La Mercè, según José Ignacio González-Faus

El pasado 24 publiqué una nota sobre la historia, teología y presencia de la Virgen de la Merced. En ese contexto publiqué también en los días anteriores algunas observaciones sobre el tema e ideal de la Meced, lo mismo que en años anteriores (en torno a la novena de la Meced,

24 septiembre). Pues bien, dos amigos de Barcelona (Pep P. y Jordi M., amigos de la Merced, habituales del blog) me mandan una nota que J. González Faus ha publicado este año en la Vanguardia, precisamente ese día. Aprovecho la ocasión para publicar la nota de G. Faus sobre la Merced y una nota sobre su teología (la de Faus). Buen sábado a todos.



La Mercè (José Ignacio González Faus)

Tengo algo muy serio que deciren contra de mis amigos de Barcelona:

valoran mucho a un Messi, o a una Moreneta, máscatalana que mariana, y no saben valorar lo mejor que tienen: que el grito de libertad y fraternidad se dio en el altar mayor de la catedral de Barcelona ya en 1218, medio milenio antes de la revolución francesa. Añadiéndole otro grito de no-violencia, olvidado por los jacobinos de todas las revoluciones, y desconocido también en aquel siglo XIII, que pretendía recuperar la libertad (de santos lugares o de cautivos de los sarracenos) a base de cruzadas y órdenes militares.

El autor de tamaña proeza fue un casi desconocido botiguer, oriundo del sur d eFrancia, que acabó convertido en mercader de libertad. Llamábase Pedro Nolasco.
Vivió de 1183 a 1252;ypasó tan sigilosamente que ha habido que sustituirle con mucha
leyenda. Sus mismos sucesores no se llamaron con su nombre, sino con el de su causa, que es la más humana de todas las empresas: mercedarios o misericordiosos. A los 20 años, Nolasco tuvo en Barcelona la primera experiencia de los cautivos y reaccionó vendiendo casi todos sus bienes para redimir a unos cuantos de ellos. En una época tan dada a coleccionar reliquias de la Cruz, comprendió que la única reliquia auténtica eran los cautivos. Por eso decidió dedicar los beneficios de su comercio a la redención de cautivos. Algunos amigos se unieron a tan audaz empresa. Y el 10 de octubre de 1218 nace la orden de Santa María de la Merced, para redimir cautivos, no con violencia sino con dinero –propio o de limosnas recogidas–, añadiendo un cuarto voto de quedarse en su lugar si faltaba el dinero.

En 1231, Gregorio IX aprobó la orden, constituida en principio por laicos, y que sólo aceptó curas en el capítulo celebrado en Valencia en 1317. Pedro oscilaba
entre dedicarse a la contemplación o a la liberación, pero comprendió que aquella puede falsificarse sin esta, como esta sin aquella; y consiguió juntar ambas. Quizás hay pocas hazañas como ésta en toda la historia humana. Y critico que Barcelona sólo haya sabido hacer de ella un nombre de mujer, dejando estéril el patronazgo de una ciudad puesta bajo la advocación de la Merced. Porque ahí anida una importante visión de la libertad (¡la única cristiana!) que se resume en que “mientras haya hombres esclavos, ni yo ni nadie somos libres”. Visión que se fundaen lo que dice una frase de las constituciones cuando habla de que Dios envió a su hijo “per visitar tot l'umanat litnatge qui en aquest segle era axí com en càrcer catiu en poder del diable e d'infer”.

