La Iglesia juega su futuro en Amazonia De Pablo VI a Francisco, el reto de los sínodos

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Para insistir en la continuidad de los temas y métodos del Vaticano II, y para gobernar la Iglesia de un modo colegial, Pablo VI instituyo el Sínodo de Obispos (Apostolica sollicitudo, 15.9.1965). Desde entonces, los sínodos postconciliares se han celebrado con regularidad y han mostrado (y marcado) el pensamiento básico de la Iglesia romana, sobre temas fundamentales de su vida y apostolado. Algunos de ellos han desembocado en Exhortaciones Postsinodales, firmadas por los mismos papas, que han alcanzado gran importancia en la conciencia y misión de la iglesia. En este contexto quiero desarrollar un trabajo que consta de dos partes principales:

  1. Breve historia de los sínodos, desde Pablo VI hasta Benedicto XVI
  2. Francisco, del Gozo del Evangelio a la apuesta de Amazonia  (3013‒2019

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BREVE HISTORIA DE LOS SÍNODOS DE PABLO VI A FRANCISCO      

Pablo VI

1967. Sobre asuntos derivados del Vaticano II. Propuso el establecimiento de una Comisión Teológica Internacional, que ha seguido actuando hasta el momento actual. 

1969. Sobre las Conferencias Episcopales y su colaboración con la Santa Sede. Puso de relieve la importancia de la teología de la comunión. 

1971. Sobre el ministerio sacerdotal y la justicia en el mundo. 

1974. Evangelii Nuntiandi. Sobre la misión cristiana. El sínodo renunció a elaborar un documento propio y entregó el material estudiado al Papa Pablo VI, quien promulgó su Exhortación Postsinodal Evangelii Nuntiandi, sobre La evangelización en el mundo moderno (1976), uno de los documentos más lucidos e influyentes de la Iglesia en la modernidad, centrado en el tema de la evangelización, la justicia y la liberación

Juan Pablo II

1977. Sobre la catequesis. El sínodo se celebró bajo la presidencia de Pablo VI; pero la exhortación postsinodal la promulgó ya Juan Pablo II, con el título Catechesi tradendae (La catequesis en nuestro tiempo, 1879).

1980. Sobre la familia. La exhortación postsinodal se tituló La familia cristiana en el mundo moderno. Como fruto de este sínodo se estableció Instituto Internacional de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. 

1983. Sobre la reconciliación sacramental y social, con una exhortación sobre La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy.

1985. Este sínodo estudió las cuatro constituciones del Vaticano II (LG, DV, SC y BS), pidiendo que se redactara un Catecismo Universal, cosa que se hizo en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC, 1992). 

1987. Sobre los laicos; sus resultados fueron recogidos en exhortación Los laicos en la Iglesia y en el mundo.

1990. Sobre los sacerdotes, con la exhortación posterior: La formación de los sacerdotes en las circunstancia de la Iglesia actual.

1994. Sobre la vida consagrada; exhortación La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.

2000. Como preparación del Jubileo del 2000 se han celebrado Sínodos especiales para los cuatro grandes continentes: África (1994), América (1997), Asia (1998) y Europa (1999), con las exhortaciones postsinodales correspondientes (Ecclesia in Africa, in América etc.). Juan Pablo II fue el papa del Jubileo 2000, celebrando el 2º milenio del nacimiento de Cristo. Pero, en sentido radical, su pontificado su intento de permanecer en el ámbito del 2º milenio.

 2001.Sobre los obispos; exhortación: Pastores Gregis (Pastoresdel Rebaño).

Benedicto XVI

 2005. Sobre la Eucaristía: Fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. Sínodo celebrado bajo Juan Pablo II. Exhortación preparada y firmada por Benedicto XVI (2007).

2007. Sobre la Palabra de Dios, con la exhortación de Benedicto XVI: Verbum Domini (Sobre la Palabra de Dios, del año 2010)

2012. Se ha convocado y celebrado el nuevo Sínodo sobre la Nueva Evangelización (Documento postsinodal Evangelii Gaudium firmado por Papa Francisco, 2013).

