El gran amor. Matrimonio y celibato en Pablo


a. No hay varón ni mujer.
Pablo había perseguido a la iglesia porque ella rompía un tipo de «diferencia judía» (entre varón mujer, gentil judío, libre y esclavo). Precisamente por defender esa diferencia o privilegio del judaísmo (su ley sacral y su separación social) había perseguido Pablo a los cristianos helenistas, que negaban desde el evangelio la escisión que dividía a judíos de gentiles (a hombres y mujeres, a libres de esclavos). Cierta sociedad israelita era rigurosamente estamental: separaba a judíos de gentiles, a varones de mujeres, a justos de injustos. Por eso, la conversión de Pablo ha de entenderse como afirmación de la igualdad y la unidad de todos en el Cristo:
Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús: los que os habéis bautizado en el Cristo de Cristo os habéis revestido. Pues ya no hay judío ni griego, ya no hay siervo ni libre, ya no hay macho ni hembra; pues todos vosotros sois uno en el Cristo (Gal 3, 27-28).
El texto pertenece a una liturgia prepaulina de tipo bautismal donde los cristianos celebran su nuevo nacimiento como misterio de reconciliación en Cristo. Los bautizados han muerto en el agua al mundo viejo con sus divisiones. Salen desnudos y así «reconstruyen» su vida en el Cristo (de Cristo se revisten), de tal forma que en ellos se anticipa el misterio de la unidad escatológica, de manera que no existe ya batalla entre griegos y judíos, varones y mujeres, libres y esclavos.
En su argumentación teológica más detallada (en el conjunto de Gal y Rom), Pablo solo ha desarrollado de un modo consecuente la superación de la lucha en que se enfrentan judíos y gentiles: para defender la igualdad fundamental de todos y para proclamar su unión en Cristo. Los otros niveles de la reconciliación (libres y esclavos, varones y mujeres) le resultan en este momento secundarios y por eso no los desarrolla, pero tiene que citarlos al asumir la fórmula del renacimiento bautismal como experiencia de reconciliación creadora en el Cristo, en la que queda superada para siempre la división de varones y mujeres.
Al citar las palabras clave de esa liturgia de reconciliación Pablo asume la experiencia fundante de la Iglesia, antes de toda reflexión doctrinal o aplicación de tipo sociológico. De esa manera ratifica un tipo de revolución mesiánica que la historia posterior de las iglesias ha tendido a negar u olvidar con cierta frecuencia. Desde ese fondo se entienden los problemas derivados que deberá plantear y resolver más tarde la «escuela» paulina: la libertad de la mujer, el sentido cristiano de la unión matrimonial, la vida en familia.
b. Varón y mujer, matrimonio entre iguales. 1 Cor 7.
Pablo no ha tenido ocasión o posibilidad de elaborar las consecuencias que derivan del texto anterior (Gal 3, 28), a no ser en el caso de «no hay judío y griego». Por otra parte, él debe ajustarse en concreto a las necesidades y problemas de las iglesias. Por eso su postura puede parecernos vacilante y multiforme, abierta a diversas interpretaciones, como se ha señalado con frecuencia, como muestra 1 Cor 7.
En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al varón abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada uno su mujer y cada mujer tenga su marido... No dispone la mujer de su cuerpo sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo sino la mujer... A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido... y que el marido no despida a la mujer (1 Cor 7,1-4.10-11).
Significativamente, en relación al matrimonio Pablo conoce una palabra del Señor, en la línea de Mc 10, 1-12 par: varón y mujer están vinculados en un mismo ideal (o exigencia) de fidelidad y así debe establecerse entre ellos una relación simétrica de amor, con iguales derechos y deberes, rompiendo la estructura jerárquica de dominación del varón sobre la mujer y suscitando un nuevo tipo de unión en igualdad y permanencia (cf. 1 Cor 7, 12.25).
Pues bien, a pesar de ese «mandato del Señor» y de la palabra de Gal 3, 28, Pablo no sabe (¿no quiere, no puede?) elaborar un razonamiento sobre el valor teológico (cristiano) del matrimonio (cosa que hará un discípulo suyo, en Ef 5, pero reintroduciendo elementos jerárquicos), de manera que parece tomarlo casi como una «concesión» para imperfectos, para que así eviten la impureza o incontinencia, porque «mejor es casarse que abrasarse» (1 Cor 7, 9).
