26-4-25 II Pascua. Cónclave de Cesarea (Mc 8,27-33)

No es lo mismo pero algo se parece.  Esta mañana se ha  celebrado misa fúnebre y sepelio del Papa Francisco. El Cardenal Re ha proclamado un hermoso sermón sobre Jn 21, con la pregunta de Jesús a Pedro “¿Me amas más que éstos?”.

Este pasaje  de Cesarea (ciudad del César)  no se puede aplicar sin más al próximo cónclave vaticano, pero puede ayudarnos a plantear algunas cosas. Piensen los lectores. Buena Pascua 

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Haré una lectura “fuerte” del Cónclave de Jesús del que he tratado extensamente en  Comentario de Marcos. Además, ese evangelio tiene muchas semejanzas con el de Jn 20 de este Dom II de Pascua  (las dos primeras apariciones pascuales de Jesús, una sin Tomás y otra con Tomas, con Pedro al fondo). Buen domingo II de Pascua a todos. Feliz memoria de Francisco. Empecemos a pensar en el cónclave/sínodo próximo.

Mc 8, 27-33 “Cónclave en Cesárea 

Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesárea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 28Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». 29Él les preguntó: «Y vosotros, ¿Quién decís que soy?».

Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». 30Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. 31Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». 32Se lo explicaba con toda claridad.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. 33Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Apártate de mí detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». 

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Pedro y sus compañeros. Diálogo con Jesús.

 . La relación de Jesús con sus compañeros-amigos no fue una historia de buenos-perfectos (Jesús) y malos (los otros), sino de búsqueda y compromiso compartido, de manera que la opción de Jesús se fue fraguando en un contexto dialogal dramático, de palabra discutida y recreada (recuperada) por pascua.

Simón-Pedro y los restantes compañeros se unieron a Jesús y le siguieron porque confiaban en él y/o porque esperaban cumplir por (con) él sus expectativas de poder, pasando de la penitencia del Bautista al poder, abundancia y riqueza del Reino. En este contexto no se puede hablar de un Jesús “héroe” que sabía y hacía bien todo, pero rodeado por una “banda” de ignorantes, sin ideas ni valores (entre los que sobresalía por terquedad Simón Pedro).

Al contrario, por el hecho de que habían estado con Juan Bautista, debemos suponer que Pedro y sus compañeros tenían ideas y valores, no sólo para dialogar con Jesús, sino incluso para enfrentarse con él. No le acompañaron para obedecerle a ciegas y callar, sino para colaborar en su camino, buscando y discutiendo estrategias adecuadas. No elevamos a Jesús rebajando a sus compañeros y amigos.       En este contexto se inscribe la institución de los Doce, que constituye un elemento clave de la historia de Jesús.  

13 Subió Jesús después al monte, llamó a los que quiso y fueron donde él.14 Constituyó entonces Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a proclamar el mensaje16 Constituyó a estos Doce: a Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro...

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Jesús asume con sus doce discípulos, a partir de Pedro, la promesa y camino de las tribus de Israel. No quiere volver a la historia pasada, no se limita a recordarla, sino que se decide a cumplirla en su vida, de una forma nueva, con un grupo de compañeros, a quienes convoca a su lado. Ellos no son un grupo más, sino compendio de todo Israel y de esa forma simbolizan la suerte y promesa de la historia israelita… y el camino de Jesús que les había prometido darles doce tronos reales (no como la ínsula barataria de Don Quijote a Sancho Panza). Recordemos esto: Jesús les ha prometido doce tronos, con Pedro el primero

 Cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos juzgando a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28-29; Lc 22, 30),

 Estas palabras forman el principio de la promesa de Jesús, que ha debido cambiar, transformando la visión del Hijo de Hombre de Dan 7, en un camino que va de Mc 8, 27-28 (donde empieza diciendo a Jesús que es el Mesías, interpretando su camino en forma de triunfo por lo que Cristo debe reprenderle: apártate de mí Satanás), a Mc 10, 41-45 (donde empieza a decir que el Hijo de Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.

