La emigración, un tema económico, social y religioso Los emigrantes nos evangelizan. Sólo ellos puede recrear el cristianismo establecido

Según el programa de Jesús, tal como lo pone de relieve el Papa Francisco, nosotros (cristianos establecidos y ricos, con casa firme hace siglos) no podemos mantener y recrear el evangelio a no ser que nos dejemos convertir y transformar por los emigrantes pobres. Por eso, allí donde se viene diciendo desde la Edad Media "los pobres os evangelizarán", tenemos que precisar "sólo los nuevos emigrantes podrán evangelizarnos".

Sólo ellos nos transmitirán de nuevo el evangelio, ofreciéndonos la vida de Jesús (salud, humanidad), como ratifica la palabra central de la misión cristiana (Mt 10, 5‒15). Sin la misión (buena nueva evangelizadora) de los pobres nuestra sociedad opulenta y post-cristiana no tiene más salida que la muerte.

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Las reflexiones que siguen provienen de X. Pikaza, Revista 21, Agosto-septiembre 2020 (desde la perspectiva del Papa Francisco) y de Historia de Jesús, VD, Estella 2015, donde analizo el modelo de misión de Cristo.

Revista 21, en la línea del Papa Francisco

 Quizá el tema central del "pontificado" de Francisco sea la emigración, desde una perspectiva bíblica y eclesial, económica y política. Él ha empalmado así con el proyecto de Jesús con sus dos elementos principales: (a) La acogida: Fui extranjero y me recibisteis (Mt 25,31‒46). (b) La misión: Los emigrantes/itinerantes os evangelizan (cf. Mt 10, 5‒16 par). (Imagen 1: Jesús da de comer a los emigrantes; ellos ofrecen su verdad a la iglesia de Jesús).

Jesús no estableció un esquema de oposición militar (que los itinerantes-desposeídos ocupen el lugar de los sedentarios, expulsándoles con violencia), sino que puso en marcha un movimiento de trasformación integral, partiendo precisamente de los desposeídos‒pobres que podían y debían enriquecer y sanar a los establecidos/ricos. No buscó la oposición, sino un tipo de simbiosis creadora, retomando modelos anteriores de la historia israelita, desde los más pobres.

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Jesús asumió el modelo de los propietarios agrícolas, instaurado en Israel tras la conquista de la tierra (cf. Js 18-24; Lev 25), tomándolos como representantes del pueblo de Dios (como sigue suponiendo la Misná). Pero esos propietarios deben acoger a los itinerantes/emigrantes, compartiendo con ellos casa y bienes, campos y familia (cf. Mc 10, 28‒31).  

Él retomó también la historia de los emigrantes más antiguos de Israel, portadores de la identidad del pueblo elegido. Conforme a su programa misionero, no son los sedentarios/establecidos (dueños) de la tierra los que evangelizan a los emigrantes, sino al contrario, los emigrantes (sin posesión material) los que pueden “evangelizar” (=curar) a los propietarios; no quieren expulsarles sino enriquecerles, con un nuevo germen de vida, en línea de evangelio.

Pastoral Social de Monterrey - Papa Francisco: "Los Pobres nos Evangelizan"  | Facebook

Los equivalentes de aquellos hebreos emigrantes, que salieron de Egipto, vagando amenazados por desiertos, en busca de tierra, eran para Jesús los pobres y expulsados de Galilea, destinatarios del Reino de Dios, portadores de su curación, no para conquistar con violencia su patria y hacerse dueños de ella (como los hebreos de Josué y de Jueces), sino para anunciar a todos el Reino y curar a los propietarios (Mt 10,8‒11), quedando en sus manos (dejándose acoger por ellos).

‒ Jesús instaura un modelo de evangelización a partir de los itinerantes/emigrantes, iniciando así un proyecto nuevo de evangelio, sin conquista violenta ni expulsión (o muerte), sino de transformación de los propietarios anteriores. 

Los itinerantes/emigrantes no son objeto pasivo de acogida, sino sujetos y gestores de una transformación de evangelio: ellos pueden anunciar y ofrecer un reino distinto a los ricos, abriendo un camino de perdón y paz allí donde quería imponerse la dominación de unos sobre otros. En esa línea, no son los sedentarios/establecidos los que “salvan” a los emigrantes, sino que los emigrantes los que pueden salvar a los establecidos (ricos) enfermos.

  Éste es un tema religioso, pero también político… Desde un punto de vista social, la llegada de emigrantes puede enriquecernos a todos, no sólo en línea de evangelio, sino de humanidad y cultura… El modelo de Jesús no es la la emigración violenta de los conquistadores, que se han impuesto sobre los autóctonos, especialmente en América, con destrucción o sometimiento de los menos violentos, sino el mestizaje no impositivo de poblaciones que se enriquecen mutuamente, en un plano cultural, social y religioso.

            Desde ese fondo entiende Francisco la palabra de Mt 25, 31‒46, pidiendo que acojamos en nuestras sociedades establecidas (ricas) a los emigrantes/extranjeros (xenoi), en gesto de hospitalidad integral. No se trata sólo de recibirles en nuestras iglesias como espacios de oración ni tampoco de ofrecerles servicios sociales desde un plano de superioridad, sino de compartir nuestra vida con ellos. 