En esa línea, marcada por la experiencia apocalíptica del fin de los tiempos (¡todo acaba!), da la impresión de que, a su juicio, el matrimonio es algo que debía en parte superarse, pues «el tiempo ha terminado». Este Pablo apocalíptico no ha podido elaborar una doctrina positiva sobre el valor creador del matrimonio, en clave de unión personal y de creación (generación) de vida, desde el signo de Cristo (es decir, de la presencia del Reino de Dios en este mundo).
c. Sobre el celibato o virginidad Pablo no tiene precepto del Señor (1 Cor 7, 25),
pero sabe dar un consejo que le parece fundamental, como indicaré, por la importancia que este tema ha tenido después en la visión de las iglesias cristianas, especialmente en el catolicismo. A juicio de Pablo, siguiendo la lógica de la escatología (¡ha llegado el fin de los tiempos!) y conforme a la exigencia de la unión con el Kyrios (=en amor ya liberado de las preocupaciones de este mundo) todos los cristianos deberían ser célibes:
Lo que digo (respecto al matrimonio) es una concesión no un mandato. Mi deseo es que todos los hombres fueran como yo (célibes); pero cada cual tiene de Dios su carisma particular, unos de una maneras otros de otra. No obstante, digo a los célibes y a las viudas: bien les está quedarse como yo (1 Cor 7, 6-8).
Os digo pues, hermanos, el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran. Los que lloran como si no llorasen. Los que están alegres como si no lo estuviesen. Los que compran como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. El célibe se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está, por tanto, dividido. La mujer no casada, lo mismo que la virgen (muchacha libre) se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Pero la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo sino para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división (1 Cor 7,29-35).
Para Pablo, el celibato (en especial para las mujeres) es signo de libertad, es una afirmación de la autonomía de cada persona, un valor escatológico. Si en Cristo ha llegado el mundo nuevo, los hombres y mujeres no están ya obligados a casarse, de manera que el matrimonio no es ya obligatorio, ni el tener hijos es imprescindible para el desarrollo y el honor de las personas.
Ni el varón ni la mujer son para casarse y tener hijos, sino para vivir en plenitud de amor. En esa línea, la posibilidad del celibato ofrece a los creyentes una libertad especial, haciéndoles capaces de transcender un nivel de «carne» a la que los hombres (varones y mujeres) parecían hallarse sometidos, no sólo por la posible «esclavitud», sino por la esclavitud más honda de la exigencia social (legal) del matrimonio. Por eso, al defender el celibato, Pablo está defendiendo la libertad plena de cada individuo y la novedad escatológica: ¡El mundo del afán por la procreación ha terminado! Ni el hombre ni la mujer son esclavos de nada (ni del matrimonio, ni del celibato), sino seres capaces de amar.
d. ¿Un matrimonio devaluado?
De todas maneras, el mismo predominio de la experiencia apocalíptica (¡ha llegado el fin de los tiempos!) puede haber hecho que Pablo no «pase» al otro lado de la vida en Cristo y descubra, aquí en concreto, en lo referente al matrimonio lo que significa ver las consecuencias de aquello que, en la misma línea de Pablo, Ef 2, 15 y 4, 24 presentará como el hombre nuevo en Cristo.
De una forma lógica, a causa de la misma inminencia de la hora (¡ha llegado el tiempo final, viene el Cristo!) y por el descubrimiento del valor liberador del celibato (¡hombres y mujeres no están sometidos a una ley de procreación que les ata a la cadena de la vida!), Pablo no ha podido desarrollar una verdadera teología del amor del matrimonio y del despliegue positivo de la vida (el don de los hijos). De todas maneras, en este campo, más que el tema de la abstención sexual (un tipo de pureza que ha preocupado más tarde a muchos cristianos), lo que ha Pablo le he importado más es la experiencia de liberación humana que puede hallarse vinculada con el celibato.