El problema de fondo no es la  identidad y función de Pedro y sus compañeros, sino la de Jesús cuando va descubriendo  en concreto, paso a paso, que la llamada de Dios no le lleva a triunfar sobre un trono con doce paladines, sino a morir por todos, como puede interpretarse la palabra citada. Empecemos por la primera promesa de Jesús, a la que Pedro apela cuando dice a Jesús que él es el Cristo). Esto es lo que Jesús había prometido a Pedro:

 ‒ Vosotros, los que me habéis seguido. Los Doce como una corporación mesiánica con opinión y palabra. Ellos son, por un lado, hombres concretos (cf. Mt 10, 2-4) y, por otro son signo (representación) de Israel. Jesús les presenta y ellos se toman como herederos de las promesas de Israel.

En la regeneración o renacimiento (palingenesía)… Esa palabra o su equivalente forma parte de una “filosofía” o esperanza muy extendida de tipo cultural/religioso que indica la culminación del tiempo (synteleia aiônos: Mt 13, 39.40.49), indicando en lenguaje helenista la transformación mesiánica de la humanidad.

Cuando el Hijo del hombre se siente en su Trono de Gloria. Esa transformación cósmica está vinculada a la esperanza israelita de la venida del Hijo de Hombre de Dan 7, que Jesús debió compartir con sus discípulos, a quienes invitaba a formar parte de su grupos, diciéndoles “os sentaréis también vosotros sobre Doce Tronos... juzgando a las Doce Tribus de Israel, en el sentido de “tener autoridad”, salvar…

 Ahora, cuando suben a Cesárea de Felipe estos Doce de Jesús, piensan con Pedro que ha llegado la hora de los tronos. No podía ser de otra manera. Todos siguen pensando lo mismo que Pedro, menos Jesús que descubre que el camino que han tomado no es de tronos, sino de cRuces.

Jesús fue viendo que su “trono” y el de de sus colaboradores no era  de triunfo sobre otros, sino de entrega de la vida e incluso de muerte. Por eso les convoca a un cónclave especial; el tema es de todos y entre todos ha de tratarse. Por eso le pregunta qué piensan de él, de su caso y, cuando Pedro le dice que es el mesías/Cristo, Jesús le contesta que se calle, que no es eso

27 Y salieron Jesús y sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Filipo y por el camino les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?28Ellos contestaron: Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías o uno de los profetas. 29 El siguió preguntándoles: Y vosotros quién decís que soy yo? Pedro le respondió: Tú eres el Cristo. Pero Jesús les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él.

 La gente de fuera anda con cábalas: Que eres un profeta, una clonación de Juan Bautismo, o un tipo distinto de profeta… Eso dicen los de fuera, pero Pedro, en nombre de los doce responde. Tú eres el Cristo, y que has venido a imponer tu poder sobre el mundo como un César más alto que el de Roma y a nosotros nos debes doce tronos, para eso los prometiste.  

Esta fue la situación, la gran disputa entre Pedro,  que exigía a Jesús que cumpliera su palabra…y la de Jesús que ahora dice que no ha venido a tomar el poder sino a dar la vida y morir por los otros.   

31 Jesús empezó a enseñarles que el Hijo de hombre debía (dei) padecer mucho, que sería rechazado por los presbíteros, sumos sacerdotes y escribas; que lo matarían, y a los tres días resucitaría….32 Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparlo. 33 Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:¡Apártate de mí, Satanás o piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres (Mc 8, 31-33).

Pedro había increpado a Jesús, exigiéndole que cambie de postura, pues según piensa en ese momento, siguiendo la primera promesa de Jesús), él piensa que la iglesia mesiánica sólo se puede edificar con gran poder, no dando la vida y muriendo por los otros.

Pero Jesús rechaza a Pedro llamándole Satán (Tentador). Al principio le había dicho como a los otros tres de Mc 1, 16-20: Andrés  y Pedro, los Zebedeos) : ¡venid! (deute opisô mou: Mc 1, 17); ahora le reprende ¡apártate! (hypage opisô mou: 8, 33), en palabra de condena, añadiendo: «El Hijo del hombre debe padecer...» (8, 31), utilizando una fórmula teológica: Dei (Dios lo quiere, es necesario…), que implica la transformación (inversión) del anuncio de triunfo mesiánico que he comentado ya en Dan 7.

