Sal 39. Forasteros en la tierra: dame un respiro, antes de que pase todo y yo no exista

Este salmo expone la fragilidad de la vida, corta como un soplo (39, 6), duro camino en tierra ajena, “peregrinos” trashumantes de un Dios que parece apagarse.

           En un tiempo parecido al nuestro (hacia el siglo IV a.C.), declarando caducas las promesas de Israel, este salmo afirma que somos solamente huéspedes extraños de un Dios a quien clamamos desde lejos, pidiéndole un respiro antes de que pase todo.

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Este salmo ha sido compuesto por un sabio escriba,  como meditación sobre la fragilidad de la vida, en un contexto en el que empiezan a darse diversas interpretaciones y valoraciones de las tradiciones anteriores, de forma que resulta necesario  recrearlas (cambiarlas por dentro), si se quiere mantener viva la herencia más sagrada de Israel que es Yahvé, Dios de justicia (moralidad), Señor y guía de la historia humana. 

- Este escriba justo, heredero de las tradiciones antiguas, en un tiempo de crisis de Israel, se encuentra rodeado por un lado de judíos a los que llama impíos (39, 2:  porque niegan la “identidad moral” de un Dios a quien no importa la suerte de los hombres, pues les ha dejado abandonados a su suerte, y porque “persiguen” a los justos, esto es, se oponen a ellos (como muestran varios salmos anteriores, entre ellos el 34).

- El escriba sabio de este salmo  se opone por otro lado a los judíos necios (cf. 39, 9), que no entienden ni aceptan la  hondura de la experiencia israelita (cf. Sal 14, 1), buscando fuera del judaísmo otros comportamientos o razones. Por eso, estando en el centro de una gran crisis moral (de lucha y opresión de todos contra todos), este salmista se encuentra amenazado también por un tipo de crisis intelectual, con riesgo de ruptura de las tradiciones religiosas de su pueblo, entre los pueblos de oriente.

Puede ser una imagen de cielo y texto que dice "Ciertamente como una sombra es el hombre; Ciertamente en vano se afana; Amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá. Salmos 39:6 ImagenesCristianas Bibliaenlinea org"

Entre impíos (injustos) y necios (faltos de conocimiento), grupos que en el fondo se acaban identificando, se sitúa el salmista, empeñado en mantener la tradición moral israelita, fundada en la realidad y acción de un Dios, que escucha y protege a los fieles de su pueblo. De esa forma plantea un tema, de difícil solución, pues no puede apoyarse en las “grandes esperanzas” de futuro (como hará la proclama apocalíptica de Dan 7-12, anunciando la resurrección de los sabios/justos), ni apelar al pasado de las historias que hablan de la presencia salvadora de Dios para su pueblo (del Éxodo a la conquista de la tierra), ni centrarse tampoco en el culto del templo, como si los ideales de pureza o santidad sagrada, con los sacrificios levíticos, pudieran garantizar sin más la identidad y consistencia intelectual y moral del pueblo.

            Este salmo es un poema judío (vinculado al templo de Jerusalén), pero es, al mismo tiempo, un canto universal que defiende el sentido de la vida, en un tiempo en que miles y miles de sacerdotes, ascetas y pensadores se ocupaban de temas semejantes desde China y la India, hasta Grecia. Es el salmo de un momento que K. Jaspers ha llamado “tiempo-eje” (Origen y meta de la historia, 1949), tiempo en que el hombre descubre su identidad ante (en) Dios, con la crisis de las religiones anteriores, desarrollando una experiencia más aguda de la muerte y la búsqueda de un sentido más hondo de la vida, sea en este mismo mundo, sea tras (o por) la muerte.  Los fundamentos antiguos han quebrado, como saben Job y el Eclesiastes. ¿Cómo mantenerse ahora firmes en el Dios de la religión antigua, testigos de su moralidad (justicia), si es que al fin todo termina siendo igual para todos?

