Esas Montañas es mi Amado para mí

Desde un punto de vista teológico, la referencia más importante del Papa Francisco en su encíclica no es la de Cántico de Francisco de Asís (Laudato si'), sino la de San Juan de la Cruz, cuando dice que "las cosas del mundo son Dios". Así dice el Papa:


234. San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios» (Cántico espiritual, XIV-XV, 5). No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las cosas Dios» (Ibid)

Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí» (Ibíd., XIV-XV, 6-7).


Esta cita Francisco (Juan de la Cruz, CB 14) es buena, de lo mejor que se ha dicho sobre el tema. Pero tengo la impresión de que el Papa no expresa aquí toda la hondura de Juan de la Cruz, a su forma de vincular (identificar) ecología y teología.

Sigo en Buenos Aires, en el Instituto Universitario Raspanti, de Morón, y mañana, si Dios quiere, hablaré de este motivo, al presentar con V. Aya, mi amigo, la relación que hay entre ecología y mística, en línea musulmana (citada también por el Papa) y cristiana. Buen día de todos, desde el fresco austral.
(Imagen: Desde el convento de Juan de la Cruz en Segovia se veían así el alcázar y las montañas. Su Amado Dios eran las Montañas, no el alcázar)


CB 14: MI AMADO LAS MONTAÑAS


Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.


San Francisco de Asís (en su Cántico de la creaturas) había cantado, unas por una, las grandes criaturas, recibidas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire...). Más que hermanas, ellas son para SJC (=San Juan de la Cruz) expansiones y presencia del Amado. No las separa, diciendo “amada montaña, amados valles”, sino que las une y vincula con el único Amado, pues el mismo Dios se identifica con ellas, un Dios que no es ya padre ni madre, ni siquiera creador, sino, sencillamente Amado (divino, humano), en cada un de las cosas:

Dice la esposa que todas estas cosas (montañas, valles...)
es su Amado en sí
y lo es para ella, porque
en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos,
siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho
que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas!.
De donde, por ser Dios todas las cosas al alma y el bien de todas ellas,
se declara la comunicación de este exceso
por la semejanza de la bondad de las cosas...

Que, por cuanto en este caso se une el alma con Dios,
siente ser todas las cosas Dios, según lo sintió San Juan,
cuando dijo: Lo que fue hecho en Él era vida
Y así no se ha de entender que lo que aquí se dice que siente el alma
es como ver las cosas en la Luz o las criaturas en Dios,
sino que en aquella posesión siente serle todas las cosas Dios
(Jn 1, 4. Coment 14, 5).


SJC sabe que, en un sentido, las cosas no son Dios (ni un amado humano) y pocos han destacado como él la fragilidad y finitud del mundo. Pero, en otro sentido, vinculándose al Amado, el amante sabe o, mejor dicho, siente que todas son Dios para él, siendo el Amado. En el ámbito del conocimiento racional, ellas son diferentes del amado, en dura objetividad. Pero en contemplación de amor son hermanas, son el mismo Amado. Sólo quien ama descubre y sabe que, desbordando argumentos y razones, todas las cosas son Amado, pues en él existen y se hacen presentes (cf. Jn 1, 1-5; Col 1, 15-18) .

1. Mi Amado, las montañas. Ellas son lo primero: altura de Dios que se desvela sobre la fuente de amor, cuando el Amado “asoma por el otero” de su vida hecha belleza que se expande de manera generosa, imponente y cercana.

Las montañas tienen alturas,
son abundantes, anchas, hermosas, graciosas, floridas y olorosas.
Esas montañas es mi Amado para mí
(Coment 14-15, 6)


2. Los valles solitarios nemorosos. El mismo monte es valle solitario por el que discurre el agua de la fuente fresca, plenitud de enamorados, espacio nemoroso, bosque sagrado del Dios que en todas las cosas nos ama:

Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos,y en la variedad de sus arboledas y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Esos valles es mi Amado para mí

(Coment 14-15, 7).

3. Las ínsulas extrañas. El Amado es lo más alto y lo más bajo, monte y valle. Pues bien, aquí aparece, al mismo tiempo, como el más lejano, sorprendente y distinto, allende los mares. Las ínsulas más raras son Dios para el amante:

Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar
y allende de los mares, muy apartadas
y ajenas de la comunicación de los hombres...
Y así por las grandes y admirables novedades y noticias extrañas,
alejadas del conocimiento común, que el alma ve en Dios,
le llama (a Dios) ínsulas extrañas
(Coment 14-15, 8).