Desde esta visión, la perla preciosa o el tesoro escondido de las parábolas evangélicas (que cuando alguien lo encuentra vende todo lo que tiene para adquirirlo), es simplemente el ser humano verdaderamente libre. Y la libertad es absolutamente inseparable de la solidaridad o la misericordia (la merced). Por eso el lema de la orden no será sólo rescatar, sino “conocer, visitar, liberar”. Libertad y fraternidad, dirían más tarde los franceses. Por atractivo que sea el programa, precisamente por su calidad humana, cabe esperar que las persecuciones no tardarían
en llegar. Y así fue: Pedro de Mar, uno de sus primeros ayudantes escribió: “Porque a imitación suya, muchos virtuosos caballeros vendieron sus bienes para emplear
su valor en la redención, estas santas y piadosas obras levantaron contra él una violenta tempestad”. Esta fue la dura realidad a la que Jaime II de Aragón, en una carta al Papa, da una versión más edulcorada:

“Algunos laicos de nuestra tierra, amantes de Jesucristo..., han comenzadovendiendo poco a poco sus bienes y gastándolos en redimir a los hermanos cristianos en cautividad”. Aquí no se habla de reacción violenta; pero pensemos cuál sería
la reacción de muchos si hoy, a imitación de entonces, algunos amantes de Jesucristo se dedicasen a lo mismo para redimir cautivos de los sarracenos de la banca,
o ayudar a los privados del derecho a nacer... “Nada hay más molesto que un buen ejemplo”, escribí una vez; y eso podemos verlo en lo que Tirso de Molina, uno de los mercedarios más famosos por su presencia en la literatura castellana, escribió
sobre Pedro Nolasco:

“todo lo que no era restituir libertades oprimidas juzgaba tiempo ocioso y mal empleado...”

Ahí es nada. Porque, desde este modo de pensar y de proceder, la terrible pregunta de la historia sobre el silencio de Dios ante el dolor y la injusticia, se nos traslada a nosotros. El escándalo del dolor del mundo no es el silencio de Dios sino la indiferencia de los hombres, escribe un comentarista: porque “no es culpa del Campanero si el convento se duerme cuando Él toca la campana...”. La Iglesia dolida por el ateísmo de este siglo, debería comenzar pensando que, algo peor que no buscar a Dios es buscarlo donde no está. Esto podría unir a creyentes y no creyentes;y llevarlos con cierto espíritu peregrino y sacramental a la antigua casa de la calle Canonja, o al hospital de Santa Eulàlia (junto al Palau Reial), donde actuaba Pedro Nolasco hace ya 800 años. Parece que la gran preocupación es que nadie nos quite a Messi o a Iniesta. Pero si Barcelona quiere desprenderse de Pedro Nolasco que lo diga: que a lo mejor lo fichaban en Fuentealbilla.




GONZÁLEZ FAUS, JOSÉ IGNACIO (1935- ).

Teólogo católico español, de la Compañía de Jesús. De origen valenciano, ha sido profesor en la facultad de teología de Barcelona y ha creado una extensa y rigurosa obra académica, abierta a la libertad y a la justicia, en diálogo con la gran tradición de la teología occidental, antigua y moderna. Pero, al mismo tiempo, ha mantenido un intenso compromiso cultural y social, tanto en los medios de comunicación, como en las asociaciones y grupos al servicio de la justicia social y de la libertad cristiana. Su voz ha sido una referencia esencial en el panorama del pensamiento teológico de España y de América en los últimos cuarenta años. Nadie como él ha encarnado el ideal de cristianismo y de una iglesia abierta al compromiso de la verdad y de la solidaridad.

Su tesis doctoral se titulaba Carne de Dios. Significado salvador de la encarnación en la teología de San Ireneo (Barcelona 1969) y en ella aparecen ya los temas que definirán toda su obra teológica posterior, centrada en la carnalidad del cristianismo, frente a todos los riesgos de evasión espiritualista de muchos semignósticos modernos. Pero su libro más significativo fue La humanidad nueva. Ensayo de cristología (Madrid 1974), que interpretaba la figura y obra de Jesús desde las condiciones sociales del judaísmo de su tiempo, destacando su libertad frente a la ley y su compromiso en favor de los más pobres, reinterpretando desde ese fondo toda la tradición cristológica de la Iglesia. Ese libro marcó un hito en la teología hispana y sigue siendo un lugar de referencia obligado en el panorama del pensamiento cristiano del siglo XX. Después ha escrito diversos libros sobre cristología, antropología teológica y eclesiología, poniendo siempre de relieve al carácter liberador, y comprometido, pero también gratuito de la fe cristiana. Ha realizado una gran labor teológica, no sólo en el campo de la Cristología, sino también (y sobre todo) en la antropología teológica y la eclesiología. Su figura y obra sigue siendo ejemplar (es ya un clásico) dentro de la teología hispana. Su producción ha sido muy extensa, pues no se contiene sólo en grandes libros, sino también en ensayos y cuadernos de divulgación que se siguen publicando por diversos medios (especialmente on line), manera que no es posible indicarla toda. Por eso pongo de relieve tres de sus rasgos: cristología, eclesiología y compromiso secular.