Un problema de fondo un problema actual

 Para algo han venido al funeral de Francisco presidentes, reyes y magnates. Además, Pedro piensa con gran parte de la Biblia (AT) que sólo puede ser Cristo es quien domina a los demás, quien conquista el reino de Dios y ofrece a sus seguidores el dominio sobre los vencidos (es decir, sobre otros grupos menos importantes). Pues bien, Jesús le responde ahora y dice que auténtico Cristo es quien sabe padecer, dejando que le derroten, quien ama en gratuidad, poniendo la vida a merced de los otros, un tema que Mt 5 ha elaborado en las antítesis, que estudiaremos en la tercera parte de este libro.

Esta respuesta de Jesús a Pedro y a los Doce nos sitúa ante la gran conversión no sólo de Pedro, sino de Jesús,  ante la transformación más radical de la palabra de Dios, que no aparece ya como Verbo/espada que desciende en la noche y aniquila a los primogénitos de Egipto (cf. Sab 18, 15-16), sino como llamada de salvación para todos los hombres como dirá no sólo Pablo en 1 Cor 15, 22 (todos serán vivificados en Cristo) sino el Cristo del cuarto Evangelio: Cuando sea elevado atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32)

 Este Jesús que habla de dar la vida y morir por los otros ha debido cambiar muchísimo. Ya no promete a los suyo doce tronos, sino no mucho sufrimiento. Él ha ha ofrecido solidaridad o reino de Dios (cf. Mc 1, 14; 9, 1), pero las autoridades del judaísmo del templo no le aceptan. Ha creado comunión, dando voz a los mudos, pan a los hambrientos, salud a los enfermos, pero los jerarcas religiosos y sociales de su pueblo le juzgan peligroso y en nombre de su ley social van a condenarle a muerte.

Jesús descubre así que su camino de Reino (salvación para todos) ha de ser para él un camino de muerte, y así se lo dice (se lo propone) a sus compañeros, por si ellos quieren acompañarle y compartir su suerte. Para hacerse solidario de los hombres (especialmente de los pobres, enfermos, marginados y hambrientos), Jesús tiene que estar dispuesto a sufrir, a dar la vida, a que le maten.. En esa línea, si Jesús renuncia a toda forma de violencia o lucha externa; si sube a Jerusalén como Cristo tiene que da la vida por los demás,  tiene que estar dispuesto a morir.

Y lo mismo Pedro y sus compañeros: Si quieren seguir subiendo con Jesús a Jerusalén tienen que estar dispuestos a morir con él. Pues bien, esto es lo que Pedro no quiere, no porque sea cobarde, sino porque no era eso lo que Jesús le había dicho al principio. Por eso, se eleva ante Jesús y le dice: Te equivocas, maestro, te estás poniendo de la mala parte.

Ése es el gran descubrimiento de Jesús, esa es la enseñanza que él debe transmitir a sus discípulos, cuando Pedro le llama “Cristo”. Se trata de saber quién tiene razón: Si este Pedro o si este Cristo “cambiado” que ya no habla de tronos y prebendas, sino de dar la vida y morir. Esto es aquello que Pablo llamará mas tarde el “logos tou staurou”, es decir el logos o verbo de la Cruz, la identidad del evangelio (1 Cor 1, 18).

 No puede imponer su proyecto por la fuerza, ni emplear en su favor armas de guerra u opresión humana, porque ellas las controlan los ancianos, escribas y sacerdotes de Jerusalén, vinculados al poder de Roma y, sobre todo porque las “armas y métodos de guerra que quiere Pedro” no son las de Dios, sino las del Diablo. En esa línea, cuando dice “dei” (es necesario) que el Hijo del Hombre esté dispuesto a morir, Jesús está interpretando toda la Biblia, desde Adán hasta Daniel, desde Abraham hasta el libro de la Sabiduría.

