21.3.24. (Ibicla 4). Salió a ser derrotado: Introducción a la Semana Santa (Guía de perdedores)

Sabía que sería derrotado, y sin embargo salió (cf. jinete Ap 6)  y su derrota fue victoria del amor sobre la muerte

Éste es el tema 4 del curso cuaresmal Ibicla/2024, desde Chicago USA para cristianos de lengua hispana. Ésta es la clave de la Semana Santa, que empieza el Domingo de Ramos(24.3.24) con Jesús entrando en Jerusalén sobre un asno.

Sólo quienes se arriesgan a perder por amor su vida al servicio de la Vida podrán celebrar como cristianos es Semana de Dios 2024.    

Del toro al infinito: JESÚS DE MEDINACELI ES EL CRISTO DE MADRID

1. Vencer por el fracaso, contra la tentación de Pedro (Mc 8, 27-38)

- Y salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Felipe, y por el camino les pregunto: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.

- Y él les preguntaba: Y vosotros ¿Quién decís que soy yo? Pedro le contestó: Tú eres el Cristo. Y él les mandó enérgicamente que no hablaran a nadie acerca de él.

- Y comenzó a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y fuera reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que le matarían, pero que resucitaría a los tres días… y tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres (Mc 8, 27-33).

Crisis de Pedro. Querer ganar. Pedro en nombre de todos, dice a Jesùs: Tú eres el Cristo. En un primer momento, esa respuesta es valiosa y abre un camino de iluminación y compromiso del Reino: Pedro se atreve a recordar a Jesús que no es un profeta más, sino el Cristo y que debe actuar en consecuencia, liderando un movimiento del Reino, que lógicamente ha de culminar en Jerusalén. Esta confesión desencadena los acontecimientos. Hasta ahora, el proyecto de Jesús podía interpretarse y aplicarse de varias formas; en contra de eso, Pedro quiere que Jesús asuma claramente las exigencias de su proyecto mesiánico

- Ratificación, interpretación. El Hijo del Hombre ha de sufrir. Jesús acepta la propuesta de Pedro, pero la reinterpreta en línea de entrega personal: No irán a Jerusalén para triunfar, sino para dar la vida, pues él no es un mesías de poder como el Hijo de Hombre de Dan 7, 14, dominando sobre otros, sino entregando su vida a favor de los excluidos y oprimidos, en un contexto adverso. Ha mandado a sus amigos que anuncien el Reino Así sube a Jerusalén quedando en manos de las autoridades y del pueblo, con riesgo de ser condenado a muerte.

             Esta decisión desencadena el conflicto de Jesús con sus compañeros y especialmente con Pedro, un conflicto que irá definiendo las relaciones del grupo, hasta culminar en la crisis y abandono de los Doce, con la muerte de Jesús y el nuevo comienzo pascual, a partir de las mujeres. Jesús no es un profeta solitario, sino en comunión (diálogo y conflicto) con sus compañeros. En ese contexto, Pedro sigue calculando aquello que el Reino ha de darle, no aquello que él debe hacer por el Reino, situándose así en una línea más cercana a la promesa de Dan 7, 14 que al mensaje de Jesús a quien él quiere corregir, en nombre de una tradición que interpreta la revelación del Hijo de Hombre como triunfo sobre todos los otros poderes (cf. Mt 4, 1-1; Lc 4, 1-11).

En este contexto no se puede oponer la maldad de Pedro a la bondad de Jesús, sino trazar mejor la novedad y consecuencias del nuevo mesianismo de Jesús, que le lleva de Galilea a Jerusalén por caminos nuevos, aún no recorridos. Tanto Jesús como Pedro están al servicio del Reino, pero de modos distintos:

- Pedro quiere “mando” con (por) Jesús, buscando un tipo de autoridad que a su juicio es buena (limpia, legal), para realizar así, desde el poder, una serie de cambios, para trasformar la vida de los hombres, en clave de justicia y conseguir de esa manera el triunfo nacional israelita. Pero Jesús rechaza a Pedro, le llama Satanás (tentador) y sitúa su propuesta en la línea del Diablo de Mt 4 y Lc 4). La estrategia mesiánica de Pedro es coherente en una línea de liberación eclesial (humana) por la fuerza, desde la perspectiva de un Dios de Poder. Pero, Jesús dice que esa estrategia forma parte de una toma de poder humano, que no responde a la intención más profunda del Reino («tus pensamientos son de los hombres, no de Dios»: Mc 8, 33).

- Jesús no proclama el Reino (ni edifica su Iglesia) tomando el poder, sino sirviendo a los demás (en perdón y regalo de amor), sin imposición, jerarquía y dominio, sino en comunión por la palabra, en gesto de encarnación y servicio, desde abajo, a partir de los pobres (con ellos). El Reino vendrá, pero no puede instaurarse a la fuerza, porque su principio no es la fuerza, sino el engendramiento de amor, por la Palabra (parábolas), de forma que no puede imponerse, sino sembrarse en amor, como hace Jesús, dando su vida y muriendo, conforme a una dinámica que él, Jesús, ha ido descubriendo en la experiencia de su propia vida. Por eso, se opone se opone a la dinámica de Pedro, que también puede fundarse en la Escritura, pero conforme en una interpretación que a juicio de Jesús es falta.

             - Contra la lógica del poder. No se puede hablar de heroicidad y cobardía (Jesús héroe, Pedro un villano). En la línea de Pedro se puede ser héroe, como Judas Macabeo), en clave de poder, mientras Jesús aparece como un anti-héroe, un cobarde, que no se atreve a luchar y vencer, sino que se deja derrotar como los cobardes. Pedro quiere ser del partido de unos vencedores mesiánicos, que se oponen por la fuerza a los enemigos, incluso con riesgo de perder la vida en la batalla, como Judas Macabeo. Jesús se opone a ese partido, porque “ama” a los enemigos, quedándose en sus manos, dejando incluso que le maten, porque sólo así, en camino de no violencia activa puede llegar y llega el reino de Dios, como simiente sembrada en tierra, que tiene que morir para dar fruto.

