30.10.22. San Jerónimo: tres biblias,una confesión bíblica

A lo largo de septiembre he venido publicando en RD algunas reflexiones sobre el sentido e interpretación de la Biblia. Termino hoy la serie, en el día de San Jerónimo, el mayor experto en Biblia en la historia de occidente.

            He escrito publicado algunos libros sobre Biblia (cf. imágenes). Del primero tomo lo referente a las tres biblias. Del tercero lo referente a mi confesión bíblica.

            Presenté el argumento básico de esta postal el 12.3.2010 en el Curso bíblico de primavera que el Prof. V. Haya (experto en cultura japonesa de la Univ. de Sevilla y columnista de RD) y un servidor organizamos e impartimos en la Universidad de la Mancha (sede Cuenca),  con la colaboración impagable del Prof. A. Piñero (editor e intérprete de libros  bíblicos y parabíblicos,  bien conocido por los lectores de RD) y de F. Bermejo (especialista en Libros Sagrados y orígenes de cristianismo). A los tres sigue dedicada esta reflexión.

portada diccionario de las tres religiones - judaismo cristianismo islam

LAS TRES BIBLIAS

 Decimos que es la Biblia “palabra de Dios”, y está bien dicho, pues Dios a quien descubrimos como “palabra de todas las palabras”, se manifiesta en el gran libro del cosmos (lo más grande, el todo de los todos) y, al mismo tiempo, y, en libro de la historia humana en la que estamos escritos (inscritos) todos los hombres y mujeres de la tierra.

            A todos nos une el “gen” de la palabra como verbo activo y como sustantivo que da nombre a cada una de las cosas. Pues bien, en ese contexto, las principales religiones de la humanidad afirman que esa palabra de Dios (=Dios es palabra) ha venido a revelarse en un gran libro donde se recoge el amor y el dolor de la humanidad entera, la esperanza y tarea de los hombres. Y entre esas religiones ocupan un lugar destacado  las monoteístas o proféticas (judaísmo, cristianismo, islam), que han nacido ya en un tiempo (desde el siglo V a,C.)  en que los libros eran la riqueza y tesoro mayor de pueblos y comunidades sociales y culturales.

            En esa línea, judíos, cristianos y musulmanes han pensado y piensan no sólo que Dios ha manifestado  su secreto por unos hombres especiales (profetas), sino que ese secreto ha quedado recogido en unos libros especiales que pueden llamarse las Biblias: La Toráh o ley de los judíos, el evangelio de los cristianos y el Al-Corán de los musulmanes. 

Tres biblias, tres tipos de palabra originaria.

Siguiendo en la línea de la reflexión apartado anterior, los cristianos afirmamos, ya más en general, que hay que  hablar de tres biblias o libros sagrados, como dijeron muchos Padres y Teólogos antiguos.  

Los cristianos aceptamos la biblia de la naturaleza o mundo externo, pues Dios habla por ella, como saben los que han dicho que hay dos “revelaciones”, una natural (por el mundo) y otra sobrenatural (en la historia de la salvación culminada en Cristo). Desde nuestra perspectiva, la revelación “natural” ha de entenderse también como “sobrenatural”, es decir, como expresión de la gracia universal de Dios, que actúa a través del mundo, de la naturaleza. En ese sentido, los cristianos seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte. El primer libro de Dios es el mundo/vida del que formamos parte. Por eso, una Biblia escrita posterior, que no nos ayude a reconocer el valor sagrado de la naturaleza y a dialogar con las religiones cósmicas no es cristiana.