DEL GOZO DEL EVANGELIO A LA APUESTA DE AMAZONIA

  Introducción

 Benedicto XVI quiso ser y fue un papa teólogo, pero no pudo culminar su propuesta en línea académica, y así renunció al papado, apartándose a un lado del camino, y le sustituyó Francisco que venía de la Biblia (no de la Academia) y de la calle de una gran ciudad, con los problemas de una humanidad convulsa, y de la tierra amenazada por la inercia de unos,  el cansancio de otros y el egoísmo brutal de los más poderosos.

Francisco ha querido que la Iglesia salga de su recinto amurallado, propio de una fortaleza defensiva, con un culto cerrado, una moral de imposición y un orden inmutable. Así quiere hacernos “callejeros” de la fe,   que abandonemos la iglesia‒museo (num 95), donde muchos obispos-presbíteros parecen “generales derrotados” (num 96), volviendo a la tarea de los caminantes de la vida, desde Galilea al mundo entero.

Francisco no quiere que guardemos tumbas, como si fuéramos momias del pasado, sino que ofrezcamos con Jesús nuevos relatos de vida para la ciudad del evangelio, como programa y tarea de transformación integral.  En ese contexto sigue resonando su propuesta, como si Jesús hablara por su boca, diciendo: no a la cultura del descarte, no a una teoría del derrame, no al fetichismo del dinero, no a la inequidad… (núm 53), que engendra violencia y después condena a los violentos que nacen de ella, no a los que culpan a los pobres de serlo, no a la falsa teoría de la buena-mano del mercado…  

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Evangelii gaudium (2013). 1. Sentido fundamental

 Francisco retoma en ese contexto algunos elementos de la exhortación de Pablo VI, Evangelii Nuntiandi (1976), cuyo mensaje había sido en gran parte acallado por el desarrollo posterior de la Iglesia, a partir de Juan Pablo II.  Siete son los temas centrales de la exhortación:

 (1) Reforma de la Iglesia, fundada y centrada en su “salida” misionera. El nuevo papa ha querido que la iglesia abra las puertas de su recinto amurallado, que deje de centrarse en sí y tomarse como portadora de una moral absoluta, y que dialogue en las periferias del mundo con los excluidos y marginados a los que Jesús anunció el Reino.

(2) Renovación de los agentes pastorales, no sólo obispos y/o presbíteros, sino todos los creyentes (varones y mujeres) que ponen su vida al servicio de los demás, en la línea del evangelio. Francisco quiere superar la visión de una iglesia “que hemos convertido en museo, donde muchos obispos-presbíteros parecen generales derrotados” (núm. 96), más que agentes de la buena nueva de Jesús

(3) Iglesia como pueblo de Dios, más que una jerarquía que se siente superior. Fiel a su primera vocación jesuítica y a su estudio y trabajo pastoral,Francisco quiere una iglesia-pueblo, creadora de cultura de cercanía humana,   una iglesia “callejera”, de vecinos que se juntan, celebra y dialogan, superando el escándalo de templos y casas religiosas cerradas.

(4)  Una teología de “homilía”, es decir, de palabra inmediata, dialogada, celebrada. Le interesa menos el gran pensamiento en el que se movía Benedicto XVI, propio de eruditos y especialistas. A su juicio, la teología no es un discurso magisterial, ni una lección teórica, sino una conversación, un diálogo cercano al pueblo, desde el evangelio.

(5) Inclusión social, primacía de los pobres. Francisco tiene una clara conciencia social, y piensa que la Iglesia debe dialogar con la economía y la política, pero desde la raíz del evangelio y de la vida de los marginados y excluidos de la sociedad opulenta. En ese contexto ha creado o recreado palabras de gran impacto como la cultura del descarte y el derrame, el fetichismo del dinero, la violencia de los que mienten llamado violentos a los otros y culpan a los pobres de ser pobres, hablando de la buena mano del dinero.

(6) Paz como don, con la necesidad de abrir caminos de transformación desde los pobres, con el pueblo, más que con sabios y poderosos, transformando las parroquias y las diócesis  en lugares de encuentro concreto de los hombres, no en oficinas de administración religiosa.

(7) Y todo eso desde una nueva espiritualidad, en un contexto de maduración concreta y compartida de la vida con los todos los hombres, en un plano “artesanal”, es decir, de comunión humana desde la misma calle, y no en un tipo de oficinas técnicas donde cuentan los números, no las personas.