 Un proyecto social al estilo de Pedro requiere jerarquías militares (como las de Roma) o socio-eclesiales como las del templo de Jerusalén. En contra de eso, el proyecto de Jesús triunfa y se instaura a través de la palabra y la vida compartida). Jesús no espera la llegada de un Reino futuro más poderoso y más justo, en la línea de los sacerdotes de Jerusalén y de los soldados de Roma, sino que proclama e instaura un reino de servicio mutuo, en gratuidad y entrega de la vida, sin imposición de unos sobre otros.

Por eso, tras haber dicho a Pedro y a sus compañeros que se sentarán sobre doce tronos juzgando a las tribus de Israel (cf. Mt 19, 28), Jesús añade que no son tronos de poder como los de Dan 7, sino de entrega de la vida a favor de los demás. Un sistema de poder como quiere Pedro exige expertos, conforme a principios de poder militar, económico o jurídico y religioso (de templo), especialistas, que ocupen los puestos de mando de un organigrama de guerra, con poder económico, militar y religioso. Pues bien, en contra de eso, Jesús invita a sus compañeros a subir a Jerusalén sin soldados de imperio o sacerdotes del templo.  

Cristo de las Batallas

 2. Subir a Jerusalén para perder

            Había ofrecido el Reino a los pobres y mendigos de Galilea, a los rechazados y asesinados. Para ellos había vivido, con ellos se identificaba ahora, subiendo sin defensa a la ciudad de las promesas (Jerusalén) como Mesías, no para tomar el poder (en la línea de David), sino para ratificar allí su Palabra, asumiendo el riesgo del fracaso mesiánico. Subió para culminar su obra e implantar el Reino proclamado (iniciado) en Galilea, entre los pobres y expulsados, cojos y ciegos, ratificando lo que había hecho, no para iniciar una misión distinta, pero Pilato, le condenó a muerte. Entró con unos galileos (aunque podía tener simpatizantes en Jerusalén), y en un primer momento pudo parecer que triunfaría. Pero, las autoridades no aceptaron su mensaje, sus galileos le abandonaron y Pilato le mandó crucificar sólo a él, fuera de las murallas.

- Subió como aspirante mesiánico. No para morir, sino para promover el Reino, no como víctima expiatoria, sino como testigo de Dios, en nombre de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Así vino, con un grupo de galileos, esperando la manifestación de Dios, aunque sabiendo el riesgo que implicaba su decisión, como recuerda la palabra de Tomás: Subamos y muramos con él (cf. Jn 11, 16). Dios hablaría en Jerusalén.

- Vino de un modo público, como pionero y representante de aquellos que esperan el Reino, y entró a la vista de todos, montado en un asno, por el Monte de los Olivos (Mc 11, 1-11 par; cf. Jn 18, 20), como rey que toma posesión del reino. Sin duda, él conocía los enfrentamientos de los sacerdotes con otros grupos judíos (como los esenios de Qumrán), y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear Poncio Pilato, que también estaba en Jerusalén con un destacamento de soldados, para mantener el orden por pascua. A pesar de ello, entró en Jerusalén.

- Proclamó su palabra ante los sacerdotes, no para pactar con ellos, sino para anunciar el fin de su poder. El pacto podía ser signo de Dios, y el mismo Dios había pactado con su pueblo, como sabe la tradición deuteronomista. Pero no todo pacto era bueno, y Jesús no quiso aliarse con los sacerdotes, pues no admitía su poder (ni los sacerdotes el suyo), sino que quiso implantar el Reino de Dios por encima del templo, como alianza y don, desde los pobres (cf. Mc 14, 24 par).

- Elevó su gesto frente a Roma, no luchando en plano militar, sino ofreciendo ante el gobernador y sus soldados un modelo y camino de humanidad (de Reino). Desde una perspectiva eclesiástica moderna, Jesús podría, y quizá debería, haber propuesto un pacto a Roma, enviando delegados a Pilato, para decirle que venía desarmado y no quería (ni podía) ocupar la ciudad, ni provocar desórdenes externos, sino cambiar la identidad y misión del judaísmo. Roma podría quedar al margen, Jesús no ocuparía su lugar… Pero Jesús no propuso ese pacto, ni ningún otro, pues no quería tratados de poder, sino alianza de vida en gratuidad.

 Estaba convencido de que Dios le enviaba para instaurar el Reino, conforme a su mensaje en Galilea. No vino para dominar sobre los demás, asentando su trono en Jerusalén, sino para que todo cambiara, en línea de Reino. Probablemente, en caso de que le recibieron podría volver a Galilea, porque el Reino era de todos (no exclusivamente suyo) y él no necesitaba hacerse jerarca superior en Jerusalén. Lo que importaba era que el Reino que había sembrado se expandiera, primero por Doce, en Israel y luego en el mundo entero. Así vino a Jerusalén con su doble propuesta.

- Propuesta social: entró como pretendiente mesiánico, en la línea de David, no para triunfar, ni apoderarse del reino, sino para que reinaran los suyos, los pobres y excluidos (no sólo en clave de poder, sino de comunión gratuita de la vida). En Cesárea de Felipe les había preguntado quién pensaban que él era, y Pedro había respondió diciendo que era el Cristo (Mc 8, 29), pero Jesús le contestó pidiéndole silencio y añadiendo que su proyecto no era hacerse rey (tomar el poder), sino hacer reyes a los otros (dar la vida por ellos). En esa línea se mantuvo y en esa entro públicamente, como Mesías/Rey, en forma pacífica, sin armas, como representantes del Reino de los pobres.

Propuesta religiosa. Tras subir como Mesías, anunciando y promoviendo el Reino a los pobres, vino al templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que, siendo reyes, hombres y mujeres, todos eran sacerdotes y así podían relacionarse con Dios y perdonarse unos a otros, como sacerdotes (cf. Mc 11, 11-30). Esperó respuesta de Dios, pero fue ajusticiado, sin que sus discípulos le acompañaran. Vino para culminar la tarea mesiánica, en obediencia creyente, esperando la intervención de Dios, pero fue ejecutado, sin que Dios pareciera responder

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3.¿Si no hubieran matado a Jesús?

