Primer fracaso del  proyecto sinodal (Concilio de Constanza, 1415)

Entonces, a comienzos del XV, se llamaba “proyecto conciliar”. Hoy, a comienzos del siglo XXI, se llama “proyecto sinodal”. Son proyectos distintos, pero tiwnwn un punro común:  Crear una iglesia que sea comunidad de comunidades, según el Evangelio.

            Fracasó el proyecto del siglo XV, triunfó una iglesia centralizada, papal y absolutista, que hoy parece apagarse. Por eso, tras el fracaso de  de un largo semi-milenio de absolutismo vertical, con riesgos mayores que los del siglo XV, el Papa Francisco está apelando a los principio sinodales (conciliares) del origen de la iglesia.

   No será fácil que su proyecto triunfe, ni estoy seguro de que Francisto sepa de verdad lo que pretende, pero tiene la valentía de ponerse en camino con otros (syn-hodein).

No me parece verdad lo que algunos dicen: La iglesia del XXI será sinodal o no será. Pienso que, antes que sinodal, la iglesia tiene que ser evangélica. Pero la sinodalidad puede ser un elemento importante del evangelio. En esa línea, quiero volver, por un momento, al Concilio de Constanza de Alemania (1415, imagen 1).

Experiencia Erasmus en Constanza, Alemania por Paolo | Experiencia Erasmus  Constanza

Se dice que era un tiempo difícil  

 Un tipo de iglesia perdía su poder político-social,  crecían los estados nacionales y se afianzaba un nuevo tipo racionalidad científica y política que desembocaría en el Renacimiento y más tarde en la Ilustración, pero los pontífices “romanos”,  primero los de Avignon (1305-1378) y luego los del cisma, en que hubo dos papas simultáneos y enfrentados, uno en Roma y otro en Avignon (1378-1415), fueron incapaces de acoger y recrear desde el evangelio las novedades sociales y políticas de Europa. Ciertamente, mantuvieron la fe y los sacramentos de la iglesia, pero no pudieron entender y asumir los verdaderos problemas de la vida, entre los que sobresalía el tema del dinero (el capitalismo naciente) y la disputa sobre el origen del poder, planteada ya por autores anteriores, como  Marsilio de Padua (c. 1275 - 1342-43).

Los emperadores (reyes) y los papas anteriores  habían supuesto que el poder viene de Dios (de un modo vertical) y que hasido concedido en primer lugar al Papa (o al emperador), que actúa como vicario de Cristo y que tiene, por tanto, autoridad suprema sobre príncipes y reyes (cristianos). En general, tanto los defensores del Papa como los del emperador habían compartido una visión piramidal de la sociedad, pensando que eran enviados y representantes de Dios.

Pues bien, en contra de eso, acudiendo a una visión que algunos suponen más «aristotélica», Marsilio de Padua afirmaba que la fuente directa de la autoridad y de las leyes no era Dios, sino la misma sociedad humana. Avanzando en esa línea, Marsilio vino a sostener que la autoridad fundante es de tipo cívico-social y que su principal depositario es el pueblo, que se la entrega, por un tiempo, a los reyes (más que a los papas u obispos).  

Es muy posible que las proposiciones de Marsilio  estuvieran  poco matizadas, sobre todo en lo referente a la falta de autonomía de la autoridad religiosa. Pero la condena del Papa Juan XXII, en el año 1327 (cf. Denz-H 941-946) resultó equivocada. En vez de reprobar a Marsilio, el Papa debería haber realizado una revisión crítica de su autoridad, desde la perspectiva del evangelio, para asumir  de esa manera los nuevos retos de una Europa que se estaba abriendo a una visión secular y democrática de la sociedad[1]. 

