Jesús profeta contemplativo, más que místico

Con ocasión del congreso de Biblia y Mística, que se está celebrando en Ávila (5-11. 9. 2016, cf. postal de ayer), quiero indicar que, en sentido estricto, Jesús no fue un místico, sino un profeta, pero un profeta contemplativo y liberador:

-- Los creyentes de las religiones místicas (hinduismo, budismo, cierto tipo de tao), quieren penetrar en el misterio de la realidad, para identificarse con ella (saliendo así de la opresión de este mundo malo, al que piensan estar sometidos). Pero la mística en sí, cerrada en sí misma, no es salvadora.

-- Por el contrario, los creyentes de las religiones proféticas (judaísmo, cristianismo, Islam...) no son en principio místicos, sino profetas, hombres que escuchan la voz de Dios, que dialogan con él y se comprometen a transformar (salvar) este mundo. Jesús fue un profeta en esa línea, pero un profeta contemplativo y liberador.

Esta división es un poco simplista, y no se puede tomar al pie de la letra, pero nos ayuda a plantear el tema, desde la perspectiva del nuevo conocimiento de fe y desde el compromiso por la misericordia, superando (no negando) un tipo de justicia cerrada en el mundo, un tipo de mística que quisiera evadirse de este mundo.

Jesús fue más bien un profeta, alguien que supo relacionarse con los hombres y mujeres desde Dios, penetrando con amor en su entraña más honda, no para quedarse en la contemplación, sino para transformar desde ella (en comunión y comunicación profunda) la vida de los hombres.

En esa línea se sitúa la contemplación cristiana, vinculada de forma inseparable a la experiencia interior del encuentro personal con Jesús crucificado, que aparece así como garante y principio de una vida más honda, en contemplación de amor. La imagen repetida es un icono clásico de Jesús contemplativo, que está siendo recreado por Mabel

Jesús no ha sido un místico


en el sentido ordinario del término (es decir, un vidente de cosas ocultas), en la línea de los videntes de Henoc (o de los atrios divinos), ni ha querido que sus discípulos lo sean, pues le ha importando más la transformación social y el amor mutuo entre los hombres. En ese sentido decimos que él fue profeta.

Ciertamente, él ha creído en los "espíritus" o fuerzas sagradas de tipo perverso que dominan a los hombres y ha combatido en contra de ellas, con la ayuda del Espíritu de Dios (cf. Mt 12, 28), pudiendo decir en un momento dado: “He visto a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10, 18).La misma Biblia dice, en otro plano que él tuvo una visión transformadora (iniciática) en el bautismo: Vio los cielos abiertos y el Espíritu de Dios descendiendo como paloma, mientras escuchaba una voz que le decía: “Tú eres mi Hijo” (Mc 1, 10-11).

No tenemos ninguna razón para dudad de la “realidad” de esta visión. Jesús no ha sido un místico profesional, vinculado a las tradiciones de la visión de Dios en el templo, como han querido algunos investigadores, pero es evidente que ha sido un hombre de experiencia interior y que, antes de anunciar el Reino ha “visto” de algún modo el contenido divino de ese Reino (¡Dios Padre) y ha recibido el impulso para proclamarlo.

En esa línea, las "visiones" de Jesús han sido de tipo profético. Así podemos decir que Henoc (símbolo de la mística judía) subió al cielo de Dios para escuchar allí las palabras del juicio de Dios (como el vidente Daniel en Dan 7).

Por el contrario, Jesús "sube" y contempla el misterio de Dios para introducirse en la historia de loa hombres, para compartir con ellos un camino de contemplación liberadora. Así dice

Gracias te doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas de los sabios y entendidos,
y las has revelado a los a los pequeños…» (Mt 11, 25).


En nombre de los pequeños, Jesúsha contemplado a Dios Padre y en su nombre y a favor de ellos inicia un camino de transformación contemplativa y activa de los hombres y mujeres de su entorno.