Evangelii Gaudium 2. Palabras fundamentales

                 Ha sido un texto sorprendente, una bocanada directa de evangelio, venida desde la periferia de una ciudad rota, pero llamada a componerse, como Buenos Aires. Ése fue y sigue siendo el auténtico Francisco, como si el evangelio pudiera retornar con toda su frescura a la ciudad del Vaticano, para volver desde allí al mundo entero, al comienzo del tercer milenio de la Iglesia.  

  1. Primerear, tomar la iniciativa. La iglesia no se puede hipotecar por su pasado teológico o sacral, sino que debe volver a Jesús que primerea en amor (cf. 1 Jn 4,10); por esodebe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro de los hombres, buscar a los alejados y ponerse en los cruces de los caminos para invitar a los excluidos de la vida de este mundo.
  2. Involucrarse, no quedarse fuera con simples palabras. Jesús se implicó, vivió entre los enfermos y excluidos, los posesos, los pobres (empobrecidos), comprometiéndose por ellos y con ellos. Frente a una iglesia de sacristía y alcanfor, que aconseja a los pobres con palabra vacías, Francisco quiere una iglesia de calle, con «olor a oveja», es decir, a humanidad.
  3. Acompañar, una misión de presencia. Una iglesia cerrada en sí ha dejado fuera a intelectuales y obreros, a emigrantes, a mujeres, corriendo así el riesgo de seguir hermosa pero vacía. Ha querido enseñar, como si tuviera una respuesta ya firmada de antemano; pero, a fin de hacerlo, ella debe empezar escuchando.
  4. Fructificar, un camino de fecundidad. Los frutos de la nueva iglesia no se cuantifican en dinero, ni en número de “practicantes” (oficinas, bautismos, misas), sino en humanidad, en vida regalada, compartida, esperanzada, superando en el camino un tipo de derecho canónico que tiende a cerrarse en sí mismo.
  5. La última palabra es festejar, esto es, celebrar la vida. La comunidad evangelizadora de la iglesia ha de ser un lugar de fiesta, de fe compartida, canto y gozo de amor, que se expresa en la eucaristía. Sin la celebración de la vida, desde el nacimiento hasta la despedida en amor y esperanza de resurrección, no existe Iglesia

   Sínodos sobre la familia  (2014‒2015). Amoris laetiti (2016).

                Benedicto XVI había escrito una encíclica de base sobre el amor y la familia, con el título Deus caritas est (Dios es Amor, año 2005). Pues bien, Francisco ha retomado y aplicado el tema, desde la raíz del evangelio, convocando un sínodo doble sobre la familia familia (2014 y 2015), para escribir después una exhortación post‒sinodal (Amoris Laetitia, La alegría del evangelio), que no ha sido todavía asumida y recreada por el conjunto de la Iglesia.

(a) Unos la consideran miedosa, a medio camino, abriendo principios y líneas de evangelio que después se cierran en la práctica, desde una dudosa “ley natural”.

(b) Otros, en abierta oposición al papa (incluso entre cardenales y obispos), piensan que su doctrina es herética, propia de un papa que está abandonando la “disciplina” secular de la Iglesia en materias de “fe y costumbres”. Pero unos y otros tenemos que reconocer que antes que ley el amor es gozo (gaudium), es alegría de la vida para todos, no imposición de unos sobre otros, por ejemplo, sobre los homosexuales.

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Entre otros temas, el Papa trata sobre el amor y el matrimonio hetero‒sexual, en línea de fidelidad, pero también de libertad,   pero dejando abierto un camino hacia la valoración cristiana de   las relaciones homosexuales, superando la visión de unos textos anterior del Vaticano (1975 y 1992) donde se decía que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”, y que la tendencia homosexual es objetivamente desordenada, partiendo de una exégesis parcial de la Biblia y de una mala interpretación del derecho natural.

 Éste ha sido por ahora el gesto más significativo de la nueva doctrina eclesial, pues el papa Francisco ya no dice que la homosexualidad sea mala, en sentido físico o personal (y que deba ser prohibido‒reglado por ley), sino que es una tendencia y una forma distinta de ser y amar, es decir, de gozar, una tendencia que puede resultar a veces problemática (como es problemático todo amor), pero no desordenada.