1. Cristología.

Su primera gran obra creadora estuvo dedicada a la cristología (La humanidad nueva, Madrid 1974). A partir de ella, J. I. González Faus ha publicado media docena de libros y ensayos sobre Jesús, destacando cada vez con más fuerza su identidad y su inserción humana, bien concreta, al lado de los pobres de su tiempo, para descubrir en ella el misterio de Dios. En esa línea quiero citar una página de uno de sus últimos textos sobre Jesús:
«Quienes, a través de los sucesos pascuales, acabaron creyendo en Él, expresaron esa fe confesando al hombre Jesús como la Presencia y la Impronta de la Divinidad misma en esta historia humana (el “Hijo” de Dios). Por eso, quienes profesan esa fe, están en la obligación de evitar que el culto a la divinidad de Jesús, se convierta en una forma de escapar a la interpelación de su humanidad. Pues cuando se cae en aquella tentación, no se pierde simplemente algo humanamente valioso, sino a Dios mismo, ya que se desoye una de las enseñanzas fundamentales del N.T.: que Jesús “aunque era el Hijo”, aprendió en sus propios sufrimientos y en su propia historia humana, que la plenitud del hombre sólo se alcanza en una actitud dialéctica de aceptación y confianza (a la que el N. T. llama “obediencia”: ver Heb 5, 8-9). Debemos reconocer que el cristianismo histórico sucumbió con frecuencia a esa tentación, sobre todo desde que aquellos que más tarde se adjudicarían el título de “vicarios de Cristo”, aceptaron ser proclamados reyes en contra del ejemplo expreso de Jesús. Volver a convertir en piedra angular, la memoria subversiva y rechazada de aquel modo de ser humano, es una de las grandes tareas del cristianismo del futuro» (Memoria subversiva. Memoria subyugante, en Cristianismo y Justicia, Barcelona 2001).

Esta memoria subversiva de Jesús se convierte así en principio de toda cristología, abierta por un lado a las raíces de Israel (pueblo de la memoria) y, por otro, al futuro de la humanidad (es decir, a la esperanza del Reino de Dios). Según esta visión de G. Faus ya no se puede hablar de una divinidad de Jesús que se encuentre fuera (separada) de su humanidad, pues en la misma humanidad se expresa y despliega el Hijo de Dios. Sólo en el hombre Jesús, en su historia concreta, podemos encontrar al Hijo Eterno de Dios, en un camino que G. Faus ha seguido poniendo de relieve en una de sus últimas obras (cf. El rostro humano de Dios, (Santander 2007).

2. Eclesiología.

Partiendo de los datos cristológicos que hemos destacado, González Faus ha venido elaborando una eclesiología evangélica, que se fundamenta en los pobres y excluidos de la sociedad, que son los verdaderos representantes de Jesús, como ha puesto de relieve en Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y espiritualidad cristiana (Madrid 1991). Cf. También La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico (Santander 2006). Así ha invertido el esquema ordinario de una eclesiología “glorioso”, que se apoya en un tipo de visión sacral del mesianismo de Jesús y que ha utilizado el poder como medio de evangelización, olvidando que el poder mundano podrá quizás extender un tipo de Iglesia, pero no puede extender el evangelio, ni la verdadera Iglesia de Jesús. En esa línea se sitúa su visión crítica del constantinismo y del carlomagnismo, que habrían marcado de un modo profundo la identidad y tareas de la iglesia histórica


a. Constantinismo.

