Ecología, espiritualizad y Biblia Ecología en Salamanca. Diálogo entre ciencia, humanismo y religión

Auspiciado por la Diócesis de Salamanca, el Movimiento Católico Mundial por el Clima (=Tiempo de la Creación) y la ONG Carmelita, se celebra este viernes 11.09 un acto religioso-cultural sobre Ecología, Espiritualidad y Biblia, titulado "De la Pandemia al Cambio Climático". Dadas las limitaciones del aforo será trasmitido on line por el Canal de YouTube de la Diócesis de Salamanca ( https://www.youtube.com/channel/UCRlz4tvNYe291yIl7DXqZ5g).

Interviene como científico Eduardo Agosta (O.Carm), Dr. en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos (Univ. de Buenos Aires), profesor de la Univ. de la Plata, colaborador del Movimiento Católico Mundial por el Clima, investigación en la Univ. de Salamanca. Interviene como teólogo un servidor, interesado desde hace 40 años por el tema.Hoy presento ofrezco un general, el viernes publicaré un esquema de mi ponencia

 El evento se realiza en la Catedral Vieja, sede original de la Universidad de Salamanca, el lugar más emblemático de la cultura hispana, de ella surgieron las primeras universidades de América. 

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1. ECOLOGÍA, CUATRO DIMENSIONES: CIENCIA, ECONOMÍA, POLÍTICA Y RELIGIÓN

1. Un tema de ciencia

o, mejor, de visión amplia y compleja de la realidad en la que influyen elementos científicos, sociales e incluso religiosos. Antes se estudiaban los vivientes de una forma separada. Ahora se ha visto la importancia del conjunto: todos los sistemas están entrelazados, constituyen un ecosistema superior o red de relaciones que se han ido tejiendo y expresando a lo largo del proceso genético de la tierra (dentro del sistema solar, dentro del cosmos).

La vida es limitada y sólo puede sostenerse si se asumen, respetan y potencias sus diversos equilibrios. Situada en ese plano, la ecología como ciencia nos enseña a ser humildes: no podemos hacer y deshacer a nuestro antojo las relaciones de la vida; no podemos cambiar y destrozar a nuestro antojo los tejidos y tramas del conjunto del mundo. Sencilla y progresivamente, cada vez con más hondura, la ciencia ecológica investiga y desvela las leyes del gran sistema de la vida. Por eso, en un sentido, es necesario que la ciencia siga progresando y ofreciendo directrices en el plano del despliegue, conservación y mejora de la vida.

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2. Tema de economía,

vinculado a la producción, distribución (mercado) y posible degradación de la energía, entendida como capital básico de la humanidad Es preciso que los hombres, en el amplio campo de la ética (que abarca aspectos políticos y económicos, sociales y personales), asuman una actitud positiva de respeto por la vida. 

