Descubre tu Presencia: Dios, Adviento de amor (Juan de la Cruz)

Dediqué en otro tiempo (año 2006) una semana entera a Juan de la Cruz en la preparación de la Navidad.
Este año quiero dedicarle sólo un día, pero un día importante, porque el Adviento, siendo amor de madre (María) con justicia profética (Juan Bautista), es amor enamorado, a la espera del Dios que viene por amor. Para decirlo con palabra más filosófica: El Adviento es Teodicea ( justificación y presencia) de Dios como amor.
El amor materno y justo de María es imprescindible, necesario es el amor justo y liberador de Juan Bautista, pero en fono de los dos ha de hallarse el amor enamorado, del que nos habla Juan de la Cruz, amor de gracia que llama y recibe al amado, la emoción suprema de la vida. Al fin, quien ama sabe (y sabe que hay Dios, y que Dios viene en adviento constante), quien no quiere amar no sabe nada (aunque Dios le amará, a pesar de todo, porque es Dios).
Así lo quiero indicar este día de Adviento con Juan de la Cruz. Un saludo gozoso a todos.
1. AMOR HERIDO. COMO CIERVO HUISTE
El amor es la sub-stancia (hypo-stasis) de todo lo que existe. El amor es presencia esperada y elusiva, como sabe el cantor bíblico:
Como busca la cierva corrientes de agua así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten ¿dónde está tu Dios? (Salmo 42, 2–4)
Busca agua la cierva, en clave de necesidad biológica, mientras el orante busca a Dios, tiene otra sed y quiere descubrir el rostro de Dios, recorriendo para ello un camino de experiencia anhelante, sufrida, iluminada. No está solo, tiene compañeros que caminan también en amor, mientras otros le molestan, preguntando ¿dónde está tu Dios? para decirle así que esta des-amparado, que su llanto carece de respuesta. Con esta imagen del ciervo que busca agua de amor iniciamos nuestro itinerario de las pruebas de Dios.
La imagen del ciervo, que el Salmo evocaba como signo del “alma” (persona) que tiene sed de Dios y busca el agua, ha recibido en la tradición amorosa un sentido muy hondo, convirtiéndose en figura del mismo Dios que ha “herido” al hombre, es decir, le ha dado sed, haciendo así que inicie un movimiento de amor, que define la experiencia religiosa como revelación y presencia de Dios. Así lo formula Juan de la Cruz, al principio del Cántico Espiritual (encuentro del hombre con Dios), como música de fondo y melodía Adviento, esperanza de Dios:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
Este principio supone que ha existido un chispazo o vislumbre anterior, un pre-sentimiento, como si Alguien le hubiera despertado a la vida por (para el) amor. Por eso, el amante (ser humano) no empieza buscando en la nada, sino respondiendo a la rápida señal (un chispazo) de aquel que le llama a la vida al herirle. El chispazo han sido unos ojos en el bosque.
Conforme al signo que he venido evocando, vivíamos en un paraíso de plantas y animales, pero estábamos solos, sin reconocernos ni saber lo que implicaba nuestra vida (cf. Gen 2, 18-20). Sólo cuando pasa raudo Amado (ella o él) y nos hiere con sus ojos despertamos, como sabe el mismo texto (Adán) diciendo: “Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gen 2, 23-24). Éste es el a priori real de nuestra vida: Despertarnos descubriendo al otro, que en sentido radical es Dios, el Otro.
Todos somos ese amante (varón o mujer) en busca del Amado, en un itinerario en el que se desvelan los principios de nuestra condición humana, que no es vida de pecado o maldición, sino búsqueda de amor. Somos ante todo un ser capaz de enamorarse, al descubrirse herido de amor por alguien que parece haber marchado (¿adónde te escondiste, Amado?), sabiendo que sólo el amado puede responderle dándole su verdadera identidad. En este principio no está la madre, ni siquiera el padre/ley sino sólo el amado. Todos somos Adviento de Amado.
