El dinero de Dios. Evangelio de Mateo

1. En principio (Gen 1-2), Dios no dio a los hombres el dinero,
sino la vida (su Soplo divino) y con ella les regaló la tierra con los mares, las plantas y los animales,la luna y las estrellas...con la inteligencia y el amor y un deseo insaciable de Vida (de sí mismo, de Dios)
2. Pero ellos, los hombres, crearon el dinero
y lo pusieron por encima de todas las cosas,
y lo convirtieron en Poder supremo de la historia (poderoso caballero...),
de tal forma que muchos confunden y mezclan a Dios con el dinero,
y por dinero olvidan a Dios (se olvidan de sí mismos),
se engañan, combaten y matan, convirtiendo su historia
en historia de la muerte y el dinero (que pudo ser bueno, y se ha hecho malo).
3. Jesús no vino a resolver el tema del dinero,sino a
recordar a los hombres lo que son, hijos de Dios, hermanos y amigos ,
pero al hacerlo (para hacerlo) ha tenido que hablarles del dinero,
que les tenía y les tiene esclavizados, angustiados, divididos...,
de tal forma que muchos olvidan su auténtica grandeza
y piensan que son sólo dinero (el dinero que el mismo Dios les habría dado,
conforme a la re-composición de Miguel Ángel, haciendo a loa hombre dinero).
4. Los evangelios de Jesús no tratan directamente de dinero,
sino de la vida y el amor, de la felicidad y del Reino de Dios,
pero nos ayudan a situarlo en su nivel humano,
desde el mismo fondo de la vida que Dios nos ha dado y que nosotros hacemos,
con sus retos y sus necesidades.
Desde ese fondo quiero tratar aquí de El Dinero en el evangelio de Mateo, retomando un trabajo que publiqué hace un tiempo en una revista teológica de Chile, y lo hago de forma introductoria, aunque quizá algo larga, para lectores con menos tiempo. Que lean el post, si les parece, en dos mitades. Mañana o pasado concretaré el tema, hablando de las parábolas del dinero en Mateo, y en especial de los Talentos (Millones), que Dios habría dado a sus empleados-amigos los hombres.
Cada evangelio se sitúa (y nos sitúa) en una perspectiva diferente ante el dinero, pues había diversas tradiciones de Jesús y las comunidades cristianas eran también diferentes, ente el 70 y el 100 d.C.Pero los problemas principales eran semejantes a los nuestros:
-- Se suele decir que Marcos ha sido más radical en relación con la renuncia del cristiano ante el dinero;
-- Lucas ha puesto más de relieve la llamada de Jesús a la "pobreza" (con su misericordia y su amor por los pobres);
-- Juan navega sobre un mar espiritual, aunque condena de manera inexorable a los ladrones, como Judas:
-- Mateo parece haber escrito su evangelio para una comunidad "más rica", en la que existen ya cristianos que disponen de ciertos medios económicos.
Mateo ofrece una visión muy intensa, equilibrada, del sentido y el uso del dinero o,mejor dicho, de los medios económicos, al servicio del Reino de Dios (o de la idolatría y de la muerte).
Introducción
El pueblo de Israel ha conocido el dinero desde los tiempos más antiguos, pero su uso ha sido limitado, entre las clases campesinas, pues gran parte de ellas han vivido hasta el tiempo de Jesús al nivel de una economía de subsistencia, produciendo lo necesario para vivir o adquiriendo por trueque los productos faltantes, como ha sucedido en muchas sociedades agrarias hasta tiempos muy recientes. En vez de moneda acuñada (de oro, plata o bronce) se empleaban más bien como dinero animales (ganado mayor y menor: pecunia) y medidas de alimento (de trigo, vino o aceite). Por eso resulta peligroso comparar rápidamente aquella sociedad no monetaria con la nuestra de occidente, casi totalmente monetarizada.