  1. Capital ecológico. La identificación de lo que llamamos “capital” capital ha ido cambiando a lo largo de los siglos, según las circunstancias: (1) El capital han sido otros hombres, mujeres, esclavos, un pueblo grande. (2) El capital ha sido la tierra, para caza, cultivo, ganadería. (3) En un momento dado el capital han sido los metales y objetos preciosos. (4) Después la industria productora no sólo de bienes de consumo, sino de transformación, de comunicación etc., simbolizados por la fábrica. (5) Finalmente, de un modo general el capital ha terminado identificándose con el dinero, en sus diversas formas, como equivalente universal de todos los bienes… En esa línea, en este momento, podemos hablar de un capital “ecológico”, vinculado a las fuentes y medios de energía.
  2. Mercado ecológico. Hay un problema dedistribución o mercado de energía. En otro tiempo se habló de superar un tipo de propiedad privada. En línea ecológica hay plantear el problema de la apropiación y utilización desigual de la energía de la tierra y vida del planeta que es un bien común, no es propio de algunos, que forman una pequeña elite capitalista. Por eso, éticamente, la nueva revolución económico-social de la humanidad resulta inseparable de un planteamiento ecológico de comunicación y participación en los valores de la vida. En esa línea podemos hablar de un mercado mundial de la energía (vinculado al orden militar y económico).
  3. Inversión ecológica. Hay un problema de orientación de la energía. Hasta ahora estábamos en manos de la sabiduría de la naturaleza, que nos parecía infinita y tendíamos a intervenir en ella de una forma depredadora, como “ladrones” de los bienes del mundo. Ha llegado el momento en que el conjunto de los hombres deben invertir ese proceso y descubrir que su vida (la de la humanidad y la de la misma tierra), depende de la forma en que ellos se sitúen ante el "jardín de la vida" o paraíso, no para utilizar a capricho sus bienes hasta agotarlos, sino para cuidarlos, en comunicación con la misma naturaleza.
  4. Degradación ecológica. Hay un riesgo de degradación y limitación ecológica: el consumo egoísta de las energías del presente nos lleva al riesgo de romper los desarrollos y posibilidades de futuro. Con nuestro gasto y nuestro modo de abusar del mundo podemos imponer la ruina sobre aquellos que vengan tras nosotros, destruyendo, al mismo tiempo, las posibilidades de la tierra. Desde esta perspectiva cobran su hiriente actualidad algunos de los temas usuales de la propaganda ecologista: contaminación de la atmósfera, degradación de los mares, polución de las aguas. La humanidad despreocupada y codiciosa, dirigida por un capitalismo y consumismo salvaje, puede convertirse en crimen irreversible contra la vida del planeta.

PIKAZA, Xabier, Margaleff. - Iberlibro

3. Un tema de política.

Entendida en el plano anterior, la ecología nos sitúa en el centro del poder y “servicio” político. Para que la vida no se acabe destruyendo en manos de unos prepotentes, tiene que cambiar de un modo radical la política del conjunto de la humanidad Podemos estar en contra de una dictadura del Estado o los estados más poderosos que planean y dominan de forma egoísta sobre los valores de la vida. Pero podemos estar igualmente en contra de una política de capitalismo burgués que pone los bienes de la tierra al servicio de unos privilegiados.

 No basta el empeño de unos pequeños partidos o grupos verdes. Ha llegado el momento de que todos deben asumir de una forma universal los valores de la vida, por encima de las opciones ideológicas, de las formas distintas de organización cultural o religión. No se trata de un problema de ideales estéticos, de gustos o emociones, sino de simple y radical supervivencia. 

  1. Éste es un tema de moral o, mejor dicho, de conciencia político‒social, que exige un tipo de “conversión” ecológica, que se sitúa en el campo de los principios morales de la humanidad. Es claramente un tema de “conversión” o transformación moral, como está poniendo de relieve el Papa Francisco.
  2. Éste es un tema de acción económica. La ecología acaba estado en manos de los intereses de los estados poderosos y de las multinacionales que de algún modo dirigen la economía mundial. Hoy por hoy, el capital económico domina sobre el capital ecológico, de forma que los países pequeños o los grupos pobres están en manos del gran capital.

 No tenemos más remedio que superar los esquemas de dominación de unos grupos sobre otros, la ambición capitalista, el imperialismo de un tipo de estados que se creen superiores. Como he dicho ya, o renunciamos todos al estilo de dominio, al ansia de poder y de consumo... o la llama de la vida que un día recibimos de la evolución cósmica (de Dios) terminará por apagarse en nuestras manos.

4. Un tema religioso,

vinculado al despliegue y cultivo de los grandes valores que conforman la vida del hombre sobre el mundo. Pertenece al plano religioso el descubrimiento de la gratuidad, la aceptación de la vida como don, la oferta de uno mismo..., el gozo de la comunicación gratuita entre los hombres y mujeres de los diversos grupos, dentro del proceso de la vida. Dentro de occidente, y en el mundo entero, hemos corrido el riesgo de quedar en manos de una religión gnóstica, alejada de la tierra, de la vida concreta, ocupada sólo de una salvación intimista o sacramental (simbólica) de algunos individuos o grupos, dejando los bienes sociales, económicos y ecológicos en manos de las leyes de oferte y demanda y del dominio capitalista del mundo.

