Meditación de domingo sin misa. Una iglesia, dos samaritanos

Un hombre, una mujer: Iglesia santa y samaritana

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Comenté ayer con cierta extensión el evangelio de este  Dom III de Cuaresma (Jn 4, 5‒42).  Siguiendo en esa línea, en  este primer domingo del coronavirus (casi) mundial, con miles y miles de iglesias cerradas y fieles sin misa, quiero ofrecer unos puntos de meditación, sobre ese evangelio de la Samaritana,  unido al evangelio del Samaritano (Lc 10, 20‒37). Desde ese fondo se puede hablar de dos iglesias o, mejor dicho, de una, con dos “principios samaritanos”, que se vinculan y completan, ofreciendo una meditación de eucaristía de domingo sin misa:

Primer paso: Leamos los textoscon cierta detención, con pausa, insistiendo en los elementos centrales de cada uno, con sus diferencias, con sus posibles vinculaciones.

En el primer texto tenemos un hombre de cuidado, es decir, un hombre que sabe descubrir al herido del camino, que se detiene a su lado y le cuida. No se preocupa de Dios, ni le cita (ni se sabe si es creyentes), pero cuida de un modo efectivo a su hermano herido al borde del camino de la vida.

En el segundo tenemos una mujer de doctrina, mujer  fuerte, que ha lidiado con cinco maridos, y que sigue yendo sola al “pozo de los amores”, una buscadora de Dios, una mujer de teología, que sabe discutir con el sediento (antes de darle de beber) de cosas hondas de Dios, de un templo o de otro, de dos tipos de Israel (los judíos de Jerusalén, los samaritanos del Garizim). 

Segundo paso, pensemos… Pensemos, busquemos y fijemos el sentido más hondo de los textos. Quizá podamos consultar un libro de historia y ver la diferencia entre judíos y samaritanos, todos israelitas. Quizá tengamos a mano un comentario de Lucas y a otro de Juan, o a un diccionario como el mío (Gran Diccionario de la Biblia), donde ofrezco una entrada del samaritano y otro de la samaritana. Pero quizá no hace falta, y baste con leer de nuevo el texto, insistiendo en los temas de fondo, el “cuidado humano” del samaritano, la búsqueda de Dios de la Samaritana. Parece que los “roles” se han mudado…

El hombre aparece como cuidador, no la mujer‒marta la que cuida… El hombre es el diácono, servidor austero y eficaz, para bien de los heridos. La historia cristiana ha hecho al hombre más “jefe” (obispo, director de Iglesia, “sacerdote”). Pero aquí el hombre samaritano es el diácono de los cuidados humanos.

Por el contrario, la mujer no es servidora social en el sentido externo sino “creadora de Iglesia”, es el Papa/Obispo de la Iglesia samaritana. Ella sabe pensar y piensa con (sobre) Jesús, sobre el mesianismo, sobre el profeta que ha de venir, sobre los “montes” y templos sagrados… Ella es, en fin, la misionera, la que puede decir a los hombres y mujeres de la tierra lo que ha visto y sentido al encontrar a Jesús.

Evidentemente, habrá más motivos que hallaremos en los textos. Seamos pacientes, busquemos de nuevo los textos, releamos y comparemos sus temas, dialoguemos, comparando el principio de la Iglesia de Jesús en Galilea y Samaría, y nuestro propio tiempo de samaritanos y samaritanas. Una parte de la iglesia sigue buscando en pozos vacíos (como decían los profetas). Para recrear el cristianos y salir hacia la nueva Iglesia es necesario salir a los caminos (como el samaritano), buscar en los hondos pozos (como la samaritana). La "reforma" y recreación de la Iglesia católica no ha empezado todavía de verdad. La reflexión sobre estos dos samaritanos, distintos y unidos, puede ser un buen principio.

Tercer paso, adoremos, es decir, descubramos el misterio de fondo (la unidad y diferencia) de las dos lecturas… Estamos en un mundo necesitado de cuidados, como sabe y siente el comerciante samaritano, capaz de dejar por un momento a un lado sus negocios,  para atender primero al herido, al enfermo de cualquier corona‒virus… Estamos en un mundo necesitado también de amores, de experiencias profundas, de misión y vida del alma, como sabe la samaritana, que va al pozo por agua y encuentra allí a Jesús, con quien habla de amores.

Oigamos la voz del cuidado, que nos llega, como al samaritano, desde el borde del camino donde yacen los golpeados por la vida. Dejemos todos los principios, olvidemos las diferencias (si son chinos, si son yanquis, piamonteses o africanos…). Olvidemos a  sacerdotes y levitas del gran templo organizado, que saben mucho de sus instituciones, pero pasan de largo. Aatendamos a la voz de los mis (=los) heridos del camino, en un mundo donde al fin, entre bandidos de diverso tipo (con sacerdotes y levitas), podemos destruir la humanidad de Dios.

