las tierras debían repartirse entre todos, conforme al ideal del “jubileo”. Pues bien, toda comida en la línea de Jesús viene a entenderse como un verdadero jubileo, que no sólo vincula en una mismo humanidad de amor a pobres y ricos, sino que “perdona” los pecados, como han visto bien los fariseos y escribas murmurando: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1).

Pobreza cero (el sueño de Cáritas)

            En esa línea se puede hablar de una terapia de la comida, entendida como verdadero sacramento de la reconciliación:Jesús come (synesthiei) con los pecadores. No les ofrece una limosna, no les escucha un momento, para luego retirarse a comer por separado, no les predica una lección de penitencia. Al contrario, crea un grupo de comida con aquellos a quienes los limpios (aquí fariseos y escribas) expulsaban de ley sagrada.

            En esa línea, el primer problema de la iglesia, tal como ha sido interpretada por Hech 15, ha sido el de separación entre misa (oración litúrgica, ritos sagrados) y mesa. Muchos cristianos de entonces (año 49 d.C.) pensaron que los seguidores de Jesús podían mantener sus diferencias siempre que tuvieran una misma “fe de fondo”, sin necesidad de una comida compartida. Pues bien, en contra de eso, respondió Pablo con gesto apasionado, diciendo que “la verdad del evangelio” es la comida (synesthiein: cf. 1 Cor 5, 11; Gal 2, 12).

            Éste fue el primer reto de la Iglesia tan pronto como ella se extendió fuera del judaísmo salió de Jerusalén y se quiso hacer universal en Antioquía. Éste sigue siendo hoy (año 2020) el primer y último reto de la iglesia en salida, tal como lo formuló en Papa Francisco en El Gozo del Evangelio (Ev. Gaudium, 2013). Esta es la “verdad” (Pablo), éste es el “gozo” (Francisco), la identidad del evangelio de un Jesús a quien acusan de comilón y borracho, amigo de pecadores (cf. Lc 7,33-34), transgresor de las fronteras de pureza, trazadas básicamente por un tipo de comida‒economía. Éste es un tema que Lucas ha vuelto a plantear en un contexto de comida:

      Había (en Jericó) un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos, y rico… que era bajo y se subió a un sicómoro para ver a Jesús, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa. Se apresuró a bajar y le acogió con alegría.     Al verlo, todos murmuraban diciendo: Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo. Jesús le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (cf. Lc 19, 1-10).

             Éste es un pasaje de acogida y comida. Zaqueo es un hombre rico, representante de una economía (una hacienda) que se mantiene y crece robando a los pobres, como suponen las palabras que dice al final, y su comida se puede comparar con el Epulón, el rico, que pasa todo el día comiendo de banquete, mientras Lázaro el pobre se muere de hambre (Lc 16, 19‒31). Pero hay una diferencia fundamental: Epulón no ve (=no quiere ver) a Lázaro muriendo desnutrido a la puerta de su casa, mientras él come y come hasta morir de hartura, mostrando así que este mundo (hecho de epulones y lázaros) está corriendo el riesgo de destruirse a sí mismo sin remedio; Zaqueo, en cambio, ve a Jesús y le invita a su casa.

            ¿Qué sucede cuando un rico invita a su casa a Jesús, y Jesús se sienta a su lado, de forma que comen y dialogan de manera abierta a la escucha y comunicación de corazón? El texto no dice lo que ha dicho Jesús, pero recoge la conclusión de Zaqueo, que hoy podríamos poner en boca del “mundo rico”, de los ministros de hacienda (=publicanos) y de todos los que interpretan la vida como un mercado de intereses de dinero:

 ‒ Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres. No un 050%, ni un10 ó 20%, sino la mitad, un 50%. Éstas son las “cuentas de Zaqueo” tras su comida con Jesús: Poner la mitad de la economía del mundo al servicio de los pobres.

‒ Y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo. No se trata sólo de “invertir” la mitad de los bienes y negocios al servicio de los pobres, sino de resarcir (restituir) todo lo robado, no una vez (¡ojo por ojo!, según el talión) sino cuatro veces, conforme a una ley que está en el fondo de Ex 22, 1 y 2 Sam 12, 6.

