Liberados para liberar. El programa incompleto de Juan Pablo II

No está plenamente estudiada, que yo sepa, la experiencia y tarea de la libertad, tal como fue proclamada en el Vaticano II y asumida, pero no desarrollada  por Juan Pablo II, con las consecuencias en parte negativas  que ello ha tenido para la Iglesia posterior. 

Quizá no tenemos distancia suficiente para analizar los diversos rasgos y momentos del tema. Pienso, sin embargo, que ha llegado el momento de hacerlo, para recuperar los aspectos positivos del pontificado de Juan Pablo II y, sobre todo, para recrear desde su base la teología y tarea de la liberación 

              Así quiero hacerlo, desde la perspectiva de los últimos trabajos que he publicado sobre el tema y desde la “nueva” visión del Papa Francisco (RD 24 y 28, 09.2021), aprovechando y reformulando elementos un trabajo publicado en Revista de Espiritualidad 51 (1992) 473-502. La libertad no es una cualidad objetiva del hombre (como si fuera un elemento inmutable de su esencia), sino la gracia, tarea y meta de su vida.

Juan Pablo II lo dijo, pero no supo quizá precisarlo, sacando las consecuencias de su pensamiento de base. Ha llegado el momento de hacerlo, al menos de intentarlo.

Los trece milagros de Juan Pablo II

Introducción 

              Dios no nos ha hecho libres sin más, sino que nos ha creado para la libertad, una libertad que exige “liberación”, tanto en el sentido comunitario (son otros los que nos deben liberar) como en un sentido personal (debemos asumir y trazar, desarrollar nuestra propia libertad), conforme a la formulación radical de Pablo en Gal 5, 1: “Para la libertad nos ha liberado Cristo”. Nos ha liberado Cristo, y debemos liberarnos unos a otros.

              En este contexto se inscribe la teología de la liberación, con sus aspectos económicos, políticos, sociales y personales. Para la libertad nos ha liberado Cristo; para la libertad debemos liberarnos unos a los otros. Se suele decir que Juan Pablo II cerró el camino de liberación en una perspectiva eclesial y política, y eso es probablemente cierto. Pero su pensamiento ofrece (en la línea del Vaticano II y de Pablo VI) unas bases a mi juicio muy positivas para replantear y recrear (desde bases nuevas) el tema de la liberación para la libertad, en una línea personal, eclesial y social.

Introducción 

Habrá que trazar unas línea distintas, tanto en la lectura de Gálatas (iniciada por el Papa Francisco), como en la visión de la Iglesia, más allá de las poderosas limitaciones provocadas por el autoritarismo de Juan Pablo II y su miedo ante la libertad de hecho de las Iglesias, especialmente en América Latina.

Con ese fin, su pensamiento merece ser estudiado y recreado, desde una perspectiva nueva, como indicarán las tres secciones que siguen: (1) Nuevas formas de opresión. 2) Nueva evangelización: el anuncio de la libertad cristiana; 3) Una espiritualidad y práctica liberadora.

Éstas son las siglas principales que utilizo en el trabajo: Vaticano II: GS, Gaudium et Spes, 1965; LG, Lumen Gentium, 1964. Pablo VI: EN, Evangelii Nuntiandi, 1975. JUAN PABLO JI: CA, Centesimus Annus, 1991; ChL, Christifideles Laici, 1989; CE, Los caminos del evangelio, 1990; LE, Laborem Exercens, 1990; SRS, Solicitudo Rei Socialis, 1988. 

1.NUEVAS FORMAS DE OPRESIÓN. DIAGNÓSTICO DE JUAN PABLO II

Centesimus annus : Jean-paul, Ii karol wojtyla: Amazon.es: Libros

La humanidad se ha dividido desde antiguo, y se sigue dividiendo, en grupos que combaten o se oponen mutuamente. En esa situación, entre los últimos y pobres están aquellos que no tienen ni siquiera libertad para realizarse como humanos, en autonomía personal, en confianza ante Dios y ante los otros; de ellos trataremos de manera muy especial en lo que sigue.

Existen opresiones más pequeñas, de tipo familiar o personal, que sólo abarcan a pocos individuos. Pero existen también otras más extensas, generales o globales, que se encuentran vinculadas a la misma estructura de violencia de este mundo, tanto en plano social como político.