 Si hubiera triunfado políticamente, no habría llegado su reino, sino “otro”, al estilo del templo y del imperio, pues sólo fracasando en ese plano pudo triunfar en el plano de Dios (cf. Mt 16, 23). El reino de Jesús sólo puede llegar a través de un fracaso político-militar en la línea de los imperios-reinos de este mundo

Jesús subió a Jerusalén  para celebrar la Pascua, memoria del nacimiento del pueblo (saliendo de Egipto). No fue en Pentecostés, aunque hubiera sido buen tiempo para proclamar la Ley, centrada en la venida del Espíritu Santo (Hech 2). Tampoco fue por el tiempo de los Tabernáculos, que sería igualmente bueno para celebrar la marcha del pueblo a través del desierto, en tiendas o chozas, anticipando la culminación escatológica. Vino por Pascua, en un contexto mesiánico, vinculado a la salida de Egipto (cf. Ex 12), rodeado por doce discípulos/amigos, para proclamar y promulgar la llegada del Reino.

  1. Jesús no tomó el poder religioso del templo. No conquistò no tomó el templo por las armas, ni criticó sus sacrificios por falta de legitimidad legal (como hacían algunos de Qumrán), sino que dijo y realizó un gesto más hondo: Mostró que había perdido su función, pues había llegado el tiempo del Reino y no hacían falta sacrificios ni poderes religiosos como los de ese santuario. Unos decenios más tarde, tras la destrucción del 70 d. C., los judíos rabínicos reconstruirán la tradición israelita (el Israel eterno) desde una perspectiva de Ley nacional y familiar, sin necesidad de templo, acercándose así a lo que Jesús había pretendido. Pero la palabra y acción de Jesús había sido más incisiva, mostrando que Dios mismo “destruía” su templo, porque se había convertido en sede de pecado, para iniciar su revelación más alta, en una línea evocada ya por Jeremías y Ezequiel.El signo de Jesús, que suscitó el rechazo de los defensores del orden económico, político y religioso de Jerusalén, no fue improvisado, sino que respondía a todo su mensaje y camino anterior. Desde su opción a favor de los expulsados sociales, Jesús descubrió el carácter opresor del templo, edificado sobre el sacrificio y expulsión de los pobres. En un plano exterior, el templo estaba lleno de “gloria”, era una mole imponente, una gran maravilla (como las ciudades que se estaban construyendo en Galilea). Pero, en otro plano, esa mole de templo escondía el sacrificio y muerte de los pobres.
  2. No tomó el poder como rey político- militar, en el sentido usual del término, como los macabeos o celotas. No se habría convertido en emperador o regente político. Ciertamente, él se presentaba (y se habría presentado) como “virrey”, delegado y representante de un Dios-Rey, pero no en forma patriarcal e impositiva, sino como madre-hermano-hermana de los hombres, es decir, como amigo, animador de una iglesia o comunidad de iguales, hermanos y hermanas, sin padres/patronos, ni siervos (cf. Mc 3, 31-35). En esa línea podemos añadir que habría sido signo y representante del Hijo del Hombre, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

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 4. Iglesia, comunidad de perdedores.

La iglesia es una comunidad de seguidores de Jesús (hermanos/hermanas, amigos) que han aprendido a perder y pierden por amor ofreciéndose entre sí vida y amor, una comunidad de itinerantes del reino, sin instituciones militares, ni estructuras económicas de poder. En un primer momento (en un sentido externo, militar, político, económico) el imperio de Roma podría haber seguido funcionando con sus medios militares y administrativos, de manera que los seguidores y amigos del reino de Jesús podrían haberse establecido y extendido a través de una red de conexiones personales de tipo no-gubernamental, no-militar, sin levantamiento armado. Sería algo nuevo, una comunidad no existente hasta ahora, en los intersticios del poder, en línea testimonial, alternativa.

La comunidad  de perdedores mesiánicos de Jesús no apela a la venganza, en una línea de talión, para luchar en contra de los sacerdotes de Jerusalén o los soldados de Roma, pues si lo hiciera tendría que mantenerse el nivel antiguo de lucha, talión y venganza, propia de los vencedores.. Si se hubiera vengado de los sacerdotes o de los soldados de Pilatos, Jesús  continuaría moviéndose en el nivel de la violencia antigua, de tipo sacrificial, es decir, violento. Si hubiera querido vengarse seguiría en el nivel de Roma, no podría renunciar a la defensa armada (cf. Mt 26, 53; Jn 18, 37). En contra de eso, Jesús no defiende los sacrificios del templo, ni apela a la defensa y lucha armada (como Roma), sino que se sitúa en un nivel más alto de gratuidad y creatividad humana. No busca venganza, ni emplea violencia, pues violencia y venganza dejan al hombre en manos de la muerte, mientras él un camino de sanación y transformación para la vida 

5. Comunidad de des-armados, objetores de conciencia, con-vertidos por amor.

Nohabría destruido con armas el orden militar (y económico) romano, ni habría rechazado de un modo directo los impuestos del César (cf. Mc 12, 17), pues sus “cosas” (las de Dios) se realizan de un modo gratuito y por contacto personal, no a través de mecanismos de un dinero, que tiende a convertirse en ídolo más alto, en mamona (Mt 6, 14). No se puede decir con seguridad cómo habría sucedido, pues las cosas solo “suceden” en la medida en que va avanzando el camino, pero es evidente que el de Jesús habría terminado “triunfando” sobre el orden imperial de Roma, a modo de “mutación antropológica”, de tipo personal y social, en línea de “resurrección”, esto es, de nuevo y más alto surgimiento humano.