              Ciertamente, Zaqueo no está formulando aquí una ley económica de comida, en sentido jurídico. Pero está haciendo algo anterior y más importante: Él  nos enseña que, en la línea de Jesús, los funcionarios de la Hacienda y el Mercado, pueden transformar la economía y ponerla al servicio de la comunión (mesa, comida, acogida) entre todos los hombres.

Sin duda, un tipo de economistas actuales, un ministro de hacienda de nuestros estados, un alto funcionario del Capital, de la Empresa o el Mercado, dirá que este proyecto Zaqueo es imposible. Pero ésa es una imposibilidad de propietario rico, no de humanidad en la línea de Jesús, cuando visita la “casa de Zaqueo” para comer y hospedarse en ella por un tiempo. 

  1. Primera multiplicación, comida y abundancia.

 Como acabo de indicar, el proyecto Zaqueo no es imposible, sino todo lo contrario, es lo más posible de todo, si es que los hombres y mujeres se dejan cambiar en la línea de una economía de la abundancia, que no destruye lo que hay (condenando a la pobreza a unos y otros), sino que multiplica lo que hay, como indican los relatos de las multiplicaciones. Éste es el primero. Una muchedumbre ha seguido a Jesús al descampado…

Prelatura de Caravelí: Los "signos" en la vida de Cristo

   Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle: El lugar está despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los campos y aldeas del entorno y compren algo de comer. Y respondiéndoles les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le contestaron: ¿cómo podremos comprar nosotros pan, por valor de doscientos denarios, para darles de comer? Él les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron, le dijeron: Cinco panes y dos peces.

              Y les mandó que se reclinaran todos por grupos de comida sobre la hierba verde, y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces para todos.  Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos de pan y de sobras del pescado. Los que comieron los panes eran cinco mil hombres (cf. Mc 6, 35-44)

            Este relato marca al paso de una comunión de doctrina a la comunión del pan.Los discípulos no han opuesto ninguna objeción cuando Jesús habla “de balde” a todos (sin pedirles nada), pero se extrañan y responden cuando él les pide que alimenten a la muchedumbre con sus propios panes y peces. Esos discípulos piensan que podemos y debemos ser hermanos en doctrina, a nivel de teorías. Pero Jesús les pide   que ofrezcan y compartan aquello que han traído y que ellos guardan para cubrir sus necesidades. No es que se opongan, pero empiezan pensando que no tienen (que no hay) panes suficientes para todos:   