  Crisis del conciliarismo, ruptura con Oriente

 Al «cautiverio» del papado, sometido al rey de Francia (1305-1378), siguió, como he dicho,  el cisma papal, de forma que y hubo dos papas simultáneos, uno en Roma, otro en Avignon (1378-1415), y en ese contexto   muchos pensaron que la solución estaba en sustituir al Papa como figura suprema de la iglesia por un «concilio», esto es, por un sínodo o asamblea de obispos, representantes de la iglesia y portadores de la palabra de Dios.

Haec Sancta: un documento condenado por la Iglesia - Distrito de México

En esta línea se situaron y avanzaron (además de Marsilio de Padua) hombres como Guillermo de Ockham, que apoyaban una solución dialogada de los temas pendientes. Pues bien, con el deseo de superar la crisis del papado, se reunió el Concilio de Constanza (1414-1418), que trató del Papa y su poder y también de la jerarquía y del sentido de la iglesia.

Fue un concilio luminoso, capaz de aprobar documentos significativos, como el Haec sancta Synodus (del 6 de abril de 1415), que, sin embargo, no fueron ratificados ni por el que entonces parecía Papa legítimo (Gregorio XII) ni por el que sería elegido después por el concilio (Martín V):

Concilio Constanza

En nombre de la santa e indivisa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, amen. Este santo sínodo de Constanza que es un Concilio general, reunido legítimamente en el Espíritu Santo para alabanza de Dios omnipotente, para la eliminación del presente cisma, para la realización de la unión y de la reforma en la cabeza y en los miembros de la Iglesia de Dios, ordena, define, establece, decreta y declara lo que sigue con la finalidad de alcanzar más fácil, segura, amplia y libremente la unión y la reforma de la Iglesia de Dios.

En primer lugar, declara que este mismo Concilio, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, siendo un concilio general y expresión de la Iglesia Católica militante, recibe el propio poder directamente de Cristo y que quienquiera que sea, de cualquier condición y dignidad, comprendida la papal, está obligado a obedecerle en aquello que respecta a la fe y a la eliminación del recordado cisma y a la reforma general en la cabeza y en los miembros de la misma Iglesia de Dios.

Además, declara que quienquiera que sea, de cualquier condición, estado y dignidad, comprendida la papal, que se negase pertinazmente a obedecer a las disposiciones, decisiones, órdenes o preceptos presentes o futuros de este sagrado sínodo o de cualquier otro concilio general legítimamente reunido, en las materias indicadas, o en aquello que toca a las mismas, si no se corrige, será sometido a una penitencia adecuada y será castigado, recurriendo incluso, si fuese necesario, a otros medios jurídicos[2].

El Concilio se opone a la teología tradicional del papado romano y, retomando argumentos de la iglesia bizantina y de la tradición más antigua, supone que el poder supremo de la iglesia pertenece a la comunión de los obispos. El Papa ocupa un lugar en este esquema, pero sólo en la medida en que se integra en el Concilio, es decir, en la comunión de los obispos, que son representantes de los apóstoles y de Jesús.

En esa línea, el concilio insistió en la naturaleza colegiada de los ministerios de la iglesia, sin negar en esa línea la autoridad del Papa, pero no como “monarca superior,” sino como representante y portador de la autoridad sinodal de los obispos, que, en la misma línea, debían actuar como representantes de la vida y autoridad sinodal de la comunidades cristianas.  En esa línea, podría haberse precisado el valor de los concilios y la función del Papa, abriendo caminos de creatividad eclesial, en diálogo con la tradición antigua de la iglesia y con las iglesias de oriente.

Con esos deseos, el concilio eligió y nombró un nuevo Papa, en una votación en la que intervinieron no sólo cardenales, sino representantes de las diversas iglesias. Pero, una vez elegido, el nuevo papa (Martín V: 1417-1431) tomó las riendas del Concilio y lo clausuró al poco tiempo (año 1418), sin aprobar algunas de sus resoluciones básicas (como la del carácter sinodal de la iglesia), afirmando con mucha más fuerza que antes que la autoridad suprema de la iglesia reside en el Papa, de forma que los sínodos o concilios tienden a ser una mera cámara consultiva de los papas.