Jesús ha promovido una trasformación radical de vida, desde los perdedores,   una mutación mesiánica, en la que debían estar implicados no sólo unos hombres y/o mujeres particulares, sino el mismo Dios de la vida, en un camino de resurrección o eternidad” como la que proponían muchos salmos Su proyecto de Reino no era una sencilla adaptación, al interior del sistema que venía operando hasta el momento, para culminar en la religión del templo y en el orden político/militar de Roma, ni una evolución parcial, con cambio de algunos elementos y del sistema, sino, una mutación divina de la vida humana, en una línea de superación de la muerte, como veremos en el capítulo final al tratar de la resurrección.

No  quiso establecer un nuevo Estado político/militar, un imperio, pues los estados e imperios pertenecen al orden violento de la economía y la política, vinculada a guerras y pactos en línea de poder, y tanto una cosa como la otra siguen siendo variantes de una misma violencia de base que Jesús ha superado. Sabemos cómo surgen y caen los imperios, dentro de una historia de sucesión de reinos/bestias (Dan 2. 7; babilonios, persas, macedonios, sirios…). Lo que debe llegar es algo distinto a todo lo que conocemos, no un reino con más poder, sino la superación de todos los poderes imperiales, con el surgimiento de un reino de humanidad como presencia de Dios, despliegue de la verdad del hombre como gracia, no imposición de los santos del Altísimo.

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6. Mutación decisivo, encarnación de Dios, resurrección humana.

La propuesta de Daniel (cf. Dan 2. 7. 12) y de muchos  jucíos macabeos y apocalípticos, se movía dentro de una línea de poder/talión, con un Dios quizá más puro, pero Dios de ley/poder/violencia. Ciertamente, la Escritura anterior ofrecía testimonios de un Dios más alto (Altísimo), con elementos fuertes de sabiduría y misericordia, pero en el fondo ese Dios seguía siendo de Señor dominio, en un sistema/ley de poderes contrapuestos, que se contaminan entre sí, Dios y Satán. Jesús anuncia la llegada/presencia  de un Dios radicalmente infinito, sin satán alguno, sin violencia sobre el mundo.   

A diferencia de los dioses anteriores (incluido un tipo de Yahvé), Jesús nos sitúa ante un Dios puro amor, infinito, más allá del sistema de poderes enfrentados de reinos e imperios. Sólo un Dios como el suyo, en la culminación de Israel, puede expresarse y se expresa en los más pequeños, hombres y mujeres, expulsados del orden de poder del sistema, cojos, mancos, ciegos, enfermos, pecadores etc. Su mutación constituye una amenaza mortal contra el Dios de los imperios y el poder de los sistemas de poder. Lógicamente, desde la perspectiva de este mundo antiguo (ante los poderes del sistema: sacerdotes, gobernadores), Jesús quedaba de antemano condenado, pero sólo así podía introducir en la historia de los hombres un principio superior de resurrección y vida, que marca y define toda la experiencia cristiana .

 7. ¿Por qué condenaron a Jesús si no era violento? Precisamente por eso

  Su muerte fue un hecho histórico, y así lo ha entendido no sólo el NT, sino la Iglesia posterior (hasta el día de hoy), en contra de un tipo de gnosis que tiende a interpretarla de manera puramente simbólica o imaginativa. Otras religiones como el hinduismo o budismo pueden ser “verdaderas” aunque no haya existido Krisna o Buda, que son símbolos del hombre liberado o perfecto, más que hombres reales. Por el contrario, la verdad del cristianismo, conforme al testimonio y teología del NT, está vinculada a la muerte real de Jesús, asesinado (ajusticiado) de hecho por hombres concretos y legales (bajo Poncio Pilato), no por espíritus celestes, demonios o simples bandidos, como algunos han podido decir en línea gnóstica, a partir de 1 Cor 2, 8 .

Fue condenado por aquello que había proclamado y realizado. No le mataron por casualidad, ni por ignorancia, sino a sabiendas, de forma que la palabra “perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 24) no puede entenderse en sentido histórico sino teológico, pues históricamente aquellos que dictaron, ejecutaron o avalaran su condena (el gobernador, los sacerdotes) sabían (o permitían) lo que hacían, ya que pues tenían datos suficientes para juzgarle culpable de alterar el orden público, poniendo en riesgo el “sistema” de poder en Palestina (Jerusalén) .

Fue ajusticiado por orden del gobernador romano, Poncio Pilato cumplió su deber como funcionario del Imperio, porque (desde su nivel de jerarca imperial) que un hombre como Jesús un rebelde político, provocador y peligroso para la “pax romana”, fundada en el “orden” de las armas y en la superioridad económico‒política del imperio (cf. Mc 10, 41‒45). Todo intento de disculparle resulta equivocado y falso. Pilato hizo lo que hacen los imperios, como han mostrado los capítulos anteriores de esta teología .

En un sentido intra-jucío , los cristianos insistieron en la responsabilidad de los sumos sacerdotes, que colaboraron en la condena de Jesús, al menos por “dejación” de autoridad. A la “provocación” de Jesús (diciendo lo que decía y haciendo lo que hacía) respondió el rechazo de los sacerdotes, que eran (bajo supervisión de Roma) responsables de un tipo de paz socio‒religiosa en Jerusalén. Ciertamente, ellos no le mataron, pero la tradición cristiana les ha considerado responsables, por no haber acogido el mensaje de Jesús, ni haberle defendido ante Pilato (aunque más responsables fueron, en línea cristiana, los discípulos, que le abandonaron en la muerte) .

 4. Promovió un movimiento de paz, pero su proyecto pareciò “rodeado” (amenazado) de brotes de violencia, entre intereses y motivos diversos. Había sido discípulo de Juan Bautista, asesinado por Herodes Antipas, por miedo a que su mensaje levantara en armas al pueblo. No promovió un alzamiento militar, y su proyecto no incluía ningún tipo de violencia militar, pero muchos se irritaron ante su Evangelio, porque se centraba en la acogida a los proscritos, la renuncia al poder y la superación de un orden nacional sagrado .