            La Biblia no quiere destruir el valor de las religiones cósmicas (paganas), sino abrir con ellas un camino de humanidad, en una línea de respeto mayor hacia la naturaleza sagrada, como han puesto de relieve algunos movimientos ecológicos. En esa perspectiva debemos recuperar el carácter religioso del mundo y de la misma vida humana, el valor del varón y la mujer, en igualdad y complementariedad. Sólo un Jesús que recupere y potencia la Palabra cómica y vital de Dios podrá ser inspirador y fuente de una Biblia abierta a todos los seres humanos. De un modo convergente, debemos recuperar por Jesús el valor de todos los pueblos y culturas de la tierra (con su biblia cósmica y vital), superando el exclusivismo de algunos grupos judíos que se consideraban depositarios privilegiados (y a veces únicos) de la revelación de Dios, como si ellos solos fueran dueños de la Palabra de Dios.

            La Biblia de los seguidores de Jesús sólo será Palabra de Dios en la medida en que sea palabra del mundo, de forma que nos permita recuperar el valor sagrado de la naturaleza, la igualdad entre varones y mujeres y la apertura a todos los pueblos y culturas de la tierra. No será una Biblia para algunos, en contra de otros, sino Libro abierto a todos, desde el mundo (en fidelidad al cosmos), en una historia dirigida al encuentro universal. Sólo leída en esa línea puede entenderse de verdad.

  1. Hay una Biblia de la interioridad, como ha sabido San Pablo cuando dice que la Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones(cf. 2 Cor 3-4). Sin esa voz interior, sin esta Palabra de Dios que resuena en la intimidad de cada ser humano, no se puede hablar después de una Biblia de Jesús. La primera Palabra de Dios no es un libro exterior (que puede escribirse con tinta o grabarse en un soporte electrónico), sino aquella Voz que se graba de una forma viva en cada corazón de hombre o mujer que la escucha o responde.

            Según eso, el libro exterior está al servicio del ese  libro interno , que es la verdadera Biblia de la Vida de Dios en cada uno de los hombres y mujeres. De esa Biblia interior (del Dios que inscribe su vida en aquellos que le acogen) han hablado no sólo las religiones orientales (budismo, hinduismo…), sino también los judíos y los musulmanes, que saben que existen un “libro celeste” que es la Voz del único Dios (como totalidad del ser y de la vida) que se expresa en muchas voces (pues habla y se deja grabar-acoger en cada uno de aquellos que le acogen).

            No tiene sentido hablar de un libro externo (de una Biblia multiplicada en miles y miles de letras hebreas o arameas, griega o árabes) si es que no hablamos antes de ese libro o Biblia interior, universal, que se expresa y se despliega en cada ser humano en la medida en que es capaz de escuchar la gran “Voz” y de dejarse llenar por la presencia sagrada. Al servicio de esa Biblia interior está la Toráh de los judíos, lo mismo que el Nuevo Testamento de los cristianos y el Corán de los musulmanes. Por eso, antes que hablar de disputa entre libros, debemos hablar de la unidad del Libro de Dios que se expresa en aquellos que le acogen en su interior, en una línea que vincula a todos los pueblos de oriente y occidente. Sólo leída así se entiende y aplica de verdad la Biblia cristiana.

             (3) Hay, finalmente, una Biblia Histórica, fijada en un libro, que, estrictamente hablado, sólo se ha dado en las religiones proféticas, que han puesto de relieve la función de unos hombres especiales (Moisés, Jesús, Mahoma) por medio de los cuales Dios se ha manifestado o encarnado de un modo intenso en la historia de la humanidad, como dicen sus libros sagrados. Pero las religiones que admiten una “Biblia histórica” no pueden negar ni rechazar las biblias anteriores, sino que suponen su existencia, pues su Dios se manifiesta también por la naturaleza (como saben las religiones cósmica) y por la vida interior de cada ser humano (como saben las religiones de la interioridad). Pero, suponiendo eso, ellas añaden que ha existido una teofanía o manifestación histórica de Dios, que se ha expresado de un modo especial en unos librossagrados.