1. ¿A dónde te escondiste, Amado?
Está oculto y por eso le buscamos . Este ocultamiento es una experiencia fundacional (histórica), que define la vida de amor de los hombres, como supone el Cantar de los Cantares (cf. Ct 3, 3; 5, 6; 6, 1). Más que olvido filosófico, es un escondimiento personal para el encuentro.
Toda vida humana implica una ruptura (dejar lo antiguo: madre, padres) y una búsqueda (tender hacia lo nuevo que empieza estando escondido), pues sólo podemos alcanzar nuestra Verdad en la medida en que ella se despliega y revela cuando la buscamos (y viceversa: sólo podemos buscarla en la medida en que ella se revela). Esta herida y búsqueda no es pecado, ni desgracia, sino un signo del Amado, un momento del itinerario, porque el Ser de amor sólo se expresa y despliega al ser buscado .
2. Y me dejaste con gemido.
Esta experiencia de llanto no es de tipo racional, no se funda en consideraciones abstractas de la vida, sino que pertenece a nuestra debilidad concreta, como privación que expresa la ausencia del Amado a quien buscamos (cf. Mc 2, 19-20).
Con gemido nace el niño, con gemido muere el hombre, como destacaba Buda, descubriendo en el fondo del llanto primero una llamada dirigida hacia la Vida: El hombre suele llorar (es dolor) por nacimiento y muerte, por posesión y carencia de cosas (porque duele tanto el tenerlas como el perderlas). En contra de eso, nuestra amante llora por ausencia y búsqueda de Amado, de manera que su dolor es positivo, pues le pone en marcha y le permite buscar y encontrarse a sí misma (encontrando al Otro). Éste no es dolor de nacimiento, ni soledad de niño huérfano, ni angustia de muerte, sino llanto de amante que llama a su Amado.
3. Como el ciervo huiste.
El Amado no es cordero manso, quieto en el redil, sumiso, sino ciervo misterioso, fugitivo, en la naturaleza libre, apareciendo y despareciendo raudo para que salgamos a buscarle. De esa forma se vinculan la huida y ocultamiento del primer verso con el abandono (me dejaste, huiste) del segundo y del tercero.
El Amado desaparece, como si estuviera ocupado en cosas y tareas que ignoramos. Es como ciervo imprevisible y rápido, sobre un bosque imprevisible, con sus oscuridades y misterios. Lo cierto es que la amante sabe que el Amado se le ha ido, que la dicha se le escapa, y se descubre así, solo y perdido, en el bosque de la vida, inmerso en un dolor que le precede (ha sido abandonado) y que le impulsa (tiene que llamar, busca al Amado) .
4. Habiéndome herido.
La misma ausencia del Amado fugitivo, a quien la amante ha visto en el bosque, hiere su entraña. Nietzsche tomaba al hombre como un animal enfermo, que ha perdido la inmediatez instintiva que le permitía situarse ante la naturaleza de la que forma parte. La tradición católica suele afirmar que ha quedado herido o dañado a causa de un pecado original, que le privó de su conocimiento superior y de su perfección originaria.
El mito platónico entendía esa herida como desgarramiento y caída, pérdida de cielo, y como división humana, pues éramos redondos y nos han partido en dos, y de esa forma cada uno busca por amor la otra mitad perdida (temas de Platón, Banquete). Pues bien, SJC ha interpretado esa herida de una forma básicamente positiva, como derivada de un principio de amor, que nos impulsa hacia el amor completo. No es herida de carencia (como Nietzsche suponía), sino de exigencia creadora, que nos permite definir al hombre como animal enamorable .