Esta palabra “dei” (δεῖ αὐτὸν, era necesario) que él, como Hijo de hombre “padeciera”, fuera negado, rechazado, constituye no una clave más, sino la clave de interpretación de toda la Biblia, como indica la interpretación cristiana Dan 7). Ciertamente, está en el fondo la esperanza del “triunfo del Hijo del hombre”, pero se trata de un triunfo que no se consigue dominando y venciendo a los otros, en la línea de las bestias anteriores de Daniel (por ley de imposición, guerra o dominio), sino por entrega de la vida, en la línea del Siervo de Yahvé de Isaías II y del justo sufriente de Sabiduría (no del Logos/espada que mata a los egipcios).

El gran cambio de Jesús… El cambio que ha de hacer la iglesia

 Esta es la transformación mesiánica de la Biblia, el paso del dominio sobre los demás por violencia y guerra a la creación de un camino nuevo de no violencia, de renuncia y entrega de la vida,   Éste es el descubrimiento de Jesús, su enseñanza central, desde M 8, 31 par hasta el final de los evangelios, que han de entenderse como anuncio de resurrección por la muerte, no como rechazo de la muerte. Esta es la “novedad” del evangelio, no en forma de pura enseñanza teórica, sino de compromiso personal de vida.

Jesús no ha venido a decir lo que son o han de ser las cosas, en forma de profecía o de doctrina sapiencial, sino a mostrar la forma que él debe cambiarlas, en amor, por entrega de la vida,  subiendo a Jerusalén para morir, no para sentarse sobre un trono, con unos colegas que comparten el mismo deseo de triunfo Así viene a presentarse como “escritura de Dios en forma humana.

Esto es lo que Jesús ha descubierto, lo que ha decidido y declara en el momento central de su camino, al Norte de Palestina, en las aldeas de Cesárea de Felipe. Ha cambiado de manera radical su proyecto antiguo (el de los doce tronos) y dice a Pedro y a su gente que quien quiera seguirle toma su cruz y se ponga en marcha.

Quien se apunte al cónclave de Jesús ya sabe: Que tome su cruz y en camino. La muerte no vendrá al final, como por casualidad. No será un accidente inesperado que trunca su carrera victoriosa, sino consecuencia y culminación de este cónclave de Jesús en Cesárea de Felipa. La muerte no es tragedia contra la que debe elevarse angustiado el profeta del reino. No será tampoco una   representación teatral que hace Jesús, sabiendo de antemano lo que vendrá después con la resurrección, sin implicarse de verdad en la muerte, como si ella sólo le afectara externamente, en actitud de docetismo (sufre el cuerpo, el alma no padece, está ya en gloria, como suponía Sócrates)-

Al contrario, Jesús inicia con sus compañeros un camino de muerte. Esta declaración del camino de muerte recibe el nombre de evangelio (cf. Mc 8,35), buena nueva de aquel que se ha dejado matar, porque su muerte forma parte del reino. Jesús asume ese camino de muerte y lo recorre porque cree en el amor y porque ama a los más pobres de un modo concreto, paso a paso, abriendo para ellos por su muerte un espacio de vida compartida, de entrega personal, en medio de la fuerte violencia de aquellos que, por fidelidad a su sistema de poder, le han de condenar a muerte.

Esta declaración de Jesús, el Hijo del Hombre tiene que morir (Mc 8, 31) rompe los tejidos mesiánicos anteriores y crea unos nuevos y verdaderos, ofreciendo el esquema o paradigma primordial del evangelio. Jesús ha descubierto y ha trazado su estrategia mesiánica de muerte en Cesárea de Felipe (Mc 8), dialogando con sus discípulos, para descubrir que ellos no aceptan su propuesta y camino. Esta revelación mesiánica, que Jesús discute con sus discípulos no es una teoría general sobre los principios del ser (de lo divino o de lo humano), sino un compromiso de vida.