Los crucificados a su derecha e izquierda pudieron haber formado parte de su movimiento, pues los textos les presentan como como lêstai, bandidos, palabra aplicada a los miembros de la resistencia militar judía contra Roma. Por su parte, la comparación con el “lêstes” Barrabás, aunque pueda ser más simbólica que histórica, sitúa a Jesús en un contexto de “tensión” anti‒romana. Todo esto supone que, a los ojos de Roma, Jesús formaba parte del movimiento nacional judío .

El conjunto del NT sabe que los discípulos de Jesús le abandonaron y escaparon, aunque no resulta claro que lo hicieran todos, pues el gesto ha sido interpretado a la luz de Zac 13, 7), “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas…”, cf. Mc 14, 27‒28 par.) y de la historia posterior de la Iglesia. De todas formas, no parece que Pilatos ordenara una persecución sistemática contra los discípulos de Jesús, sino que debió pensar que la muerte del “maestro” y de algunos compañeros bastaría para que se detuviera de su movimiento. Sea como fuere, según la tradición de fondo de los evangelios, buena parte de sus compañeros directos (en especial los Doce) tuvieron miedo y/o se desvincularan de Jesús .

Pilatos mandó matar a Jesús, pero la tradición cristiana ha tendido a exculpar a los romanos y acusar a “los judíos”, aunque siempre ha dicho que fue el gobernador quien le condenó, mandando que le ejecutaran. No le mataron directamente unos judíos, sino Roma, ejecutándole precisamente como “rey de los judíos” (representante del judaísmo), a pesar de la protesta histórica o simbólica de los sacerdotes, que no querían que tenerle por rey”: Jn 19, 22) .

 8. Murió con los vencidos, no por encima de ellos

Por hacer lo que hacía le mataron. Dentro de unos límites, Roma podía mostrarse tolerante, pero debía mantener su paz amenazada, acudiendo a la tortura y al asesinato (cf. Mc 14, 2) para mantener su autoridad. A diferencia de los macabeos (cf. cap. 1), poderosos en el campo de batalla, Jesús no pacta con Roma, defendiendo una parcela de poder. No pacta con nadie, no impone ni exige condiciones para realizar su tarea, sino que ofrece una alianza personal de amor con todos, sin poner condiciones por ellos. Un tipo de judaísmo rabínico y sapiencial pactó con el imperio/gobierno de Roma (como hará más tarde la iglesia cristiana).

En contra de eso, Jesús no firmó pactos de interés con nadie, vivió en alianza de amor con todos. No estaba en juego una pequeña disputa sobre leyes especiales (como las de Hilel y Shammai), en torno a ritos y calendarios, diezmos y purificaciones etc. De manera sencilla y radical, sin discusiones de detalle, Jesús declaraba superada una forma de entender la Ley nacional y la sacralidad del templo, el pacto de Israel con el imperio y la misma autoridad de Roma, y por eso, por envidia y miedo ante su amor no violento (que desenmascara la violencias de los poderosos) acaban condenándole a muerte.

 – Al convocar para el Reino a excluidos, impuros y pecadores, Jesús “ofendió” a los justos y puros (cf. Mc 2, 17; Lc 15, 4-10; Mt 7, 36-47), que defendían unas leyes que les favorecían, para así mostrarse dignos de la elección de Dios; Jesús en cambio ofrecía solidaridad mesiánica y promesa de reino a los expulsados de un pacto de pretendidos justos, mientras otros lo reforzaban, separándose de los impuros.

– Jesús supera (niega) así no sólo la violencia del imperio, sino un tipo de orden sagrado del templo, donde no acude para ofrecer sacrificios, reconociendo así el poder de los sacerdotes, sino para enfrentarse con ellos, buscando de esa forma una fidelidad más honda a la alianza de Dios, centrada especialmente en los pobres y excluidos (judíos o no judíos), de manera que las autoridades se vieron obligadas a rechazar su propuesta, condenándole por traidor al pueblo . 

  1. Porque era libre (y no necesitaba de de los podersoso) le mataron. Jesús rechazó la autoridad de aquellos que ponían un tipo de ley sacral (Israel) o política (Roma) por encima de la curación de los posesos, cometiendo así un “pecado” de rebelión contra la autoridad. No se opuso a una ley particular, sino a la misma identidad de ley (violencia) de Israel y Roma, tal como la interpretaban soldados romanos y sacerdotes/rabinos judíos. Desde un nivel humano, una conducta como la de Jesús era suicida en un mundo como aquel donde se hallaban bien establecidas las funciones sociales de israelitas y romanos.

9.Esta es la sangre, la vida de mi alianza.

 En ese contexto sitúan los sinópticos y Pablo la institución “eucarística”, no como cena de pascua antigua sino como anticipo (anuncio y promesa) del banquete mesiánico. Jesús tomó en su mano la copa de vio, nebiò de ellas,  bebieron todos de ella y dijo:  Ésta es la copa sangre de mi alianza con vosotros.(Mc 14, 22 par).

No es copa de anuncio de lo que vendrá más tarde, sino revelación de lo que está sucediendo, de lo que ha sido y es ahora su vida de fidelidad y servicio por el reino, no a solas (separado), sino en comunión de vida con sus compañeros de Iglesia.  De esa forma, en sentido radical Jesús ha ofrecido a sus amigos, la copa del amor de la vida, que se comparte entregándola en amor a los otros, miriendo y viviendo por ellos. 

