Los cardenales tienen cola


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He sido compañerode Antonio Cañizares
Hemos dado clase en la misma escuela, desde 1973 hasta 1984. Hemos presidido juntos los exámenes de grado en la facultad de San Dámaso(Madrid), hemos visitado y juzgado el nivel académico de varios centros afiliados a la Pontificia de Salamanca, nos hemos escrito alguna vez… Incluso hemos hablado de teología, con ocasión de algún trabajo para su revista (Catequesis y Evangelización) y de algún libro para su editorial (Marova). Bueno, de teología no hablábamos mucho, pues yo siempre he tenido algunas ideas distintas y Antonio tenía las ideas claras que convenían. Me debió regalar su famosa tesis sobre la Catequesis en los Sermones de Santo Tomás de Villanueva (Instituto de Pastoral, Madrid 1976); era una tesis erudita y buena, pero me la pidió y leyó mi amigo y compañero, D. Vicente Muñoz (Q.E.P.D.), el mayor especialista en lógica de S. Tomás de Villanueva, conocedor de todas las bibliotecas y, al devolverme el libro, frunció el ceño y me dijo: ¡Antoñito, Antoñito, demasiadas cosas tomadas de un jesuita!
Pero eso paso y es normal en las tesis y Antonio fue un gran profesor. Después, cuando el 1984 me mandaron de vacaciones teológicas, nuestros caminos se distanciaron. A los tres años volví a España y él era Secretario de la Congregación para la Doctrina de fe, luego obispo, así que no hemos tenido mucho tiempo de vernos. Sé que ha hecho un buen trabajo. Le veo en los periódicos. Mis opiniones son hoy todavía más distintas que las suyas, pero eso pasa en las mejores familias. Ni él me ha vuelto a escribir, ni yo a él. Estuve el Jueves Santo de este año en Toledo, en la liturgia solemne de la catedral donde presidía, con las puertas cerradas por miedo a lo turistas…; Me gustaron los colores de la ceremonia, rodeada de televisiones, pero no me quedaron ganas de volver. Había mucha gente importante, no tuve ánimo de ir a saludarle.
Nombrar cardenales, nombrar al papa
Es hermoso que sea cardenal, toda una historia: casi mil años le contemplan, porque los cardenales nacieron con la reforma gregoriana, llamada así por Hildebrando, Gregorio VII (1073-1085)… Era un problema aquello de nombrar al Papa, pues antes lo nombraba, como cuadra, el buen pueblo y el clero del Roma, pero entraron los nobles y sus mujeres, los reyes y los emperadores y cada uno nombraba a su papa, de tal forma que durante dos siglos (los siglos de hierro de la iglesia romana) fueron papas los amigos, los hijos, los cuñados, e, incluso, los maridos y primos/as de aquellos que mandaban. Para reformar la Iglesia había que nombrar papas con independencia… y para ello hubo que encontrar un método distinto, porque el pueblo cristiano de Roma (que tenía ancestral de nombrarles) estaba hipotecado por marozias y otones de diverso pelaje. Para eso se encontró una fórmula adecuada, que fue capaz de poner de relieve la autoridad e independencia de los papas, que, por primera vez, se pensó que venía directamente de Dios (sin conexión con el pueblo de Roma y con la Iglesia universal)… Por eso se buscó una manera de poner de relieve la autonomía total de las elecciones papales, sin que hubiera (sin que pareciera haber) intervención del pueblo.
Fue un gran intento. Lo maliciosos del momento pensaron: una solución de compromiso, para unos años…pero ha durado caso mil años (en contra del refrán: ¡no hay mal…!). El Papa decidió crear un colegio cerrado de electores, que, por un lado, dependieran directamente de el (que los nombraba) y que, por otro, eligieran al Papa papa, formando así un círculo jerárquico autónomo, que se separa del pueblo creyente. Se pensó que Dios intervenía de un modo más directo en la elección de los papas si es que no había intervención del pueblo, ni influjo de los pobres de Dios a los que quería Jesucristo. De esa forma se creó el organismo más endogámico de la historia universal, un organismo que ha durado mil años: Uno (el Papa) nombre a los otros, y los otros nombran al Uno (el Papa), como en una cámara hermética.
Endogamia divina
Ciertamente, Dios puede actuar a través de ese organismo endogámico, pues Dios se ajusta a (casi) todo lo que hagamos con él, pero las cosas se podían (se debían) haber hecho de otra forma. Pero vayamos al grano. Para visualizar la «irrupción» de Dios se estableció un cuerpo interno o senado de «príncipes de la iglesia», llamados cardenales, «quicios» de las puertas eclesiales del reino de los cielos, cuyas llaves tiene el Papa. Así aparecieron como poseedores de un derecho divino, que les situaba en la práctica por encima de los obispos y del conjunto de los fieles cristianos. La constitución del colegio de cardenales y el establecimiento de cónclaves para las elecciones pontificias constituye un signo especial de esta nueva autoridad del Papa que se separa y se eleva sobre todos los restantes poderes de la tierra.
En principio, los cardenales (de cardo: gozne o bisagra) habían sido responsables de una actividad o lugar de culto, en Roma y en otros obispados de Francia, Alemania o España (Santiago de Compostela). Pues bien, Nicolás II, que había sido ya nombro Papa por un pequeñísimo grupo de cardenales, reguló su función como cuerpo de electores de los papas, que a su vez les elegían a ellos, en la bula In nomine Domini (1059). Al pueblo cristiano de Roma (y a la Iglesia Católica) no le quedaba más función que orar y aplaudir en el transcurso y al final de las elecciones. De esa forma, la elección del Papa se convirtió en tarea de unos privilegiados y el Papa elegido perdió en realidad su función de "obispo" (animador) de su comunidad concreta (de Roma), de manera que recibió y mantiene la jurisdicción sobre el conjunto de la iglesia, desde el momento en que es elegido, aunque no sea aún obispo, ni haya tomado posesión de su sede.
