La Saga de los Nazoreos: Gamaliel, Simeón y Hillel, Zacarías, Juan B. y Jesús

Ésta es la hipótesis que está elaborando con sagacidad y paciencia J. Luis Suárez Rodríguez, del que he presentado en esto Blog ya varias obras, tanto sobre Jesús de Nazaret, como sobre Zacarías, Gamaliel y Juan Bautista, como podrá ver con facilidad el lector interesado (buscando en este blog bajo la entrada José Luis Suárez o Apis. Teología del Sentido Común.

A su juicio, Jesús no fue un personaje aislado, ni el cristianismo fue un proyecto individual, sino que sino que formó parte de una "prole", los nazoreos o shomrim, "guardianes de la verdad", que en el siglo I d.C. estaban representados en Palestina por Hillel y su Casa y Escuela: por Simeón (Lc. 2,25-35) y Gamaliel el Viejo (a quien el NT Presenta como José de Arimatea), Abbibo (a quien el Evangelio de Juan presenta como Discípulo Amado), por Zacarias el Justo (padre de Juan), por Juan el Bautista y el propio Jesús el Nazoreo.

Según J.L. Suárezm, este proyecto "colectivo", propio de los mejores "espíritus" del tiempo culminó el crestianismo/cristianismo, predicado en Antioquia por el converso Pablo, "líder de los nazoreos". Según eso, el cristianismo fue un proyecto elaborado y compartido por las mejores mentes humanistas y universales del judaísmo del Segundo Templo


José Luis Suáres R. viene argumentando sobre el tema con tesón, erudición y pasión "crestiana", en un trabajo que está dando sentido a los mejores años de su vida intelectual, de teólogo, pedagogo e historiador, empeñado en presentar una nueva versión del cristianismo, más fiel a los orígenes, más apta a su juicio para nuestro momento intelectual,un humanismo del más alto Sentido Común.

Para valorar su vida y obra, sus trabajos concretos y su proyecto de fondo cf. http://www.circuloteologiasentidocomun.com/ Como he dicho ya, y podrá ver el lector interesado, le vengo acompañando desde hace bastante tiempo, no para "apuntalar" sus hipótesis (él no necesita apoyos de ese tipo), sino para seguir pensando con él, de forma críticamente amistosa, respetuosa y admirada, como habrá visto quien siga mi blog.

Debo añadir que en esa línea de búsqueda se sitúa gran parte de mi investigación, no porque lleguemos a las mismas conclusiones, pues creemos profundamente en la libertad de pensamiento, sino porque tenemos opiniones y propósitos cercanos, para seguir dialogando sobre ellos.


Es evidente que Jesús no fue un aerolito caído del cielo (un hombre sin nada en común con los demás), sino que él forma parte de una saga de grandes judíos del siglo I d.C., sabios universales por su doctrina, mártires o testigos emparentados por su compromiso a favor de la Verdad.

Jesús fue y sigue siendo el más conocido, pero no el único de los pensadores y profetas, maestros y pretendientes mesiánicos de aquel tiempo. Su proyecto tiene variantes que deben precisarse quizá con más rigor aún, pero no para separarle de otros contemporáneos suyos, sino para situarle entre ellos y conocerle así mejor.

Así me atrevo a presentar hoy, con admiración y agradecimiento, pero, sobre todo, con deseos de ulteriores investigación (de J. L.Suárez, e incluso mías), una visión inicial sobre los personajes de esta "trama" o prole mesiánica del entorno de Jesús. La semana que viene presentaré una versión algo distinta de alguno de ellos, no para oponerme a la hipótesis de J. L. Suárez sino para seguir caminando con él.

Gracias a ti, José Luis. Cuéntame entre los miembros de tu "Círculo de Teología del Sentido Común", que bien sabes que es quizá el sentido menos común, como decía Descartes. En esa línea "poco común" seguimos imaginando, investigando, anunciando.