            Aceptando lo anterior, estas religiones proféticas añaden que Dios se ha manifestado de un modo especial, diciendo una Palabra intensa, a lo largo de un proceso histórico o en momentos especiales, a través de ciertos individuos privilegiados, que son los profetas, cuya memoria se conserva en unos libros sagrados. A veces se ha pensado que este “revelación especial” inutiliza (o condena) las revelaciones, como si fueran menores, imperfectas o perversas. Así, los magos y sacerdotes paganos, que conciben a Dios como poder del cosmos, serían impostores, puros idólatras a quienes se debe “convertir2 por la fuerza o exterminar. Por su parte, los místicos de la interioridad, que buscan a Dios dentro de sí mismos, estarían al fin equivocados, pues Dios no habla en el interior de cada uno, sino que lo ha hecho sólo a través de un profeta especial (Moisés, Cristo Muhammad).

            Pues bien, en contra de eso, los auténticos cristianos (y judíos y musulmanes) saben que sus profetas y sus “biblias” no van en contra de los libros de la naturaleza y de la interioridad, sino que nos ayudan a entenderlos, descubriendo y desarrollando mejor su sentido. Los profetas (autores de los libros sagrados de las religiones monoteístas) no son puros sacerdotes cósmicos, ni expertos en mística interior, sino hombres y mujeres que se atreven a escuchar y recoger la palabra de Dios en la historia, asumiendo así un camino y tarea de revelación que se expresa en la liberación de los oprimidos (judaísmo), de los pobres (Jesús) y de los marginados de su tiempo (Muhammad).

           Las religiones proféticas pueden afirmar en un nivel la existencia de una teofanía y biblia cósmica, diciendo que Dios se manifestara por los grandes fenómenos y procesos de la naturaleza. Ellas admiten también la Biblia interior del corazón, por la que Dios habla directamente a cada hombre. Pero eso no les basta. Ellas añaden que existe una teofanía histórica, que ha quedado fijada en unos librossagrados. Esas religiones confiesan que Dios se ha manifestado diciendo su Palabra personal, a lo largo de la historia o en momentos especiales, a través de ciertos hombres privilegiados, que son los profetas, vinculados de un modo especial con sus libros sagrados. En esa línea anterior, podemos afirmar que para judíos, musulmanes y cristianos teofanía y profecía se acaban identificando y las dos se concretizan por fin en las Escrituras. «De muchas maneras puede revelarse y se ha revelado Dios en otro tiempo, pero básicamente lo ha hecho a través de los profetas... (cf. Hebr 1,1). En esa línea, tenemos que situar a los profetas entre los hombres de Dios:  

Una Biblia monoteísta abrahámico, tres libros, tres religiones.

(1) La Biblia israelita surgió a lo largo de mil años de historia, con textos de diversos autores, escritos en muchas formas literarias, pero con un principio de unidad: Dios ha liberado a los hebreos (oprimidos), para que así puedan ser testigos y promotores de una esperanza de libertad y plenitud para todos los pueblos.

Gran diccionario de la Biblia

(2) La Biblia cristiana (Nuevo Testamento) la escribieron cristianos de las tres primeras generaciones (del 30 al 120 d. C.) para mantener el testimonio del mensaje y de la vida de Jesús como fermento de un Reino de plenitud y concordia para todos las naciones de la tierra.

(3) Finalmente, el Coránfue codificado por los seguidores de Muhammad en unos pocos años (¿treinta o cuarenta después de su muerte?) recogiendo sus palabras de juicio y su promesa de creación de una comunidad universal de hermanos creyentes.

            Son tres biblias, en parte distintas, pero pueden y deben entenderse como expresiones del único libro universal de Dios en la medida en que asumen el impulso sagrado de las religiones cósmicas y la experiencia de interioridad de las religiones místicas, iniciando un movimiento de liberación y diálogo salvador dentro de la misma historia. Esas “biblias” se hacen Libro de Vida y Libertad en la medida en que abren espacios de comunión liberadora y de esperanza para el conjunto de la humanidad. Desde ese fondo quiero trazar una línea de interpretación y aplicación de las Escrituras en las “tres religiones:

 a) Más que religión de un Libro cerrado en sí, los judíos forman la religión de un pueblo que se siente enriquecido con una “Ley” (un Libro especial) que les capacita para ser testigos y adelantados de una esperanza de libertad para todos los pueblos; si interpretan su Biblia de otra forma (como signo de superioridad o dominio sobre otros) pervierten su sentido y se pervierten ellos mismos como pueblo de Dios.