Jesús no teoriza. Descubre lo que implica recorrer fielmente, hasta el final, el camino del reino, asumiendo así su propia tarea, en el contexto concreto de su tiempo, y circunstancia, para cumplir de esa manera lo que dice (lo que anuncia y prepara) la Escritura, condensada en este “dei”: Conforme a la Escritura, retomando y culminando el camino de Moisés y Elías, von Isaías y todos los profetas, en la línea de su experiencia en el bautismo del del río Jordán (Mc 1,9-11), Jesús debe poner su vida en amor, muriendo por el Reino (es decir, por la salvación de los enfermos y excluíos de los posesos e impuros)..

 Antes no había advertido las implicaciones de su decisión. Sólo ahora descubre, desde el gesto precedente de su entrega por el reino, que ser fiel a Dios y a los humanos significa estar dispuesto a vivir y sufrir por ellos, poniendo la vida en sus manos (en las de Dios) al servicio de los demás. En este contexto podemos ir descubriendo quiénes son responsables de su destino de muerte.

-El responsable primero y principal es él mismo. Si no hubiera querido (=si no estuviera dispuesto a morir) no tendría que haber salido de casa y haber empezado su tarea de Reino. Tendría que haber quedado en Nazaret, con sus compañeros nazoreos, sin discursos provocadores, como el primero de de la sinagoga (Lc 4, 17-31). Pero ha salido, ha empezado a proclamar la palabra. Todo lo demás ha sido y seguirá siendo consecuencia de esta decisión primera.

- Responsables de la entrega de Jesús son en segundo lugar, aquellos que le han confesado profeta mesiánico, aquellos que han creado una inquietud mesiánica en torno a él, como sabemos por Mc 6,14-16), los que le han identificado con los profetas antiguos y especialmente Pedro, que le ha llamado “el Cristo” (cf Mc 8, 27-30). En este momento, por los datos evangélicos que tenemos resulta muy difícil distinguir lo que Jesús ha pensado y ha dicho sobre sí mismo (sobre su misión) y lo que han pensado y dicho sus compañeros y amigos, que son, previsiblemente, los que le han invitado y le han impulsado a tomar un camino mesiánica.

- Finalmente, en sentido estricto, los responsables históricos concretos de la suerte de Jesús son aquellos que le condenan a muerte (especialmente los sacerdotes) que no creen en el mesianismo “divino” de Jesús, según las Escrituras, pero tienen miedo de que lo sea, que le toman en serio, que le condenan a muerte. Son ellos los que, al condenar a Jesús como “mesías falso” están situándole con más fuerza en un espacio mesiánico. Desde un punto de vista puramente histórico, podemos suponer que, si no le hubieran condenado a muerte, su mesianismo podía haber quedado “escondido”, latente. Sólo al ser condenado a muerte, ese mesianismo latente ha “estallado” por así decirle y se ha expresado en su recuerdo, en sus apariciones pascuales y en todo el despliegue de la iglesia. 

 Les había mandado callar porque quiere ofrecerles una palabra (logos) diferente, una voz que es semilla de reino (cf. 4,14) y que abre su propio destino. Esta es la voluntad de Dios (cf. dei, es preciso: 8,31); pero es, al mismo tiempo, resultado del rechazo de los hombres. Jesús quiere llevar su anuncio de reino a Jerusalén, aunque sabe que allí van a condenarle. Pues bien, precisamente ese rechazo y muerte forman la verdad de su «mesianismo». Al hablar así, convierte su destino en vocación, descubriendo la voluntad de Dios en la condena de los hombres.

He dicho mesianismo, y quizá debe cambiarse la palabra, pues de un modo significativo Jesús mismo ha preferido evitarla (ha dicho a sus discípulos que no hablen de ello, que no propaguen el tema del mesianismo (Mc 8, 30) y que se pongan en camino con él, incluso Pedro (que actúa como Satanás), pero sólo si se convierte y cambia  

Pedro y sus compañeros contra Jesús.