5. Salí tras ti clamando, y eras ido.
El amante no quiere volver a la patria perdida o la madre (como en el platonismo), pues busca la patria nueva del Ciervo de Amor, que ha cruzado por el bosque misterioso de su vida y le ha llamado a la vida del amor personal con su mirada, encendiendo el ansia de encontrarle, para ausentarse luego, a fin de que ella pueda así correr, vivir, buscarle. Antes se hallaba dormida en el barro de la tierra, en la gran naturaleza (cf. Gen 2). Pero la mirada del Amor le ha despertado y respondiendo a su llamada sale y camina por el bosque de la vida, sin más seguridad que la promesa de los ojos del Amado .
2. INQUIETUD DE AMOR: DESCUBRE TU PRESENCIA.
Esta salida y búsqueda traza el argumento de la vida humana, como prueba de amor, según Juan de la Cruz. No es marcha de curiosidad, ni ruptura social y militar (como la Hégira de Mahoma), sino un salir tras ti, un correr, seguir y llamar al Amado, en radical extrañamiento y búsqueda amorosa, para perderse a sí mismo y encontrar su identidad (encontrarse en un plano más alto) en el amado.
Éste es un correr activo, abandonando las seguridades anteriores y siguiendo a gritos los vestigios del Amado (“tras ti clamando...”). Ésta es la primera palabra de la amante, es la voz del Adviento: llama (=clama), buscando al Amado, por el bosque de la naturaleza y de la historia humana, llamar a Dios. El Amado Ciervo ha dejado una huella, unos trazos que pueden seguirse; no le vemos, pero sabemos que nos puede escuchar y por eso le llamamos . En ese fondo se entiende la gran petición:
Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura
1. Descubre tu presencia.
Éste es el grito de adviento. El amante no busca la esencia general, sino la presencia muy concreta de Dios, amor en compañía; no busca esencias escondidas (como el platonismo), ni espera la llegada de los tiempos finales (como cierto judaísmo), sino la presencia dialogante del Amado. Sin duda, esa presencia ha de ser desvelamiento de lo oculto y cumplimiento de lo que se espera, pero sobre todo es comunión personal, esencia compartida.
“Descubre tu presencia” significa en el fondo: “¡Muéstrate persona y haz que yo lo sea, para que así compartamos nuestra esencia! ¡Dame tu ser y seamos uno en otro!”. Sólo puede hablar de esta manera alguien que inhabita o tiene su mismo ser en otro, compartiendo con él su propia esencia, allí donde ser y amar se identifican. En este contexto se sitúa el tema de Dios.
2. Y máteme tu vista y hermosura.
El Dios-Amor viene a desvelarse como “pavoroso-fascinante”, en la línea ya evocada al principio de nuestro trabajo. Por su parte, la Biblia vinculaba visión de Dios y muerte, de manera que los destinatarios de las grandes teofanías dicen: ¡Ay de mí: voy a morir, porque he visto a Dios! (cf. Is 6, 5). Los videntes morían de terror ante el misterio (ven aquello que no se puede ver...), pero también de gozo y plenitud: Han contemplado al fin la luz más honda en la que viven al mirarse unos a otros, en diálogo de amor y visión definitiva .
Amar significa ser capaz de vivir (y morir) dando vida, para ser así en el otro (o en los otros). Quien quiera ganar su vida la perderá: quien quiera asegurarse en "sí mismo" morirá por siempre, pues ese “sí mismo” termina.
3. Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura.
Esta muerte es expresión suprema de salud, de forma que “máteme tu vista y hermosura” significa “sáneme tu vista y hermosura”, porque la muerte de amor es presencia, encuentro personal y vida compartida. En ese límite de amor, matar es curar, morir es sanar, pues se nace a una Vida donde se recrea la anterior (que de lo contrario nos acabaría errando en su tumba sin remedio). Así lo destacan las formulaciones más hondas y renovadoras de San Juan de la Cruz:
«La enfermedad de amor no tiene otra cura sino la presencia y figura del Amado… La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; más cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva… pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida» (Comentario al Cántico B 11, 11).