En esa línea, Francisco insiste en la fidelidad personal y en la indisolubilidad de base del matrimonio…pero sabiendo (y aceptando) que muchos matrimonios se rompen, dejando  abierto el tema del reconocimiento de un tipo de “divorcio cristiano”, con una nupcias bendecidas también por la Iglesia.  Eso significa que Francisco no quiere cerrar las puertas totales de la iglesia a los homosexales, y también a los hombres y mujeres divorciados y/o casados de nuevo, abriéndoles de hecho la puerta a la comunión eucarísica.

Este cambio de perspectiva (poner la alegría antes que la ley del amor) ha levantado la ira de algunos auto‒nombrados guardianes de la tradición, que siguen acusando a Francisco de hereje; pero ha iluminado la esperanza de millones de católicos (homosexuales o no, divorciados o no) a quienes él ofrece una posibilidad de entender el amor y las relaciones humanas en línea de libertad y creatividad evangélica.

Sin duda, esta exhortación (Amoris Laetitia) no ha resuelto por ley todos los problemas, ni sobre el estatuto de las parejas homosexuales (¿qué tipo de matrimonio o de unión creyente puede establecerse entre ellos?), ni sobre la participación eucarística de homosexuales “casados” y/o de creyentes divorciados y vueltos a casar, pero ha dejado el tema abierto en línea de gozo y amor, teniendo en cuenta que las rupturas y esperanzas eclesiales sólo pueden ser resueltas volviendo a la raíz del evangelio, dentro de las circunstancias actuales de la humanidad, allí donde se dice que el evangelio ha de ser (y es) buena nueva de gozo y amor para los antes excluidos, como los homosexuales.  Como diría san Pablo, no se trata de destruir la ley, sino de instaurarla de otra forma, con otra libertad, desde el evangelio.

Sínodo sobre la Iglesia en la Amazonia

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                Comienza hoy (7.10.19) este Sínodo cuyo fondo y objetivos principales pondré de relieve dentro de unos días, a medida que avancen sus sesiones, pero evocando ya desde ahora algunas de las cuestiones que parecen estar en su fondo: 

1.  Estructura patriarcal y jerarquía de género. El estilo de gobierno del papado y de la iglesia católica actual (2020) sigue siendo patriarcalista (no evangélico), pues sólo los varones pueden ser obispos y presbíteros en ell . Éste es un problema de fondo, que no se resuelve con la simple ordenación presbiteral o episcopal de mujeres (cosa que podría hacerse con un simple decreto, como en otras iglesias episcopales, luteranas y anglicanas), sino que exige un cambio intenso, desde la raíz pascual del cristianismo.

  1. Ciertamente, algunos teólogos esgrimen argumentos ontológicos (de naturaleza) para mantener la situación, diciendo que sólo los varones como tales pueden ser ministros de un Cristo varón. Pero esa situación parece que puede y debe cambiar, y el tema pude plantearse en el contexto del Sínodo de la Amazonia.
  2. No se trata de un simple cambio de organigrama, sino de una transformación de fondo de las comunidades, desde la experiencia de comunión liberadora de Jesús, a partir de los pequeños y excluidos (entre ellos los conquistados y colonizados, los indígenas de los pueblo originarios…=, pues la autoridad de la Iglesia no jerárquica (como un “ordo” social helenista o romano), sino de identidad personal, en línea de evangelio, abriendo así espacios de comunicación y comunión directa, de varones y/o mujeres, desde y para los más pobres. Los cambios que esa transformación exige pueden resultar dolorosos, en una determinada línea de falso honor eclesial, pero resultan necesarios para que se despliegue y realice la mutación del evangelio.

 2. Impulso misionero, recrear la Iglesia. Este sínodo de la Amazonia plantea el tema de una misión nueva, desde la periferia. En los siglos anteriores,   el vértice papal ha querido mantener y ha mantenido un control fuerte sobre la vida y misión de las iglesias, realizando una labor de coordinación y suplencia notable. Pues bien, ha llegado el momento en esa misión evangelizadora la programen y realicen las mismas iglesias particulares, en comunión con Roma, pero sin dependencia de ella, con los medios que hoy existen de coordinación directa (sin pasar por un punto central)…