El riesgo de un tipo de mística

Los místicos son personas que penetrar de algún modo en el misterio oculto de la realidad. En principio, su pretendida experiencia puede ser muy positiva, pero tiene también riesgos destructores:

– Puede haber una mística destructora... Más allá de la razón razonable.... (decible) pueden habitar los “demonios” de la irracionalidad violenta, los prejuicios vinculados a un tipo de violencia, las tradiciones mágicas que dividen a los humanos... El racionalismo moderno ha condenado esta mística pre-racional, vinculada a la violencia. Por eso, cree que la solución de los problemas humanos está en el triunfo de la racionalidad discursiva, en el diálogo científico entre todos los humanos.

– Puede haber y hay una mística creadora de comunión, una mística de la comunicación afectiva que vincula en claridad superior y en gozo compartido a los humanos... Esta es, a mi juicio, la mística del evangelio cristiano. Este es el camino del conocimiento superior..., que es conocimiento de amor mutuo, de vinculación afectiva en plano de intimidad y de justicia (de apertura a todos los humanos).En esta perspectiva quiero situarme en todo lo que sigue. Esta fue la mística de Jesús, un contemplación del sentido de la vida, un compromiso profético a favor de los más pobres.

La mística no vale por sí misma (si es sólo apertura individual o elitista al misterio). Lo que vale es la experiencia comunicativa (inefable y creadora de palabras) del amor, abierto a todos los humanos.

Más que místico, el siglo XXI ha de ser comunicativo, contemplativo


Ciertamente, hay un tipo de mística muy valiosa, pro en línea cristiana es más importante la contemplación. En esa línea quiero matizar la expresión anterior:

El cristianismo del siglo XXI deberá presentar la comunicación amorosa como fuente de liberación universal o perderá sentido (dejará de existir). Para ello, ha de centrarse en una visión religiosa como aquella que aparece en Jesús (o en otras grandes figuras religiosas), y descubrir su grandeza como mesías no violento que supera la estructura de poder del mundo, abriendo para los humanos la experiencia originaria de la gracia.

El cristianismo del siglo XXI deberá ofrecer a los humanos un espacio de comunicación mística y/o social o dejará de existir, siempre en sentido profético, no de evasión, sino de transformación misericordiosa de la sociedad.

Han existido entusiasmos y místicas violentas, vinculadas a la evasión espiritual y a la imposición social. Pues bien, en contra de eso, la verdadera mística (que después interpretaremos en forma de contemplación) se expresa en el encuentro con Jesús y se abre en formas de comunicación personal, de diálogo de amor entre los humanos.

Jesús, amor contemplativo

En este fondo entendemos la aportación fundamental de Jesús, que ha sido Mesías de la palabra y el amor abierto a los demás, en diálogo con los necesitados de la tierra, no especialista en interioridad transcendental, ni asceta alejado del mundo. No ha querido (o podido) emplear mediaciones mesiánicas de tipo administrativo o económico, militar o legalista, para conseguir con ellas su "reino", sino que su mediación ha sido siempre el amor liberador (que cura y sana), abierto a la comunicación (pan compartido, banquete final) de todos los humanos.

Ciertamente, no existe amor abstracto, en general, sin concretarse en mediaciones, es decir, a través de caminos distintos y tareas, al servicio de la comunidad cristiana y de la misión evangélica (como sabe 1 Cor 12-14). Pero todas ellas han de ser mediaciones de amor y en el amor, no consecuencia de un tipo de ocultamiento, de manejo de poder o de violencia, que después se justifica diciendo que "sirve" para organizar o defender el amor.Eso significa que estoy identificando la mística con la comunicación de amor... Lo inefable me parece importante porque nos sitúa en un nivel de comunicación afectiva de tipo gratuito, creador de vida.

Jesús, mediación de Amor, un contemplativo

Muchos hombres y mujeres del tiempo de Jesús esperaban un mesianismo con otras aportaciones sociales, administrativas, sacrales o militares. Jesús, en cambio, ha ofrecido a los humanos la realidad del amor, encarnado en su mensaje, vida y muerte; esa es su aportación, esa su identidad.