Pero oigamos también la voz del amor más íntimo de alma,  la voz de la samaritana que viene “buscando sus amores por esos montes” (como el Garizim o Sión) y riberas (como el pozo de Jacob…). Esa es la mujer del alma de la vida, la que sabe amar, porque al fin no basta dejar al herido en la posada, con unos euros para al posadero‒hospitalero, sino que que hay ofrecerle amor y presencia todos, pasando los fuertes y fronteras, como el Garizim y Jerusalén (con armas atómicas…), para abrir caminos y espacio de vida “en espíritu y verdad”.

No separemos cuidado  real (a los heridos) y amor profundo, de pozo de la vida, descubriendo al que puede decirnos quién somos... dejando que nos hable, que nos diga. Tenemos que ser al mismo tiempo mujeres de caminos, hombres de pozo de amor..., unos y otros, para dialogar, para caminar. Podemos supone que un día se juntaron en algún lugar la samaritana y el samaritano de estados dos parábolas de inicio de la iglesia. ¿Qué dirían? ¿Cómo se verían uno al otro, uno en el otro? ¿Cómo podremos decirnos y vernos así nosotros?

Cuarto paso, oremos y actuemos… personalmente, en familia, en humanidad… en una eucaristía abierta a todos (quizá sin misa externa) sobre una alta meseta barrida por los vientos como la del desierto del Gobi (de la que habla Th. de Chardin). Oremos por los “hoteleros‒sanitarios”…, por los samaritanos y las samaritas. Seamos, al mismo tiempo, todo eso, samaritanos de cuidado, samaritanas  de amor. y de misión de Iglesia Necesitamos ambas cosas, ambos tipos de personas. Tenemos que ser nosotros  samaritanos y samaritanas, invirtiendo las funciones si hace falta:

Que todos los samaritanos se vuelvan cuidadores… Que no hablen mucho de Dios, sino lo estrictamente necesario. Que en vez de discutir sobredioses, del Garizim o de Jerusalén, hablen (hablemos) con nuestra vida, atendiendo, cuidado a los heridos del camino…, empezando por nuestras casas, parroquias, obispados, papados.

Que las samaritanas, ricas de búsqueda de amor, sigan (=sigamos)  acudiendo al pozo de Sicar,  para hablar allí de amores, para iniciar el camino de una nueva misión, es decir, de la de siente, pero de un modo nuevo, más intenso, en estos tiempos del coronavirus.

Apertura a la vida… Hacia la nueva iglesia. El Papa Francisco nos ha invitado a volver a la Biblia para iniciar el nuevo camino de “salida” y misión (de creación) de Iglesia. Con su impulso me he atrevido a ofrecer esta meditación sobre las dos iglesias samaritanas, que son al fin, una sola iglesia:

Debemos superar una iglesia cerrada de templo,propia de la antigua Jerusalén, bien establecida, con sacerdotes y levitas poderosos, que ejercen una función social importante, pero pasan de largo ante el herido, pues sirven a un Dios que a su juicio es más ugente. Le llamo iglesia templaria, por el nombre de unos fuertes caballeros del Templo de Jerusalén que, en la Edad Media cristiana quisieron defender con armas los intereses de la iglesia. Puedo llamarse tambiéniglesia cruzada, que sigue haciendo guerras de diverso tipo para defender su ideal de Dios (Dios ideal), mientras siguen al borde del camino los heridos.

‒ Tenemos que empezar recorriendo el camino de las iglesia samaritana, con sus dos momentos, el del buen samaritano (servicio a los heridos y enfermos de la vida) y el de la buena samaritana, la mujer del pozo del amor, la que busca, espera y encuentra a Jesús junto al agua, con el agua, la misionera del evangelio. Esas son las dos primeras figuras de la Iglesia:

(a) La parábola de Lc 10 presenta al samaritano de asno, aceite y vino como prototipo de una iglesia eficaz, centrada en el servicio a los heridos, caminante que pasa sin cesar por las cunetas de la vida y de la muerte, donde están los heridos, sin preguntarles de qué parte son, para cuidarles siempre.

(b) La parábola de Jn 4 presenta a la samaritana del pozo, que parece ir de libre (ha explorado la vida, con cinco maridos), pero va en el fondo de búsqueda de amor más hondo… Ella encuentra a Jesús, valora lo encontrado, y en vez de quedarse con él a sola va corriendo por todas las samarías de la vida para decir a hombres y mujeres “he encontrado al que me ha dicho lo que soy”, al que me ha amado. ¿Queréis hacer vosotros la experiencia?

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