No es sangre “sacrificial” (de expiación por los pecados), pues el Dios de Jesús no necesita expiaciones, sino de perdón y comunión de vida, como dice el Padre Nuestro: Perdona nuestras deudas-pecados, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No es sangre para morir y terminar, sino para dar vida y empezar del todo, viviendo unos en otros, como en la alegoría de la vid (Jn 15) donde se dice que Jesús y todos los vinculados a él comparten una misma existencia, y de la misma forma  el pan que vincula en forma de cuerpo a todos los hombres que aceptan como fuente de vida, el vino de la derrota por amor del Cristo

10 Fracaso de “fuertes varones, empezando por Pedro.

             Al llegar aquí, los evangelios descubren algo que veníamos sospechando en todo lo anterior: Que los discípulos/amigos de Jesús compartían externamente su vida y mensaje, pero no estaban internamente a su lado, asumiendo su tarea mesiánica. Decían a Jesús que “sí”, pero en el fondo le negaban. Hasta este momento, ellos habían seguido con él, pero lo habían hecho de mentira. Se habían mantenido a su lado, esperando quizá un cambio final en su proyecto. Ahora, cuando llega el momento decisivo, descubren que Jesús no ha realizado el cambio que esperaban, pues morirá ajusticiado. Así lo descubren tras la cena (es decir, tras la celebración de la eucaristía final): lo que Jesús dice y hace no es lo que ellos querían, de manera que le, abandonarán ante su destino y su muerte.

Lo extraño no es que los discípulos le abandonen ahora, sino que hayan podido recuperar el camino de Jesús tras su muerte, aunque haya sido con dificultades, por el testimonio de las mujeres de pascua. Lo normal es que la mayoría de los Doce se hubieran ido para siempre, para no volver, como sucede en gran parte de los casos en los que, muerto el líder o compañero principal, el grupo se disuelve, no sólo por fallo del líder (ha fracasado), sino por dudas o fracaso de su movimiento. La novedad de Jesús es que su grupo (su iglesia) haya sobrevivido, y eso ha sido posible no sólo por la presencia singular (especial) de unas mujeres y por la “autoridad” (singularidad) de Jesús, cuya vida y mensaje les ha permitido comprender y aceptar al fin su muerte, sino también por la identidad de los mismos discípulos, de gran parte de los Doce y de otros, que le habían amado y que, tras su muerte, seguirán amándole como dice el testimonio de F. Josefo.

Los datos de los sinópticos no nos permiten precisar con más rigor este “abandono/traición/entrega” de los discípulos, que Pablo ha condensado en una afirmación tajante: “La noche en que fue entregado…” (1 Cor 11, 23). Esa fue sin duda la noche de la cena (eucaristía), la del huerto de los olivos, con la huida de los discípulos, la negación de Pedro, la traición de Judas, la condena del tribunal judío y la entrega en manos de los romanos. Pero ha sido, al mismo tiempo, una noche de siembra más honda, de ratificación de la amistad en el fracaso, de espera de resurrección:

-Jesús ha culminado su camino, ha ratificado su obra, expresando y confirmando en la “cena” el sentido de su evangelio: Ha cumplido la “obra de Dios”, regalando su vida y poniéndola al servicio de sus compañeros, viviendo así no sólo para ellos, sino también en ellos, ofreciéndoles su vida. Ésta ha sido su alianza, la tarea, que el evangelio de Juan ha reinterpretado y ratificado en el sermón de la cena (Jn 13-18), centrado en las palabras del comienzo de este libro: Ya no os llamo siervo, os llamo amigos (Jn 15, 15).

- Los compañeros/amigos de Jesús (los Doc) no han querido aceptar ni entender su mensaje , como han puesto de relieve los evangelios en el relato de la Cena (cf. Mc 14, 26-15, 47 par). No han aceptado su promesa (la próxima copa en el Reino), no creído su palabra (esto es mi cuerpo, esta copa es la nueva alianza en mi sangre). Por eso le abandonan en el huerto, le niegan después y le dejan morir sólo en la cruz, mientras ellos escapan a Galilea (Mc 14, 27.50).

  No se trata, en principio, de cobardía. No podemos decir que Jesús era un héroe, que permanece firme y seguro, mientras su grupo mesiánico, teme, se acobarda, le abandona… Ni Jesús puede entenderse sin más como un héroe, un valiente, ni sus discípulos-compañeros son unos villanos cobardes. Lo que está en el fondo es la gran diferencia en la forma de entender a Dios, en su forma de manifestarse en Jesús y en la vida de sus compañeros. En este momento se invierte el tema de los macabeos (centrado en la espada de Josué o de Judas: Js 5 13-15; 2 Mac 15), se invierte todo el argumento de Daniel (dios no aparece ni actúa como triunfador violento), un argumento que reaparece, de algún modo, en la espada de Pedro (Jn 18, 10).

- Diálogo en la cena:Uno dice: Aquí hay dos espadas. Jesús responde ¡Basta! (Lc 22,35-38).En el contexto de la última cena, Lucas introduce esta referencia a la hora. Jesús dice a sus discípulos que estén preparados. Les ha enviado a proclamar la llegada del reino sin posesión, desprendidos de todo. Pero ahora, en la hora decisiva, tienen que estar preparados, vender lo que tienen, comprar espadas para defenderse… Jesús se refiere sin duda a espadas simbólicas, no de tipo militar” (no para matar). Alguien le dice que tienen ya “dos”, espadas físicas de hierro, y Jesús responde enigmáticamente ikanon estín (es suficiente o ya basta), con el sentido de dos espadas bastan, no hacen falta más, o basta ya, lo dicho es suficiente, no se trata de eso. Esta segunda es, a mi juicio, la interpretación verdadera; los discípulos no han entendido el sentido de las espadas; no ellas no son armas de guerra.

- Enfrentamiento en el huerto. Espada de Pedro y la oreja del siervo del Sumo sacerdote (Mc 14, 47 par)  . Conforme al testimonio de los cuatro evangelios (incluido Jn 18 10), los guardias paramilitares del templo, dirigidos por Judas, vienen prender por sorpresa a Jesús, pero sus discípulos (los Doce) se levantan para defenderle, en contra de la voluntad de Jesús. El texto supone que hubo un tipo de enfrentamiento y que uno de los guardias paramilitares del templo recibió una herida en la oreja. Según Jn 18, 10, el agresor fue Pedro y el herido Malko. Pero estos datos parecen “simbólicos”. Lo cierto es que el enfrentamiento se detuvo tras un tipo de negociaciones (y negaciones), de manera que los compañeros de Jesús, al ver que no se defendía le abandonan y se escapan todos (Mc 1, 51) .