Esa religión dividía la vida en dos mitades: el cuerpo (el mundo) era para el césar, es decir, para la política y la ciencia, en línea de poder y lucha mutua.  Sólo el alma o espíritu interior era para Dios. Podía tratarse de una forma de rechazo del paganismo anterior, de tipo cósmico, que identificaba a Dios con el mundo sagrado. Ciertamente, nosotros (cristianos y budistas, musulmanes e hindúes) hemos superado en general ese paganismo y ya no podemos volver, sin más, a la veneración de la naturaleza. Pero tampoco podemos refugiarnos en una religión intimista (puramente religiosa), dejando el mundo y la economía en manos del egoísmo del sistema.

No podemos separar a Dios del mundo, dejando el mundo en manos de las fuerzas del mercado económico del capitalismo, sino que el cuidado por el mundo pertenece a nuestro compromiso a favor de la vida y de la fraternidad entre los hombres, en la línea de la encarnación. Entendida así, la ecología tiene un fondo y sentido religioso.

  Ciertamente, si hay Dios, Dios es misterioso y se sitúa en un nivel de trascendencia, separado incluso de nosotros los hombres, no por desinterés, sino por libertad. En esa línea, con la palabra audaz de un audaz teólogo católico, miembro de la Comisión Teológica Internacional, A. Gesché (1928-2003), podemos afirmar que el futuro de la vida no lo sabe ni el mismo Dios (en sentido de imposición externa), pues él la ha confiado a la libertad de los hombres.

1.En un sentido, ni Dios sabe, como dice Gesché:«El hombre es un enigma para Dios. Y la función de la teología consiste también en salvaguardar este dato que a mi juicio resulta fundamental, incluso si se opone a lo que nosotros solemos pensar, de un modo común y espontáneo, sobre la omnisciencia divina... Pero el verdadero Dios, el que pregunta: ¿“Adán, dónde estás? (Gen 3, 9), “Eva ¿qué has hecho”? (3, 13), no es precisamente así. La Escritura no tiene miedo en presentarnos a un Dios que no se parece en nada a un Zeus pagano, cuya águila escrutadora no pierde de vista cosa alguna y se lanza de repente sobre el hombre.

En contra de eso, en el vado de Yaboq, (el ángel de) Dios se ve obligado a preguntar a Jacob su nombre. Sobre el camino de Sodoma y de Gomorra, Dios pregunta a Abrahán, como ha preguntado antes a Caín, si el grito que ha creído escuchar subiendo de la tierra es verdadero (Gen 18, 20-21). Y antes de juzgar, Dios quiere pedir consejo a la sabiduría del anciano Abrahán, sobre los castigos que debería eventualmente imponer»[1].  Éste es el Dios de Job, el Dios que deja el futuro de la historia en manos de los hombres.

Conversión ecológica”. A la espera de “cielos nuevos y tierra nueva” (Ap  21,1) | ONG Carmelitas

2. Pero Dios se arriesga, apuesta por los hombres…, caminando con ellos, conforme a la experiencia cristiana (encarnación). Dios se arriesga a recorrer el camino ecológico de la humanidad. El futuro del hombre es un enigma para Dios, en clave misterio. Pero, llevadas al extremo, esas palabras se podrían convertir en expresión de una nueva gnosis espiritualista, separada de las tareas de la vida, de los compromisos de la historia, asumidos por el mismo Jesús, a favor de los pobres del mundo… Si Dios se arriesga por lo hombres, eso significa que él “cree” en su futuro, no como destrucción, sino como resurrección.

3. Los hombres han de arriesgar, si quieren vivir. Ciertamente, el hombre es un enigma y su vida en el mundo es un misterio que nadie puede manejar del todo, pues nadie, ni siquiera los ángeles de Dios, ni su propio Hijo encarnado (que es el hombre) conoce el día y modo de la culminación de la Vida, pues ello pertenece a Dios que es el Padre de la vida (cf. Mc 13, 2). No conocemos, es decir, no podemos manejar (pues no somos dueños del árbol del conocimiento del bien/mal), pero podemos y debemos ponernos al servicio de la Vida de Dios, entregando a favor de ella nuestra Vida, es decir, muriendo, como el Hijo del hombre, pues sólo aquel que pierde su vida (que la entrega por los otros) la gana y recupera en el mismo proceso de la Vida abierto a la resurrección.