            (b) Más que religión de un Libro, los cristianos son religión de un Hombre (Jesús), de quien da testimonio su libro (Nuevo Testamento), haciéndoles testigos y portadores de una experiencia de libertad y un diálogo abierto a todas las naciones; si interpretan su libro como medio para imponerse sobre los demás, imponiendo sus creencias (incluso por la fuerza) destruyen el sentido del Libro (evangelio) y niegan a Cristo.

            (c) Estrictamente hablando, sólo el Islam es del Libro (no de un pueblo, como el judaísmo; ni de un mesías como el cristianismo). Los musulmanes no tienen pueblo escogido, en el sentido judío del término. Tampoco creen en la encarnación de Dios (ni en Cristo ni en Mahoma ni en ninguno de los hombres). Ellos creen en el Libro, como revelación definitiva de la Palabra Eterna de Dios. Pero, en su sentido más profundo, esa es una Palabra de pacificación universal. En el momento en que la utilicen como forma de superioridad o de dominio, como invitación a una posible violencia grupal o a una imposición religiosa están negando su verdad, están negándose a sí mismos.

Cada libro, una ventana abierta al misterio y tarea de la vida

El Judaísmo actual nació con el Libro,en el momento en que los israelitas fueron codificando su experiencia en forma de Libro, desde la vuelta del exilio (siglo V a. C.) hasta el establecimiento de la federación de sinagogas (tras el 70 d. C.). Debemos añadir, sin embargo, que el judaísmo definitivo, centrado en la Misná, no ha nacido sólo por un Libro, sino en torno a una Ley, transmitida en doble forma: por el Libro (centrado en el Pentateuco, pero que contiene también los oráculos de los profetas y los Escritos, constando así de tres partes: Torah o Ley, Nebiim o profetas y Ketubim o Escritos) y la Tradición oral (codificada por la Misná). Estrictamente hablando, el judaísmo no es religión de libro sino de Ley (presente en Libro y Tradición) y del pueblo (fundada en la identidad de una nación, que nace de la llamada y elección de Dios). 

  1. Cristianismo. El primer libro sagrado de Jesús y de sus seguidores fue la Biblia hebrea, pues ellos siguieron siendo judíos. Pero pronto interpretaron ese libro desde la experiencia mesiánica de la vida y pascua de Jesús, que apareció ante sus ojos como verdadera revelación de Dios. Más tarde, ellos añadieron al libro anterior de Israel (al que ahora llaman Antiguo Testamento) una segunda parte sobre el mensaje de Jesús y de la Iglesia (llamada Nuevo Testamento). De esa forma pusieron a Jesús y al Nuevo Testamento en el lugar donde los judíos situaban al pueblo y a su tradición oral (codificada en la Misná y el Talmud). Hay, sin embargo, una gran diferencia: los judíos ven las dos realidades (Biblia y Tradición del pueblo) en forma paralela, como expresiones de un mismo contenido; por el contrario, los cristianos interpretan la vida y pascua de Jesús (su Nuevo Testamento) como culminación y plenitud del Antiguo Testamento, de tal forma que uno (Antiguo Testamento) lleva al otro (Nuevo Testamento) donde se cumple y culmina, recibiendo su auténtico sentido.

Los musulmanes tampoco han empezado con un libro sino con una Recitación, con el mensaje de Mahoma interpretado como compendio de la verdad eterna de los profetas anteriores (especialmente de Moisés y de Jesucristo). Esa Recitación (que eso significa Corán)proviene básicamente de un hombre: Mahoma. El Corán es texto declamado antes que leído, es palabra proclamada antes que escrita. Sólo tras la muerte de Mahoma el Corán se convirtió en Libro Escrito y recibió tal importancia que los musulmanes declararon superadas las revelaciones parciales (y en parte corrompidas) de Judíos y cristianos. Así abandonaron la Biblia judía y cristiana.