             Sea como fuere, queda latente el tema de la espada, o, mejor dicho, la renuncia a la espada, por parte de Jesús, en contra de la tradición de la espada conquistadora de Josué y/o reconquistadora de los Macabeos. Aquí se produce en gran “desfase”, la ruptura final entre Jesús y sus Doce. En principio, parece que ellos tenían que haber muerto también, sea luchando a favor de Jesús, o siendo condenados con él (a su lado). Pero no sucede así, sino le dejan y se escapan (les dejan escapar), como si no hubieran formado parte verdadera de su “iglesia”, es decir, de su movimiento de Reino.

            La tradición ofrece diversas interpretaciones de ese hecho, destacando en especial la negación de Pedro y la traición de Judas. Mateo 26, 52-55, especialmente interesado por temas de tipo apocalíptico (cercanos al libro de Daniel), dice que Dios podía haber enviado Doce Legiones de ángeles para defender a Jesús, supliendo la “falta” de sus Doce apóstoles, pero que tenía que cumplirse la escritura (las de Siervo de Yahvé de Isaías II, con algunos salmos como el 22 y textos del justo sufriente de Sabiduría). Sea como fuere, aquí culmina el distanciamiento del grupo. Jesús se mantiene fiel a su proyecto de Reino (expresado en la Última Cena); Pedro ratifica su lógica de poder (defensa armada), abandonando a Jesús en su condena y muerte.

  1. 11. Eslabón perdido, buscad unas mujeres (cherchez la femme)

Ellas permanecieron al lado de Jesús cuando los demás se fueron, y así venimos a encontrarlas ahora. Ellas forman el lazo de unión entre Galilea y Jerusalén, entre el mensaje y camino de sanación y acogida de Jesús, de perdón y comunión, y su presencia/ esperanza de reino. Fracasó el “programa” de los Doce, su visión del Reino, y con ellos pudo fracasar el mismo programa de Jesús, pues no podemos suponer que él confiara en que su proyecto de Reino lo retomaran y llevaran adelante unas mujeres. No tenemos datos para así afirmarlo. Estoy convencido de que Jesús murió confiando en su proyecto de Reino (a pesar de las palabras que Mc y Mt ponen en sus labios: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34; Sal 22, 2) .

Humanamente hablando, ni Jesús sabía cómo seguirían las “cosas” del Reino, pero estaba convencido de que seguirían y siguieron, no sólo por providencia de Dios y por la hondura creadora de su entrega, sino también, humanamente, por la intuición y compromiso pascual de las mujeres, que son las figuras esenciales que vinculan el camino de Jesús y el comienzo de la iglesia, como muestran las tres escenas siguientes:

- Ante la Cruz (Mc 15, 40-41): «Había unas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé. Las cuales le habían seguido cuando estaba en Galilea y le habían servido, con otras muchas, que habían subido también con él a Jerusalén». Estas son las verdaderas discípulas/amigas de Jesús, las que van a servir como enlace entre su vida y el surgimiento de la iglesia pascual. El evangelio de Juan introduce el mismo dato tradicional: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María esposa de Cleofas y María Magdalena” (Jn 19, 25). Pienso que el testimonio de Marcos y el del evangelio de Juan se complementan, y que María, la madre de Santiago y José es la misma madre de Jesús de Nazaret, a quien el Cuarto Evangelio presenta como figura destacada del principio (Jn 2, bodas de Caná) y del final del evangelio.

- En el entierro (Mc 15, 47). «Y María Magdalena y María la de José miraban dónde le enterraban». Parece claro que ni familiares ni discípulos varones (los Doce) pudieron enterrar a Jesús. No recibieron su cadáver, no pudieron realizar los ritos de despedida ni esperanza de resurrección (o de acogida en manos de Dios). Parece claro que a Jesús le enterraron por orden y bajo dirección del Sanedrín judío), según ley (para que cadáver colgado de un madero no contaminara la tierra en tiempo de pascua: Jn 19, 31): Según Marcos, el entierro lo dirige un hombre rico, José de Arimatea. Pero las que de verdad conservan el testimonio de la sepultura y lo han transmitido a la iglesia son estas mujeres, y entre ellas “María la madre de José” es la misma “madre de Santiago el Menor y de José” del pasaje anterior. Por estas mujeres sabe la iglesia que Jesús ha sido enterrado,esto es, ha muerto de verdad, de forma que su presencia posterior es la de un resucitado. Ellas son el eslabón perdido entre la vida histórica y la vida pascual de Jesús. De su testimonio y palabra depende la iglesia.

 - Ante la tumba vacía, mensaje pascual (Mc 16, 1-8):Fueron muy de mañana María Magdalena, y María la de Santiago y Salomé… (16, 1). Ellas compraron los perfumes y fueron para ungir a Jesús, descubriendo la tumba estaba abierta y vacía y recibiendo el mensaje del joven de pascua: Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo habían colocado. Pero id, decir a sus discípulos y a Pedro que él os precede a Galilea, que allí le veréis, como os dijo (16, 6-7). También aquí suponemos que “María la de Santiago” es la misma “María de José del texto anterior”, y su testimonio nos lleva a la historia posterior de la Iglesia, en la que Santiago realizará un papel esencial, junto al de Pedro y Pablo, como seguiré indicando en el capítulo siguiente.

 12Conclusión. Morir de amor, regalar la vida.