Juan de la Cruz nos sitúa así ante la medicina de la vida, una terapia de hermosura, que es signo de Dios y principio de vida, prueba radical de amor.
Ésta es la terapia y medicina del Adviento.
Sólo a través de un recorrido de amor, abierto al infinito podemos afirmar que existe Dios, y que es fuente y sentido (salud) radical para los hombres. Las demostraciones cósmicas no logran alcanzarlo; tampoco podemos postular su existencia partiendo del análisis de la voluntad y de su posible imperativo.
Sólo allí donde descubrimos y valoramos el amor, en la raíz de todo lo que existe, podemos afirmar que hay Dios, en gesto de salud, es decir, de plenitud humana:
«El amor nunca llega a estar perfecto hasta que emparejan tan en uno los amantes, que se transfiguran el uno en el otro, y entonces está el amor todo sano» (Comentario al Cántico B 11, 12).
Dios aparece así como principio y sentido de la experiencia de amor. Dios será Navidad, amor cumplido.
3. ADVIENTO, PASO DE AMOR POR LAS COSAS.
La Esencia de Dios consiste en estar (ser) en todas las esencias, fundándolas en amor, no por obligación (sin apoderarse de ellas, de forma gratuita). Sólo siendo en sí, Trascendente), sin ser parte de nada, Dios puede hacerse del todo Presente, en comunicación gratuita. No regala su vida por necesidad u obligación, sino por gracia, generosamente, de forma que es gracia suya todo lo que existe, como sabe y canta Juan de la Cruz (Cántico B, 5):
Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura
1. Mil gracias derramando.
El “paso” de Adviento del Dios-Amado es Gracia que gratuitamente crea. La tradición neoplatónica sabía que el Bien supremo es «don que se difunde» (diffusivum sui). Ser es darse en amor, y Dios, el Ser supremo, es auto-donación, de manera que su paso por las cosas es despliegue de ser en hermosura. En el fondo de este signo del paso del amado, parecen influir las imágenes del sol-fuego que expande sus rayos y de la fuente que mana y derrama su agua por los campos.
Esta imagen nos abre a la experiencia del Amado a quien sus amantes comparan con un foco o manadero múltiple de gracia. Sin esta visión original de gracia (ser es darse en amor) el mundo pierde su sentido. En esa línea debemos añadir que la misma creación es de hecho gracia (no simple expresión de una naturaleza divina independiente de su amor gratuito).
2. Pasó por estos sotos con presura.
El Amado va pasando es efusión de gracia, adviento de amor, porque ser es crear en amor. Así suscita todo, pero no se impone sobre nada, ni esclaviza a las cosas que crea: El amado es (existe), haciendo que las cosas sean por generosidad. Lo enriquece todo, pero nada se reserva para sí (sino sólo el crear en gratuidad); todo lo puede, de nada se apodera. Por eso, pasando raudo (¡no por necesidad!), va abriendo sendas, en itinerario creador.
«Pasar por los sotos es criar los elementos… Y dice que pasó, porque las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría…» (Coment 5, 3).
Todo es pascua, paso y presencia, del Amado, ligero como ciervo que mira y que “hiere” en amor a los hombres que descubren su presencia.
3. Y yéndolos mirando.
En su verdad más honda (más allá de la ciencia cartesiana), la Realidad no es un objeto exterior, una cosa que pueda contarse, pesarse y medirse, sino sólo (¡afortunadamente!) fuente y melodía de miradas, adviento y acontecimiento de amor: ojos que contemplan (nos alumbran) para que existamos, pidiendo a la vez que respondamos mirando y encontremos al hacerlo nuestra realidad más honda.
La presencia de Dios es mirada, unos ojos que alumbran y llaman, sin convertirse jamás en un objeto (una cosa separada, ser-ahí, independiente del mirarse).
«Miró Dios todas las cosas que había hecho, y eran mucho buenas (Gen 1, 31). Y el mirarlas mucho buenas era hacerlas mucho buenas…» (Coment 5, 4).
