Europa: Una historia un proyecto de humanidad. (1) Historia

En este momento (año 2025), tras largos y quebrados siglos de marcha, casi raptada por un neo-capitalismo y neo-militarismo que todo lo iguala y oprime, Europa podría acabar desapareciendo, si no retoma y recrea su origen, en línea de libertad y diálogo, en justicia.

Desde su origen, sus riesgos actuales y su arriesgado futuro he querido exponer mi visión de la identidad de Europa, evocando de un modo especial sus relaciones dramáticas con el cristianismo, en diálogo abierto con su filosofía, su política y también su economía.

Europa ha sido un proyecto importante de humanidad, que, desde el siglo XV al XX  ha expandido al mundo entero su ciencia, con un tipo democracia y de  capitalismo, a través de un proceso ambiguo de conquista militar, de  colonización y de sometimiento económico, que ha culminado, por efecto boomerang,  en un neo-capitalismo y neo-militarismo  que amenaza con destruir sus logros.

 Escribí una primera versión de este tema en  El Cristianismo y la Identidad cultural de Europa: Pliegos Yuste 1 (2003) 11-23 y en Violencia y religión en la historia de occidente,  Tirant lo Blanch, Valencia 2005.  He vuelto a plantear  el tema en diversos lugares y lo condenso  ahora  en este momento crucial (2925), marcado por la guerra de Ucrania, entre las pinzas de USA, Rusia y China, con las propias contradicciones  económicas, militares y culturales de Europa He  dividido  mi reflexión en tres “postales”. La primera trata de la historia antigua de Europa, la segunda de su actualidad y la tercera de su futuro. 

Europa. Una historia, un proyecto cristiano | INSTITUTO TEOLÓGICO DE ...

HISTORIA GEOGRAFÍA HUMANA

Una tierra, unos pueblos, unos hombres

Europa, península occidental de Asia, se extiende entre el círculo polar ártico y el mar Mediterráneo, el Finisterre atlántico y una raya imaginaria desde los Urales al Mar Negro, el Caucaso y la cosa siro-palestina, aunque en esa zona las divisiones resultan difíciles de precisar, y han cambiado en el tiempo. Ha estado habitada desde antiguo por grupos étnicos distintos, aunque la mayoría de sus pobladores actuales, recientes en la zona, son indo-europeos (celtas y germanos, griegos, y latinos, eslavos y lituanos etc.), que vinieron, vencieron y quedaron.

De todas formas podemos hablar de dos capas. 1. Un substrato matriarcal preindoeuropeo, con predominio de la tierra y adoración de las fuerzas de la vida, vinculadas a la naturaleza y al valor cósmico de Dios. (2) Un añadido de indoeuropeos, patriarcalista y guerrero, de gentes venidas de la zona más asiática de Rusia, entre el Cáucaso y el Caspio, que fueron llenando la tierra a partir del2500 a.C. Sobre ellas o por ellas ha influido de un modo especial el Cristianismo, vinculado a Jesús que era semita y asiático, no indoeuropeo.

Los indo-europeos de Europa, y otros que invadieron Asia (Persia, India), vinieron con ciertos rasgos distintivos en sus migraciones (milenio III-I aC), pero se recrearon en Europa y fundaron culturas triunfadoras, fuertes, pactando, en formas distintas, con poblaciones anteriores, cuyos restos emergen todavía (vascos, fineses…). Las migraciones-invasiones fueron largas y entre sus momentos destacan las conquistas griegas y romanas (hasta el IV  d.C.), las invasiones germanas (desde IV  d.C.), eslavas (desde el VIII), con las expediciones de vikingos y pueblos del mar (IX-XIII). Sólo entonces cesaron los cambios de pueblos y se puede hablar de una quietud europea, que ha desembocado en el surgimiento de unidades nacionales permanentes, aunque amplias zonas de Europa oriental estuvieron dominadas hasta el siglo XIX por turcos y tártaros, y otras zonas, antes europeas, han sido ocupadas por semitas y bereberes (en general musulmanes), perdiendo así su identidad europea (norte de África, zona occidente de Asía).