De todas formas, los judíos (con los fenicios, sus "primos hermanos") llegaron a ser pronto expertos en dinero: Así crearon algunos de los primeros "bancos" en Babilonia, su gran Templo de Jerusalén (cuyo culto sostienen todos los judíos con dinero) se convirtió en unas de las instituciones económicas más ricas y rentables desde el tiempo de los tolomeos y seleúcidas (siglo III a C), estando al fondo de las guerras macabeas. Por otro lado, el imperio romano (que exige a sus súbditos tributo monetario) y los reyes y nobles de la familia herodiana (inmensamente rica) hicieron que el dinero ocupara un lugar importante en la sociedad judía del tiempo de Jesús.
Es posible que los primeros cristianos usaran poco dinero, pues vivían (en el ámbito rural) al nivel de economía de trueque... Pero el dinero (y la comunicación económica) fue para ellos muy importante, como indica la famosa "colecta" que Pablo realizó por las comunidades de Asia, Macedonia y Acaya (entre el 50 y el 56 dC.) para socorrer a la Iglesia de Jerusalén, con resultado incierto. Por eso resulta sorprendente la cantidad de alusiones no sólo económica, sino también monetarias que hallamos en los evangelios, escritos unos años más tarde (del 70 al 100 dC). A modo de ejemplo, quiero destacar algunas de ellas, tomando como base el Evangelio de Mateo, en su conjunto.
1. PRINCIPIO. TRES "DINEROS"
a). Mt 2, 11. Primer "dinero": el oro de los magos.
Ellos llevaron a Jesús los dones más preciados de la tierra:"abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro (riqueza), incienso (honor), mirra (perfume)". Son dones simbólicos, más en la línea del honor y la gloria personal que de la economía. En principio, el oro de que trata el texto no es dinero de trueque, no es medio para comprar o conquistar el mundo, sino que es símbolo de realeza y gozo, de disfrute placentero y plenitud vital, en la línea del incienso y de la mirra.
El oro de los magos no es "dinero" (sino signo de honor y realeza) y Jesús no va a emplearlo para comprar "medio mesiánicos" (comida, espadas, servidores), pero está inserto dentro de un mundo donde ya el oro es dinero, donde judíos y romanos compran y venden por oro, queriendo conquistar de esa manera el mundo. Por eso, este Jesús, mesías del oro gozoso y glorioso de la vida, va a chocar con los traficantes del oro del mundo. Quizá podemos afirmar que todo el evangelio de Mt ha de entenderse como proceso de interpretación de este oro mesiánico, que es oro de magos (no de comerciantes) de este mundo, oro de la vida que se pone al servicio de los otros.
Este oro empieza abriendo un camino simbólico esencial en el comienzo del evangelio: en primer lugar es don (regalo), no objeto de conquista; en segundo lugar, es oro de los pobres perseguidos, pues en todo el resto de la escena (Mt 2, 1-23) este Jesús del oro aparece perseguido y exilado por los reyes de este mundo que buscan otro tipo de oro. El fin y sentido de de la vida no es la austeridad, sino el despliegue gozoso y bello de los grandes valores de tierra
b). Mt 4, 1-8. Segundo dinero: el pan del Diablo.
Los magos ofrecieron a Jesús (a sus creyentes) la forma originaria del dinero: el regalo del oro más bello y hermoso, vinculado a la gloria de perfumes y de aromas. Pero, al lado de ese regalo "innecesario" (se puede vivir sin oro/incienso/mirra) están las cosas necesarias de la vida, la primera de las cuales es la comida. Aquí es donde interviene el Diablo.
La comida que debía ser regalo gozoso compartido viene a presentarse ahora como principio de sumisión o demonización universal de la vida. Mt y Lc (ambos deudores de una vieja tradición del Q) han cambiado el orden de las dos restantes "tentaciones" (del poder diabólico, de la religión satanizada), pero han puesto en el principio el pan, como primer problema, punto de partida en el proceso de satanización del mundo.