Así queremos definirle: Jesús es mesías del amor contemplativo y activo, iniciador y meta del encuentro personal (con Dios, con otros seres humanos), como indicarán algunos textos centrales de la tradición cristiana: Mc 10, 21; Jn 15, 12-15; 2 Cor 3.

a. Contemplación, amor de Jesús: Mc 10, 21. Recordemos la escena. Un hombre se acerca y le pregunta cómo alcanzará la vida eterna. Siguiendo la tradición israelita, Jesús le recuerda que cumpla los mandamientos. El hombre confiesa que "ya los ha cumplido": sabe actuar, es un buen cumplidor, se porta bien a nivel de leyes. Pero todavía no ha llegado al plano estrictamente religioso de la contemplación personal, el gratuidad. Por eso, el texto sigue:

Jesús, mirándolo, le amó y le dijo: Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo;
y ven, sígueme.


En gesto de plena gratuidad, Jesús contempla y quiere quiere a ese hombre que le busca, y con mirada y palabra de amor le pide compañía. En el lugar donde Pablo (Gal, Rom) situará la fe, como experiencia de encuentro gratuito con Dios en el Cristo, desbordando el nivel de la ley, ha puesto Jesús el amor, cuando ha mirado y llamado al hombre rico. Así viene a mostrarse como un contemplativo: sabe mirar a una persona para amarla, suplicando una respuesta (esperando su amor).


b. La plenitud del hombre está en la contemplación de amor (2 Cor 3). Quizá de un modo un poco simplista, san Pablo presenta a los judíos como representantes de una religión de ley: no pueden contemplar a Dios, ni mirarse a la cara unos con otros, en gratuidad compartida, sino que llevan puesto un velo sobre sus corazones, cada vez que que leen a Moisés, es decir, cada vez que interpretan y formulan su experiencia más profunda (2 Cor 3, 15). La religión es para ellos un signo de sometimiento.

Pero, cuando se vuelvan al Señor caerá su velo, pues el Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (2 Cor 3,15-17).

Se consigue así la libertad del amor, que consiste en contemplar sin velo, mirarse y admirarse en amor y comunicación completa, en libertad y donación de vida. Aquí se funda y expresa aquello que pudiéramos llamar la luz del amor, que nos capacita para mirar a Cristo y mirarnos en respeto unos a otros. Por eso exclama Pablo, en palabra triunfante:

En cambio, todos nosotros, contemplando sin velo en el rostro la Gloria del Señor, nos transformamos conforme a su imagen, de gloria en gloria, según el Espíritu del Señor.

Podemos mirar sin velo al Señor, y mirarnos así, de manera transparente, unos a otros, en contemplación que es comunicación de vida. Desde aquí entendemos a Jesús como aquel que mira y comunica a los creyentes lo que tiene (todo lo que es, lo que el Padre le ha dado). Por su parte, los creyentes (es decir, aquellos a quienes el mismo Cristo ha ofrecido el regalo de su vida) pueden comunicarse y/o contemplarse mutuamente, compartiendo la existencia.

Por eso, la vida espiritual cristiana es contemplación personal de amor: comunicación fundadora de vida.
Esa vida espiritual se ha tomado a veces como cultivo de interioridad mística o superación del plano racional. Pues bien, sin negar la validez parcial de esa postura, pienso que la mística cristiana ha de entenderse y cultivarse como contemplación de amor, superando un tipo de velo que nos oculta el misterio:

– Velo de Dios. Una tradición religiosa común a las grandes culturas (de Grecia a la India) afirma que Dios (lo divino) se halla escondido, tras una tela o cortina que nadie puede quitar o descorrer. Ese ha sido para Pablo el límite y final del judaísmo: la misma lectura de la Ley de Moisés pone un velo sobre los creyentes. El conocimiento velado permanece en un nivel de muerte o, mejor dicho, tiene miedo de la muerte, es decir, de la destrucción radical de la persona, "pero nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3, 14).