«Se llama así al afán de poner el poder temporal al servicio de la acción de la Iglesia. Y además de manera privilegiada. Es comprensible la gratitud de la Iglesia a Constantino, tras tres siglos de persecuciones. Pero sin olvidar que entonces se llegó a llamar equivocadamente al emperador “el treceavo apóstol”. Y que muchos siglos después, san Bernardo escribía al papa Eugenio III: “no pareces sucesor de Pedro sino de Constantino”. Quien crea que esta tentación está ya superada, lea lo que escribía el cardenal Congar en 1962: “Todavía no hemos salido de la era constantiniana. El pobre Pío IX, que no comprendió nada de la marcha de la historia y hundió al catolicismo francés en una actitud estéril de oposición y de conservadurismo... estaba llamado por Dios a comprender las lecciones de la historia y a sacar a la Iglesia de la lógica miserable de la ‘Donación de Constantino’ y convertirla a un evangelismo que le hubiese permitido ser menos del mundo y estar más en el mundo. Pero hizo justamente lo contrario”» (Cf. Mon Journal du Concile, Paris 2003, 109).

b. Carlomagnismo.

«Hacia el año 800, mediante la donación de Carlomagno, la Iglesia no sólo disfruta de la protección del poder temporal, sino que ella misma lo ejerce, en los llamados Estados pontificios… La lógica del poder ha vencido al evangelio. Y todavía en la iglesia de hoy quedan demasiados resabios de esa lógica, tanto en la figura de los papas como en procedimientos de la Congregación de la fe, que ha renunciado al nombre de inquisición, pero no a algunos métodos de su predecesora. Las relaciones de la Iglesia con el poder nunca serán fáciles, porque es muy difícil que puedan ser buenas. No puede la Iglesia poseer ese poder, ni pretender ser protegida por él. Debe buscar la paz con él, como con todas las realidades del mundo, pero sabiendo también plantarle cara y no rehuir el resultarle conflictiva, aunque esto le traiga problemas. Pues el poder es una de las realidades más opuestas al modo como se reveló Dios en Jesucristo, a pesar de su inevitable necesidad que, por eso, debe ser reducida a mínimos indispensables» (¿Para qué la Iglesia?, en Cristianismo y Justicia, Barcelona 2003).

González Faus no ha querido negar la “carne” de la iglesia, convirtiéndola en algo puramente espiritual, sino todo lo contrario. Él quiere que la Iglesia sea carne y cuerpo, pero Cuerpo de Cristo, carne de humanidad al servicio de la justicia y, de un modo especial, al servicio de los más pobres. Toda la obra de González Faus ha sido un intento de transformación de la Iglesia, siempre desde dentro, en fidelidad a las instituciones eclesiales, pero con gran libertad, al servicio del evangelio.
3. Compromiso secular. El tercero de los rasgos de la teología de González Faus es su compromiso al servicio de la cultura, de la fraternidad y la justicia, desbordando los límites de la misma iglesia establecida, como ha venido mostrando en los cuadernos de Cristianismo y Justicia (Barcelona), cuya sección teológica él dirige. De esa forma, se ha mantenido siempre en el límite donde la Iglesia se abre (debe abrirse) al mundo ofreciendo su testimonio de fraternidad y justicia, en libertad, sin querer imponerse de un modo político, ni a través de ventajas de tipo económico, social o jurídico.

Desde ese fondo quiero comentar de un modo especial de un libro, Fe en Dios y construcción de la historia (Madrid), donde ha recogido algunas de las líneas básica de su trayectoria intelectual, a partir (Carne de Dios) del año 1969. G. Faus presenta aquí unas líneas maestras de su visión de la historia cristiana y humana, y lo hace de una forma tanteante, pero llena de esperanza, dentro de eso que él mismo presenta como razón débil, no impositiva, no dictatorial.

El libro consta de cuatro partes y una conclusión.