Noticias | Cáritas Bizkaia - Part 6

  1. A diferencia de sus discípulos, Jesús sabe y dice que, al repartirse, los panes (¡no el dinero separado de los panes a modo de capital!) no se acaban, sino que se multiplican. Éste es el “jubileo” cristiano de la abundancia: no se trata simplemente de volver a repartir las tierras, cada 49 años, para que cada uno posea y cultive la suya con independencia (como pedía Lev 25), sino de compartir fraternamente todo. Esta es la comida “de cada día”, con pan y peces, es decir, con los alimentos normales de la gente del entorno. Jesús no empieza centrando su mensaje en un rito selectivo, propio de los purificados (como hacen esenios y fariseos), sino que ofrece su comida a los que vienen, sobre el campo abierto, ámbito de encuentro para todos los seres humanos.
  2. Los discípulos no tienen “dinero suficiente” (doscientos denarios…), pero tienen y pueden (deben) compartir un tesoro mucho más importante:  el pan y los peces de la comida concreta, en grupos de conversación, de encuentro humano, de alabanza. Ciertamente, este pasaje recoge y relata un recuerdo de la historia de los discípulos de Jesús, que comparten lo que tienen con todos los que han ido a su encuentro, en gesto generoso de abundancia, de palabra y comida fraterna. Pero, al mismo tiempo, este recuerdo ha sido recreado desde la experiencia pascual de la Iglesia, en un contexto de multiplicación de vida.
  3. Comida para todos los que vienen, en el campo abierto… Éste es un problema ante el que nos encontramos de pronto, de lleno, nosotros los “ciudadanos” de una ciudad rica (Europa, USA etc.), penando que nuestra comida no alcanza, que no podemos abrir la valla o derribar el muro, para que vengan y entre todos los mendicantes de la tierra, hispanos o subsaharianos, del próximo o lejano oriente… Tenemos miedo, no queremos perder nuestra comida para nosotros y para ellos. En esa línea, los discípulos empiezan poniéndose al nivel de Mammón (Mt 6, 24) y se declara incapaces de alimentar a tanta gente: haría falta muchísimo dinero...
  4. Por eso, quieren despedir a los “intrusos”: ¡que se vayan, que compren quienes puedan! Ellos, los representantes de una iglesia que se identifica pronto con el mundo pretenden resolver el tema de la humanidad (el hambre) acudiendo a la lógica del capital y salario: todo se vende, todo puede comprarse con dinero. Pues bien, en contra de eso, Jesús les conduce al lugar de la gratuidad: Dadles vosotros... ¿cuántos panes tenéis?... (Mc 6, 37-38). De esa forma supera el talión económico (ojo por ojo, pan por dinero), introduciendo en la iglesia el principio de la donación y gratuidad activa (dar). El problema de la humanidad antigua y moderna no es la carencia (falta de producción), sino el reparto y comunión de bienes y vida. Los hombres actuales (principio del siglo XXI) hemos aprendido a producir: la tierra ofrece bienes para todos. Pero no sabemos y/o no queremos compartir: seguimos encerrando en los bienes que tenemos, cada uno, cada grupo; no sabemos, no queremos multiplicarlos al servicio de todos los humanos.
  5. Una comida laical (civil) y religiosa. Es laical, en sentido originario: alimento del laos o pueblo formado por los necesitados que acuden buscando palabra y pan. Todo resulta natural en ella: no hacen falta sacerdotes superiores, ni ceremonias de pureza, ni templos ni ritos cultuales, a no ser que digamos que el rito es la misma vida, la comunicación humana, a nivel de palabra y mesa, de comida. Por eso, los relatos de multiplicaciones, superando la barrera de la diferencia de clase o pueblo especial, nos conducen a un lugar y donde pueden encontrarse todos, judíos y gentiles, cristianos y no cristianos, creyentes religiosos o simples hambrientos de pan y palabra, sobre el ancho campo de la vida.
  6. Religiones y ritos nacionales separan a los hombres, ideologías y políticas sacrales les distinguen, conforme a las diversas escuelas y templos donde acuden para cultivar sus distinciones. Pues bien, Jesús les reúne o, más bien, les acoge en el ancho campo, sin preguntarles por su origen y creencia, para ofrecerles la palabra de la vida, el pan y peces que a todos sirve de alimento. Pero, al mismo tiempo, siendo totalmente “civil” (laical), esta es una comida sacral, porque en ella se puede bendecir a Dios, dándole gracias por el don de la vida y la comunión alimenticia. Normalmente, los hombres han buscado y elevado oraciones en los grandes momentos: fiestas sagradas, templos... Pues bien, Jesús ha orado fuera del templo, en el campo abierto, convertido en lugar de encuentro y mesa, iniciando un rito básico de comunión universal con cinco panes y dos peces: “Mirando al Cielo, bendijo y partió lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran...” (Mc 6, 41).  
  7. Esta comida es la Iglesia (la humanidad reconciliada). Al escoger este signo del pan multiplicado (con los peces) Jesús ha querido situarse y situarnos al principio de la historia, en un lugar de paso y encuentro universal, al descampado (cf. Mc 6, 32), en territorio de todos, sin ser exclusivo de nadie, sobre la hierba verde (6, 39) que es signo de primavera y nuevo nacimiento. Por eso, su comida es mesiánica, es decir, universal y se realiza en  el campo de Galilea, lugar abierto a (y signo de) todas las naciones, no en el templo especial del judaísmo (Jerusalén). Ciertamente, sobre esta comida mesiánica (=cristiana) pueden proyectarse imágenes y rasgos de fiestas religiosas especiales. Pero Jesús ha hecho algo mucho más sencillo y profundo: ha querido situarnos en la base y fuente de la fiesta de la vida, del pan y los peces compartidos, bendiciendo a Dios, en fraternidad.