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Entendido así, este pasaje eleva una propuesta de grandes consecuencias para una iglesia, que no puede volverse xenó‒foba, ni encerrarse como grupo separado, para algunos “fieles propios”,  sino que ha de abrirse a los de fuera, no para perder su identidad, sino para enraizarla y expandirla, ofreciendo a los emigrantes espacio de vida física y social, y religiosa. No basta no rechazar (ser tolerantes, respetar, no matar); hay que integrar a los emigrantes en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo (como el de Jesús, como el nuestro) en el que los no integrados corren un riesgo de la exclusión física, social e integral.

            Más aún, según el programa de Jesús y Francisco, no somos “nosotros” (los ricos, con casa) los que hacemos un bien a los emigrantes, sino que ellos nos hacen más bien a nosotros: En la medida en que recibimos a los emigrantes, ellos nos pueden evangelizar, ofreciéndonos un tipo de vida superior (salud, humanidad), como ratifica la palabra central de la misión cristiana (Mt 10, 5‒15): Sólo los pobres (emigrantes, extranjeros) pueden evangelizar a los “ricos”. Sin la misión de evangelio (buena nueva) de los pobres nuestra sociedad opulenta está condenada a la muerte.

Historia de Jesús. Los itinerantes/emigrantes curan a los ricos

Jesús no fue un purista/pauperista (a quien sólo importaban sus pobres/emigrantes), sino que buscó (y amó) también a los propietarios/sedentarios, a quienes anunciaba el Reino, ofreciéndoles la salud mesiánica, pero pidiéndoles que acogieran (que no oprimieran) a los itinerantes/pobres, con los que inició su movimiento de Reino. En el principio de la iglesia no está por tanto sólo el gesto de “acoger” a los peregrinos/emigrantes (como pedirá Mt 25, 31-46), sino el descubrimiento de que son ellos los portadores del mensaje del Reino de Dios, son ellos los verdaderos portadores del evangelio.

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Jesús no estableció un esquema de oposición militar (no quiso que los itinerantes-desposeídos ocuparan el lugar de los sedentarios, expulsándoles a la fuerza), sino que puso en marcha un movimiento de trasformación humana, partiendo precisamente de los desposeídos, es decir, de los itinerantes/emigrantes, que podían y debían enriquecer y sanar a los propietarios ricos. No buscó por tanto la oposición, sino una simbiosis creadora entre itinerantes sin propiedad y propietarios, desde los más pobres, retomando así dos modelos sociales que habían surgido en la historia israelita, de forma sucesiva y separada.

 ‒ En un plano, Jesús asume el modelo de los propietarios agrícolas, instaurado en Israel tras la conquista de la tierra (como supone Js 18-24 y ratifica la ley del jubileo (Lev 25): esos propietarios parecían representantes del auténtico Israel y así los entiende, simbólicamente, la legislación de la Misná. Pero esos propietarios tienen que acoger a los itinerantes/emigrantes, compartiendo con ellos la casa y los bienes (hermanos y hermanas, casas y campos).

‒ En otro plano, Jesús conecta con los emigrantes más antiguos de la historia de Israel, es decir, los hebreos emigrantes que vienen de Egipto a la tierra prometida,viéndoles como portadores de la verdadera identidad del pueblo elegido. No son los “sedentarios” (los dueños de la tierra) los que evangelizan a los emigrantes, sino al contrario, son los emigrantes (que vienen sin nada) los que pueden “evangelizar” (=curar) a los propietarios de la tierra, a los que están asentados en el orden social, a los dueños del poder. No quieren, por tanto, expulsarles sino enriquecerlos, con un nuevo germen de vida, en línea de evangelio.

‒ De esa forma retoma Jesús el motivo del décimo mandamiento: No desearás la casa, la mujer, el buey, el asno de tu prójimo… Del “no desear” ha pasado Jesús al compartir: Superando un tipo de familia/casa para tener una familia más amplia, que es ciento por uno. Sólo recuperando esa experiencia fundamental de Jesús podremos plantear este motivo de la emigración como enriquecimiento de todos.

 Pues bien, los equivalentes de aquellos hebreos emigrantes, que salieron de Egipto y vagaban amenazados por el desierto, en busca de tierra, fueron para Jesús los pobres y expulsados de Galilea, que así vienen a mostrarse como destinatarios del Reino de Dios y portadores de su curación, no para conquistar con violencia la tierra y hacerse dueños de ella (como los hebreos de Josué y de Jueces), sino para anunciar a todos el Reino y curar a los propietarios, quedando así en sus manos (dejando que ellos les acojan).

 ‒ Jesús instaura así un modelo de evangelización a partir de los itinerantes (nuevos hebreos), pero sin buscar la conquista violenta de la tierra ni la expulsión (o muerte) de los propietarios anteriores (que eran al principio los cananeos). No viene a acoger “caritativamente” a los emigrantes, sino a iniciar y recorrer con ellos un proyecto de evangelio.