– El pan (como antes el oro) es un símbolo universal: es la expresión de aquello que sacia al humano, empezando por la comida. Ciertamente, el pan no es dinero sin más, pero es (con el oro del honor/belleza) el principio de todo dinero, expresado hasta hace poco, en casi todos los pueblos, con símbolos de comida (la moneda es equivalente de la medida de trigo o de un número de ovejas o cabras). El pan aparece aquí como punto de partida de un camino de demonización económica de la realidad, que se expresa luego por poder sacral y político.
– El Diablo quiere aprovecharse de bienes necesarios (pan) para esclavizar a los demás y dominar la tierra, controlando la palabra, convirtiendo la religión (templo) en autoridad mágica e interpretando el reino de este mundo (poder) en exigencia de adoración. El Diablo representa el mesianismo del pan/dinero, como principio y signo de sometimiento universal. Jesús, en cambio, representa el mesianismo de la palabra y gratuidad.
c) Mt 4, 18-22. Tercer dinero: el trabajo de los pescadores.
Del patrón oro (magos) y del patrón pan impositivo (Diablo) pasamos significativamente al patrón trabajo, representado y recreado en la escena de la vocación al discipulado, que de algún modo nos sitúa ante la palabra originaria de Gen 3, 17: "con el sudor de tu frente comerás...". Las grandes revoluciones anarquistas y comunistas de XIX y XX nos han recordado, con éxito sólo limitado, que el único capital verdadero del ser humano es su trabajo: el dinero es opresión, el sistema salarial esclavitud; el único tesoro y riqueza del hombre honrado es su trabajo.
Es evidente que Jesús no rechaza el trabajo, pero su mesianismo no consiste en enseñar a trabajar a los humanos: no ha planeado y construido una cooperativa agraria o industrial, una buena fordería o falansterio. No ha entendido a los humanos como "hormigas", productores mesiánicos de una gran empresa nacional o internacional, sino como personas que pueden y deben prepararse para el reino de la gratuidad y el gozo de la vida. De este fondo se entiende la escena de la llamada que dirige a los cuatro trabajadores del lago (Pedro, Andrés y Zebedeos). La riqueza mayor que ellos tenían no es ya el oro, ni el almacén de pan, sino el buen trabajo, en medio de una "buena familia". Jesús les llama y ellos dejan redes y padre, trabajo y familia, para ponerse el servicio del evangelio.
Quizá saliéndonos del contexto inmediato del evangelio, pero interpretándolo a la luz del mundo actual, podemos decir que la humanidad en su conjunto ha aprendido a producir, tiene pan suficiente para todos los humanos, pero no ha aprendido (ni quiere aprender) a compartir, es decir, a establecer relaciones personales de gratuidad. En esa línea de servicio a la gratuidad, de transformación gozosa del ser humano, ha querido situar Jesús a los cuatro primeros pescadores. El capital que ellos tienen no es oro ni pan, sino capacida de ayuda a los humanos.
2. SERMÓN DE LA MONTAÑA. EL DINERO CRISTIANO
a) 5, 23-25. Dinero de Dios, reconciliación humana: cuando llevas tu ofrenda al altar...
Conforme a una visión religiosa normal (precristiana, extra-cristiana), los hombres debemos regalar cosas a Dios (toros y corderos, aceite y flor de harina, monedas de impuesto), ofreciéndolas al templo donde las reciben, consagran y en parte las consumen los mismos sacerdotes. En este primer momento, el Jesús de Mt no ha rechazado de manera directa esas ofrendas, pero dice que ellas vienen después: primero debemos arreglar los problemas interhumanos, que no haya nadie en el mundo que tenga algo en contra de nosotros; después podremos darle a Dios lo que nos parezca.
De esta forma asume Mt un tema universal de la profecía israelita, expresado de forma definitiva por Is 1, 10-20 o Jer 7, 1-15: la verdadera ofrenda a Dios es la justicia interhumana. Más que el posible don a Dios (a quien a veces queremos comprar con nuestras donaciones) importa el perdón interhumano. Pues bien, Mt empieza asumiendo un tema judío, dejando abierto por ahora el gesto sacral de llevar el don al templo. De esa forma pacta con aquellos judeocristianos, que pensaban que era bueno llevar toros y cabras para el altar de Jerusalén, como signo de ofrenda religiosa y de sumisión o reverencia ante los sacerdotes. No critica el culto, no quiere herir a los hermanos que piensan de otra forma. Pero les traza un largo camino, diciendo: "reconciliaos primero con aquellos que tienen algo en contra de vosotros".