Quizá la más sangrante y conocida en nuestro tiempo sea aquella que divide la humanidad en dos mitades: el norte rico y el sur pobre, aparecen ya como expresión muy significativa de formas de vida y sistemas económicos que, en algún sentido, pueden reproducirse dentro de cada país. Juan Pablo II nos ayuda a realizar ese análisis global porque destaca el abismo fatídico y creciente que existe "entre las áreas del norte desarrollado y las del sur en vías de desarrollo" (SRS 14). No es que debamos afirmar que todo el sur está cautivo y además las mismas naciones del sur pobre generan estructuras internas de opresión y, de esa forma, reproducen el pecado global de nuestro mundo. Al mismo tiempo, en los países ricos del norte   encontramos durísimas bolsas de pobreza (Cuarto Mundo).

Pues bien, sobre una humanidad dividida, contrapuesta y rota, la Iglesia quiere ser signo de de comunión, de libertad y concordia para todos los humanos (cf LG 1). Ella mira a los oprimidos y descubre que el mismo Cristo sufre en ellos, interpelándonos a través de su dolor y falta de libertad, como indica Juan Pablo II:

"Ante esos dramas de total indigencia y necesidad en que viven muchos de nuestros hermanos y hermanas es el mismo Señor Jesús el que viene a interpelamos" (SRS 13).

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Nos interpela Cristo desde el fondo de este mundo que "produce a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres ... " (Documento Puebla 30).

               Por eso hay que estudiar globalmente la opresión del mundo. En pocos años han cambiado muchísimo las cosas. Sigue existiendo un capitalismo triunfante, pero a su lado (o dentro de él) aumentan las bolsas de pobreza. Han caído casi todos los sistemas comunistas, y hoy existe libertad formal más amplia en los países donde el marxismo dominaba; pero la opresión económico-social no ha terminado, sino, a veces, todo lo contrario: corre el riesgo de agrandarse. Juan Pablo II ha analizado con toda precisión estos cambios en su Encíclica de mayo de 1991.

 "La crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de opresión existentes, de las que se alimentaba el marxismo mismo, instrumentalizándolas" (CA 26).

 Más aún, pudiera suceder que la caída del marxismo se entendiera en algunos ambientes como triunfo de un capitalismo salvaje, sin más meta ni sentido que el aumento del mismo capital, convertido ya en el "antidiós" a que alude el evangelio (cf Mt 6,24; Lc 16,13). Este es el capitalismo donde

 "muchos hombres son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza por así decirlo por encima de su alcance ... Esos hombres forman verdaderas aglomeraciones en las ciudades del Tercer Mundo, donde a menudo se ven desarraigados culturalmente, en medio de situaciones de violencia, y sin posibilidad de integración" (CA 33).

 Nos hallamos en el centro de la contradicción económica y humana más sangrante de los últimos tiempos. Hablando en sentido "formal", los países y sistemas capitalistas defienden la  libertad, tanto en plano de mercado como a nivel de religión y cultura: cada uno puede escoger la forma de vida que le plazca.

              Sin embargo, en la práctica, por presiones que derivan de ese mismo sistema, gran parte de la población del Tercer Mundo vive en condiciones de semiesclavitud (cf LE 21; CA 33). A la pobreza material se añade la pobreza del no saber y así se perpetúa la estructura y situación de dependencia. Los que no logran "entrar en los grandes mercados del poder-saber" capitalista pueden quedar fácilmente marginados y, junto con ellos, lo son también "los ancianos, los jóvenes incapaces de inserirse en la vida social y, en general, las personas más débiles y el llamado Cuarto Mundo", es decir, las bolsas de marginación que crecen dentro del Primer Mundo (CA 33). Con la caída del marxismo no ha cesado ni ha caído la "alienación" del hombre (CA 4 1).

"En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados. En los países en vías de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente" (CA 57).

               El problema queda agravado finalmente por la "crisis ecológica" (CA 37), que afecta especialmente a los más pobres, condenados a vivir en la hacinación y suciedad de los suburbios, en ranchitos, favelas o nuevas poblaciones que carecen de aquello que parece más imprescindible (intimidad y techo propio, higiene, escuelas, espacios verdes, etc.). En esta situación son muchos los que creen sólo en el dinero (capital, provecho propio), dejando de creer así en el hombre que es la imagen de Dios sobre la tierra.

              No están ya los bienes al servicio del hombre; están los hombres al servicio de un sistema económico de bienes que amenaza con atenazar a todos y quebrarlos en su misma rueda antidivina. Ciertamente, hay pobreza en todas partes; pero, en los países del Tercer Mundo, ella domina sobre una gran parte de la población que, de esa forma, aparece condenada a malvivir en un nivel de pura subsistencia.