Caritas |

Otras religiones o grupos sociales han cultivado diversos ritos de sacralidad nacional, con un orden de templo, y comidas y fiestas especiales. Pues bien, los discípulos de Jesús sólo consideran esencial este rito real de la comida compartida: no necesitan días especiales para reunirse y celebrar, ni templos santos exclusivos, ni cultos separados para descubrir la grandeza de Dios. A ellos les bastan unos peces y unos panes, para compartirlos, en comunión abierta todos los pueblos de la tierra. Lógicamente, si llevan consigo ese signo del pan mesiánico, sin mala levadura de imposición política (Herodes) o pureza ritualista (fariseos), ellos podrán embarcarse sobre el mar de la historia, sin miedo a perderse, como sabe Mc 8, 14-21.

A través de este “rito originario” de la comida compartida, en grupos de diálogo y comunión vital, Jesús ha querido extender su mesa (comida) a todos los pueblos. Por eso, los discípulos de Jesús no se reúnen en torno a un pan y vino de pureza, para separarse de los transgresores de la ley (como en Qumrán), sino al contrario: Ellos ofrecen a todos los que vienen sus panes y sus peces. Estos judíos mesiánicos (cristianos de Galilea), seguidores del profeta nazareno, acogen a todos y les distribuyen, sobre la hierba verde, bajo el ancho cielo, en grupos de cincuenta o cien (Mc 6, 39-40), prasiaí, prasiaí, en corros de comunicación humana, para que así pueda conocerse, compartir la mesa y dialogar desde el reino.  

            De esta forma emerge la abundancia: hay panes y peces para todos. La tradición bíblica había elaborado la leyenda del maná, para indicar la bendición y providencia de Dios sobre el pueblo, en el desierto. Pues bien, ese maná se expresa ahora por los panes y peces que la comunidad de Jesús pone al servicio de los humanos. No hace falta maná externo, milagros de panes que caen del cielo. El auténtico maná es experiencia gozosa y abundante de panes y peces compartidos.

Segunda multiplicación. Un camino abierto.

 La anterior (Mc 6,30-44), presentaba la multiplicación como banquete final ofrecido por Dios a Israel, el pueblo de las doce tribus, aunque abierto a todas las naciones. Ésta insiste en lo mismo, pero recogiendo otros aspectos importantes. Por eso, los evangelios de Marcos y Mateo (cf. 15, 32‒39) han sentido la necesidad de repetir, desde esta perspectiva, el tema de las comidas de Jesús, para poner de relieve la trascendencia y apertura universal de su proyecto:

Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no hubiera comida, Jesús llamó a los discípulos y les dijo: Tengo compasión de esta gente: llevan tres días conmigo y no tienen que comer. Y si los despido en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos.  Sus discípulos le replicaron: ¿Quién podrá saciar aquí a todos estos con panes en el desierto? Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: Siete.  Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo.

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              Tomó luego los siete panes, dio gracias (eukharistêsas), los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Y los repartieron a la gente. Tenían además unos pocos pececillos. Y habiéndolos bendecido (eulogêsas) mandó que repartieran también estos.  Comieron hasta saciarse y llenaron con las sobras siete cestos. Eran unos cuatro mil (Mc 8, 1-9).

  La escena recoge elementos anteriores, interpretándolos de un modo distinto, desde la perspectiva de los pueblos paganos del entorno de Galilea, en perspectiva de compasión. Jesús ha recibido y cuidado a muchos hombres y mujeres que han venido a escuchar su palabra. Ahora, pasado un tiempo (tres días), debe despedirles, pero no pueden ir hambrientos. pues algunos han venido de lejos (quizá de tierra pagana: apo makrothen: 8, 3). Es tiempo de comida compartida.