Europa es pues el resultado de grandes migraciones, y en su “memoria” ocupan un puesto importante las culturas antiguas (griegos, romanos), con el cristianismo, expresado en el despliegue del papado, el imperio bizantino (desde el siglo IV  d.C.), y el imperio romano de occidente, desde Carlomagno (800  d.C.). Ella proviene de una simbiosis dramática y larga de muchos factores sociales, culturales y religiosos. En esa línea (a diferencia de lo sucedido en China) ha sido muy importante la pluralidad de elementos y el hecho de que (a partir de la caída del imperio romano de occidente, 476  d.C.), diversos pueblos y grupos sociales lucharan y tuvieran que pactar, sin que ninguno lograra la supremacía plena sobre los demás (a no ser de forma parcial y temporal).

Los europeos modernos venimos de oposiciones y uniones de culturas y pueblos, que habitábamos ya aquí (los vascos) o nos invadieron desde antiguo, para quedarse. Somos neandertales y cromañones, preindoeuropeos (esquimales y fineses, vascos y etruscos, hunos, húngaros y “gitanos”…) e indoeuropeos (eslavos, germanos, griegos, latinos, celtas), con otros grupos que han influido poderosamente en nuestro despliegue, como los uralo-altaicos (turcos, tártaros…) y los semitas (fenicios y cartagineses, judíos, sirios y árabes), con los norafricanos (bereberes). Actualmente (siglo XXI) están en marcha nuevas migraciones orientales, musulmanas o americanos que pueden cambiar nuestra fisonomía, como veremos al final de este trabajo.

Destacando ya el aspecto cultural y religioso, podemos añadir que en el surgimiento y despliegue de Europa han influido en especial dos factores: (a) El cristianismo, que ha venido de fuera (Israel), pero que ha renacido y ha recibido su forma clásica en el entorno greco-romano, tanto en el occidente latino como en el oriente greco/bizantino. (b) El pensamiento racional de Grecia (filosofía, ciencia) con el derecho político de Roma y su visión de la justicia y la organización estatal. Esos dos elementos, en principio independientes, se han vinculado desde el siglo II-IV  d.C., dando origen al despliegue posterior de Europa, que ha conservado y recreado su identidad de base a pesar (o por medio) de las conquistas germanas y eslavas (siglos V-XI), la presión musulmana (desde el siglo VIII), la apertura geográfica (desde el siglo XV), la ilustración científico-racional, las revoluciones burguesas y sociales, y el triunfo actual del capitalismo[1].

Cuatro rasgos distintivos

 Europa ha sido el resultado de un proceso en cuya base influyen siempre dos o más elementos, de manera que debemos hablar de Iglesia y Estado (sin que la iglesia absorba al estado ni viceversa), de Religión y Razón (sin que una destruya a la otra…), de estados diferentes. En su misma diversidad (España e Italia, Inglaterra y Alemania, Austria y Rusia, Polonia y Suecia…), Europa ha sido una punta de lanza de desarrollo y cultura, apareciendo, al mismo tiempo, como un parlamento (a veces pacífico, a veces violento) de confesiones religiosas y estados, culturas y economías. Esta riqueza de Europa ha culminado y se expresa, a mi entender, en cuatro áreas o problemas, que presento ya en esquema:  