Puede ser una imagen de texto que dice "CIERTAMENTE COMO UNA SOMBRA ES EL HOMBRE; CIERTAMENTE EN VANO SE AFANA; AMONTONA RIQUEZAS, Y NO SABE QUIEN LAS RECOGERÁ. SALMOS 39:6 @IBCRD"

Salmo

1 Al Director. A Yedutún. Salmo de David.

2 Me dije: «Vigilaré mi camino, | para no pecar con mi lengua; pondré una mordaza a mi boca | mientras el impío esté presente».3 Guardé silencio resignado, | enmudecí sin provecho; | pero mi herida empeoró.4 Y el corazón me ardía por dentro; | pensándolo me requemaba,| hasta que solté la lengua: 

5 «Yahvé, dame a conocer mi fin | y cuál es la medida de mis años, | para que comprenda lo caduco que soy». 6 Me concediste un palmo de vida, | mis días son nada ante ti; | el hombre no dura más que un soplo, (Pausa) 7 el hombre pasa como una sombra, | por un soplo se afana, | atesora sin saber quién recogerá. 

8 Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? | Tú eres mi confianza. 9 Líbrame de mis inquietudes, | no me hagas la burla de los necios.10 Enmudezco, no abro la boca, | porque eres tú quien lo ha hecho.11 Aparta de mí tus golpes, | que el ímpetu de tu mano me acaba.12 Escarmientas al hombre castigando su culpa;| como una polilla roes sus tesoros; | el hombre no es más que un soplo. (Pausa)

 13 Escucha, Yahvé, mi oración, | haz caso de mis gritos, | no seas sordo a mi llanto;| porque yo soy un extranjero, | huésped tuyo como todos mis padres.14 Aplácate, dame respiro, | antes de que pase todo y   yo no exista.  

Comentario

 -  Introducción personal: Vigilaré mi camino… (39, 2-4). Parece que el orante tiene miedo de “pecar con la lengua”, esto es, de mentir sobre Dios, enfrentándose al “impío” (al judío que no cree en la justicia de Dios), dejándose llevar quizá por la ira en contra de él. Prefiere no entrar en esa controversia, y para eso empieza imponiéndose silencio, no hablar, mantener en secreto su propuesta.

Petición: Dame a conocer  mi fin  (30, 5-7). Promete silencio, pero no puede mantener su promesa. Parece que el tema le arde y remueve por dentro. No tiene más remedio que plantearlo, y por eso necesita que Dios le ilumine, para comprender qué es la vida, el sentido que ella tiene, el valor del tiempo que pasa y acaba como si nada hubiera sido, manteniendo, sin embargo, la fidelidad a Yahvé desde el fondo de la oscuridad del mundo.

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- ¿Qué esperanza me queda? (39, 8-12). El tema de fondo no son los impíos o necios de fuera, sino el mismo saslmista, su vida cortada ante el abismo, pero llena de pregunas. ¿Qué sentido tiene la existencia de un hombre que acaba en la muerte? Los animales viven sin saber que mueren, y por eso acarician y aprovechan el instante. El hombre, en cambio, sabe que muere y que ninguna de las grandes ilusiones o “certezas” del pasado le sostiene. ¿Se puede mantener la vida así, cuando se ha perdido ya toda esperanza, vivir para los demás, en justicia?  ¿No se tratará de una contradicción?   

- Escucha, Yahve, mi oración… (39, 13-14). En medio de esa “contradicción”, el salmista busca luz y pide, eleva su mente a “Yahvé”, que no es un “ídolo” o figura externa de lo sagrado, sino su propia sacralidad o “Vida” interna, y de esa forma dialoga con él, que es el Dios que anima y dirige existencia, en comunión y/o enfrentamiento con otros seres humanos.  En esa situación, el orante pide: Necesita “ajustar” su situación y fundamentar su experiencia (la tarea y compromiso religioso de Israel), sin más esperanza que la propia vida, sin más “premio” que mantenerla en sintonía con Yahvé.

Vigilaré mi camino para no pecar con la lengua (39, 2-4). Pecar de esa manera  sería imponer con violencia la propia convicción sobre los impíos o simplemente convertir la experiencia de Yahvé en objeto de pura discusión. El salmista no se opone aquí a un pecado de puro pensamiento, sino a un tipo de lucha de palabras, con discusiones violentas que terminan cerrándose en sí misma. Por eso decide guardar silencio, vivir su experiencia de Yahvé (la tradición de su pueblo), pero sin imponerla a los demás, como testigo de un pasado que parece estar corriendo el riesgo de diluirse para siempre.