 Triunfaron así las tendencias centralistas y se impuso la supremacía del Papa, como signo de un Cristo poderoso, sobre todas las restantes instancias eclesiales. Este retorno (o, quizá mejor, este “invento”) de papado definido en clave de poder y la falta de reforma real, capaz de vincular a la iglesia con su origen evangélico, fue el acontecimiento básico (o la falta de acontecimiento) de la primera mitad del siglo XV. Se había resuelto el cisma, el papado volvía a ser poderoso en la iglesia. Tendió a desaparecer la autonomía de los obispos (convertidos en delegados de Papa), y las iglesias de oriente tuvieron que separarse definitivamente de la iglesia de Roma.   

Había triunfado Roma: el conjunto de la cristiandad occidental volvía a vincularse en torno al Papa, que parecía haber conseguido la unión con los griegos, mientras los conciliaristas  (que seguían reunidos en Basilea) iban quedando aislados y solos y los orientales se desentendieron de Roma.  

Sin duda, estos fracasos no se pueden imputar de un modo exclusivo a los papas, pero muestran que el papado, como institución central de la iglesia latina, fue incapaz de resolver los dos problemas básicos del cristianismo de aquel tiempo: la ruptura entre Oriente y Occidente (que sólo desde ahora vino a ser definitiva, en plano cultural, social y político) y las tensiones internas de la misma iglesia de occidente, dividida entre la reforma, con la apertura a las diversas tendencias sociales, y el reforzamiento del poder central.

En el fondo del conciliarismo de Constanza y Basilea habían actuado los retos y problemas que conducirían al surgimiento de la modernidad, vinculados a la nueva organización política, a la libertad de pensamiento y a la exigencia de un diálogo universal desde el evangelio. El papado no supo descubrir la importancia de esos temas.

Papas humanistas. Nacimiento de la nueva Europa absolutista

  Cuando murió Eugenio IV (1431-1447) parecía que el papado había salido vencedor de sus crisis anteriores de cautividad y ruptura social, de cisma y conciliarismo. En un sentido fue así y los papas pudieron dedicarse a lo largo de un siglo (desde la elección de Nicolás V, 1447, hasta la apertura del concilio de Trento, 1545), a la tarea de asumir y extender los valores del Renacimiento.

Ésta será una época de gloria en el campo de las letras, de las artes y del conocimiento, tiempos de riqueza vital como nunca parecían haberse vivido, años de pacto del evangelio oficial con la cultura también oficial, que recuperaba sus raíces griegas y latinas, no para volver a lo que fue, sino para trazar caminos de nueva humanidad. Pero será también tiempo de olvido de los pobres y de la gratuidad del evangelio. El papado de esos años estuvo cerca de los ricos y sabios, no el de los pobres y excluidos, a los que Jesús había anunciado su evangelio.

Ciertamente, el papado no fue el único motor del Renacimiento, pero sí uno de sus grandes promotores. Es evidente que los papas no dejaron de apelar al evangelio y de recordar el evangelio, pero lo hacían desde una perspectiva externa: Parecían más interesados por las glorias principescas, los lujos de la corte y los asuntos de sus propias familias (nepotismo) que por el Sermón de la Montaña.  

Épila Arte 2: San Pedro del Vaticano

La nueva época se inició con Nicolás V (1447-1455), que quiso elevar una gran basílica a San Pedro en el Vaticano, para expresar así la gloria y poder del papado. Más que la apertura a los pobres, el amor evangélico y el diálogo universal (sobre todo con los hermanos de oriente), parecía interesarle la construcción de una inmensa iglesia-sepulcro de Pedro, que sería signo del papado (un complejo de edificios vaticanos que tardarán más de doscientos años en construirse, el tiempo de gestación y consolidación de la reforma luterana).

Había sin duda valores en ese movimiento de gloria del papado. En la época anterior se pudo haber pensado que la grandeza de Dios se revelaba en la miseria de los hombres; ahora, en cambio, se sentía que la gloria divina debía expresarse en la gloria y belleza de la autonomía humana.  