Un saludo. Lo que sigue es tuyo. Yo seguiré buscando y comentando contigo lo que hay detrás de ese fascinante mundo de Jesús y sus Amigos/Compañeros.


JOSÉ DE ARIMATEA,
PERSONAJE SEUDÓNIMO
Por José Luis Suárez Rodríguez


Hay en los Evangelios del NT un personaje, referenciado en los cuatro testimonios canónicos del cristianismo, de nombre José, cuya enigmática figura resultó decisiva en el último acontecimiento humano de Jesús, su entierro.

La única nota identificativa individual de José en los evangelios es de carácter toponímico: era oriundo “de Arimatea”. Los demás rasgos que señalan su personalidad son de tipo social, atributos compartidos con otros personajes de la época, algunos singulares, que nos ayudarán a encontrar su identificación.

No existe ningún personaje histórico conocido que reciba el nombre de “José de Arimatea”. Lo que hace pensar que pudiera tratarse de una figura simbólica tribal, relacionada con José, el patriarca de las tribus de Efraím y Manasés, o que se trate de un personaje anónimo que encubra a una personalidad real de la época, ocultada por los evangelistas.

Si no se tratara de un “tapado” o personalidad prominente, tal como se la describe (Mt. 27,57; Mc. 15,43: Lc. 23,50), podría deducirse que se trata de un personaje “ex machina”, o sea, maquinado por los evangelistas para justificar con su figura el patrocinio de un entierro importante, el que correspondía a un héroe y no a un “maldito de Dios”, según la mentalidad judía que juzgó y condenó a Jesús. Hay exégetas e historiadores que apuntan en esta dirección; hipótesis que, de confirmarse el fraude, daría al traste con todo el proceso de la historia de la fe centrada en el misterio de la “resurrección” física de Jesús, “aparecido”, tras su muerte, y tornado a una vida terrena continuada hasta la “ascensión” (Hech. 1,9-11; Lc. 24, 50-53).
El relato de José de Arimatea, poniendo en práctica su intención de conseguir el cuerpo de Jesús, una vez muerto, pidiéndoselo a Pilato, y el hecho de darle sepultura, es narrado por los cuatro evangelistas: Mc. 15, 43-46; Mt. 27, 57-60; Lc. 23, 50-55; Jn. 19, 38-42.

Se le describe como: “un hombre rico” (Mt. 27,57), “un hombre ilustre del sanedrín” (Mc. 15-43), como “persona buena y honrada” (Lc. 23,50). Mateo dice que “era discípulo de Jesús”; Juan añade que lo era, pero “clandestinamente, por miedo a las autoridades judías” (Jn. 19,38). Tanto Marcos como Lucas (Mc. 15,43; Lc. 23,51) señalan que José “esperaba el reino de Dios”. Marcos y Lucas lo significan como un bouleutes, “miembro del Consejo o Senado” (Mc. 15,43; Lc. 23,50). Se trata del Tribunal Supremo de Justicia de la provincia de Judea, que estaba en Cesarea del Mar y conciliaba las sentencias de los sanedrines locales. Lucas advierte que él no había participado o consentido en el acuerdo tomado por la mayoría del Sanedrín, ni en los hechos emprendidos por los líderes judíos contra Jesús (Lc. 23,55).

Marcos afirma que “Pilato… dio el cuerpo a José”, el cual …” lo puso en un nicho que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro” (Mc. 15,42-46. -Véanse Mt. 27,60; Lc. 23,53; Jn. 196,41-42).
Es Mateo el que se refiere a la propiedad del sepulcro: “Y lo puso en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que había labrado en la peña; Y después de hacer rodar una gran peña, a la entrada del sepulcro, se fue” (Mt. 27,60).
Hay una tradición según la cual José era hermano de Joaquín, el padre de María, la madre de Jesús, lo que le convertía en tío-abuelo del Nazoreo, a cuya muerte se hacía tutor de María. Esta parentela fue la que le movió a pedir a Pilato el cuerpo del ajusticiado, que él bajó del madero, acompañado por Nicodemo, que le acompañó en la preparación del entierro (Jn. 19,40).
En el apócrifo Evangelio de Pedro, se describe a José como un amigo personal de Poncio Pilato, el gobernador romano. Y en el Evangelio de Nicodemo, también apócrifo, se narra su encarcelamiento por las autoridades judías, tras la desaparición del cuerpo enterrado de Jesús, hecho misteriosos que dio lugar al fenómeno creyente de la “resurrección”, de sus “apariciones” y de la expectativa de su “vuelta” escatológica.