Se necesita una misión que no sea ya occidental, con pensamiento ontológico griego y derecho romano, sino una misión que brote la raíz del evangelio, retomando su impulso desde los nuevos centros de la vida, entre los que destaca el mundo de los excluídos (colonizados, amenazados de muerte) de la Amazonia. Ha llegado el tiempo de superar una visión jerárquica de la comunión entre las comunidades, con una iglesia por encima (o sobre) las demás, conforme al esquema feudal impuesto por Roma, al comienzo del segundo milenio (con la Reforma Gregoriana). Ese modelo ha podido realizar un tipo de “suplencia”, en tiempos duros de Iglesia. Pero ha llegado el momento de volver a un modelo de evangelio, propio del principio de la Iglesia, que era comunión de comunidades, un modelo que, por otra parte, responde mejor a la dinámica de la ciencia (de los medios de comunicación) y de la antropología moderna.Eso significa que las iglesias particulares pueden y deben recuperar su identidad, su independencia, como herederas y portadoras del Reino de Cristo, cada una con autonomía bautismal y eucarística, de vida y misión, con responsabilidad sobre el conjunto de las iglesias. No se trata de “descentralizar”, ni de conceder más autonomía a las iglesias locales, sino de que ellas se centren y se impliquen en sí mismas, desde el evangelio, con autonomía total, para abrirse así en comunión, no porque les falte algo que han de recibir de arriba, sino porque quieren y pueden compartir con las otras iglesias lo que son y tienen.

No se trata pues de criticar el impulso misionero del papado, sino el de insistir en la responsabilidad y autoridad universal, pues todos los cristianos, por el hecho de serlo, son misioneros del evangelio, creadores de Iglesia, porque “allí donde estén dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (cf. Mt 18, 15‒20). Toda reunión mesiánica de dos o tres es ya iglesia, con plena autoridad, es decir, con responsabilidad misionera, no sólo para aumentar el número de creyentes (para tener así más poder), sino para vivir en gozo y independencia el evangelio.

 3. Amor y ministerios, vida afectiva y misión del clero. El problema fundamental para la iglesia católica vino dado en torno al año mil, con la crisis de identidad del paso del milenio, que se resolvió con la Reforma Gregoriana, en línea de jerarquía y superioridad papal, con el establecimiento de unos ministerios fuertes, con gran autoridad sacramental y social, en una línea feudal que más que evangélica. Pues bien, ahora, pasados mil años desde aquella reforma, el tema de los ministerios puede y debe replantearse, no sólo por imperativos externos (pérdida de poder civil del clero, posible riesgo de pederastia…), sino por la dinámica interior del mismo evangelio, con la vuelta a los orígenes y la nueva conciencia eclesial de las mujeres, en línea de comunión personal de todos (varones y mujeres), desde los más pobres y excluidos, al servicio de la nueva humanidad de Cristo.

Ciertamente, través de una historia larga y problemática (con grandes valores, pero con muchas deficiencias)  los ministros o servidores de la Iglesia se han vuelto “jerarquía superior sagrada” (de tipo patriarcal, masculino), con su identidad especial de cuerpo endogámico y su poder sobre el “resto” de los fieles. Más aún, desde el comienzo del segundo milenio, el Papa ha retenido el poder de nombrar, dirigir y remover a todos los obispos de la iglesia romana (y por ellos al resto del clero), imponiendo además el celibato sobre el conjunto de los ministros, para insistir de esa manera en su separación y elevación sobre el el resto de los cristianos. De esa forma, los obispos se han vuelto delegados del Papa de Roma, que actúa como super‒obispo y que, a través de la Congregación de los Obispos, dirige la estructura y funcionamiento de todas las iglesias.

Sin duda, algunos obispos se sienten autónomos y actúan de forma carismática, al servicio de la libertad cristiana, sabiendo que son servidores, no clase superior sobre los fieles. Pero la mayoría parecen delegados de un Papa que les nombra, dirige y sanciona, para formar así un orden‒jerarquía, en línea de “nobleza” cristiana, como se vio con toda claridad en la Revolución Francesa, donde el clero aparecía vinculado a la nobleza como “segundo estado”. Esa visión resulta hoy “folklórica” en un campo social, y carente de todo fundamento cristiano (de evangeli). El “clero” cristiano no forma un segundo estado, ni una nobleza eclesial, avalada por un sacramento distinto del bautismo (sin negar en modo alguno el valor sacramental de los ministerios y su función evangélica, que no ha de ser menor, sino mayor a la que tuvo en momentos anteriores).