Dios mismo asume nuestra marcha y se vuelve peregrino en el camino de la vida, donde él ha querido introducirse, muriendo por y con los hombres, en camino de pascua, en gesto de amor y misterio que tiene para los cristianos un valor y sentido ecológico. En esa línea dice el Credo: "creo en la resurrección de los muertos", es decir, en la "eternidad de la Vida", entendida como entrega a favor de los demás, como muerte y resurrección Por encima de todas las bombas y de todas las crisis de muerte de la modernidad (o de la edad antigua), Dios nos sigue ofreciendo su vida, un futuro de vida, por el Cristo. Ese futuro no pertenece sólo al plano del "espíritu" desencarnado, sino a la vida entera de los hombres, como seres que brotan del mundo, en un camino en el que el mismo mundo se encuentra implicado.

2 EL HOMBRE, UNA ENCRUCIJADA. CUATRO BOMBAS

Sobre la COP21: Un acuerdo que genera esperanzas – Equipo de Estudios en  Clima, Ambiente y Sociedad

 Nos encontramos ante una encrucijada, que la misma Biblia había previsto al poner su letrero en el camino: «Pongo ante ti la vida y la muerte, el bien y el mal, escoge bien y vivirás, pues de lo contrario acabarás cayendo en manos de tu misma muerte» (cf. Dt 30, 15-16).Así lo había ratificado la segunda página de la Biblia, cuando dice que Dios plantó ante nosotros el árbol del conocimiento (para saber quiénes somos) y el árbol de la vida y de la muerte (para optar por la vida o suicidarnos; cf. Gn 2).

Aquella no era una elección espiritualista (referida sólo al alma), sino una opción vital de la que dependía y depende nuestra existencia. Sólo ahora sabemos lo que aquella elección significaba, pues nos hallamos ante el riesgo de un gran suicidio individual y colectivo, de manera que, si no logramos asumir nuestra tarea y realizar la buena opción, podemos acabar errando sin sentido, en un mundo sin luces ni señales de futuro, para dejarnos morir o destruirnos unos a los otros en guerra sin fin, bajo el poder de una Bomba que aniquila toda forma de existencia.

Vivir sin más (vivir por costumbre, dejarnos llevar) se ha vuelto insuficiente para mantenernos en la tierra, tras haberla rodeado mil veces, para volver a encontrarnos otra vez y con riesgo más grande ante los mismos problemas de ansiedad, deseo de poder y lucha a muerte de unos contra otros. Ha llegado el momento de una decisión más honda, y sólo podremos tener un futuro y morar sobre el mundo si sabemos que la Vida merece la pena, no sólo en un plano intelectual, sino también moral, personal y social. De esa forma hemos vuelto, como por un rodeo, al tema de Dios, que se encuentra vinculado al sentido y tarea de la vida, en un mundo donde muchos afirman que él se encuentra ausente.

En otro tiempo parecía que Él estaba siempre a mano, respondiendo de inmediato a nuestras voces. Pues bien, ahora debemos resolver las cuestiones inmediatas por nosotros mismos, como un niño perdido en el bosque, que no puede ya gritar para que venga un hada buena, y le saque del barro o barranco donde se ha metido, pues nadie de fuera podrá responderle. Así, también nosotros, debemos resolver los temas inmediatos de la vida por nosotros mismos, pero sabiendo que sigue pendiente la pregunta y tarea más honda, que somos nosotros mismos.

Está en juego nuestra supervivencia como especie, es decir, la presencia de Dios en nosotros. No vivimos simplemente por instinto de supervivencia, sino porque lo queremos (nos queremos) o, mejor dicho, porque hemos optado y optamos por la vida, de un modo radical (por fe y confianza básica en la humanidad), antes de realizar un toma de conciencia explícita de nuestra responsabilidad en este campo.