En esa línea, viviendo en un contexto que se hallaba muy determinado por un tipo de búsqueda de independencia personal y de culminación apocalíptica, en un contexto donde el matrimonio aparecía sobre todo como una institución legal, también Pablo tiende a verlo desde una perspectiva de ley y como una concesión a los impulsos y deseos del mundo: «Mejor es casarse que abrasarse» (1 Cor 7, 9). En esa misma línea se sitúa su advertencia más sombría: «los casados no pecan, pero tendrán su tribulación en la carne» (1 Cor 7, 28).
Eso supone que, conforme a la visión de Pablo, el matrimonio pertenece al orden antiguo de la realidad, un orden regulado por las pasiones y las tribulaciones de la carnes. Por el contrario los célibes pertenecen al orden nuevo y de esa forma pueden vivir desde este mundo la experiencia fundante de la libertad persona, sin divisiones (1 Cor 7, 35), ocupándose sólo de Cristo, sin tener que dividir el corazón entre Cristo y el esposo o la esposa.
Pablo no ha sabido o no ha podido introducir en el matrimonio la experiencia básica de la «encarnación», el descubrimiento de la «carne matrimonial» como experiencia del Espíritu de Dios, que se revela en unidad amorosa y creadora de dos personas. Por eso puede oponer, de forma expresa y repetida kosmos y kyrios, el mundo y el Señor, el matrimonio y el celibato, olvidando (o dejando en segundo lugar) la experiencia israelita del Cantar de los Cantares.
A su juicio, la vida matrimonial pertenece al nivel del cosmos viejo, al plano de la carne. En esa línea, el esposo es kosmos para la esposa, lo mismo que la esposa es cosmos para el esposo, algo que les saca del plano de Dios y les introduce en el nivel de la lucha de este mundo, como han puesto de relieve muchos apocalípticos judíos de ese tiempo, entre los que podemos citar al mismo Pablo. Por el contrario, el celibato pertenece al nivel del kyrios, es decir, al encuentro con Jesús, en plano de superación cósmica. De esa manera, el amor matrimonial viene a entenderse como opuesto al amor de Jesús resucitado.
En esa línea, la teología y vida de la iglesia actual, asumiendo el mensaje del Cantar de los Cantares, debería superar en la actualidad un tipo de «estrechamiento paulino», para poder de relieve el matrimonio como experiencia de comunión compartida de amor «en el Señor» (no simplemente en el cosmos). Éste es un tema que ha tenido una gran importancia en la antropología posterior de las iglesias, que han tendido a interpretar la visión de Pablo desde una perspectiva helenista, distinta de la suya, introduciendo así en la Iglesia visiones menos ajustadas de la realidad humana.
Ciertamente, Pablo ha corrido el riesgo de entender el matrimonio en plano de kosmos (mundo) y el celibato en plano de kyrios (Señor Jesús), pudiendo así olvidar o dejar en un segundo plano la misma novedad de su mensaje (expresada por ejemplo en Gal 3, 28). Por eso quiero poner ahora de relieve los elementos básicos de su concepción del ser humano, entendido en clave de libertad y de igualdad, algo que, a mi juicio, nadie había destacado hasta entonces (por lo menos en occidente).
e. La aportación de Pablo.
Conforme a una experiencia normal, el ser humano se encuentra dividido entre Dios y el mundo, entre lo masculino y femenino, etc. de forma que no puede alcanzar su plena libertad personal y su autonomía verdadera. Pues bien, la experiencia de Jesús ha significado para Pablo el descubrimiento de la individualidad radical: cada ser humano (varón o mujer). Cada uno es persona por sí mismo en el encuentro con el kyrios, de manera que puede ya vivir sin divisiones ni rupturas interiores. En esa línea, la posibilidad del celibato significa que cada ser humano vale por sí misma, tanto el varón como la mujer. Según eso, la mujer no es un «instrumento» del varón (para darle placer o hijos); es persona, con autonomía. Por eso, estrictamente hablando, la posibilidad del celibato es ante todo una llamada a la autonomía personal de hombres y mujeres (en aquel tiempo más de las mujeres)
Por otra partes, fundándose en la experiencia básica de Gal 3, 28, de manera muy significativa, el conjunto del texto de Pablo (1 Cor 7, 2-4.10-11) va desarrollando en paralelo la experiencia y el camino de varones y mujeres. Eran iguales en el matrimonio, cada uno ante y con el otro. Ahora son iguales en el celibato. De esta forma se supera la visión de una humanidad sexualmente clasista donde la mujer aparecía como sometida a los varones (primero al padre, luego al marido). La mujer célibe aparece por tanto como liberada, dueña de sí misma dentro de la iglesia, en camino de fidelidad a su Señor que es Cristo (el mismo Señor de los varones). Por eso, más que «abstinencia sexual», el celibato implica autonomía personal (y sexual) para hombres y mujeres.