Pues bien, en este campo es necesario que las comunidades recuperen no sólo la libertad original del evangelio, sino su forma de organizarse y ordenar los ministerios, de manera que los ministros, varones o mujeres, presbíteros u obispos, no estén por encima del resto de los creyentes, sino que ejerzan una función importante al servicio de todos. Por otra parte, no se trata de “romper los lazos con Roma”, sino de crear comunidades vivas y autónomas, unidas en red de amor con las restantes comunidades cristianas, en unidad y colaboración con las demás iglesias, con ministros que broten de las mismas comunidades, varones o mujeres, célibes o vinculadas a otras formas de comunión personal y afectiva.

 4. Vuelta a la Iglesia carismática. El tema no se puede plantear y resolver quizá desde Roma y Bizancio, desde Rusia o España, porque existen demasiado “intereses creados”; porque la historia de poder de la Iglesia nos ha hecho ciegos al evangelio. Ese cambio radical, esa vuelta al evangelio, sólo podrá darse desde lugar que nos parecen marginales, como la Amazonia.

El problema no es el exceso de poder jurídico de los ministros de la iglesia, sino su falta de poder carismático, su pérdida de identidad cristiana. Es aquí donde debe darse el cambio, y ese cambio es mucho más posible en la Amazonia que en Madrid o Roma En otro tiempo, ese cambio era casi imposible, pues obispos y presbíteros eran no sólo representantes de iglesia, sino dirigentes políticos y/o personas de gran autoridad social, como he mostrado, desde la disputa de las investiduras (siglo XII-XIII) a la Constitución Civil del Clero (Revolución Francesa), formando una jerarquía endogámica de poder sobre los fieles. Pues bien, ahora que aquella situación ha terminado los ministros pueden y deben ser nombrados por cada comunidad, en comunión con la Iglesia universal, sin dejar de ser “cristianos de base”, sin convertirse en jerarquía sacral por encima del resto de los fieles.

Las mismas circunstancias sociales, con la autonomía de las iglesias (y, sobre todo, con la vuelta al evangelio) parecen exigir que se abandone la imposición (no la elección carismática) del celibato, que ha sido importante, como signo de clase separada, desde la reforma gregoriana, pero que ha perdido el sentido y función que en principio tuvo, no para quitar “autoridad” a los ministros, sino para que puedan tener una autoridad más evangélica que brote de su propia opción, al servicio del evangelio, y no de un tipo de poder de clase, entendido en forma legal (como estado de vida), no carismática.

En esa línea, parece normal que las comunidades puedan elegir ministros (obispos y/o presbíteros) varones y/o mujeres con madurez afectiva, llamados por el Espíritu de Cristo e impulsados por sus mismas iglesias para realizar una función evangélica y misionera, sin poder social más alto, por llamada evangélica, desde y para los más pobres. Sólo en ese contexto, con el cambio del modo de preparación, nombramiento y estilo de vida de los ministros podrá replantearse el tema de la posible pederastia clerical, sin que la Iglesia como tal aparezca involucrada de cada caso delictivo, pues cada persona, deberá ser “juzgada” y en lo posible sanada (siempre desde la perspectiva de las víctimas, y para  bien  de ellas) en clave eclesial de evangelio y también (al mismo tiempo) en clave social, sin que, como he dicho, la iglesia pueda resguardarse en un tipo de poder social (de clase sagrada)  para ocultar a los pederastas ante la ley civil.

               No se trata de introducir pequeños cambios o de permitir unas ligeras variantes retóricas (misas en latín o de espalda al pueblo), sino de recuperar y desarrollar la libertad evangélica y la comunión de vida en la celebración de los signos del Reino, desde el interior de la misma liturgia de la vida, no como gesto separado de ella, sino como expresión de la autoridad recreadora de la vida en común, en línea de evangelio. No se trata de pedir permiso a la Congregación del Cultos para cambiar algún tipo de ceremonia formalista, sino de asumir y ejercer con naturalidad la libertad cristiana, propia de todos aquellos que acogen el evangelio y quieren celebrar (actualizar) el misterio y tarea de Jesús en el agua del renacimiento humano y el pan compartido de la comunidad, en apertura a todos los hombres, en especial a los pobres.

(Dentro de tres o cuatro días, visto ya el despliegue del Sínodo, volveré sobre el tema, para destacar los temas de fondo que están en juego en este Sínodo de la Amazonia, para la Iglesia entera).

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