  1. Escasez. Frente al deseo de Jesús, ha destacado Mc 8, 4 la incredulidad de los discípulos: no entendieron la enseñanza y signo de Mc 6, 30-44. Siguen sin entender. Los primeros discípulos sintieron la dificultad de ofrecer comunión (palabra y pan compartido) a miles y millones de hambrientos. Ahora no aducen falta de dinero (Cf. Mc 6, 37), sino escasez de comida (cf. Núm 11, 12-15: ¿Quién saciará a todos estos...?
  2. Abundancia. Frente al realismo miedoso de los discípulos, Jesús destaca la abundancia que se genera y pone en marcha allí donde los dones de la vida se regalan. No quiere dar una lección a los de fuera (¡que aprendan, que cambien...!), sino animar a sus discípulos, para que ellos empiecen dando lo que es suyo. No pregunta ¿cuántos panes tienen? sino ¿cuántos tenéis? (8, 5). Esta es la lección más difícil de vida cristiana, la verdadera transubstanciación: Que la Iglesia regale sus panes, que comparta con todos su comida. En este contexto, allí donde sus discípulos no sólo dan lo propio (panes y peces), sino que se vuelven servidores del banquete que ellos mismos ofrecen, se inicia y culmina la iglesia como expresión de gratuidad (eucaristía).
  3. Miedo. En el fondo de esta multiplicación resuena la historia de Moisés en el Éxodo, cuando dice a Dios: “Este pueblo cuenta 600.000 varones ¿y dices que les darás carne para un mes entero? Aunque se mataran para ellos rebaños de ovejas y bueyes, ¿bastaría acaso? Aunque se juntaran los peces del mar ¿habría suficientes?" (Moisés en Num 11, 21-22; cf. Mc 8, 4). También los discípulos de Jesús: piensan que no habrá suficiente. En contra de eso, él promete abundancia generosa, asumiendo el gesto de Dios que alimenta a todos en el desierto (cf. Ex 16, Num 11).

           Hoy vivimos en una cultura de abundancia miedosa. Cuanto más tenemos más tememos perderlo (que no sea suficiente). Sobra pan, derrochamos comida. Pero no sabemos o queremos compartir. Nuestro problema no es la escasez de bienes, sino la falta de voluntad para compartirlos, en plano integral. Por eso es importante la indicación del fin del texto: sobraron siete cestos... (Mc 8, 8). En la multiplicación anterior sobraban doce (6, 43), uno por cada discípulo de Jesús o por cada tribu de Israel. Ahora sobren siete, evocando el conjunto de la humanidad, los siete días de la creación (Gen 1).  

Éste pasaje nos permite comprender el sentido de las comidas de Jesús. Es fácil organizar comidas ajenas, diciendo a los demás que sean generosos. Más difícil resulta ofrecer en el banquete aquello que somos y tenemos (panes y peces), volviéndonos así servidores de los otros. En el entorno cultural pagano, quien daba de comer se hacía honrar como patrono. Por el contrario, en línea de Iglesia, aquellos que alimentan a los otros se vuelven servidores.

Marcos ha situado esta segunda multiplicación de Jesús en tierra pagana (cf. Decápolis: Mc 7,31), pues él (su Iglesia) debe saciar (khortasai) no sólo a los hijos israelitas (cf. Mc 6,42; 7,27), sino a todos los que vienen (cf. Mc 8,8), por medio de la iglesia. Ésta es la verdadera liturgia, el rito fundante de la iglesia, como muestran las dos palabras fundamentales de la “celebración” cristiana de la vida, que son eucaristía (acción de gracias) y eulogía (bendición).

La vida entera aparece así como una acción de gracias (eucaristía), que se expresa en la generosidad de los bienes compartidos y en la gracia de la comunión: Comer juntos, dialogando en amor (aprendiendo y compartiendo). La vida entera es, al mismo, una bendición, un don, un regalo ofrecido y compartido. La bendición significa abundancia, generosidad. En esa línea, la Iglesia de Jesús ha de entenderse como institución de generosidad sacral y social.