Eso supone que el mismo don del templo (cordero o dinero, cabrito o flor de harina) puede y debe convertirse en medio de reconciliación interhumana. El texto no lo dice, pero lo está suponiendo. No sanciona la pobreza (no tener nada), no pide miseria a los creyentes, sino todo lo contrario: supone y quiere que ellos tengan bienes, pero no para gastarlos de un modo egoísta o para ponerlos sobre el templo, sino al servicio de la reconciliación interhumana. En contra de lo que sucede en Mc 13, 41-44 (viuda pobre que da al templo todo lo que tiene, para así morir mesiánicamente), Mt entiende la riqueza como medio de la reconciliación interhumana. El problema está en el vete primero (proton) a reconciliarte con tu hermano... Literalmente, el texto supone que después, ya reconciliado, puedes quemar el cordero para Dios, en el altar del templo. Históricamente, no hay tal "después": nunca acabaremos de reconciliarnos en este mundo.
b) 6, 1-18. El pan nuestro de cada día. Dinero para perdonar.
Conforme a una famosa tríada judía, Mt ha recogido en este largo pasaje, en forma armónica, los tres gestos centrales de la existencia humana: en su relación con el prójimo (6,1-4: limosna), con Dios (6, 5-15: oración) y con uno mismo (6, 16-18: ayuno), introduciendo en lo relativo a la oración la formula litúrgica del Padrenuestro. Es significativo el hecho de que los tres gestos aparezcan definidos como justicia en sentido bíblico. En ese contexto, la limosna (¿de dinero? ¿de bienes de consumo?) significa aquí compartir lo que se tiene: no es caridad intimista, dar lo que sobra, sino abrir los bienes propios hacia los demás, conforma a la mejor tradición israelita.
Sólo dentro de esa unidad, al servicio de la comunicación de bienes y en un contexto de oración, tiene sentido el ayuno como vencimiento personal. Desde este fondo se entiende la oración, donde se vinculan el Padre nuestro (descubrimiento personal de Dios como fuente/madre de amor) y el Pan nuestro (entendido como riqueza compartida). Frente al pan de Diablo de 4, 1-5 (riqueza egoísta, posesiva) aparece aquí el pan de Jesús (que es signo del gozo cotidiano y compartido de la vida, tal como se expresa en los bienes materiales, especialmente en la comida).
Pues bien, en ese fondo se sitúa la palabra económica más importante de la tradición sinóptica: perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (6, 12).
La traducción litúrgica, quizá por evitar la radicalidad del texto (fundándose en el posible sustrato arameo del texto, donde deuda y pecado sería semejantes), la ha interpretado diciendo: perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No es mala la interpretación, pero desvirtúa el sustrato económico integral de esta petición del Padrenuestro. Es evidente que aquí las deudas se entienden en clave económica integral, como veremos en el texto paralelo, donde se expande esta temática, de 18, 23-35. Aquí se incluye, sin duda, el perdón de las deudas de dinero.
Éramos deudores ante Dios, pero Él nos ha perdonado todo, ofreciéndonos gratuitamente amistad y salvación. Desde ese fondo, tanto el Padrenuestro como 18, 23-3 quieren que expresemos el perdón y gratuidad de Dios (plano religioso) en términos de perdón y gratuidad humana, partiendo del mismo nivel de lo económico. Ni el Padrenuestro ni la parábola piden a los fieles de Jesús pobreza material, sino que piensan que ellos tienen (o pueden tener) riquezas que han prestado a los demás, debiendo perdonarlas. La pobreza material importa menos; es totalmente secundario el uso o no uso de dinero (como símbolo de riquezas). Lo que Jesús ofrece y pide a un nivel económico es la plena gratuidad: que perdonemos unos a los otros todas las deudas, de manera que así podamos vivir en un nivel de donación mutua.
c) 6, 24-33. Dios contra el capital. No podéis servir a Dios y a la Mamona.