  Al principio de su ministerio, Jesús pide meta-noia (cf. Mc 1,15), un tipo de cambio de mente, una forma distinta de entender las Escrituras y la vida humana. Al servicio de esa mata-noia o transformación bíblica ha ido cumpliendo Jesús hasta el momento su tarea. Ahora dice que por ella está dispuesto a que le maten. Esto es lo que pide el evangelio. Por eso quiere y debe reinterpretar su misión mesiánica (de profeta y Cristo) en términos de Hijo de hombre que padece y muere, invirtiendo la visión de Dan 7 (con el Hijo de Hombre como dominador sobre los pueblos).

En este momento, la corrección de Pedro (= Petros, el Piedra, fundamento de su comunidad mesiánica: cf. Mc 3, 16), que “corrige” a Jesús, diciendo que no puede subir a Jerusalén de esa manera, para allí morir, representa la razón dominadora de la Antigua Alianza (que ha sido superada por el Siervo de Yahvé de Isaías II y por el justo suficiente de Sabiduría, aunque Pedro no se ha dado cuenta de ellos. Por eso, como escogido de Jesús, Pedro se atreve a increparle, rechazando su forma de entender el mesianismo (Mc 8, 32b).

También Pedro ha “leído” los hechos anteriores de la vida de Jesús y ha sacado las consecuencias pertinentes, pero en una línea contraria a la de Jesús. No es un criado, un servidor sin pensamiento. Jesús le llamó para encargarle la pesca escatológica (1, 16-20) y después le ha ofrecido la tarea de anunciar la conversión y expulsar a los demonios (cf. 3, 13-19; 6, 6-12). Es normal que piense y diga lo que piensa, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión del mesianismo. Jesús es un maestro, pero no dictador. Ha pedido la opinión de sus discípulos ()quién decís que soy?). Pedro responde: tiene derecho a corregirle, trayéndole al camino del triunfo mesiánico, utilizando así buenas razones que le ofrece la Escritura y tradición de gran parte de la Biblia

Pedro representa un buen mesianismo  de gran parte del AT, pero no el mesianismo de Jesús Ciertamente, el lector de Marcos sabe que Jesús es Hijo de Dios (1, 11), porque ha escuchado la voz del mismo Cielo en el bautismo. Pero Pedro no lo sabe (o no quiere saberlo). Por eso es normal que rechace un camino de sufrimiento, que llame aparte a Jesús y le corrija, como si el tema fuera de ellos dos. Pero Jesús no quiere discutir con Pedro a solas, en privado, sino que lo hace abiertamente, delante de todos, llamándole Satanás y pidiéndola que se aparte de su lado (Mc 8, 32-33).

Este Pedro no es un negado, un simple subordinado, pues Jesús le llamó para encargarle la pesca (1, 16-20) y después para anunciar la conversión y expulsar demonios (cf. 3, 13-19; 6, 6-12). Es normal que él piense y diga lo que piensa, corrigiendo (según Marcos) a Jesús, que no es puro maestro, sino también amigo y compañero. Un Jesús “Dios” dictador que negara la autonomía de sus discípulos (que no les tuviera en cuenta), como si ellos fueran de segunda categoría, no podría ser Mesías (Hijo del Hombre). Precisamente porque Jesús le estima y porque necesita su “consejo”, Pedro tendrá que criticarle, y lo hace llamándole aparte, y no a la vista de todos, para no desautorizarle. .

Jesús había pedido la opinión de esos discípulos (¿quién decís que soy?) y Pedro se la había dado, para seguir diciéndole no sólo quién es, sino qué debe hacer como Cristo, según la Biblia que le han enseñado, en la que ha creído, por la que ha seguido a Jesús. El cambio que propone Jesús significa cambiar su Biblia y eso va en contra de sus principios. No podemos suponer que es un cobarde, un incrédulo egoísta o simplemente alguien que busca sólo el triunfo externo. Tiene su razón de Biblia y se la dice a Jesús con toda claridad (como he destacado en Comentario a Marcos).