4. Los ríos sonorosos. El Amado que era Fuente plateada es aquí fluir de vida, corriente de agua creadora que discurre con fragor inmenso y poder inasequible (cf. Ez 1, 24-25). Corrientes y aguas bravías no son enemigas de Dios (cf. Gn 1, 1-2; Sal 46, 3-4), sino potencia del Amado:

Los ríos tienen tres propiedades:
la primera, que todo lo que encuentran embisten y anegan;
la segunda, que hinchen todos los bajos y vacíos que hallan delante;
la tercera, que tienen tal sonido que todo otro sonido privan y ocupan.
Y porque, en esta comunicación de Dios que vamos diciendo,
siente el alma en Él estas tres propiedades, dice que
su Amado es los ríos sonorosos... voz infinita.
..

(Coment 14-15, 9).

5. El silbo de los aires amorosos... La voz infinita del río, que todo lo arrastra y aturde, voz del Dios fuerte, se vuelve suave silbo amoroso, llamada de vida que invita, en lo más íntimo del alma, susurro de gracia que anima en nosotros la existencia:

Llámale silbo porque así como el silbo, del aire causado,
se entra agudamente en el vasillo del oído,
así esta sutilísima y delicada inteligencia
se entra con admirable sabor y deleite
en lo íntimo de la sustancia del alma,
que es muy mayor deleite que todos los demás

(cf. Coment 14-15, 14).

Los grandes fenómenos (montes y valles, ínsulas y ríos) desembocan y culminan en este silbido de amor en la Cueva de Dios (cf. 1 Rey 19, 11-13). Pero ahora este silbido no se opone a los signos anteriores (huracán, terremoto, fuego), que Elías había sentido sin ver allí a Dios, sino que los asume y culmina. La naturaleza entera silba desde Dios en amor.

Estos cinco elementos (montes, valles, islas, ríos, silbido del aire) no son referencia al Amado, sino el mismo Amado, que es montes y valles... Ellos son el Todo, un Amado que se vuelve cosmos, siendo al mismo tiempo trascendente e infinito. Por eso, la experiencia de este cosmos no se puede argumentar ni demostrar, sino sólo decir, nombrando y cantando sus momentos como signo y presencia del Amado (en la línea de Gen 1, desde la experiencia del amor enamorado). Posiblemente existen otros tipos de enamoramiento, que estrechan y reducen la atención del amante, que queda así achicado, cerrado en el mundo reducido de sus propias visiones . Pero nuestro amor ensancha y amplía la mirada del amante, que ahora puede contemplarlo todo de un modo más hondo, como el primer día de la creación, aprendiendo así a nombrar en Dios en todas las cosas. Desde ese fondo añadimos tres observaciones:

Elección de elementos. San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. SJC ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CB 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CB 39. Pues bien, ese universo simbólico “es” Dios; no es un camino que lleva a Dios, sino el mismo revelándose en su belleza y misterio .

Naturaleza virgen. Este es un canto a la naturaleza, sin intervención humana. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CB 3), SJC había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Pues bien, aquí han desaparecido esos rasgos de una guerra inter-humana y nos hallamos ante un mundo virgen, abierto sólo al amor, sin castillos ni campos militares. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres .

Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando un famoso título de K. Rahner, "Oyente de la palabra"), definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados y perros guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento .

El canto cósmico nos lleva del Amado-Montaña, pasando por valles, islas y ríos, hasta el Amado-Silbo, hasta el Amado que es un Silbo de vida, una llamada, Aire amoroso que nos invita y alienta (Espíritu creador: cf. Gen 2, 6-7). Ciertamente, SJC ha destacado la mística exterior del cosmos bello, con los grandes fenómenos (montes, ríos...) del mundo. Pero el más hondo de todos es la Voz-Silbido de los aires amorosos. Todo es amoroso, pero en especial los aires: el silbido del viento en la noche, como palabras que vienen del Amado y que debemos aprender a descubrir y disfrutar, pues ellas nos fecunda, como “las flechas” de amor (cf. CB 8) .
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