 La Biblia israelita surgió a lo largo de mil años de historia, con textos de diversos autores, escritos en muchas formas literarias. La Biblia cristiana del Nuevo Testamento es también obra de tres generaciones de creyentes. Ambos son libros para leer y meditar, para vivir y recrear el camino de la fe, de manera que fueron recibiendo nuevos sentidos a medida que avanzaba la vida del pueblo creyente. Por el contrario, el Corán es texto de un solo hombre, un conjunto de poemas y enseñanzas recitadas por Mahoma en unos 20 años y recopilados por sus discípulos inmediatos. Desde ese fondo podemos fijar la función del Libro sagrado en cada caso:

Tres religiones, tres maneras de entender el Libro.  

El judaísmo es religión del Libro de la Ley y del Pueblo que la cumple. Es importante para los judíos la transcendencia de Dios, la historia de su revelación y el mismo Libro santo (la Mikra, con sus tres partes: Pentateuco, Profetas, Escritos); pero en un sentido estricto, el judaísmo se define como religión de la Ley (de un tipo de vida que Dios mismo ha revelado para sus elegidos de su pueblo) y del Pueblo que la cumple, para así ofrecer así una señal de Dios a todas las restantes naciones de la tierra. Los escribas judíos (los grandes rabinos) no se preocupan por deducir de la Biblia unas teorías sobre Dios o sobre el mundo, sino por fijar a partir de ella y de las tradiciones unas normas de vida. Les importa la ortopraxia más que la ortodoxia. Ciertamente, los judíos creen que la Ley es gracia, don de Dios, revelación de un misterio que les sobrepasa, regalo sagrado y salvador que Dios mismo ha querido dar a su pueblo para guiarle sobre el mundo. Pero, al mismo tiempo, los judíos se sienten llamados (casi obligados) a cumplir esa Ley como norma de vida nacional. Por eso, un judío es un hombre que se sabe vinculado a un pueblo elegido, con una ley religiosa, que por gracia de Dios es capaz de cumplir 

Cristianismo, religión de Encarnación mesiánica. Allí donde los judíos ponen la Ley, ven los cristianos al Hijo de Dios, unido al Padre, dándonos su Espíritu. En ese aspecto, en el principio de su fe se encuentra (al menos implícitamente) la confesión trinitaria. Lógicamente, más que de una revelación del Libro, ellos hablan de una encarnación del Hijo de Dios en la vida y pascua de Jesús que aparece ahora como principio y cabeza del nuevo pueblo de Dios que desborda el ámbito judío y se abre de forma misionera a todas las naciones de la tierra. Sin duda, a ellos les importa también la ortopraxia, pero han puesto también de relieve la ortodoxia y, de un modo especial, la experiencia de la gracia universal. Lo que define a los cristianos es la experiencia mesiánica de liberación abierta a todos los pueblos de la tierra. Por eso, ellos han de ser testigos de la gracia universal. Por eso entienden toda la Biblia desde Jesús, centrándola en su mensaje (Sermón de la Montaña) y en la experiencia de su Pascua (Muerte y Resurrección).

Sólo el Islam acaba siendo la religión profética por excelencia, la religión del Libro: Dios se manifiesta a través de la palabra de Mahoma, recogida en el Corán, formando una comunidad que quiere estar abierta a todos los hombres de la tierra, en gesto de fuerte sumisión a la voluntad de Dios. Los musulmanes no tienen pueblo escogido, en el sentido judío del término. Tampoco creen en la encarnación de Dios (ni en Cristo ni en Mahoma ni en ninguno de los hombres). Ellos insisten en la revelación del Libro de Dios (Corán), trasmitida por Mahoma a todos los pueblos de la tierra. Esa revelación suscita el Islam, término emparentado con sahlam/shalom que significa, al mismo tiempo, sumisión (a la voluntad de Dios) y pacificación (culminación de la historia, reconciliación entre los humanos). Según eso, más que alguien que cumple (judío) o que agradece y expresa en forma misionera la liberación ya realizada (cristiano), el musulmán es alguien que acepta la voluntad de Dios, tal como se expresa a través de la palabra de Mahoma (del Corán), para ajustar su vida a ella.