           Con el fin de mantener sus privilegios, sacerdotes y soldados se habían unido para condenar a Jesús. Unos actuaron en línea más religiosa, otros en línea más política, pero todos apelaron a un tipo de violencia de Dios, contra la que Jesús había combatido. La historia entera pareció elevarse así en contra de Jesús, en forma institución de muerte, como lo indica Platón en un pasaje central de su República donde, evocando quizá la figura de Sócrates, traza la suerte del justo sobre el mundo:

Ahora imaginemos a un hombre justo y noble... dispuesto a ser bueno, no a parecerlo. Quitémosle, pues, la apariencia de bondad; porque si parece justo tendrá honores y recompensas por parecer serlo y entonces no veremos claro si es justo por amor a la justicia en si o por las honras (que ello implica). Hay que despojarle, pues, de todo, excepto de la justicia... (Pues bien) el hombre justo será flagelado, torturado, encarcelado, le quemarán los ojos y tras haber padecido toda clase de males será al fin empalado (crucificado) y aprenderá de este modo que no hay que querer ser justo sino sólo parecerlo (Rep II, 361‑362).

             Lo que Platón parece exponer como principio teórico aparece en los evangelios (cf. Mc 14-15 par) como capítulo central de la Biblia Cristiana, revelación suprema de Dios, centro y meta de la historia de los hombres, que seguimos edificando nuestra cultura sobre cimientos de muerte. Desde tiempo antiguo, los vencedores han matada (o esclavizado) a los vencidos, diciendo que lo hacen por mandato (para mayor gloria) de Dios (cf. Jn 16, 2). Así han matado a Jesús, pero él no ha muerto simplemente porque sus jueces y/o verdugos, imperiales (Roma) y sacrales (templo) le han matado para seguir así imponiendo sobre el mundo su ley de muerte, sino porque el mismo Jesús ha dado (ha regalado) su vida en amor por el Reino (es decir, por los demás, por lo pobres y excluidos del mundo y en el fondo por todos los hombres (incluso a favor de sus verdugos), inaugurando de esa forma una Vida más altas de amor y resurrección sobre la tierra.

            Un tipo de soldados y sacerdotes viven de matar, edificando su “reino” sobre la violencia y muerte, asesinando y/o oprimiendo a otros, elevando de esa forma su imperio de opresión sobre la tierra (como he puesto de relieve en cap. 1). Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha vivido de matar a otros, sino de dar su propia vida por otros, invirtiendo así la lógica de este mundo, a través una supra-lógica o meta-noia (Mc 1- 14-15), que consiste en vivir e incluso (sobre todo) morir, dando vida por los otros, por todos los hombres, como Dios es divino regalándose a sí mismo y dando vida (muriendo) por otros.

  – Jesús ha vivido y muerto abriendo camino y dando su vida a favor de los excluidos sociales. En ese contexto, sus exorcismos aparecen como ejercicio de amor liberador, en contra de los poderes establecidos del imperio (y de un tipo de templo) que viven y triunfan a costa de la sangre/muerte de los pobres. En contra de un tipo de Israel de templo y de Roma imperial, la vida de Jesús ha sido un ejercicio de amor (de entrega hasta la muerte) a favor de los demás, y en especial, de los oprimidos por los poderosos.

  – De esa forma ha mantenido su pretensión profético-mesiánica. Ha subido a Jerusalén como delegado de Dios, para anunciar el Reino, ofreciendo sus signos de gratuidad y vida compartida, pero los defensores del sistema de egoísmo violento del imperio y del templo le han matado. Habían sido asesinados en esa línea otros profetas y justos, como sabe la Biblia Hebrea, pues bien, entre ellos, como representante de una historia de opresión, se eleva ahora Jesús, a quien condenan precisamente en nombre del Dios del imperio y del templo, que quieren mantenerse por encima de los otros hombres, viviendo a costa de ellos, a través de su violencia militar y/o religiosa.

 – Ha muerto a solas, sin la compañía de sus discípulos, entre otros dos delincuentes “comunes” (todos son/somos) comunidad, abandonado por sus seguidores “oficiales”, pero acompañado de lejos por unas mujeres fieles). Eso significa que los soldados romanos y los sacerdotes del templo han sabido distinguir entre el líder Jesús y sus doce seguidores/amigos, a quienes no consideran peligrosos (lo mismo que hizo Herodes al matar sólo a Juan Bautista). Eso significa que sus discípulos más significativos no le han defendido, no se han comprometido con él hasta el final o, mejor dicho, le han abandonado, como (humanamente hablando) es lógico, según la ley de violencia de este mundo. Sólo unas mujeres han podido estar a su lado

              Mc 15, 34 afirma que murió llamando a Dios; la tradición dirá más tarde (con toda razón) que entregó la vida por obedecer a Dios y por cumplir plenamente su mensaje. En un sentido, su muerte puede aparecer como fracaso de su proyecto de vida. Pero en otro sentido más profundo ella viene a presentarse como sentido y ratificación de ese proyecto y mensaje de vida.  

             Le han matado las autoridades político/religiosas, como a un hombre peligroso, un maldito de Dios. Hubiera sido normal que su movimiento terminara, como tantos otros (cf. Gal 3, 13; Hech 5, 33-42). Pero su mensaje contenía una serie de novedades teológicas y sociales que le han llevado no sólo a mantenerse, sino a desplegarse y evolucionar de una manera sorprendente hasta el día de hoy (2024). En el mismo lugar donde la vieja historia acaba (cruz de Jesús, sepultura), se inicia un camino de historia nueva (cristiana, eclesial) que sigue definiendo nuestra historia.

             Desde aquí se ha de entender la nueva historia pascual. Jesús ha sido ajusticiado por la ley, de forma que muriendo por dar vida ha revelado un continente de vida superior, gratuidad, en resurrección. Dios no ha castigado a Jesús con la muerte, sino que muere con él, porque le ama, porque vive y muere en los pobres del mundo, como fuente de resurrección. Dios no se revela en el “sacrificio” de quienes asesinan a Jesús sino en el gesto de entrega no violenta de Jesús a los marginados, excluidos y víctimas de la historia humana. Sólo de esa forma, invirtiendo la lógica violenta de los imperios y de las religiones que mantienen a los hombres oprimidos, la muerte de Jesús viene a mostrarse como salvadora, es decir, como revelación y presencia del Dios que acoge y ama a los oprimidos, que muere y resucita en ellos.  

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