4. Con sola su figura.
Los científicos del siglo XVII y XVIII imaginaron a un Dios matemático, que todo lo había trazado con números, signos y leyes de geometría (o álgebra). Adviento sería tiempo de ciencia. San Juan de la Cruz concibe a Dios como amor que crea todo lo que existe amando (simplemente siendo).
En un plano, los científicos calculan y definen las realidades del mundo se como ondulaciones y (de) partículas. Pero el amante sabe que todo lo que existe es vida que surge y se expresa en la mirada, destello y presencia de luz, que se expresa en el Hijo de Dios. El tiempo es Adviento de amor:
“Con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural...” (Coment 5, 4). Con sólo su presencia (cf. CB 11) crean los amantes mirándose entre sí y regalando y compartiendo vida.
5. Vestidos los dejó de su hermosura.
Hay un atuendo exterior, que se quita y pone, según conveniencias, marcando así las variaciones de la vida. Pero hay otro más hondo, que los escolásticos llamaban “hábito”, que se identifica con la misma realidad, hecha expresión y mirada. Así lo ratifican los seres del mundo, diciendo que Dios les ha dado (ha hilado o tejido para ellos) un “vestido de hermosura”. La mayor parte de nosotros vamos por el mundo ciegos, no logramos captar la presencia y belleza de amor del universo. Pero las criaturas lo saben: reconocen que han sido vestidas de un hábito bello, de gracia y de gozo, y así responden al amante, invitándole a mirarlas .
Camino de Dios por las cosas, presencia de amor y belleza, esto es la vida. Dios no estaba obligado a pasar de esta manera por las cosas, encendiendo así la vida, nuestra vida, en herida de amor (como el ciervo del salmo, citado al principio de este tema). No estaba obligado, pero su paso es bello, su presencia abundante: ojos que alumbran, llamada de amor. La "esencia infinita" de Dios, más allá de todo lo que sabemos e ignoramos, se vuelve llamada de gracia, impulso de amor. Sólo porque sigue siendo In-finito, Existencia en sí, Dios puede abrirse, en Presencia creadora, haciendo que nosotros, los hombres, hayamos nacido a la vida y seamos, por impulso (vocación) de amor.
Dios nos hace ser de esa manera, encendiendo una chispa de luz en nuestra vida, para que podamos vislumbrarle, al llamarnos a la vida que es itinerario de adviento de Diosde Dios.
De esa forma existe, haciéndose presente, es decir, llamándonos a su presencia. No dice cosas, no cuenta historias, se dice a sí mismo, despliega su identidad divina, en gesto de revelación, quedando de esa forma en nuestras manos (ante nuestros ojos y nuestro corazón), en un mundo que aparece como bosque en el que corre el ciervo enamorado.
El mundo entero (gran bosque) aparece así como lugar por el que pasa Dios, pero sólo el hombre lo sabe (o puede saberlo) pues Dios se le revela de un modo personal, compartiendo con él un mismo camino de amor. Por eso decimos que él es voluntad y poder de manifestación: No se oculta primero y luego viene a desvelarse de manera caprichosa, no se manifiesta por casualidad, sino abriendo caminos de presencia y fidelidad, es decir, de verdad humana .
El hecho de que los hombres hayan iniciado (y sigan recorriendo) la vía de adviento del amor por el bosque enigmático de la vida, esa es la primera prueba de Dios.
La Biblia cristiana ha vinculado el amor de los hombres con el amor de Dios (Mc 12, 28-34), mostrando así que la prueba de Dios es que los hombres se amen.
Que un ser humano ayude a otro ser humano y que se vincule con él en fidelidad de gracia, en contra de todas mentiras y dificultades de la vida, esa ha sido y sigue es la primera de las pruebas de la existencia de Dios, es la prueba del Adviento de amor.