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  1. Un área de encuentros religiosos, desde el cristianismo. Europa no es sólo cristianismo, sino también paganismo e influjo judío y musulmán (con una presencia creciente de religiones orientales y con un fuerte escepticismo religioso). Pero el ideal cristiano ha sido dominante desde el siglo IV-V d. C., para bien (y quizá a veces para mal, por la cantidad de guerras religiosas que ha suscitado). Pues bien, en la actualidad (2013), si quiere ser fiel a su propuesta de unidad en la multiplicidad (a partir del cristianismo), Europa ha de hacerse lugar abierto al diálogo religioso, una especie del gran parlamento de religiones, en línea de tolerancia activa y, a mi juicio, de recreación del cristianismo.
  2. Un proyecto racional, conocimiento. Europa es impensable sin la tradición de conocimiento que viene de Grecia,y que se ha expresado no sólo en la formulación helenista del cristianismo y en la escolástica medieval (con sus paralelos judío y musulmán), sino también, y de un modo decisivo, sin el humanismo, la ilustración racional y la filosofía (desde Descartes), con el cultivo metódico de la ciencia (desde el siglo XVI-XVII). Sólo en Europa se ha dado, de un modo consecuente, el despliegue del conocimiento como tal, separado de lo religioso (incluso del cristianismo); aquí ha surgido la Ilustración, ha nacido la ciencia moderna, y se ha extendido después a todo el mundo.
  3. Un proyecto político, organización estatal y democracia. Europa ha heredado el derecho racional de Roma, y lo ha desarrollado de manera consecuente, separando la política de las consideraciones religiosas, las constelaciones dinásticas y los caudillismos militares, creando así una democracia formal (poder del pueblo) que tiende a extenderse al mundo entero (desde el siglo XVI d. C.). Sólo Europa ha creado organizaciones políticas estructuradas de forma racional, en la línea de la tradición romana, que se expresa en el surgimiento de unos estados nacionales (y en principio racionales) administrados de forma planificada, enfrentados a veces entre sí, pero unidos para la conquista y dominio del mundo, con los valores y riesgos que ellos ha significado.
  4. Una empresa económica, capitalismo. Sólo Europa, que inventó los modernos estados racionales, ha creado y desarrollado también (desde el siglo XVIII) un tipo de racionalidad económica, dirigida a la producción e intercambio consecuente (organizado) de bienes, que se ha expresado especialmente en el surgimiento del neo-liberalismo actual. En esa línea, el modelo de producción y distribución (mercado) de tipo capitalista se ha extendido después a otros países (lo mismo que la política racionalizada), creando una inmensa amenaza de destrucción para la misma Europa (y para un tipo de humanidad “humanista”). En este campo nos jugamos no sólo el futuro de Europa, sino de la humanidad.

Hasta el siglo XIV-XV se podía hablar de un equilibro entre diversas culturas y civilizaciones, con sus economías y formas de vida (China, India, mundo musulmán…). Pero desde entonces comenzó un despliegue espectacular de Europa, que se ha expandido con gran rapidez, dominando el mundo entero, a través de conquistas geográficas, adelantos científicos y un tipo de economía productiva y de mercado mundial unificado. De pronto, Europa (que hasta entonces se hallaba al nivel de otras zonas del mundo, empezó a tomar el mando político y militar, científico y económico, en un proceso que ha culminado (y quizá se está rompiendo ya) en la gran crisis del siglo XXI, en que actualmente nos hallamos.

Europa ha desarrollado una religión, una ciencia, una política y una economía que ha configurado de diversas maneras la vida del mundo, desde la Guerra de los Treinta años (1618-1648) hasta la última Guerra Mundial (1939-1945), dominando sobre el conjunto de la humanidad. Ciertamente, ha triunfado; pero su mismo triunfo   puede terminar en su fracaso, en los campos ya evocados.

  1. Quién es quién en Europa

 A pesar de las indicaciones anteriores, el concepto Europa sigue siendo polivalente, con una larga historia, con un presente rico pero muy incierto. Posiblemente no todos estamos de acuerdo con lo que se llama Europa, con sus diversas “capas”: 

‒ Unión económica, una moneda. Cuando digo Europa me estoy refiriendo en un sentido extenso a los países integrados en la moneda común, que es el Euro, en la línea de los acuerdos comerciales asumidos por algunos países que formaron, tras la Segunda Guerra Mundial, el “Mercado Común”. En estos momentos (finales del 1012), los países centrales de la Unión Europea (liderados por Alemania, y en menor medida por Francia…) están queriendo fortalecer su economía común, su “dios” concreto, que es el Euro.

‒ Unión política, un pacto de colaboración y buena vecindad.  Hay países que no se han integrado en el euro y que, sin embargo, forman parte de la Unión Europea (como es Gran Bretaña), y otros que no forman parte ni siquiera de la Unión Europea y que sin embargo son Europa (como Suiza y Noruega). Más aún, estrictamente hablando, en la periferia de Europa se sitúan países de gran importancia estratégica, cultural y política, con historias e intereses propios que, de alguna forma, podrían incluirse en Europa (entre ellos Rusia, Turquía e incluso Israel). 