                         Podemos resumir el tema. El judaísmo interpreta la Palabra de Dios o Biblia como ley nacional, identificando la voluntad de Dios con su identidad de pueblo elegido, esperando la paz escatológica en que se unirán todos los pueblos. El cristianismo entiende la Biblia, centrada en el evangelio, como expresión de la presencia de Dios en Jesús, donde el Reino de Dios se ha hecho ya presente para siempre. El islam entiende la Palabra de Dios, expresada en el Corán, como norma definitiva para todos los pueblos.

La Palabra se hizo carne

MI CONFESIÓN BÍBLICA. SIETE PRINCIPIOS

 1. No hay exégesis “neutral”, no hay hechos puros, todos tenemos nuestros presupuestos, como han sabido Bultmann y M. Weber, K. Popper y L. Wittgensten, todos llamaba la hermenéutica existencial). Todos los “hechos”, desde los corpúsculos de la física cuántica hasta las constelaciones de la gran astronomía, son hecho interpretados por los hombres. Del “ser en sí” no sabemos nada, dijo Kant. En esa línea, ante la biblia, no es puede existir el agnóstico puro (que por su a-gnosia no podría decir nada, sino guardar silencio eterno, optar por no ser hombres, cosa contradictoria).

Cada uno lee el texto (ve el fenómeno del mundo, de su vida interna y de la biblia de las religioens) desde su perspectiva, y a menudo he visto que los que se dicen neutrales son los más parciales. El creyente honrado procura que su fe no deforme los hechos de fondo (en sí incognoscibles), y así lo hace el agnóstico honrado. No hay posible retorno a la “ciencia pura (sin supuestos previos)” de una lógica precrítica o de una ciencia mecanicista. La objetividad pura es un mito, que algunos alegan (casi siempre a favor suyo).

 2.Ser cristiano es una forma de leer y entender la biblia de la naturaleza y de vida, desde la perspectiva de la Biblia de Jesús. Por un lado, ese creyente sabe que debe leer el texto de un modo humano, literal, histórico (etsi Deus non daretur, como si no hubiera Dios alguno). Todo, en un nivel, es historia cósmica (algo de este mundo) y debe entenderse en ese plano, sin apelar a intervenciones sobrenaturales de ángeles, dioses o diablos. Pero, al mismo tiempo, todo, todo, todo puede entenderse como expresión de una presencia Viva, en la que nos movemos, pensamos y somos.

 3. El creyente confesional no tiene un “minus” que el llamado agnóstico, sino quien que un “plus” porque admite y expone su horizonte hermenéutico. Puede y debe ver y aceptar todo lo que el llamado agnóstico descubre y dice en su plano de historia y literatura, de retórica y poética, de psicología y de sociología en el libro de la Biblia… pero es capaz de descubrir, en un nivel distinto (existencial, “sobre”-natural), a través del mismo plano anterior (sin negarlo, ni romperlo), una voz-palabra, un camino de humanidad que se (le) remite a Aquel (Aquello) que con palabra balbuciente llamamos Dios. No sabe más cosas que el agnóstico (¡ni una sola!), en el plano de las “cosas” los dos ven lo mismo… Pero él creyente puede verlas y entenderlas de otra forma, escuchando en ellas una “música más alta”, la música de la nueva existencia liberada, el camino y presencia de un Reino de Dios (como decía M. Weber.