Milagrosamente liberado de su prisión, se marchó, según la tradición, a tierras de Occidente, acompañado por María Magdalena, Marta, María Salomé y Lázaro. El apóstol Felipe lo envió, desde Samaria, a predicar en Gran Bretaña. En el “País del Oeste”, el Rey Arbirago le concedió tierras en la “Isla Blanca”. Se le hizo participar en la leyenda del Ciclo del Rey Arturo, y fue protagonista portador del Santo Grial, relacionándosele con el catarismo, los Templarios y el Camino de Santiago.

Dada la enorme ambigüedad que rodea la figura evangélica de José de Arimatea, hay autores que han aportado razones, plausibles, a favor de que José de Arimatea sea considerado como un personaje novelado y legendario.
J. D. Crossan, Jesus: A Revolutionary Biography. Harper Collins, 2009, está seguro de que se trata de un personaje “inventado”. Alega, entre otras razones, que es improbable la historia según la cual uno de los miembros del Sanedrín judío, además importante, tuviera un gesto de piedad hacia el ajusticiado Jesús, una vez fallecido, y cuando, por ley, debió ser un “maldito de Dios” (Deut. 21,23; Gal 3,13) y echado a una fosa común, exponiéndosele a ser devorado por las bestias. Aunque hay un mandato de la ley mosaica, recogido en Deuteronomio 21, 22-23, según el cual se ordena enterrar a los reos ejecutados antes del atardecer del mismo día de la ejecución, Crossan duda de que esto haya ocurrido así en el caso de Jesús, cuyo cadáver hubo de estar custodiado por los romanos, que habían ordenado y realizado la ejecución, siendo muy dudoso que concedieran permiso para rescatarlo. Según él, el relato de José de Arimatea, junto con Nicodemo, introducido por Juan, forman parte de una “artimaña evangélica”, y son figuras ficticias. Afirma que Jesús, sin sepultura, no pudo ser objeto de relatos que acabaran en un “sepulcro vacío”. Mas bien, Jesús hubo de ser depositado en una fosa común junto a los otros criminales ejecutados con él, por los mismos ejecutores. Esta conclusión contradice lo dicho en Hech. 13, 29-30: “lo bajaron de la cruz y lo pusieron en un sepulcro”.

Por otra parte, la que se considera fuente más temprana, el testimonio de Pablo (Hech. 13,29), al referirse a que el cuerpo de Jesús fue enterrado, no menciona nada relacionado con José de Arimatea, personaje citado en los cuatro evangelios. Se dice que esto podría ser un indicio de que la historia sobre José hubo de ser un añadido posterior, apareciendo por primera vez en el Evangelio de Marco, que se escribió unos 20 años después de las epístolas de Pablo, y este relato fue recogido por los otros evangelistas.

El cadáver de Jesús, ausente de un “sepulcro vacío”, no pudo ser objeto de honores funerarios, lo que sí se dice de “Coronado” (Esteban): según Hech. 8,2: “unos hombres piadosos” (sus discípulos secretos, huidos los apóstoles) le dieron sepultura. Y, se supone que luego lo trasladaron, en secreto, a un monumento funerario de Gamaliel (José de Arimatea), de donde pasó a Kafar Gamala, donde fue encontrado en el año 415, junto a los restos de Gamaliel, Nicodemo y Abbibo.