Ciertamente, la Iglesia celebra una eucaristía más sacral, que se reserva en principio a los creyentes, que recuerdan la muerte de Jesús, como pan compartido, en la liturgia de la Cena (de la misa). Pero en un sentido extenso (recordando y compartiendo el camino de Jesús) todas las comidas son eucaristía, acción de gracias y bendición, en gesto abierto a todos los hombres y mujeres.

En esa línea, debemos recordar que este relato de la segunda multiplicación (Mc 8, 1‒10), lo mismo que el anterior (Mc 6, 30-46), acaba con una despedida. Jesús no reúne y alimenta a la muchedumbre para servirse luego de ella y construir un reino estable, con un templo, una administración y un ejército, como quieren hacer, según Jn 6, 14-15, aquellos que han compartido su comida de un modo egoísta. Al contrario, a los que han comido con él, Jesús les envía nuevamente al mundo (a los lugares de origen), como fermento de evangelio, es decir, de buena nueva de humanidad reunida en torno al pan y los peces (el pan y el vino) de la eucaristía.

Los cristianos no deben formar comunidades cerradas, en torno a unas comidas ritualizadas en sentido celota (como reino nacional) o esenio (como los separados de Qumrán). Al conario, ellos se reúnen, en nombre del Jesús pascual, a campo abierto, en gran número, compartiendo panes y peces, para iniciar un proyecto y camino de comunión de mesa.

No forman sólo pequeñas comunidades establecidas en las casas (cf. Mc 2, 1-12; 2, 13-18; 3, 20-35; 4,10-12), sino grups de cuatro mil o cinco mil adultos, seguidores de Jesús. No necesitan edificios propios, no crean grupos de vida que se clausura en sí misma, sino que siguen habitando en sus aldeas y/o pueblos, pero se reúnen a veces por un tiempo (tres días...), para compartir la palabra y comer juntos, volviendo después a sus casas.

Me parece aventurado precisar con más detalle cómo fueron aquellas asambleas de multiplicación, animadas por los enviados de Jesús, aunque ella formaban, posiblemente, el aspecto más visible de las iglesias galileas, que vinculan experiencia pascual y eucarística. Es muy posible que en ellas la presencia y acción de Jesús esté representada por los panes y los peces de las comidas celebradas en su nombre.  Ciertamente, la eucaristía oficial (sacral) de la iglesia será la de la Cena del Señor. Pero como saben los evangelios, incluso Juan, sin aquella primera de los Panes y Peces (de vida concreta, de encuentro con todos los humanos), la Eucaristía de la última cena perdería su sentido.  

Jesús, único pan: dar de comer a los hambrientos.

A modo de comunión he querido vincular dos temas que reinterpretan de un modo unitario, desde perspectivas distintas, este motivo de las codas de Jesús. El primero es el tema de Jesús, pan en la barca de la Iglesia. El segundo es el de “dar de comer” a Jesús. Empiezo con el primero:   

   Habían olvidado los panes, y sólo tenían un pan en la barca. Y se puso a advertirles: Mirad, cuidaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes. Ellos comentaban entre sí ¡Si no tenemos panes!  Jesús lo advirtió y les dijo: ¿Por qué comentáis: no tenemos panes? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis embotada vuestra mente?   Tenéis ojos y no veis; oídos y no oís ¿Ya no recordáis?  ¿Cuántos canastos de trozos recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil?  Le contestaron: Doce.  Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil cuántos cestos llenos recogisteis?  Le respondieron: Siete. Y les dijo ¿Y aún no entendéis? (Mc 8, 14-21)

  Los discípulos navegan en la barca de la iglesia, dispuestos a llegar a todo el mundo: llevan consigo un pan, no han de echar en falta nada más; conocen el sentido de la eucaristía, no necesitan teorías ni proyectos pastorales. Por eso, Jesús les advierte que tengan cuidado: que no dejen que la mala levadura destruya su pan, transforme su evangelio. Hay dos levaduras peligrosas, dos maneras de destruir el pan de la Iglesia. (a)  La levadura de Herodes se expresa en su banquete de mentira y muerte, con el asesinato del Bautista (cf. Mc 6, 14-29). (b)  La levadura de los fariseos, queaparece vinculada a la comida exclusivista de los separados (cf. Mc 7, 1-23). Ella destruye el pan mesiánico de Jesús, que los discípulos llevan en la barca de su iglesia a todas las naciones.