 4. Pero si el creyente tiene un “plus”, también lo tiene el creyente no confesional (se dice ateo, o agnóstico, pues nadie en este mundo (si otros mundos, pero los ignoramos) es puramente agnóstico (nadie puede vivir en el nivel de los hechos puros, pues no existe ese nivel, y si existiera y se mantuvieran en ese nivel los hombres dejarían de ser humanos, volviendo a la animalidad pura o volviéndose post-humanos). Cada hombre tiene sus propios presupuestos existenciales, históricos, personales, sociales, es decir, sus propios “ídolos”, en el sentido que daba a esa palabra F. Bacon (1561-1626), hablando de los “ídolos” o presupuestos del mercado y de la tribu (grupo social), del foro o ley etc. etc.… Cada hombres lee el “texto (de la vida y de las Biblia) desde sus “supuestos” (desde su “plus” humano), como lo sabían ya los escolásticos (quidquid recipitur al modum recipientis recipitur…; todo lo que se recibe se recibe al modo del receptor). El tema no es presupuestos sí o presupuestos no. El tema está en reconocer los presupuestos que tiene cada uno (o cada grupo) y leer el texto lo más sinceramente posible, en diálogo enriquecedor (en la línea de los “juegos de lenguaje” de los que hablaba Wittgenstein, nada sospechoso de poco científico).

 5. El que se llama el agnóstico (sin conocimiento “perturbador) ha de admitir, si es honrado, sus propios presupuestos, para así entenderse a sí mismo “sine ira et studio”, como decía Tácito: “sin ira ni favoritismo”, diríamos nosotros). Por su parte, el creyente está obligado por su fe a ser honrado en el nivel de la búsqueda e interpretación de la realidad (y en especial de la Biblia, que es ya siempre una realidad interpretada. El creyente que quiera “manipular” los hechos o palabras de la Biblia a favor de su fe, no es creyente, es un fanático); y el que dice leer la Biblia si fe alguna es un ignorante (y si se empeña en ello es un engañado).

6.En vez de hablar de agnosticismo (palabra en sí misma contradictoria, pues a-gnosia es conocimiento sin conocimiento) se podría hablar de confesionalidad: Cada uno debe “confesar” y admitir el lugar en el que se sitúa…En esa línea podemos seguir hablando de “ámbitos confesionales”, es decir, de perspectivas de vida y de lectura de la vida. Entre esas confesiones de grupo se encuentran las religiones y las tradiciones religiosas que se ido formando y estabilizando a lo largo de los tiempos, a lo ancho de los grupos sociales. No se trata de tener o de no tener “espacios confesionales” (es imposible no tenerlos, en la línea de los ídolos de la tribu, como decía F. Bacon). Todos formamos parte de una tribu, al menos de la gran tribu de la humanidad. Si queremos salir de ella volvemos a la caverna de las propias ilusiones. Quien no confiese (quien no quiera confesar) de dónde viene y a dónde va, en que se funda y expresa su vida, se pierde a sí mismo, que vuelva a la caverna solitaria, si es que puede.

7. Personalmente me confieso católico (universal) en la línea de Jesús y de su Biblia, es decir, del libro de su vida que han ido perfilando los judíos y que han asumido y recreado, de un modo especial los cristianos. Leo con inmenso aprovechamiento las tres biblias escritas de occidente (Torah, Evangelio, Al-Coran), en especial la cristiana. He sido profesor de religiones (de otros libros sagrados) y me siento agradecido por haberlo sidlo.

En esa línea, con un poco de ingenuidad y un gran gozo me atrevo a pensar y decir que mi confesión creyente me permite “escuchar” en la Biblia una melodía de fondo bellísima, intensa, un plus de vida. En esa línea me sigue admirando M. Weber, cuando se confesaba “religiös unmusikalisch”, es decir, como un hombre que no tenía la “facultad musical” de vibrar ante el hecho religioso, pero sabía, al mismo tiempo, que la escucha y lectura religiosa de la Biblia ha tenido tiene una gran importancia en la historia de la humanidad (no sólo en línea confesional creyentes, sino en línea económica.   

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