El ídolo primero, opuesto a Dios, no es principio el puro orgullo interior, ni la envidia o mentira intimistas, ni algún tipo de placer sexual desordenado, ni siquiera el mismo Diablo, tomado en su forma separada. Lo opuesto a Dios, en su entidad visible (como objetivada) es la Mamona, es decir, la riqueza absolutizada: el capital hecho meta de la vida, el sistema monetario convertido en fin de la existencia.
La Mamona no es el dinero en cuanto realidad objetiva, sino el sistema destructor (de violencia y muerte) que desvela y despliega sobre el mundo ese dinero absolutizado, que no se pone ya al servicio de la vida, sino de la opresión. De esa forma se opone a lo divino. Dios es gratuidad, la Mamona interés; Dios libera, la Mamona esclaviza a sus devotos y destruye (oprime) a todos el resto de los humanos. Dios es comunión, gozo de vida compartida, la Mamona vuelve egoísta a quien la sirve.
Esta revelación del carácter antidivino (diabólico) de la Mamona constituye quizá la aportación teológica fundamental de la tradición del Q (recogida también en Lc 16, 13). No hay un Diablo ulterior, no hay un mal que viene luego: el Diablo el Mal supremo lo tenemos ahí, frente a los ojos: es la Mamona entendida como principio universal de enfrentamiento, envidia y muerte. Ella no es riqueza sin más, no es dinero material, ni bienes de consumo, sino un sistema económico divinizado, que emplean algunos (sus beneficiarios y esclavos), esclavizando al resto de los hombres.
3) DINERO DE IMPUESTOS.
a) 17, 24-26. No hay impuesto religioso.
Jesús sigue ofreciendo su mensaje de "entrega de la vida", mostrando donde se halla la auténtica riqueza del humano: en la vida que él puede regalar y se regala de manera generosa, en favor del reino, en camino de oración y de servicio hacia los otros (17, 1-20). Pues bien, mientras él se sitúa a ese nivel de riqueza suprema y entrega de la vida (17, 22-23), los recaudadores del impuesto religioso judío preguntan si paga la didracma (más o menos el salario de dos días de trabajo).
El pasaje ofrece una profunda disonancia significativa: Jesús sabe que le van a pedir la vida y que va a regalarla, en gratuidad, completa, como Hijo de Dios. Pues bien, tan pronto como dice eso, se le acercan a pedir su pobre impuesto monetario los funcionarios del templo de Jerusalén. Esta es, sin duda, una escena parabólica, construida, desde la enseñanza de Jesús, en un tiempo en que los cristianos discutieron sobre la obligación de pagar el impuesto religioso judío (una didracma, es decir, medio siclo por año), para mantener el culto del templo. La respuesta de Jesús tiene dos partes:
– Los hijos no pagan... (17, 25-26). Jesús ratifica la enseñanza básica: los creyentes son hijos de Dios y no tienen que pagarle nada. La relación con Dios no se expresa en claves económicas: nada le debemos, nada nos exige. No hay impuesto "religioso", no hay obligaciones sacrales con respecto a Dios. Eso significa que los fieles no deben mantener culto monetario (oneroso) ninguno, pues el único culto cristiano es la vida filial y fraterna. De esa forma cesan todas las obligaciones económicas entendidas en sentido religioso estricto, como si debiéramos y pudiéramos pagarle algo a Dios.
– Para que no se escandalicen... (17, 27). Pero, en un momento determinado, para evitar el escándalo, dentro de comunidades que no son maduras, los creyentes más espirituales pueden ceder, contribuyendo al desarrollo del "culto" religioso. Aquí estamos ante un Jesús no totalmente "cristiano", capaz de ceder, por la paz siempre frágil de una comunidad dividida entre la sacralidad antigua y la nueva libertad evangélica, como sabe en otro contexto Pablo (Rom 14; cf. Hech 15, 28ss).
b) 22, 15-22. Dinero del César. Impuesto político.