            Según eso, la identidad de la Iglesia está vinculada al pan que se comparte y multiplica. Éste es el tema que ella debe mantener con fidelidad: ¿No recordáis? Cuando partí los cinco panes... ¿No entendéis? (Mc 8, 21). Éste es el “memorial” de Jesús, el pan compartido, multiplicado, abierto con don de vida a todos los pueblos.  Según eso, la identidad del movimiento de Jesús es la comida compartido y multiplicado. Un solo pan en una barca frágil define a los cristianos. No les diferencia un tipo de ortodoxia religiosa o de afiliación política, sino el pan misionero que debe mantenerse resguardado de la levadura (herejía destructora) de Herodes y los fariseos. Familia embarcada en el mar universal, con un solo pan que se comparte y multiplica, eso son los seguidores de Jesús, en la travesía de la historia.  Pues bien, en otra perspectiva, ese mismo pan de Jesús, que la Iglesia lleva en su barca como señal de vida universal se identifica con el pan que los “verdaderos” creyentes dan como comida a los hambrientos: 

  Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria… y dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.  Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber?   ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a ti? Respondiendo el Rey, les dirá: En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis (cf. Mt 25, 31‒46).

  El pan de la barca de Jesús (el pan de sus comidas y su vida) se identifica según esto con el pan que ha de darse y compartirse con sus “hermanos más pequeños”, los hambrientos de la tierra. Cuando él dice “tuve hambre”, incluyendo en su vida la vida de todos los que padecen necesidad en la tierra, está interpretando y actualizando la experiencia (sentido y tarea) de sus comidas en la tierra.

Es un pasaje radicalmente judío, expresado desde el trasfondo de la alianza de Israel y de sus bienaventuranzas, siendo, al mismo tiempo, estrictamente cristiano y universal, desde la experiencia más concreta de Jesús, a quien este pasaje interpreta como pobre universal (hambriento, sediento…) y como bendición también universal todos los hombres y los pueblos de la tierra:  

          En un sentido, conforme a este pasaje, Jesús sigue estando está al servicio de los hombres; pero en otro sentido él depende de la ayuda de los hombres y mujeres que tienen que “alimentarle” (acogerle, vestirle, cuidarle, visitarle, liberarle…). Este pasaje final de la historia no dice todo lo que se puede decir de Dios y de los hombres, pero recoge lo más importante, de tal modo que puede interpretarse como el homenaje mayor que el evangelio ha rendido a la memoria de Jesús, que no se ha limitado a comer a comer con los hombres, sino que pide a los hombres que le den de comer y beber, pues su comida es la comida de todos los hambrientos del mundo, en quienes se sigue encarnando y sigue desplegando su camino de redención y plenitud de Dios sobre la tierra.

PequeñaBibliografía

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Crossan, J. D. (1994), Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994   

Dunn, J. D. G.,El Cristianismo en sus comienzos I.Jesús recordado, Verbo Divino 2009; II. Comenzando por Jerusalén, Verbo Divino, Estella 2012. , Estella, 1999.

Meier, J. P. (1998‒2017), Jesús, un judío marginal, I‒V, Verbo Divino, Estella 1998‒2017

Pikaza, X., Comentarios a Marcos, Verbo Divino,Estella 2012; Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013; Gran Diccionario de la Biblia, Verbo divino, Estella 2015; Comentario a Mateo, Verbo Divino, Estella 2018; Dios o el Dinero, Sal Terrae 2019

Schillebeeckx, E., Jesús. La historia de un viviente, Cristiandad, Madrid, 1981; El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983; Los hombres, relato de Dios, Sígueme, Salamanca 1994, 285-340

Schüssler F., E., En memoria de Ella, DDB, Bilbao 1989;

Theissen, G., Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Sígueme, Sala

[1] He preferido prescindir de notas eruditas, aunque añado al final una bibliografía sucinta, donde he incluido algunos libros míos en los que he desarrollado más extensamente el tema.

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