Un continente. Cuando digo Europa me estoy refiriendo en algún sentido a todos los pueblos que habitan nuestro continente (de los Urales con Rusia hasta el Finisterre atlántico), inmersos en una gran crisis cultural y religiosa, que queremos convertir en tiempo de nueva creación. Europa será lo que queramos y podamos ser los europeos, en un plano económico, social y cultural (religioso), marcado por la historia y por los retos de la actualidad, ante un futuro prometedor y difícil, en el concierto de los pueblos de la tierra.

‒ Occidente. Cuando digo Europa estoy evocando también de algún modo el mundo occidental, que es, en gran parte, creación suya aunque ha desbordado sus fronteras. En ese mundo entran sin duda los Estados Unidos de América, y quizá el conjunto de países latino-americanos. Más aún, en un sentido extenso podríamos decir que todo el “orden” capitalista (desarrollado) es Occidente (con Japón y otros países de Asía), aunque esa denominación puede resultar equívoca. Europa ha creado (y forma parte de) Occidente, pero ya no se identifica sin más con Occidente y su “cultura” capitalista.

‒ En un orden global. Cuando digo Europa debo aludir al mundo globalizado, mundo que ella misma ha contribuido a unificar y que ahora le desborda. Europa ha sido desde el siglo XVI el motor de la globalización (científica y política, económica e incluso religiosa) y se ha sentido así “centro del mundo” (representante de la humanidad “civilizada”), llegando a ocupar militar y políticamente más de las tres cuartas partes del globo (a finales del siglo XIX y principios del XX). Pues bien, pasado ese ciclo de expansión, Europa ha venido a convertirse en un bloque entre otros (USA y Latinoamérica, China, India, Indonesia, Japón, mundo musulmán, África negra...).

               En ese sentido podemos y debemos afirmar que Europa no es una esencia (ni geográfica, ni económica, ni política, ni religiosa), sino un conjunto de relaciones que se han ido configurando a lo largo de la historia y que ahora (año 2013) han entrado en una fase crítica, como seguiremos indicando.

  1. EN EL PRINCIPIO. LOS PILARES DE EUROPA

  1. Creados desde fuera, contribución judeo-cristiana

Lo que actualmente llamamos Europa ha nacido de fuera de sí misma, como he destacado ya al evocar las invasiones “indoeuropeas” que nos han configurado, desde el 2.500 a. C. Más aún, los orígenes de nuestra cultura vienen de fuera de nuestras fronteras, y así nos sentimos herederos de Egipto y Mesopotamia, de Siria y Fenicia, y de un modo especial de los judíos (y cristiano), con su religión y su experiencia de universalidad, que llegaron de fuera.

 Los judíos llegaron también del exterior (de la actual Palestina), pero han formado parte de Europa (al menos) desde el siglo II a.C., extendiéndose por la cuenca mediterránea, con su aportación esencial, sobre todo a través del cristianismo (desde el II y III d.C.). Hubo un momento (en tiempos de Jesús) en que parecía que el Imperio Romano (matriz esencial de Europa) podría “convertirse” al judaísmo helenizado (alejandrino). Pero Roma al fin se opuso y el judaísmo en su conjunto rechazó la apertura roma (guerras judías del 67-70 y del 132-135 d.C.), volviendo a sus orígenes semitas, nacionales, perdiendo así su batalla por el dominio espiritual del Imperio romano-helenista, pero le sucedió y con éxito el cristianismo, su versión universalizada, a partir de Jesús de Nazaret.