El texto anterior (unido a 17, 24-27) nos situaba ante el tributo especialmente religioso del templo, que todos los judíos pagaban sin protestar; ese tributo anual del siclo (didracma) tenía también elementos sociales y políticos, pues todos esos elementos se encontraban entonces profundamente vinculados. Pues bien, siguiendo la tradición de Mc 12, 13-17, Mt nos sitúa ante el tributo político del César.
– Ese tributo era básicamente social (político), dedicado a la administración del imperio, pero también (como supieron siempre los celotas y muchos fariseos) un rasgo también religioso: el emperador podía aparecer y aparecía como signo de Dios sobre la tierra, como vieron más tarde muchos cristianos que le negaron reverencia. Pues bien, esta escena y palabra de Jesús, cuidadosamente elaborada por la tradición sinóptica, marca la reserva teológica cristiana. Por un lado, Jesús dice que hay que dar a Dios lo que es de Dios, y evidentemente a ese nivel no entra el dinero (como indicaba el pasaje anterior). Por otro lado añade que hay que dar al César lo que es del Cesar, en respuesta ambigua (paradójica) que deja abiertas las puertas a la secularización cristiana.
– Jesús no ha caído en la trampa que le han tendido: no ha dicho sí, ni no. Posiblemente el Jesús histórico no pudo ni quiso pagar tributos al César, pues nada tenía, sino que quería iniciar una economía distinta, de pura gratuidad. Pero su Iglesia (partiendo de Pablo) aceptó el status quo, y optó por pagar (en un plano) el tributo al imperio, interpretando así las palabras de Jesús. Es claro pues que el Evangelio de Mateo (con el de Marcos) que no ha negado el pago del tributo, pero lo ha separado claramente de las cosas del Dios (del reino), situándolo a un nivel de administración política.
-- Una vez dicho esto, el verdadero problema empieza: todo es de Dios, como sabe el evangelio, y en ese sentido el César no puede situarse a su nivel. Por otro lado, ese Dios de totalidad (de los pobres) deja abierto un camino para que el César pueda realizar las tareas sociales. Jesús es radical en su mensaje, pero no es purista ni en sentido espiritual (como si buscara sólo la oración), ni en sentido político (como si quisiera alzarse contra el César). Su radicalidad puede vincularse y se vincula a la aceptación de un orden social con cierta autonomía, donde tiene sentido el dinero del César, pero subordinado al Reino de Dios.
El significativo el hecho de que el mismo Jesús que ha condenado (en nombre de Dios) el dinero del templo no haya condenado, sin más el dinero del César, abriendo así un camino para la creatividad concreta y la convivencia política entre los hombres.
c) Funcionarios de impuestos. Los publicanos
Más que el tema abstracto de los impuestos le interesa al Jesús de Mateo el tema de los “recaudadores de impuestos”, que en Israel recibían en aquel tiempo el nombre de “publicanos” (hombres del telonio u oficina de impuestos). En tiempos de Jesús eran generalmente odiados, porque parecían haber negado su identidad nacional (de pueblo de la alianza, fundado en la fraternidad e igualdad de todos), poniéndose al servicio de un dinero convertido en fuente de opresión. Pues bien, en esta circunstancia, Jesús no discute directamente el sistema económico, de un modo general, sino que busca a las personas (en este caso a los publicanos) para ofrecerles, a ellos también el reino de los cielos. En este contexto se sitúa la escena paradigmática del encuentro de Jesús con Leví, el publicano, que en la versión de Mateo dice así:
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mt 9, 9-13).
A partir de aquí debe entenderse la trasformación de los “publicanos” (los hombres que administran el dinero). Significativamente, no se trata de los “reyes”, no de los poderes económicos en cuanto tales, sino de aquellos que han puesto su vida al servicio del dinero. Jesús les busca de un modo especial a ellos.