– Dios sin velo. El descubrimiento del sentido salvador de la muerte de Cristo (la entrega gratuita y creadora de la vida) nos permite quitar el velo, porque el amor es es transparencia vital. Ese amor o comunicación entre personas es más poderosa que la muerte. Por eso, no necesitamos ya ocultarnos en el miedo, ni tememos la destrucción, porque hemos descubierto y contemplado algo más intenso y duradero que todos los poderes de la muerte: el amor mutuo.

c. Ya no os llamo siervos, sino amigos... (Jn 15, 15). El conocimiento normal es engaño, nace y se expresa en el velo que el mismo Dios (poder fundante de toda racionalidad) pone sobre los ojos de los humanos. Por el contrario, el conocimiento que ofrece el Dios de Jesús es conocimiento en transparencia: no engaña, sino que revela, no oculta sino que capacita para conocer en verdad el sentido de la propia realidad, la realidad de los demás:

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor (Jn 15, 15a).

En el principio de toda servidumbre humana se encuentra según eso la fuerza y ocultamiento del amo o señor dominante, que no mantiene relaciones de reciprocidad con su siervo, que no le dice lo que es (quién es), que no se entrega por amor en sus manos, esperando una respuesta. Dioses y humanos han inventado la jerarquía como poder divino: uno manda, otro obedece; esta sería la mas honda verdad de lo sagrado. Pues bien, tanto en plano religioso como social, se establece así una relación de opacidad, de manera que al fin ambos (amo y esclavo, dios y su devoto) se ocultan y esconden (se engañan mutuamente. Pues bien, en contra de eso, emerge aquí la contemplación amorosa de Jesús, la transparencia personal:

Os llamo amigos,
porque os he dicho (=os he dado a conocer)
todo lo que yo he recibido (=he escuchado) del Padre (15, 15b).


En esa línea, la verdadera contemplación es la fe (confianza personal), es la amistad (philia). Este es el verdadero conocimiento: la expresión de lo inefable. Lo propio de esa amistad es la transparencia comunicativa, expresada aquí en plano de palabra (os he dado a conocer...), pero abierta a todos los niveles de la vida, interpretada desde el recibir, el dar, el compartir. El Padre ha dado a Jesús todo lo que tiene, Jesús lo ha recibido, pero no para encerrarlo en sí, en forma egoísta, sino para ofrecerlo y compartirlo con sus amigos.

Siglos de ley y miedo, de sacrificios violentos y expiación por los pecados (de justicia impositiva), habían situado la religión y vida humana bajo la disciplina de la imposición violenta, del silencio y la obediencia a los mandatos exteriores. Normalmente, los mismos gestores sociales de la religión (sacerdotes y reyes) habían utilizado esa visión de Dios para imponerse con violencia sobre los demás humanos, teniendo de esa forma sometido al pueblo. Pues bien, en contra de eso, Jesús ofrece a los humanos su experiencia de Dios como libertad para (en) el amor.

– La servidumbre se define por la ignorancia y el mandato externo: el amo no comparte con su siervo lo que piensa, no le dice lo que hace, no le da su corazón, ni se desnuda en gratuidad delante suyo. Por su parte, el siervo lleva puesto ante sus ojos un velo de ignorancia, va como arrastrado, sin saber por qué, y de esa manera se somete y obedece.

– La amistad, en cambio, se define en términos de comunicación: el amigo revela lo que sabe y siente, lo que puede y ama (revelándose a sí mismo, en debilidad y grandeza), a sus amigos. Por eso, cuando dice ya no os llamo siervos..., Jesús se presenta a sí mismo como amigo y redentor (fuente de amistad) para todos los humanos.
La mística se entiende, según eso, como transparencia liberadora: Jesús se muestra o revela a sí mismo, se ofrece plenamente, de manera que los suyos pueden contemplarle y compartir su vida, siendo así capaces de ofrecerla y compartirla (gozarla) mutuamente.