En esa línea debemos afirmar que Europa ha sido una creación del judeo-cristianismo, sobre la matriz romana y helenistas. Hacia al año 150  d.C., diversos grupos cristianos de tipo semi-gnóstico, entre ellos el de Marción, intentaron separar a la iglesia de su principio israelita, haciendo del cristianismo una religión de pura experiencia interior, intimista, como un helenismo universal, centrado en la figura de Jesús, pero sin raíces judías. Pero la iglesia en su conjunto reaccionó de manera dual. (a) Por un lado, defendió su origen israelita, aceptando el Antiguo Testamento de Israel, y asumió elementos sacrales de la institución sacerdotal de Jerusalén, haciéndose así más judía que la misma sinagoga rabínica. (b) Por otro destacó su independencia respecto al judaísmo, introduciendo en su Escritura unos textos propios (Nuevo Testamento) y organizando su vida y liturgia de forma independiente, con elementos de pensamiento griego y administración romana, de tipo jerárquico y universalista. De esa manera, a partir del 200 d. C., ella vino a expresarse y expandirse de manera autónoma, como un “cuerpo” social y religioso multinacional, separándose cada vez más de un judaísmo nacional, centrado en la Misná.

De esa forma, superando unas bases judías nacionales, el cristianismo ha seguido siendo judío en su raíz, porque conserva el Antiguo Testamento, que es la memoria de Israel, y que está presente en la configuración del cristianismo europeo (y de Europa), en sus dos formas principales (bizantina y romana). De todas formas, la relación de la Europa cristiana con el judaísmo ha sido a veces traumática, como muestras las persecuciones anti-judías de la Edad Media, la expulsión de España (1492) y el gran holocausto de nazi (1939-1945):

‒ El judaísmo ha sido y es un elemento interior del cristianismo, con su mensaje mesiánico. Sólo reinterpretando su raíz  israelita en perspectiva más sacral (jerarquía, culto eucarístico) y abriéndose a las formas culturales y sociales del Imperio romano, en su forma griega y latina, la Iglesia ha podido convertirse en una institución católica, universal, extendida a todas las clases sociales, en contra de otros grupos de tipo elitista (estoicismo, filosofía cínica, comunidades gnósticas o herméticas) y a diferencia un judaísmo nacional que ha seguido centrado a su propia identidad de pueblo separado[2].

‒ El  judaísmo nacional ha seguido existiendo e influyendo hasta hoy en Europa, tanto en un plano activo (con su aportación particular) como pasivo (a la historia europea pertenecen las cruzadas contra los musulmanes y las expulsiones y persecuciones contra los judíos). Ciertamente, el judaísmo es más amplio que Europa, pues se ha desarrollado también en el mundo babilonio-persa y musulmán, pero pertenece de un modo intenso a la historia e identidad actual de Europa y en sentido más amplio de occidente (Estados Unidos de América).  

Cuadernos de Yuste 11 - Paz y valores europeos como posible modelo de ...

A pesar (o por) las expulsiones y persecuciones que han sufrido, los judíos de Europa constituyen el ejemplo clásico de separación entre Estado y Religión. Muchos son europeos en el sentido más estricto, desde hace muchos siglos, pero no han formado un Estado distinto, sino que forman parte de los diversos estados de Europa, conservando su identidad religiosa y social, siendo así muy particulares y muy universales. De manera consecuente, la presencia de los judíos ha planteado ya hace mucho tiempo la exigencia de una separación entre Estado e Iglesia, cosa que sólo se ha logrado poco a poco y con muchas dificultades, como muestra en España la expulsión de los judíos (1492) y en el conjunto de Europa la guerras de los Treinta Años (1818-1648)[3].

Cristianismo europeo y herencia greco-romana

Como he dicho, el judaísmo nacional se desligó de Roma, mientras los cristianos, seguidores de Jesús (representantes del ala universal y mesiánica del judaísmo), aceptaron la cultura y lengua griega (y el latín), como espacio de diálogo social y religioso. Así vincularon las dos tradiciones (israelita y helenista), dentro del imperio romano que era para ellos la ecumene o mundo habitado (dejamos aquí a un lado los cristianos “exteriores”: Sirios, persas etíopes…). En esa línea podemos afirmar que Europa ha sido un producto del gran pacto del cristianismo con la cultura greco-romana. Por su parte, hasta el día de hoy, el cristianismo ha tendido a pensar en griego y a organizarse en latín, ofreciendo así la base de la identidad europea.