En este contexto se sitúa el famoso dicho en el que se recoge la tradición de Juan Bautista y su relación con los publicanos y las prostitutas.
Porque Juan vino a vosotros en el camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aunque vosotros lo visteis, después no cambiasteis de parecer para creerle” (Jn 21, 22).
Se trata evidentemente de una fe (fe en el mensaje de juicio del Bautista, fe en el Reino de Jesús) que es capaz de transformar los dos casos típicos de “venta de los valores” más hondos por dinero.
La prostituta tiene que vender su intimidad corporal.
El publicano tiene que vender su intimidad económica.
Pues bien, el evangelio es capaz de transformarlos a ambos.
Hay algo que es más grande que el dinero: la Fe en el Dios del amor liberador.
4) CONCLUSIÓN. LAS TRES PARÁBOLAS DEL DINERO.
a) 18, 23-35. Primera parábola: de nuevo el perdón.
Nada debemos a Dios, nada tenemos que pagarle en plano religioso, pues es Padre y nos perdona todo, si algo le debiéramos. Pero en un nivel social, en nuestras relaciones con el prójimo, tenemos que expresar ese perdón en forma de gratuidad interhumana. Así lo expresa este nuevo pasaje, donde culmina el capítulo eclesial (17, 24-18, 35), centrado en la discusión sobre el valor de los pequeños y la exigencia de una ley comunitaria, con una parábola del perdón que se expresa en claves económicas.
El primer protagonista de la parábola es un rey perdona la deuda incalculable de su ministro injusto y ladrón, porque este se lo pide, revelando de esa forma el poder de la misericordia que está por encima de toda ley del mundo. Pero este ministro no quiere perdonar a un consiervo que le debe una pequeña suma de dinero ¿Que hará al rey? ¿Seguirá ofreciendo perdón a quien lo ha recibido sólo para aprovecharse de él y no quiere expandirlo en su entorno?
La parábola nos sitúa en el lugar donde se cruzan y fecundan dos lenguajes: la gratuidad fundante del rey, reflejada en el perdón de una suma incalculable de dinero (diez mil talentos) y justicia inmisericorde que no quiere perdonar a quien le debe una modesta suma económica (cien denarios). Volvemos así al lenguaje y tema que ya hemos estudiado al hablar del Padrenuestro (6, 12), entendido en claves económica: le decimos a Dios que nos perdone todo (los 10.000 talentos) pues nosotros perdonamos a los otros (los 100 denarios).
Esta parábola (lo mismo que el Padrenuestro) supone que podemos emplear dinero. Lo que importa no es la pobreza como miseria o carencia de bienes económicos, sino el perdón y gratuidad abierto a los demás, no sólo en plano espiritual sino también económico. El evangelio apuesta por una economía convertida en signo de perdón y reconciliación interhumana. Por eso ha tenido que contar esta parábola del perdón en claves monetarias, porque es a ese nivel (antaño como hogaño) donde el perdón resulta más difícil en el mundo.
b) Mt 20, 1-16. Segunda parábola: el dinero (=denario) de la gratuidad.
Conforme a la simbología bíblica, un denario es el jornal del día. Por un día ha comenzado a contratar el amo a los primeros jornaleros, ajustándose con ellos a un denario. Pero el amo ha vuelto a salir a la plaza, una y otra vez, a lo largo del día, contratando nuevos jornaleros, hasta la hora undécima, cercano ya el fin del trabajo. Evidentemente, los trabajadores han calculado el jornal en términos de salario: recibirá más dinero quién más ha trabajado. Pues bien, con gran escándalo de los sufridos obreros de la mañana, el amo paga a todos el mismo jornal: un denario.
– Salario y gratuidad. En el fondo del relato está el problema del salario y la justicia. Quizá hay también una disputa entre judeocristianos (obreros del día entero) y paganocristianos (de la última hora) ¿Es justo que todos reciben lo mismo? En términos de salario no es justo. Pero Jesús, con esta parábola y con toda su conducta, ha superado el nivel de la justicia legal, para situarnos en un plano de pura gratuidad, donde la vida es don para todos.