Algunos papas, como Silvio Piccolomini, Pío II (1458-1464), quisieron asumir los valores del conciliarismo, pero murieron en el intento. No eran especialmente corruptos,   Al contrario, en general fueron hombres de talla intelectual e incluso moral. Pero formaban parte de un sistema de poder ajeno al evangelio.  

Vuelta a la iglesia sinodal, pero, sobre todo, vuelta al evangelio.

Precisamente en ese tiempo, en el paso del siglo XV al XVI, mientras los papas buscaban su gloria, iba naciendo la nueva Europa, entre crisis y luchas religiosas, pero también con signos de apertura y creatividad que nunca se habían conocido. El cristianismo había tenido diversos orígenes (judíos, romanos y griegos), que habían actuado como germen al lado de otros elementos provenientes de los pueblos pre-romanos, celtas, germanos o eslavos etc. De esa forma, se había ido formando una nueva Europa, como resultado de un largo mestizaje social y religioso, en el que había influido poderosamente el papado.

Pues bien, ahora que Europa triunfa y extiende su influjo, de un modo espectacular, el papado, que tanto había contribuido a su despliegue, va a quedar aislado, replegándose en un tipo de sub-imperio religioso, cada vez más cerrado en sí mismo, cada vez más inoperante.

Se podría decir, con cierta exageración, que el papado había sido el factor más importante del despliegue de Europa occidental, pero que Europa, al triunfar y extenderse por el mundo, se ha olvidado del papado. No se trata de echar culpas a otros, sino de recordar que el triunfo del nuevo catolicismo papal, que se inicia ya en el siglo XVI, se encuentra vinculado al proceso, cada vez más rápido, de descristianización de Europa[3].  

En general, el papado no supo reaccionar a los nuevos retos de la modernidad ni ha recrear de manera positiva las aportaciones del evangelio, sino que se encerró  en un tipo de sacralidad protegida, construyendo un imperio religioso cada vez más perfecto, pero menos eficaz y evangélico. De esa forma vino a convertirse en una máquina ejemplar de religiosidad dirigida desde arriba, en una especie de castillo o «fortaleza de Dios» donde todo está reglamentado y regulado, de manera que los buenos católicos pueden defenderse de los enemigos interiores y exteriores (demonios y turcos, protestantes y racionalistas).

 Estos son los problemas que aparecen planteados de algún modo ya a finales del siglo XV, en un contexto de Renacimiento. Estos siguen siendo, en el fondo, los problemas con los que la iglesia católica sigue enfrentándose ahora, queriendo recrear los retos y tareas del evangelio, en línea sinodal (Texto base: Pikaza,Historia de los papas, Trotta Madrid)

 Notas

[1] Marsilio de Padua tomaba al emperador como signo de unidad política de los cristianos. Pero a lo largo del siglo XIV y XV se fue disolviendo la estructura político-religiosa anterior, de manera que Papa perdió su poder directo de arbitraje y el emperador su preeminencia política. En su lugar fueron surgiendo las monarquías nacionales, de fondo cristiano, cada una dentro de sus límites (Francia, Inglaterra, Castilla...). Por encima de la idea universalista iba triunfado la particularista, que había estado ya representada en Francia por Felipe el Hermoso.

[2] Edición virtual: http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglMed/Concilio_Costanza.html Cf. G. Alberigo (ed.), Conciliorum oecumenicorum decreta, Herder, Basileae 21962, pp. 385. Cf. Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bolonia 1991, 409-410.

[3] En este contexto resulta significativa, aunque quizá poco matizada, la visión de Juan Pablo II, en la Exhortación Postinodal, Ecclesia in Europa (2003) en la que sitúa el principio de la decadencia cristiana de Europa a comienzos del siglo XVI. Ciertamente, la Europa moderna ofrece signos preocupantes, que pueden vincularse «a la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo.  

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