            En principio sería un buen proyecto: Una tarea silenciosa de fidelidad al pasado y al sentido presente de la vida, sin convetirla en objeto de obligación, una religiosidad callada, como podrían ser algunas de las oriente (la India), o quizá algunas tradiciones esotéricas del mundo helenista, cultivadas casi en secreto, entre comunidades de sabios, sin propagarlas al conjunto de los hombres (los impíos)…

            Así sigue diciendo el salmista: “Guarde silencio, enmudecí, pero el corazón me ardía…”. Intenta guardar  en su corazón la sabiduría antigua, como parecen hacer ya en ese tiempo (siglo IV a.C.) algunos grupos de apocalípticos piadosos, resguardados en su saber secreto, en medio de un mundo (una nueva humanidad) que convierte todo en objeto de poder y de disputa entre los hombres, como si el mundo fuera un mercado de propuestas de plaza, reguladas desde fuera por un poder económico-político. 

Dame a conocer mi fin! (39, 5-7). Pero el salmista no ha podido cumplir su propuesta y guardar silencio, quedando así desentendido, pues el tema le desborda y debe proponerlo a otros, cantarlo en un salmo. No puede mantener su experiencia por aislado, seguir callado como si todo fuera igual, como si Dios no importara. Por eso, pregunta a Dios y compone un salmo:

- Por un lado, está seguro de que hay Dios, de forma que le llama por su nombre (Yahvé) y le pide que le enseñe, que le muestre…. Está convencido de que Dios guía el camino de su vida, la historia de los hombres. No dice cómo ha conseguido ese conocimiento, pero lo guarda y formula como “tesoro” de la sabiduría de su pueblo y como experiencia personal. Confía en el Dios de Israel y le pregunta, convencido de que puede “hablarle”, no en forma de magia interior, ni de ritos sacerdotales, sino por una “sabiduría de fe”.

- Por eso eleva su salmo y ruega a Yahvé.  No le pide riquezas, ni triunfo militar, ni poder para su pueblo, ni siquiera salud y larga vida… sino conocimiento: “Dame a conocer mi fin, cuál es la medida de mis años , para que comprenda lo caduco que soy. Quizá la palabra más importante es ‘ani, el yo de un hombre concreto frente a Dios, con sus propios límites de tiempo, es decir, de realidad. El salmista no quiere conocer su “divinidad humana” (perderse en lo divino), sino su propio límite, para así aceptarlo.

             La grandeza del hombre no está en aceptar su “hondura divina” (eso sería lo más fácil, perderse en Dios, más allá de toda dualidad), sino en reconocer su propio “límite”  (yCiªqi), mi  frontera. Lo difícil es “no ser Dios”, no querer serlo, sino ser alguien distinto de Dios, él mismo, mortal y limitado, un soplo de vida, pero en relación con Dios y con los otros, queriendo así salvarse en sí mismo (cosa imposible).            

            En este contexto se plantea el tema de las “riquezas”, que aparecen ya aquí como el mayo bien, siendo, al mismo tiempo, el mayor riesgo del hombre. Así dice:  “Atesora (acumula) sin saber quién recogerá”. El salmista vive en el comienzo de una sociedad mercantil, pre-capitalista, que se está centrando en la acumulación de bienes, donde los hombres piensan que con ellas (las riquezas) aseguran su vida, sin darse cuenta de que ellos (los hombres) mueren, mientras los bienes pasan a manos de otros, como si esos bienes fueran Dios y los hombres sus esclavos.

 ¿Qué esperanza me queda? (39, 8-12). Y así se descubre el hombre, como único bien real, ante Dios, a quien ahora llama Adonai , nombre universal de lo divino (no Yahvé, el Dios personal israelita). No le importan los “bienes” (el pequeño o gran Capital), sino su vida, la vida del hombre concreto, no después, en un tipo de “cielo” ideal, sino aquí, en este mundo, en el corto tiempo de su vida.