Los itinerantes/emigrantes no son objeto de un puro cuidado, sino sujetos y gestores de una transformación radical de la vida: ellos pueden anunciar y ofrecer el reino a los ricos, abriendo un camino de perdón y paz allí donde reinaba la guerra. En esa línea, no somos los sedentarios/establecidos los que poder “salvar” a los emigrantes, sino que son los emigrantes los que nos pueden y deben evangelizar a los sedentarios.

‒ Éste es un tema religioso, pero también político…Desde un punto de vista social, la llegada de emigrantes puede enriquecernos a todos, no sólo en línea de evangelio, sino en línea de humanidad, de cultura… El nuevo modelo no puede ser la emigración violenta de los conquistadores, que se han impuesto sobre los “autóctonos”, como ha pasado especialmente en América, con destrucción o sometimiento de las poblaciones “indígenas”, sino la emigración y mestizaje de poblaciones que se enriquecen mutuamente, en un plano cultural, social y cultural, incluso en el plano económico.

Un esquema final para la nueva misión cristiana

 En  el principio de la iglesia están los itinerantes-pobres... a quienes él mandó sin nada (sin alforja, sin dinero, si tierras ni casas...) para ofrecer con su vida un testimonio de evangelio.   Ciertamente, el proyecto de Jesús contenía elementos utópicos, difíciles de practicar en nuestro contexto social, pero la unión de itinerantes pobres (emigrantes) y sedentarios ricos abría (y sigue abriendo) un camino de concordia universal y Reino, con transformación de unos y de otros.

En esa línea, Jesús vino a crear un modelo de sociedad, invirtiendo el orden normal de las instituciones y poniendo en marcha un proceso de solidaridad personal y social, desde los más pobres (expulsados y oprimidos de Galilea), los itinerantes pobres, emigrantes evangélicos, a quienes él hizo semilla de nueva humanidad, portadores de evangelio[i]: 

− Jesús no ha querido un Reino exclusivo de itinerantes pobres. Por eso, no les llama ni educa para que combatan y sustituyan a los sedentarios, sino para que les anuncien el Reino, curándoles y poniéndose en sus manos (en sus casas: cf. Mc 6, 6-13 par). No convoca a mendigos-soldados-violentos (como el primer David: cf. 1 Sam 22, 2), para encabezar con ellos una rebelión militar, sino a mendigos-itinerantes (los Doce, otros compañeros, varones y mujeres), para hacerles portadores de paz, promotores y heraldos de un Dios del Reino.

− Tampoco ha querido un Reino exclusivo de propietarios-sedentarios, patronos de los pobres, a quienes ellos ofrecerían limosna desde arriba, pues no busca la generosidad patronal de unos y la dependencia material de otros, sino la convivencia mutua, desde los más pobres, pues con ella llega el Reino. En esa línea nos sitúa Mc 10, 29-30 par cuando evoca el gesto de aquellos que han dejado todo (casa, campos, familia) para recuperarlo centuplicado, no en un plano elitista (como en ciertas formas de religión posterior), sino de familia y hacienda compartida (cien madres y hermanos, cien casas y campos).

El Reino ha de ser comunión. Los sedentarios han de ofrecer casa y comida a los itinerantes que vienen, como dice Jesús: Cuando entréis en una casa… comed lo que os pongan (cf. Mt 1, 11-12; Lc 10, 7-8). Se supone así que ellos tienen pan, casa y posibilidades económicas para compartirlas con los pobres (cf. Mt 25, 31-46). Los itinerantes-pobres han de aportar libertad y salud, gratuidad, dando lo que tienen y quedando en manos de los sedentarios, enseñándoles a compartir y a convertir su casa-dinero en don para todos. Los propietarios no son dueños, sino gestores de un don que han recibido. Lógicamente, no acogen a los itinerantes por caridad condescendiente, ni por una justicia que se impone (obligación), sino por comunión mesiánica, en intercambio de vida (posesión, trabajo).Los pobres dan aquello que parece mayor (evangelio, salud) y los ricos aquello que parece más urgente (casa y comida).

[i] Los doce/itinerantes marcan el comienzo de la Iglesia, pero pronto se fue elevando en ella la autoridad de los sedentarios, que culminará entre el siglo II y el III, con presbíteros y obispos, de un modo que resulta lógico, pues ha permitido que el movimiento de Jesús se conserve y extienda. Pero ese “triunfo” de los sedentarios ha contribuido a la pérdida de la esperanza mesiánica de los cristianos. De aquí derivan dos formulaciones complementarias. (1) La Iglesia nace de un fracaso: Ella brota por impulso de Jesús y de sus compañeros, que ponen en marcha un movimiento de Reino, pero, al mismo tiempo, ha surgido porque el Reino que anunciaban no vino como se esperaba. (2) En otro sentido, ella es un signo positivo de la plenitud y permanencia de la obra de Jesús, de la fuerza de su Espíritu, pues conserva y expande su movimiento, reuniendo a itinerantes y sedentarios, en una comunidad que sigue abierta al Reino.

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