Jesús no es Julio Cesar, pero sus historias se han vinculado

Ayer presenté, con un texto de Xabi/Xabier la hipótesis según la cual Jesús no existió, sino que fue una mitificación judía de la figura ya mitificada de Julio César. Me sumo a la opinión de Xabi/Xabier, pero quiero añadir unas pequeñas reflexiones sobre la importancia que el tema ha tenido y sigue teniendo para conocer el pasado y planear mejor futuro del cristianismo. Jesús no fue Julio César, pero algo del César se ha metido dentro del cristianismo.

Julio César

Jesús nació y vivió dentro del Imperio romano, dominado por la figura y herencia de Julio César, un soldado y político, que marcó de forma duradera la identidad del mundo antiguo. Muchos le tomaban como Hijo de Dios (un “ser divino” que revivía y se expresaba a través de sus sucesores, los césares romanos). El mismo Jesús compara y contrapone a Dios y al César (cf. Mc 12, 14-17). Más tarde, una larga tradición cristiana, centrada el Apocalipsis, presentará la historia como lucha entre Jesús, Señor mesiánico, y el César, Señor romano.

Actualmente es difícil comprender la conmoción que produjo el surgimiento de los césares de Roma, a partir de la figura de este César (100-44 a. C.), que trasformó la vida y la política de muchos ciudadanos del Imperio, que surgirá en su nombre (bajo su inspiración), a partir de Octavio (27 a. C.), que se llamó Augusto (Supremo, Divino), siendo César; de esa forma, el mismo Julio César, asesinado el 44 a. C. por algunos partidarios del viejo orden social republicano, vino a convertirse en signo de la divinidad de la Roma, re-viviendo (re-sucitando) en sus sucesores, haciéndoles portadores del poder divino. Cada emperador será un César-Dios, presencia de la divinidad que actúa y se revela por su medio. En esa línea podríamos hablar de una resurrección o presencia política del César-Dios en los emperadores, presentando a Roma, como encarnación imperial del ser divino.

Jesús y Julio César

Lógicamente, Jesús ha tenido que situarse al trasluz y en el trasfondo del emperador romano. Sin duda, él no quiso ser un “césar”, no intentó conquistar y mantener un imperio por armas y medio económicos. Pero lo que César hizo en un plano político-militar lo hizo Jesús a otro nivel: anunció y preparó la llegada de un Reino universal, por gracia de Dios, no por armas y dinero, a partir de los ricos y fuertes, sino desde los pobres, siendo asesinado por ello. Roma simbolizaba la racionalidad religiosa y social, que se impone por la fuerza, desde los más capaces. Jesús revela el carisma, la gratuidad hecha proyecto de Reino, que se eleva a partir de los pequeños y los marginados de la tierra. Lógicamente, los primeros compararán a Jesús y al César, distinguiendo y vinculando sus perspectivas.

Por eso, una biografía de Jesús que no le sitúe en los tiempos del Cesar Augusto (cf. Lc 2, 1) y de Tiberio (Lc 3, 1) y, más en concreto, de Pilato, su representante en Judea (cf. Mc 15, 1-44 par), será deficiente. La referencia al gobernador romano (padeció bajo Poncio Pilato) forma parte esencial del Credo cristiano. Si desaparece Pilato, desaparece este cristo; si no se contrapone al imperio romano no se puede hablar de Reino cristiano. Pero eso no puede justificar exageraciones, como las de aquellos que afirman que la “biografía mesiánica” de Jesús es sólo la aplicación y adaptación judía de la biografía imperial del César. En contra de eso, pensamos que la biografía de Jesús (situada, evidentemente en un espacio y tiempo en el que influye poderosamente la del César) tiene rasgos propios y distintos, que desbordan el nivel de Roma.

De nuevo en contra del Jesús César o del Jesús Faraón, pero aprendiendo…

Como nos dijo ayer Xabi/Xabier, F. Carotta, Jesus was Caesar: On the Julian Origin of Christianity, Gazelle Books, Lancaster 2004 (en varias lenguas, incluida el castellano: www.carotta.de/ ) supone que el mito imperial de César, divinizado tras su asesinato y universalizado por Augusto y sus sucesores, ha recibido en Jesús una forma particular judía, para expandirse después, primero en Roma y luego en el mundo entero. Esa opinión resulta, a mi juicio, insostenible, como iremos viendo en lo que sigue: Jesús no es una adaptación judía, monoteísta y piadosa, del mito universal del César político divino.
Jesús no es tampoco una adaptación del mito de los faraones, como sostiene Ll. Pujol, Jesús, 3.000 años antes de Cristo. Un faraón llamado Jesús, Plaza & Janés, Barcelona 2005). Pero es evidente que entre ambos, el César y el Cristo, se han dado convergencias muy significativas, no en detalles de lugares y anécdotas librescas, sino en la experiencia de fondo. Cf. A. González, Reino de Dios e imperio del César, Sal Terrae, Santander 2004.
Sin duda, las dos grandes figuras (Jesús y César) no sólo pueden, sino que deben compararse. Dejando ahora a un lado las aportaciones del mundo helenistas, César y Jesús han expresado y realizado, con cien años de diferencia, las dos aportaciones básicas del mundo occidental antiguo, uno en línea de política (César), otro en línea de humanidad integral (Jesús). Sus biografías tienen varios elementos de contacto: los dos han sido asesinados por sus “enemigos” y su memoria ha pervivido y se ha expresado (ha resucitado) a través de sus sucesores: en un caso por el Emperador (único César), en otro caso por todos los cristianos (todos son Cristo, lo mismo que Jesús)
A César le asesinaron, en el Senado, unos conspiradores, derrotados después por otros políticos y especialmente por Augusto que, en nombre del asesinado, creó un imperio económico, militar y religioso, de dimensiones pretendidamente mundiales, algo que nunca había existido. A Jesús (que había nacido ya en tiempo del César Augusto) le condenaron legalmente, los representantes del Templo de Jerusalén y del nuevo César Tiberio; pero sus discípulos, sin luchar externamente contra los sacerdotes o los soldados del César, crearon una iglesia o comunidad religiosa que se extenderá no sólo en el imperio de Roma, sino por otras partes del mundo, a las que no había llegado el Imperio de Roma. César y Jesús fueron distintos y, sin embargo, compartieron muchos rasgos que iban a cambiar la historia, sobre todo en occidente. La trama de sus relaciones (unidas al influjo del pensamiento helenista, que hemos visto representado por Filón) todavía no ha llegado a su fin. Por eso sigue siendo necesaria una referencia al César, como hemos destacado en Historia y futuro de los papas. Una roca sobre el abismo, Trotta, Madrid 2006.
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