La cola de los cardenales pertenece al oficio
Había un problema de fondo (la independencia del papado), pero también una cuestión de comportamiento: se trataba de buscar el modo más eficaz para elegir al Papa, pues su nueva autoridad parecía oponerse a otras formas de elección directa, con la intervención el pueblo cristiano. Se pensó que la mejor solución era crear un círculo sagrado (=cerrado) de electores que se alimentara a sí mismo, sin intervenciones exteriores: cada Papa nombraba unos cardenales (emparentados casi siempre con las familias dominantes del entorno) que elegían al nuevo Papa y así sucesivamente, con inmunización (aislamiento) del papado, como si el centro de la iglesia fuera un círculo sagrado girando en torno a sí mismo. Todo se podía hacer, quizá, para los pobres; pero todo se hacía sin los pobres, en el estilo más perfecto de las dictaduras ilustradas consecuentes.
Lo extraño es que ese «invento» canónico (muy alejado del espíritu cristiano de diálogo comunitario que suponen Mt 18, 15-20 y Hech 15) haya funcionado bastante bien, de manera que, con ligeras variantes, se ha seguido manteniendo hasta el momento actual, de manera que el cuerpo dirigente de los cardenales y el mismo Papa adquieran una independencia radical respecto del buen pueblo cristiano. El alcance y posibilidades del nuevo método de nombramiento había quedado calro cuando el año 1058, cinco cardenales, reunidos fuera de Roma, sin intervención del clero ni del pueblo, eligieron Papa a Nicolás II (1058-1061). La iglesia concreta de Roma quedaba marginada, pues sólo algunos hombres especiales (¡nunca mujeres!), elegidos en nombre de ella, por el Papa anterior, se arrogaban el poder de elegir a su obispo. El método, que según alguno es de los menos evangélicos que pueda imaginarse, se ha mantenido a lo largo de los siglos por inercia de una tradición sacralizada.
Lógicamente, esos cardenales, que son un puro invento humano, han tenido que conquistar su autoridad y mostrar su grandeza y así lo han hecho, sobre todo en los siglos XV-XVII, cuado han sido los árbitros de la elegancia y del arte, de la buena vida y de la belleza del mundo. Para mostrar que eran importantes se pusieron la cola. Para indicar que el papa dependía de ellos… se vistieron de un rojo muy largo, muy largo. Un cardenal sin cola no merece mucho la pena. Por eso es bueno que se la ponga, pues ella da inmunidad y autoridad y muchas cosas…
Me gusta que Antonio Cañizares se ponga la capa y la cola
Los cardenales han sido una institución ejemplar, hay que quitarse el sombrero ante ella. Ellos han conseguido lo que: que el papa se independiente de los emperadores otones y de los reyes luises o felipes. ¡Bendita y bien recordadas sea su función, con capa y cola o sin ella!
De todas formas, los cardenales han sido cabezotas… y para que cumplan su deben y nombren a su tiempo al papa han tenido que inventarse los cónclaves, a puertas cerradas… y casi a pan y agua, castigados, sin salir, hasta que hagan los deberes.
Las cosas eran clarlas: para hacer viable la elección de los papas, dentro de ese contexto cerrado de una aristocracia cardenalicia, muchas veces enfrentada por cuestiones de dominio religioso y económico, tuvieron que inventarse los cónclaves o reuniones a puertas cerradas, que durarán todo el tiempo que los cardenales necesiten para votar y elegir por mayoría a un candidato. Los cardenales tuvieron que encerrarse para hacer posible su función (sin abandonar su clausura hasta la elección del Papa)… Pero el cónclave a puertas cerradas y con secreto bajo pecado mortal (¡que nunca se ha cumplido del todo, como muestran los rumores de estos días sobre la elección de Benedicto) tuvo también otra finalidad: quería marcar su independencia: un momento central de la vida de la iglesia quedaba de esa forma separado de la dinámica concreta de los fieles (de la diócesis de Roma), viniendo a convertirse en objeto de de un trabajo cerrado de pactos y pactos de cardenales con cola.
Posiblemente no ha existido en la historia del derecho una reglamentación más estricta y rigurosa que la elaborada para los cónclaves papales, con unos electores que se encierran por meses, e incluso por años, y no salen de su encerramiento (en malas condiciones higiénicas, alimenticias y de espacio) hasta elegir al Papa. Mirada desde fuera, la historia de mil años de cónclaves ha sido ejemplar y escandalosa: ejemplar porque, a pesar de todas las dificultades, una y otra vez, los cardenales han logrado elegir un Papa, manteniendo así la tradición petrina y la unidad de la iglesia; escandalosa porque en ella se han dado tensiones y luchas poco acordes con el evangelio y con la misión que se supone propia de los cardenales y, sobre todo, del Papa. Las cosas no están claras, como ha vuelto a mostrar Benedicto XVI cambiando una vez más las normas de su predecesor Juan Pablo II. Pero posiblemente se trate de parches. Mientras los cardenales sean lo que son (mientras no acabe su milenio… que se acaba pronto) ellos deben llevar capa y mostrar su diferencia. Ha hecho muy bien Don Antonio Cañizares al recordarlo.
Todo el tema es de mi libro Historia y futuro de los papas, Trotta, Madrid 2007. Para un estudio más preciso del tema, cf. A. PIAZZONI, Historia de las elecciones pontificias, Desclée de Brouwer, Bilbao 2005, que ofrece una amplia selección de datos y una rica bibliografía.