(a) La primera ofrece dos diagnósticos contrapuestos, describiendo la caída de dos imaginarios o mundos simbólicos que parecían autosuficientes: el ateísmo racional y el catolicismo omnipresente que quiere saberlo todo.

(b) La segunda parte estudia nuestra situación de encrucijada, precisando el sentido de la fe cristiana, con la novedad que ella ofrece en referencia al ser humano, teniendo en cuenta otras opciones creyente (como el Islam) y otros relatos (como el mito maya).

(c) La tercera parte se ocupa de la historia sufrida desde el dolor de los pobres y el sufrimiento de los vencidos, en contraste con la mentira oficial del mercado universal y del neocapitalismo violento, que no solamente silencia a sus víctimas, sino que intenta quitarles racionalmente todas sus razones, utilizando para ello todos los medios de la propaganda.

(d) La cuarta parte y el epílogo pueden vincularse bajo el título de iglesia y camino de Dios: frente a la dificultades de la modernidad, la iglesia oficial católica se ha replegado en el miedo y autoritarismo, imponiendo desde arriba una doctrina y disciplina que no es comunitaria, creyente ni evangélica. El diagnóstico de conjunto de este libro es duro, pero el camino de Jesús sigue abierto, tanto en línea de experiencia de plenitud sagrada (mística) como de justicia (plano social, política), trazando una esperanza que supera a la muerte. La mayor parte de los trabajos que lo componen han sido publicados entre 1993 y 1997, al filo de los acontecimientos eclesiales y sociales, y así ofrecen una crónica cristiana de finales del milenio.


Las constantes de la teología de G. Faus siguen siendo claras: la encarnación de Dios en Cristo, el valor teofánico de los excluidos, la mentira de un tipo de falso racionalismo político al servicio de los más poderosos, la necesidad de un cambio de paradigma en la administración y vida de la iglesia, la esperanza en el camino de la historia, el compromiso a favor de la vida. El autor ha dicho y mantenido esas constantes, utilizando para ello su capacidad crítica, su gran conocimiento, su finísima ironía. En el fondo queda su visión de Dios, que así aparece implicado en la historia de los hombres, y la exigencia de crear una nueva Iglesia, capaz de retomar los impulsos del evangelio, en este mundo tan distinto en el que nos hallamos. El tema central sigue siendo “carne de Dios” que son los hombres.


La teología de G. Faus ha sido y sigue siendo un proyecto y programa de “encarnación”, en contra de todo escapismo gnóstico y de toda elaboración ideológica de un poder eclesial que sigue teniendo la tentación de absolutizarse, en vez de ponerse al servicio de los pobres. G. Faus se ha situado siempre en los cruces de caminos de la Iglesia y de la vida, pero no para dividir, sino para recoger y aunar, desde los más pobres, mirando las cosas desde abajo (desde los expulsados del mundo), pero no para dejarles allí hundidos en su impotencia, sino para elevarles, desde el Cristo, a la luz del evangelio. Para ello ha elaborado un riguroso análisis cultural y social, económico y religioso de la iglesia y del mundo. Sin su palabra y presencia a lo largo de losúltimos cuarenta años (de 1969 al 2009) la teología hispana hubiera sido más pobre.

Entre sus libros, además de los citados, cf. Acceso a Jesús (Salamanca 1979), Éste es el Hombre. Estudios sobre identidad cristiana y realización humana (Santander 1980); Clamor del Reino (Salamanca 1982); El engaño de un capitalismo aceptable (Santander 1983); Memorial de Jesús, memorial del pueblo (Santander 1984); Libertad de palabra en la Iglesia y en la teología (Santander 1985); El proyecto hermano (Santander 1989); Individuo y comunidad (Santander 1989); Ningún obispo impuesto (Santander 1993).Comprender a Karol Wojtyla (Santander 2005); Derechos humanos, deberes míos (1997); Calidad cristiana: identidad y crisis del cristianismo (Madrid 2006); El rostro humano de Dios. De la revolución de Jesús a la divinidad de Jesús (Santander 2007).
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