De esa forma se unieron una experiencia religiosa (cristianismo), un ideal de conocimiento (helenismo) y una racionalidad política (Roma). Esos elementos han sido esenciales para Europa, de manera que somos herederos de la razón greco-romana, siendo a la vez cristianos. Hemos nacido de la unión de dos realidades universales (cristianismo y cultura greco-romana) que se fecundan y limitan mutuamente. Este ha sido el primer parlamento o pacto no escrito de Europa, el diálogo de religión y pensamiento, dentro de unos moldes “administrativos” vinculados al Imperio romano.

El influjo griego no ha sido el mismo en occidente (con latín y pueblos bárbaros) y en oriente (con griego y teocracia bizantina). Pero las iglesias cristianas que se han extendido en Europa (prescindamos de las iglesias coptas o siríacas) han sido y siguen siendo helenistas. Los europeos no somos cristianos “y” griegos, como si esos elementos pudieran separarse, sino greco-romanos siendo cristianos:

‒ No podemos ser sólo greco-romanos olvidando el cristianismo. Algunos pensadores renacentistas (siglo XV-XVI) y luego ilustrados alemanes hubieran querido apoyarse de un modo exclusivo en Grecia, sin la mediación cristiana. Pues bien, esos intentos han sido y son  artificiales, pues ya no existen griegos, al estilo antiguo (en contra de lo que sucede con el judaísmo), y porque el cristianismo ha marcado la recepción de Grecia en la Europa moderna. La racionalidad griega (que ha desembocado en la ciencia y la filosofía de occidente) se encuentra unida de hecho al substrato cristiano.

‒ Pero tampoco podemos volver a un cristianismo sin Grecia, es decir, sin libertad de pensamiento. Ciertamente, algunos cristianos han querido rechazar el influjo griego, creando una religión sin racionalidad, sin teologías, sin conexión con las ideas. Pero esos intentos han fracasado una y otra vez. El cristianismo de Europa ha desplegado un camino de racionalidad filosófica, científica y social que ha conducido de hecho al surgimiento de la ilustración moderna.

Por eso, Europa es un continente híbrido, donde la religión y la racionalidad se han unido sin destruirse una a la otra. Sin el sustrato cristiano (o judeo-cristiano) Europa perdería su principio de identidad moral, vinculada a la dignidad infinita de cada persona. Pero, sin el influjo griego, sin tensión de libertad racional, de búsqueda científica y pasión por el diálogo social y la democracia política, perdería su capacidad creadora[4]. Pues bien, en ese contexto debemos añadir el influjo romano.

Libertad religiosa, libertad política

 Los judíos nacionales optaron por mantener su “nación religiosa”, aunque inmersos en otras culturas y estados. Por el contrario, los cristianos no pudieron ni quisieron convertirse en una nación religiosa, sino que se hicieron griegos con los griegos y romanos con los romanos (cf. Gal 3, 28). Esa fue una opción difícil, a la que parecían oponerse algunos movimientos de resistencia, como el Apocalipsis. Pero la iglesia en su conjunto se integró en el orden romano (y de fuera de Roma), sin renunciar a su identidad, y así vivió en una situación paradójica de “clandestinidad abierta”, sin estatuto legal reconocido, pero sin convertirse en una secta o grupo intimista (gnóstica) ni en guerrilla anti-estatal, dentro de un Imperio que representaba entonces la máxima racionalidad.

Esa situación de presencia y fermento social sin poder  político duró más de dos siglos, hasta el 313 (Edicto de Milán), y ha definido el pasado y presente del cristianismo y de Europa que, a pesar de los cambios, tensiones y problemas, ha mantenido o re-descubierto siempre la diferencia de los dos poderes:

‒ El Estado tiene un poder autónomo y una legalidad racional, de manera que debe renunciar a su “divinización”, no puede volverse absoluto, ni imponer ningún tipo de religión. La Iglesia (en principio) no quiso hacerse Estado, pero tampoco permite que el Estado se convierta en religión. La autonomía del poder político implica, al mismo tiempo, su limitación: El Estado es importante, tiene su racionalidad jurídica (derecho romano) y su fundamento filosófico-social (filosofía helenista), pero no puede convertirse en absoluto, no puede hacerse Iglesia (como aún sucede en otro contexto en ciertas zonas del Islam).