De todas maneras, siguiendo una visión que se funda en el ritualismo judío (que considera tabú cierto aspecto de la sexualidad femenina), parece que Pablo ha corrido el riesgo de entender la santidad de la mujer en rasgos de continencia sexual, distinguiéndola así de los varones («la mujer no casada... se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y el espíritu», 1 Cor 7, 34). En esta línea, una tradición posterior insistirá de forma especial en el valor espiritual (sacral) del celibato de la mujer, más que en el celibato del varón, de manera que la santidad de la mujer se identifica con la ausencia de relaciones sexuales, más que en el amor concreto, positivo, al servicio de la comunidad, es decir, de todos, en matrimonio o celibato.
Ciertamente, en otro lugar, Pablo ha presentado la santidad en términos de fidelidad esponsal de los varones (cf 1 Tes 4,3-4), de manera que se podría decir que el varón es «santo» allí donde logra relacionarse en amor y fidelidad con la mujer. Pero él no ha destacado todavía ese camino especial de castidad para las mujeres. Conforme a toda su exposición, varones y mujeres son iguales en términos de realización individual. Lo verdaderamente nuevo en su visión del celibato es «la libertad para ser personas», tanto varones como mujeres. Significativamente, como he dicho, para Pablo el celibato no se ha valorado (ni importa) por su renuncia sexual sino por su capacidad de encuentro con el Señor (es decir, porque aparece como un medio para vivir intensamente la novedad cristiana). En aquel contexto, la mujer corría el riesgo de ser una sierva del marido. Pues bien, el celibato significa que ella puede ser libre, sin someterse a ninguna persona. Sólo porque pueden ser libres, porque uno no está ya dominado por el otro, varón valen ya como personas.
En ese sentido, en la línea de Pablo se puede hablar de un «celibato universal», es decir, de una experiencia de autonomía personal para hombres y mujeres… Que cada uno pueda situarse ante sí mismo y ante Dios (y ante los demás) en plenitud y autonomía. Sólo así, porque puede ser célibe (porque es valioso en sí mismo) cada hombre o cada mujer podrá casarse sin imposición de uno sobre otro. Desde ese fondo, el matrimonio no será ya una estructura de dominio, sino de encuentro en libertad. El encuentro con el Señor ha hecho (según Pablo) que varón y mujer puedan vivir en un espacio nuevo de libertad personal y de comunión universal, al servicio del señor y de todos los necesitados (misión cristiana) sin ningún tipo de impedimentos. Conforme a su experiencia, hay un matrimonio que limita a los esposos: les encierra en un espacio de preocupaciones más pequeñas, de cuidados carnales y sociales que les impiden vivir la amplitud y universalidad, la hondura y gozo del encuentro con el Señor. Pero puede y debe haber (desde ese celibato universal) un tipo de matrimonio que no será ya imposición y dominio de uno sobre otro, sino comunión en libertad.
El argumento de Pablo está centrado en la certeza de que ha llegado el fin del mundo: el tiempo es corto; los que tiene mujer vivan como si no la tuvieran... (1 Cor 7,29). Es la hora final; ha culminado el proceso de los tiempos. Por eso, los hombres y mujeres ya no tiene que ganar su vida o sostenerla a través de lo que hacen, pues han sido ya salvados por el Cristo. Pues bien, entre las grandes acciones de este mundo se encuentra el matrimonio, que es bueno, pero de este mundo (no del mundo futuro, que llega). Por eso los cristianos (varones y mujeres) no se encuentran obligados a casarse, pues pertenecen ya a la nueva creación en Cristo. No están obligados a casarse, para «continuar la raza humana» (pues todo ha terminado), sino que pueden y deben ensayar formas nuevas de amor, desde la plenitud que es Cristo..