De nuevo el tema:Jesús no ha sido un místico en ese sentido ordinario del término, sino más bien un profeta,

un hombre abierto al encuentro con los demás, empeñado en trazar cauces de encuentro liberado y de comunión entre los humanos de su tiempo. Él es profeta del amor o mesías de la comunión humana: su palabra de Dios, su mesianismo, se identifica con el mismo gesto de la unión entre los humanos. Por eso ha entregado la vida por ellos. S

u cruz no ha sido un gesto de inmersión en Dios, signo de mística pasiva o unitiva, sino expresión de entrega de toda su existencia por el reino, es decir, por la libertad y comunión de todos los humanos, especialmente de los más necesitados.

Por eso, le llamamos el contemplativo, añadiendo que su despliegue de amor ha de entenderse en clave de diálogo personal Dios y los demás seres humanos.

– La contemplación es la esencia más honda del mesianismo de Jesús: él ha querido a los humanos (desde Padre), les ha mirado y ha entregado su vida por ellos, para suscitar así el reino del Espíritu, es decir, de la comunión universal (=civilización de amor), sobre la tierra. Jesús ha sabido mirar y ha mirado en amor gozoso a los humanos, entregando su vida por ellos, ofreciéndoles su amor en la Pascua.

– La contemplación constituye un elemento específico del cristianismo, pero ella es, al mismo tiempo, un fenómeno de tipo muy hondamente humano y por tanto religioso, vinculado al "ver y escuchar" en profundidad, en la línea de aquello que siempre han sabido videntes y profetas, poetas y amantes. El contemplativo no quiere explorar sin más la hondura de su mente, ni busca el misterio general de lo divino, sino que abre los ojos y oídos, para dejar que la realidad de los demás le alumbre y acompañe.

– El contemplativo no cultiva los fenómenos psíquicos o mentales del misticismo, sino que quiere dejarse transformar por el poder y belleza de la realidad que sale a su encuentro y le habla, especialmente a nivel de encuentro humano. No se evade del mundo para encerrarse en el vacío de su mente, sino que admira el mundo, ama a las personas, dejándose amar por ellas. No se impone sobre las cosas, sino que deja que ellas le llenen e interroguen, le impresionen y transformen .

-- El místico puede acabar siendo un solitario, alguien que explora su propio misterio divino, buscando su hondura superior, un nivel de realidad que sobrepasa el nivel sentimientos y deseos de la mente.
-- Por el contrario, el contemplativo está siempre abierto al encuentro personal: sabe mirar con intensidad, descubre y admira el valor de los demás, pudiendo avanzar así en la línea del diálogo personal, del amor mutuo.

Quizá pudiera decirse que el místico ama su propia verdad interior (o su vacío). Por el contrario, el contemplativo está preparado para amar a los demás en cuanto tales, pues goza al mirarles y goza al dejar que ellos le miren. Lógicamente, para que culmine y alcance su plenitud, como hermana de la amistad y/o el amor, la contemplación tiene que ser recíproca: mirar y ser mirado, amar y ser amado.

Por eso, decimos que el evangelio, buena nueva de reino, ha sido y sigue siendo una experiencia contemplativa y liberadora. Jesús ha buscado a los hombres y mujeres de su entorno, les ha ofrecido amor en gesto poderoso de transformación y ha dialogado con ellos por encima de todas las posibles leyes que separan y distinguen a unos de los otros. Estrictamente hablando, él ha sido un contemplativo en el mundo. Así ha desplegado el amor como mirada directa, diálogo de amistad fundada en Dios, en transparencia fuerte, desde el centro de una sociedad convulsionada por todas las imposiciones y mentiras del mundo. Por eso, la herencia de su reino (su Espíritu) debe expresarse en formas de comunicación contemplativa: en diálogo de amor inmediato, de mirada a mirada, de corazón a corazón.

Por eso, sabiendo mirar a Jesús en clave de amor, el contemplativo cristiano ha de expresar y expandir su mirada en apertura hacia los hombres y mujeres que viven a su lado, en comunicación gratuita de amor, poniendo la vida a su servicio.
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