Si José de Arimatea resultara ser un personaje ficticio o imaginario, cuya única base de credibilidad son los Evangelios, interpretándose el relato sobre él y Nicodemo literalmente, ese simple relato de fe pone en entredicho el misterio de la “resurrección”, como levantamiento de Jesús realizado por propia virtud, seguido de un proceso de “apariciones” fenoménicas hasta su “ascensión” al cielo.

Resultaría increíble el constructo de la doctrina oficial de la Resurrección. ¿Debemos creer que el cuerpo de Jesús (el “cuerpo de Cristo”), surgido de una “tumba vacía”, se transformó en “cuerpo de luz”, que anduvo fantasmagóricamente por un tiempo en la tierra, hasta que adquirió la facultad de “subir al cielo”?
El Evangelio de Marcos, la primera fuente, es ajena a estos relatos de fe. En el último episodio, Mc. 16, cuando las “santas mujeres” llegaron al sepulcro, después del día de reposo, con intención de ungirle (cosa que sólo en el último Evangelio, el de Juan, hacen José de Arimatea y Nicodemo, antes de enterrarle), se encuentran a “un joven”, que les dijo: “ya no está aquí, ha sido levantado (pasivo egerthe)”. El Evangelio añade: “Mirad el lugar en donde le pusieron”. La traducción correcta no es “en donde le habían puesto”, sino: “en donde ha sido puesto”. Lo cual indica un nuevo posible lugar de depósito.

En la película The Body (“El Cuerpo”) se plantea la posibilidad del descubrimiento de los restos corporales de Jesús en las inmediaciones de Jerusalén. La hipótesis coincide con el reciente descubrimiento en Jerusalén de unos osarios, realizado por un grupo de arqueólogos, sospechándose la posibilidad de encontrarse entre ellos los de unos presuntos familiares próximos de Jesús. En el reportaje, realizado por “Discovery Chanel”, participó Jhon Dominic Crossan, el cual afirmó que esos “restos de Jesús”, si lo eran, en nada alteraba la fe en “la Resurrección”, porque ésta es una “fe espiritual”. En esto coincidimos con Crossan.

En lo que no estamos de acuerdo con él es en el supuesto de un absoluto ficticio del relato de José de Arimatea.
“José de Arimatea” es un nombre seudónimo, utilizado originalmente por el evangelista Marcos para designar oculta o clandestinamente a un “miembro prominente” del Concilio de Judea o Sanedrín de los 71, con residencia en Cesarea del Mar, donde también estaba el Pretorio del gobernador romano de la provincia, cuyo tribunal se denominaba “Lithóstroto” o “Gábata” (Jn. 19, 13-14).

Hemos averiguado que ese hombre ilustre del Concilio, secretamente ocultado por Marcos, y los demás evangelistas, era el Rabban Gamaliel el Viejo. El era el nieto de Hillel e hijo de Simeón, el anciano profeta, “justo y piadoso” que, según Lucas 2,25-35, predijo, cuando Jesús niño fue presentado en el templo de Jerusalén, que él sería el Salvador: “Luz de Revelación a los gentiles y gloria del pueblo de Israel” (Lc. 2,32) (Vide A. Cutler).

Tanto Gamaliel, como Simeón y Hillel, emparentados con Zacarias el Justo, con Juan el Bautista y con Jesús el Nezereo, formaron parte de la Saga Salvadora de Israel, en el fin y comienzo de Era, cuando en Palestina surgió la prole de los nazoreos como movimiento social y soteriológico, que en Antioquia recibió el nombre de crestianos (Hech. 11,26, con el significado de “hombres benéficos”, porque practicaban el mandamiento de Jesús: “Amaos los unos a los otros” (Jn. 13,34; Mc. 12,31), que también Pablo predicaba en Antioquia, siguiendo la Escuela de Hillel, que introdujo la Regla de Oro: “Lo que no es bueno para ti, no lo hagas a tu semejante”.

El obscuro “José de Arimatea” perteneció a esa prole crestiana de creyentes bondadosos, compasivos, solidarios de la religión del Hombre.
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