– Más allá del salario...El denario, que ha empezado siendo un dinero material, viene a convertirse en signo de gratuidad. Es la expresión de don de Dios su gracia soberana, en clave de salvación. Hemos pasado del nivel de la obras de la ley al de la gracia (por utilizar una terminología paulina). Este es el nivel donde se sitúa y cobra su sentido la pobreza/riqueza de la vida religiosa, hecha expresión de gratuidad. Más allá de los cálculos y salarios del mundo, Jesús ha revelado el más hondo principio de la gracia que iguala en amor (en promesa de salvación) a todos los humanos.
c) 25, 1-46. Últimas parábolas: talentos y servicio interhumano.
-- El pasaje empieza con la parábola de las diez vírgenes, sabias y necias (25, 1-13). La riqueza máxima de las muchachas que esperan al esposo es el aceite de la lámpara: es la fe, las buenas obras. Con ella pueden entrar en las bodas las vírgenes sabias, tras la noche larga de la muerte y de la historia. Pues bien, en contra de ellas, las vírgenes necias han dejado gastar el aceite y no tienen dispuesta la lámpara en la hora de las bodas. Irónicamente se les dice que "vayan a comprar" el aceite, pero llegan tarde: este es un aceite que no puede comprarse en las tiendas de la tierra y de la historia. Supone la parábola que ellas tienen dinero del mundo, que puedan salir en la noche y buscar en las tiendas... Pero ese aceite así comprado no les vale; el reino de Dios no puede adquirirse de esa forma.
– Dinero para producir: los talentos (25, 14-30). De la luz de la lámpara que Dios ha ofrecido a los humanos para que la cuiden pasamos a los talentos que recibe cada uno, para administrarlos, al servicio del amo. Culminan así las parábolas monetarias del evangelio. Las anteriores (18, 21-35; 20, 1-16: propias de Mt) destacaban paradójicamente la gratuidad y el perdón, en términos económicos. Esta, tomada de la tradición del Q (cf. Lc 19, 11-27) pone de relieve la responsabilidad del hombre ante el juicio de Dios. La vida es como un capital (un dinero) que se nos ha confiado y debemos ponerlo en rendimiento. Es válido el tema en clave de responsabilidad, pero el simbolismo del dinero resulta duro, poco abierto a la ternura y a la misericordia de Dios que ha revelado Cristo. Este Dios de los talentos (Dios del dinero) no parece salvador, sino dueño duro de un duro negocio que pasa revista a sus siervos.
– Tuve hambre y me distéis de comer... Más allá del dinero (25, 31-46). Las parábolas anteriores culminan y quedan asumidas en esta, que no habla de dinero sino de solidaridad interhumana. Ciertamente no condena la riqueza y posesiones (es bueno tener pan y casa, libertad y salud), sino el utilizarlas para el egoísmo propio, dejando en necesidad (con hambre, sin casa) a los que están viviendo a nuestro lado. Dinero o no dinero es secundario, secundaria también la riqueza en cuanto tal... Lo que importa es la solidaridad: el hecho de que hombres y mujeres puedan ayudarse, alimentarse, acogerse, visitarse... El dinero es medio que puede servir para el encuentro interhumano y en ese aspecto es bueno. Pero también puede convertirse en signo de poder, en expresión de egoísmo de algunos, y en ese aspecto es malo.
Acaba con esto la trama del evangelio. Más allá de las grandes parábolas sobre las vírgenes y los talentos, retraducidas por Mt 25, 31-46 como exigencia de ayuda mutua (dar de comer, acoger/vestir, visitas a los expulsados de la sociedad) no puede haber ya nada. Nos hemos situado en el límite, al final de los tiempos. El tema del dinero queda integrado en la gran tarea de la realización solidaria de la vida.
El tema seguirá mañana, con la parábola de los talentos...