‒ La Iglesia, que asume y actualiza el movimiento de Jesús, es muy valiosa, pero no puede imponer sus normas al Estado, ni convertirse en único principio social. Ciertamente, ella es una realidad pública y no busca un aislamiento intimista (no se convierte en secta), sino que se expresa de forma social, externa, instituida; pero, al mismo tiempo, al menos en principio, debe mantenerse fuera de las instituciones puramente políticas del Estado, a las que respeta y valora como independientes

Esta separación de poderes aparece pronto en las interpretaciones del dicho de Jesús (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”: 12, 17), y ha sido reconocida de formas distintas por la escuela de san Pablo (Rom 13) y por san Agustín (La Ciudad de Dios). En sentido profundo, ella ha constituido y sigue constituyendo un elemento esencial de la identidad de Europa, entendida como un proyecto donde se vinculan y separan los valores socio-políticos (que no son absolutos en un plano religioso) y los religiosos (que tampoco lo son en un plano social). Esta separación y vinculación sólo ha podido expresarse en un momento en que tanto la política como la religión han adquirido una gran madurez.

 ‒ Para que haya separación Iglesia-Estado, la política debe volverse «racional», como realidad autónoma, que puede organizarse a sí misma, con instituciones jurídicas, que implican y exigen democracia (es decir, que el poder venga del pueblo en cuanto tal, y no se funde en instancias religiosas superiores). Por eso, la política debe renunciar al «derecho divino» de los reyes y emperadores, presentándose como algo profano.

‒ Para que haya separación Iglesia-Estado, la religión ha de ser básicamente «religiosa», renunciando a imponerse en un plano de política (tomando el poder). Esta “limitación evangélica” ha sido esencial para la cultura europea y para el cristianismo. La religión sólo puede ser portadora de una palabra de Dios (no de un poder social) en la medida en que no quiere imponer su identidad por medios políticos.

 Por eso, lo que llamamos Europa, en el sentido moderno del término, sólo ha podido establecerse allí donde Estado y Religión se limitan y vinculan (fecundan) mutuamente, sin que un elemento absorba al otro. De esa forma se enriquecen, siendo distintos, el ideal filosófico-político de Europa (con Sócrates y Julio César), y el ideal religioso (con Jesús y Pablo). Ese modelo de separación y vinculación se encontraba básicamente trazado y resuelto hacia el final del siglo III  d.C. (en el tiempo de las persecuciones romanas), aunque ha tardado siglos en desarrollarse (el problema sigue abierto todavía hoy, en el siglo XXI). Eso significa que la estructura básica de Europa se encontraba anunciada y de alguna forma preparada en los primeros siglos de la historia cristiana.

Los judíos rabínicos, nación diferente al interior del imperio de Roma, habían podido conservar sus instituciones (sin dejarse “contaminar”), pero tuvieron que renunciar a “convertir” el Imperio, y se estructuraron como «nación privada» dentro del espacio público del Imperio o de las naciones de Europa.  Por el contrario, en tres siglos de resistencia no violenta frente a Roma y creatividad clandestina (hasta el Edicto de Milán: 313 d. C.), los cristianos optaron por abrirse al imperio, ofreciendo su aportación religiosa mundial. No quisieron ser una nación aparte, «pueblo privado» sino una experiencia religiosa de universalidad, lo mismo y más que Roma (que no había logrado convertirse nunca en ecumene o imperio mundial)[5].

De esa unión nació Europa, a través de largos choques entre Estado (Roma, Imperio, reinos) y Religión (que en conjunto ha sido la cristiana). Somos hijos de dos padres, de un pacto o parlamento, cristianos “y” romanos, y ambos elementos se distinguen, pero no pueden separarse totalmente ni oponerse. A pesar de muchos emperadores, papas y reyes (desde las investiduras del XI-XII a la guerra de los Treinta años, 1618‒1648), el Estado no ha logrado dominar a la religión, ni la religión al Estado. 