 Pedro había dicho que Jesús es el Cristo el mesías), pero después le reprende, no ante todos, sino en un lugar escondido, para corregirle en intimidad (epitimein). El discípulo a quien Jesús había llamado y enviado, confiándole su tarea (1, 16-20; 3, 14-17; 6, 6-13), se atreve a reprender y aconsejar a su Maestro. Es evidente que que quiere “enseñar” a Jesús, recordándole lo que implica ser el Cristo, apelando a textos de antiguas Escrituras y de nuevas tradiciones, resaltando las gloriosas esperanzas nacionales, desde David a Judas Macabeo

Pedro representa un mesianismo de imposición (de imperio eclesial), no sólo anterior a la muerte de Jesús, sino posterior, un mesianismo de muchos llamados creyentes y cardenales incluídos, que se apuntan a Jeús buscando sus tronos, de  reyes, jueces o jerarcs sociales,

 Marcos está presentando lo que ha sido, a su juicio, el intento y tarea de Pedro, en los primeros años de historia de la Iglesia. Por lo que sabemos, Pablo ha disentido en varias cosas de Pedro, pero no le ha “condenado” de un modo absoluto (cf. Gal 1, 18; 2, 7-14; 1 Cor 1, 12; 3, 22; 9, 15; 15, 5). Pero, este Jesús de Marcos, se opone de plano a Pedro. Sabe que él ha sido un discípulo privilegiado de Jesús. Pero sabe también que ha seguido un camino contrario y ha querido crear una iglesia que, a su juicio, ha corrido el riesgo de retomar un mesianismo que Jesús había superado con su mensaje y con su muerte.

Marcos supone que, por su teología y su forma de entender la Iglesia, en un primer momento, Pedro ha rechazado el camino de sufrimiento y fracaso (de Cruz) que Jesús acaba de proclamar, comportándose de hecho como uno de los“enemigos de la Cruz de Cristo” (Flp 3, 18), a los que Pablo critica llorando. Pues bien, entre esos enemigos, se encontraría, según Marcos, el mismo Pedro, que no ha creído en su mensaje de muerte/resurrección, como dice Marcos (suponiendo que las mujeres de la pascua no han logrado verle o convertirle, Mc 16, 1-8). La visión de Pedro no es extraña. Lo extraño hubiera sido que él hubiera actuado de otra forma, que aceptara ya al principio a Jesús crucificado. Como representante de una fuerte tradición israelita (según la cual el mesías ha de triunfar), Pedro se ha creídoobligado a corregirle, dándole lecciones de mesianismo y cordura israelita.

Según Marcos, Pedro empezó rechazado de  hecho el proyecto de Jesús, al fundar y dirigir una Iglesia que ha ido en contra de la dinámica de muerte/resurrección de la auténtica Biblia. Lógicamente, Marcos defiende a Jesús, que mantiene su proyecto y corrige a Pedro (apártate de mí, Satanás! (8, 33). Eso significaría que, al menos durante un tiempo (a pesar de lo que dice Pablo en 1 Cor 15, 3-9, Pedro ha seguido defendiendo en su Iglesia, con los Doce de Jerusalén) las cosas de los hombres, como los miembros del Sanedrín, cuyos sacerdotes y asociados (escribas y presbíteros) se han opuesto a Dios, buscando su poder y provecho en la tierra, enseñando doctrinas humanas (cf. Mc 7, 7) y actuando en realidad como cueva de bandidos (cf. Mc 11, 18).

Frente a las “cosas de los hombres”, que Pedro sigue defendiendo, como portavoz de Satán, presenta Jesús las cosas de Dios que se expresan en la entrega de la vida y en la muerte en cruz a favor de los demás. Al rechazar a Pedro, diciendo que defiende las cosas de los hombres, no las de Dios, el Jesús de Marcos critica de hecho la forma en que Pedro y su iglesia de Jerusalén han entendido el proyecto mesiánico de Jesús crucificado, creando una comunidad que se apoya en el poder, histórico o escatológico de los hombres, no en el amor del Cristo que ha muerto a favor de ellos (en contra de lo que muchos piensan) [1].

[1]  La interpretación de Pedro  era contraria a la de Dios. En contra de eso, el Jesús de Marcos asume el verdadero punto de vista de Dios, y así define el sentido de la trama evangélica.

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