            En este contexto, son muchos los comentaristas que han dicho que este salmo no ha podido  plantear bien el tema del hombre porque su autor desconocía su “verdad eterna”, su inmortalidad o supervivencia (con una resurrección espiritualista). Pues bien, en contra de eso, precisamente por no apelar a una inmortalidad futura, el salmista pudo plantear y planteó muy bien la problemática del hombre y su justicia, sin evasiones de tipo ideológico.

            Al preguntarse  ¿qué puedo esperar? (ytiyWIåQi-hm), el salmista plantea la cuestión definitiva del ser humano (como formulará de nuevo I. Kant, al comienzo de la modernidad, Crítica del Juicio), no desde fuera, sino desde su misma realidad finita, mortal. El hombre no vive porque  puede (quiere) conseguir riquezas mayores, ni dominar sobre otros hombres, ni hacerse divino, sino sólo porque “espero en ti”  , es decir, en Dios, porque él es su “confianza”. El hecho de que los humanos “esperemos”, confiemos en la vida, a pesar de todo, es la mejor (en el fondo la única) prueba de que existe “Yahvé” (Aquel en quien y por quien somos).

             El salmista está buscando y ha encontrado la “razón de su existencia”, que se expresa en dos palabras: Dios es su Esperanza y  su Fe (su confianza). Por eso se atreve a decirle que le libre de sus inquietudes pecados, miedos , para que pueda así mantenerse fiel, sin ser motivo de burla de los necios (esto es, de aquellos que se ríen de su honradez, de su justicia…). Al principio del salmo había dicho que quería guardar silencio ante los pecadores (39, 3); ahora añade que quiere guardar silencio ante Dios: Aceptar su creación, reconocer el sentido su vida, pequeña, amenazada, como un soplo… En este momento (39, 11-12), el salmista retoma los motivos principales del libro de Job y del Eclesiastés, aceptando a Dios desde el centro de una vida frágil, como un soplo.

            El salmista no trata, pues, de ver la mano de Dios y de acogerles en las grandes gestas de los triunfos militares,  de los imperios del mundo, de la gran riqueza que los ricos pueden acumular, sino de verle y confesarle más bien en la fragilidad de una vida amenazada por un tipo de “polilla” (v['äK'), que consume no sólo las riquezas de los ricos (como dirá Jesús: Mt 6, 19, 23), sino la misma vida de todos los hombres, que se debilitan y mueren.

Escucha, Yahvé, mi oración… (39, 13-14). Amenazado por ese tipo de “polilla” interior que le correo y deshace, el creyente sigue gritando a Dios (no seas sordo a mi llanto…). Ésta es su fe más honda, la certeza de los anawim o pobres que gritan a Dios, sabiendo que escucha sus gritos.  Este hombre del grito no es un confiado señor de sus bienes, asentado en la tierra de las promesas  (a las que aludía el Sal 37), sino un extranjero, huésped de . Como habitantes en tierra extraña, caminantes en peregrinación por la vida, así somos todos los hombres, pero siendo, al mismo tiempo, huéspedes de Dios. Sólo en él habitamos y somos lo que somos.

            En una tierra dura, en medio de fuertes fatigas, le ha tocado vivir al salmista, pero no acusa a Dios no le condena. A pesar de todo, una vida así merece la pena, forma parte del gran “misterio de Yahvé”, esto es, de la existencia, como dice el último verso, uno de los más hermosos de la Biblia: Aplácate, dame respiro,  antes de que yo me vaya y ya no sea . No pide nada para “después”, sino aquí, en este mundo.

            Ciertamente quedan abiertas muchas cosas a las que responderá de algún modo el evangelio cristiano (y el judaísmo rabínico posterior): Queda abierto el sentido de la vida en este mundo, a pesar de todo, con la dignidad del hombre  (cada hombre) y el valor de la sabiduría. Queda Dios como Vida de la vida, Aquel que quien somos (o, mejor dicho, Aquel que es en nosotros.  Quedan condenadas o rechazadas dos formas de vida perversa: El dominio de unos sobre otros y la opresión universal de las riquezas divinizadas.

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