Somos seres que, pudiendo suicidarse (en plano individual y social), hemos optado hasta ahora por vivir, es decir, por reconocer y acoger la obra de Dios que nos ha creado y nos sustenta. En ese contexto recibe una importancia especial el tema del suicidio (y del homicidio), de manera que el mismo hecho de no matarnos (no matar, no dejar morir a los pobres), de aceptar y desarrollar la vida, es una prueba a favor de Dios. Por vez primera a lo largo de la historia podemos destruirnos (suicidarnos como especie) y, si vivimos, es porque queremos (y, en el fondo, porque creemos en Dios):

‒ Primera bomba, guerra universal.

 En otro tiempo, la violencia parecía limitada y parcial (pues unos grupos sociales estaban separados de los otros), de manera que resultaba difícil (casi imposible) que todos los hombres pudieran destruirse. Ahora podemos hacerlo, pues formamos un único mundo, con un potencial de destrucción casi ilimitado (bomba atómica). Han sido necesarios muchos milenios para nuestro surgimiento; pero somos capaces de matarnos en pocas horas o días, si algunos (dueños de la bomba), lo deciden, y si otros (todos) nos vemos envueltos en una espiral de violencia creciente, excitada por el miedo multiplicado y la venganza reactiva. Dios nos ha creado; pero nosotros podemos rechazar su obra y matarnos, en una especie de muerte global.

En este momento, sólo podemos sobrevivir si lo queremos (nos queremos) y si pactamos en justicia y amor (si dialogamos, nos respetamos), superando el riesgo de la pura opresión político-militar, cultual y económica, es decir, si buscamos formas de administración «humana» al servicio de la humanidad, oponiéndonos al terrorismo de los poderes globales y a la posible respuesta reactiva de grupos marginados. En esa línea debemos ponernos al servicio de los excluidos, y con ellos al servicio de la vida de todos. El hecho de que optemos por la vida (defendiendo a las víctimas) y lo hagamos en libertad es signo de que el fondo creemos en Dios, pues en él vivimos (Hch 17, 28) y él es el Dios que garantiza la vida de los pobres y expulsados (Mt 25, 31-46).

‒ Segunda bomba, transmutación genética (riesgo vírico).

La ciencia ha puesto en manos de los hombres unas posibilidades insospechadas de manipulación e influjo genético y educativo, que parecen capaces de cambiar nuestra forma de concepción y nacimiento, rompiendo la línea de las generaciones, es decir, de los padres que transmiten su herencia de vida a los hijos.  

Ciertamente, la ayuda de la ciencia es buena  y necesaria, de manera que podría comenzar en nuestro tiempo una etapa fecunda de paternidad más responsable y consciente, para que así pudiéramos engendrar a los hijos (hombres) del futuro con más garantías de amor. Pero un tipo de ciencia instrumental, manejada por élites de poder sin conciencia, podría fabricar humanoides en serie, un tipo de híbridos humanos, no ya parcialmente condicionados, sino manejados, dirigidos, controlados desde fuera, como instrumentos al servicio de sus amos.

Si rompiéramos la cadena gratuita de transmisión de la vida (que se expresa por el amor de padres a hijos), fabricando humanoides sin vinculación personal (sin libertad asumida y compartida), nos negaríamos a nosotros mismos y destruiríamos nuestra historia (¡en Dios nos movemos! Hch 17, 28), poniendo en riesgo nuestra identidad como signo y presencia de Dios. Una vida que no fuera transmitida de forma personal, directa, a través de unos padres, dejaría de ser humana, en el sentido actual. Sería vida sin libertad, de humanoides convertidos en máquinas al servicio del sistema dominante.

Podría surgir quizá una especie distinta de vivientes post-humanos, pero si no tuvieron libertad, si fueran producidos, no creados por amor de otras personas, no serán humanos, hijos de Dios. No se trata de negar la ciencia (los avances de la biología y la genética), sino de ponerla al servicio de la transmisión humana de la vida, en amor y libertad, es decir, de un modo gratuito, empezando por los más pobres. 

‒ Tercera bomba, angustia o cansancio vital, morir sin resurrección

Hasta ahora hemos vivido porque nos gustaba hacerlo, a pesar de todos los riesgos, porque en el fondo de la aventura humana (engendrar y convivir) habíamos hallado un estímulo, un placer, vinculado al mismo Dios, a quien llamábamos creador de vida. Habíamos avanzado (caminado) sobre el mundo por gozo y deseo, porque la vida era un don y una aventura, un regalo sorprendente que agradecíamos a Dios.