 NOTAS 

[1] Europa ha tenido una importancia única en la historia de los últimos mil años de la humanidad, pues es la zona donde ha triunfado un modelo racional (o racionalizado) de vida, en un plano de ciencia/técnica, economía y política. Ella ha iniciado y recorrido un camino triunfal y se ha extendido después al mundo entero, no sólo en un plano de dominio político, sino también científico, aunque ahora (acabado el milenio, año 2013) algunos afirmen que ha dejado de estar donde estaba (y de ser lo que era), porque su “espíritu” (sus conquistas económicas, culturales y políticas) se han extendido al mundo entero, mientras ella parece ahora baldía, añadiendo incluso que ella puede quedar destruida por los resultados de su mismo éxito (capitalismo e imperio mundial, no centrado ya en Europa, sino en otros lugares como USA y/o China). En ese fondo debo destacar la aportación del cristianismo, al que tomo, por motivos prácticos, como eje en torno al cual se entienden los restantes elementos que van configurando la identidad de Europa.

[2] Al superar una fijación nacional y al introducirse en todas las clases sociales, la iglesia ha ofrecido al imperio romano la experiencia espiritual, ética y comunitaria del judaísmo, pero de un modo católico, es decir, ecuménico, relacionado con la humanidad en cuanto tal.

[3] Al mantenerse social y religiosamente independientes, los judíos han ofrecido a Europa el testimonio esencial de su identidad (ser ellos mismos, europeos y distintos), en un mundo que tendía a absolutizar las identidades nacionales. Pasados los siglos, tras la gran masacre nazi/alemana, en la que millone fueron asesinados simplemente por no ser arios, algunos judíos nacionalistas han creado el Estado de Israel, buscando una identidad y separación nacional y religiosa, en un contexto mayoritariamente musulmán. Ese Estado de Israel forma una “paradoja” difícil de explicar, un problema no resuelto. En un sentido es parte de Europa (aunque con rasgos que no le permiten integrarse en la Unión Europea). En otro sentido es Asía y depende no sólo de sí mismo, sino del “ala más fuerte del militarismo occidental” (USA).

Tanto por su origen como por su cercanía e implicaciones sociales, el Estado de Israel (aunque parezca estar fuera de su espacio vital) es un reflejo conflictivo de la historia de Europa. Lo que allí suceda importa, no sólo para los judíos, sino para toda Europa, que sólo podrá encontrar su identidad en la medida en que integre en ella grupos distintos y autónomos. Ese problema fue discutida por Bruno Bauer en, La cuestión judía (1843), al que respondió K. Marx con otro opúsculo, titulado también La cuestión judía (1843), que destaca el aspecto económico, pero ignora otros elementos esenciales. Sólo superando el antisemitismo más duro de su historia, Europa podrá ser lugar de convivencia abierta y signo para el conjunto de la humanidad.

[4] La relación entre helenismo y cristianismo en el surgimiento de Europa ha sido estudiada de un modo ejemplar por los filósofos y teólogos alemanes de hace un siglo. Entre ellos sigue siendo básico A. Harnack,  Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, Leipzig 1924. La opción por el helenismo, sobre todo por su filosofía, significó el rechazo de una magia y una mística oriental, y la superación del culto de las diosas madres (Isis, Cibeles) y de dioses cósmicos (Mitra) que parecían imponerse en el imperio.

[5] Esa situación del cristianismo vino a reflejarse en una tensión fuerte, que el libro del Apocalipsis descubrió y desarrolló de un modo dramático. La Iglesia optó por introducirse en todos los estratos del Imperio, de un modo público (pero sin tomar el poder político). Por su parte, el Imperio romano, tras siglos de tensión y persecución, tuvo que aceptar a la iglesia como estructura religiosa universal. Así se establecieron en principio las dos instituciones básicas de la historia de Europa, distintas y vinculadas, en un contexto de búsqueda racional de la verdad: (1) Un Estado, como poder político, que debía renunciar a su categoría divina; (2) Una Iglesia, como instancia religiosa, que debía renunciar a imponerse sobre el Estado.

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