De esa forma hemos podido superar muchas crisis y amenazas a lo largo de una historia inmensamente conflictiva. Pero muchos sienten ya que no merece la pena, que esta vida no es regalo sino carga, que es tragedia y riesgo no gozo, de manera que se niegan a engendrar nuevos seres humanos, promoviendo así un tercer tipo de suicidio, por falta de deseo y por cansancio de una vida que parece sin base ni futuro ni sentido sobre el mundo.

Cada hombre es una especie de “bomba de relojería”, es un viviente que tiene ante sí la vida o la muerte…, su vida personal y la vida del entorno (de los hombres que le rodean, del futuro de la humanidad). El máximo signo cristiano es la “resurrección”: Morir para dar vida, para que los demás puedan vivir, resucitando así en ellos. Éste es el signo de Jesús, que “renace” (resucita) en Magdalena y en Pedro, en todos los creyentes… Es morir para dar vida, en un plano personal, social, religioso, para que los que vengan después puedan ser más ricos (más plenos), en humanidad. Sin este deseo de vivir y dar vida puede terminar la existencia de los hombres en la tierra.

Cuarta bomba, matar el Planeta, bomba ecológica

  Hasta ahora la tierra ha subido en el nivel de la vida hasta llegar a la conciencia y libertad humana. Una fuerza inmensa que algunos pensamos que viene de Dios, viniendo de la misma raíz del cosmos, nos ha hecho crecer, asumir la libertad, vivir en un nivel de conciencia.

Pero con la vida humana ha crecido el poder y la violencia mutua, el egoísmo de utilizar para nuestro capricho los dones de la tierra, hasta llegar a destruirlos, a través de la bomba que llamamos ecológica. Éstos son algunos de los signos de la destrucción ecológica, que ha sido evocados en el relato del diluvio, del que he tratado hace dos días (Gen 6-8) pero también, y de un modo más intenso, en el Apocalipsis. Hoy podemos encender (quizá estamos encendiendo la mecha de esa bomba):

-- Contaminación atmosférica (del aire), calentamiento global. Aumenta la chatarra volante de la atmósfera, dando vueltas a la tierra a velocidades inmensas..., aumentan los residuos fósiles producidos por la combustión de los motores de los aviones, puede rasgarse la barrero del ozono... Si seguimos aumentado ese gran basurero de la "nube de deshechos" de planetas podrá llegar un día (algunos dicen que será el 2056) en que se producirá un gran estallido mortal en la alta atmósfera. No podemos romper a cañonazos la "bóveda" del cielo, que la Biblia interpretaba en forma de cubierta protectora, pero podemos calentarla y agujerearla con emisiones de gases de invernadero, que convertirán la tierra en un infierno...

-- Contaminación del agua. No podemos secar todas las aguas de los mares, pero podemos envenenarlos, con residuos tóxicos de todo tipo, de manera que al fin será imposible la vida en el planeta...El Dios bíblico quiere la vida de los hombres. Pero, si nos empeñamos, por egoísmo y violencia, podemos destruir la vida del planeta,  como había dicho ya de forma simbólica el libro del Apocalipsis, como está repitiendo el Papa Francisco desde Laudato si (2015).

Contaminación y agotamiento de la tierra, por el tipo de extracción de minerales, por el cambio climático con la desertización de territorios, por el uso de fertilizantes químicos y el agotamiento de la agricultura.

Contaminación vírica, degradación de la vida. El Covid 19 nos ha puesto en guardia frente a los riesgos de una transformación del equilibrio de la vida. Han desaparecido casi todas las especies “naturales” que podían ser una amenaza para el hombre (leones, fieras salvajes…). Pero ahora es el hombre el que está destruyendo toda la vida vegetal y animal previa, poniéndola a su servicio…, desde la deforestación masiva del planeta hasta la utilización industrial de la vida de los animales…

[1] A. Gesché,  El sentido, Sígueme, Salamanca 2004, 191‒192

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