El capitalismo salvaje destruye todo lo que toca. Pero las maneras de hacerlo son distintas: condena a los ricos al vacío de su propio egoísmo, haciéndoles incapaces de encontrar a Dios (la  gracia) en la oración y entrega de su vida hacia los otros; a los pobres los sitúa en el lugar donde la vida es pura lucha, no les deja mantenerse en fe y confianza, los arrastra en la marca de un deseo que se centra en la pura subsistencia. Son muchos los que añaden que estamos en el centro de una inmensa crisis moral. Va creciendo entre las capas ricas una forma de cultura postmoderna: dicen que no es tiempo de transformaciones ni ideales; se hace imposible un diálogo mundial en clave de justicia, igualdad o búsqueda fraterna.

               De manera consecuente, en el fondo de esta gran pirámide de lucha, siguen padeciendo de un modo especial los más pobres, aquellos que no tienen acceso a la familia, al dinero, al poder o la cultura. De esta forma se vinculan olvido de Dios y destrucción del hombre. Es tan grave el problema que algunos economistas se atreven a decir que, humanamente hablando, no hay salida. Muchos filósofos añaden que la humanidad en su conjunto tiende hacia la ruina por falta de solidaridad y rechazo de todos los valores. Ciertamente, no compartimos ese juicio. Sin duda alguna, el mal es grande. Pero existen también rasgos que son consoladores. Surgen en el mundo, y de manera especial dentro de la Iglesia, movimientos de solidaridad y justicia, de reflexión y compromiso más intenso que se oponen a esos males y que trazan caminos de esperanza entre los hombres. Bajemos a problemas más concretos.

              Dentro del bloque occidental están creciendo las bolsas de segregación y pobreza que  engloban la clase más baja de todas: el Cuarto Mundo. Forman parte de ella exilados, millones que escapan de sus tierras de origen por presión política o pobreza; muchos de ellos carecen de documentación, están desarraigados de sus tradiciones y sufren el rechazo del resto de la población.

              También han de contarse aquí los emigrantes que no logran entrar en el sistema de las clases triunfadoras. Hay, finalmente, minorías culturales o raciales (negros, gitanos, etc.). Todos estos habitan en los barrios conflictivos de las grandes ciudades, formando un sangrante cordón de pobreza, manipulación y violencia. De ellos se nutre casi el noventa por ciento de la población penitenciaria: son los candidatos más normales de la represión y violencia del sistema que, por un lado, los echa de los centros de cultura y, por otro, los controla o los persigue[1].         

 2.EL EVANGELIO DE LA LIBERACIÓN. PABLO VI Y JUAN PABLO ii

Pablo VI. Evangelii nuntiandi

                Pablo VI precisó los principios de la evangelización cristiana en su Evangelii Nuntiandi: "la Iglesia ... tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización" (EN 30).

               El evangelio de Jesús es anuncio y germen de liberación universal, que ha de expresarse por la Iglesia. Ella "trata de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos "liberadores" les da una inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo debe prestar atención sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de participación, de compromiso" (EN 38).

               Destaquemos esas últimas palabras: acción, participación y compromiso tienden a "lograr estructuras que salvaguarden la libertad humana". Por eso, los evangelizadores deben empeñarse en superar las opresiones sistemáticas, de forma que puedan respetarse los derechos de la persona humana (EN 39). Sólo así cobran sentido aquellos tres valores o momentos que Pablo VI proponía como clave de evangelización eclesial:

a) Evangelizar es anunciar la buena nueva. En el principio hallamos la "palabra", el mensaje que proclama a todos los hombres su dignidad de hijos de Dios, ofreciéndoles la gracia de su reino.

 Por eso, no existe evangelio sin palabra que se anuncia y acoge, abriendo así un espacio de respuesta entre los hombres. La cautividad más grande es la carencia de palabra: están más oprimidos aquellos que no pueden ni siquiera conocer su cautiverio, ni exponer sus esperanzas, ni asumir en libertad el camino de su vida. Por eso, en el principio de la evangelización liberadora hallamos la palabra: queremos que todos conozcan su dignidad, asumiendo el don de Dios y procurando que ellos mismos se liberen (EN 9).

b) Evangelizar es liberar a las persona. Pablo VI reformula el proyecto de Jesús y, actualizando el viejo esquema de palabra y obra, añade que no existe verdadero evangelio allí donde el anuncio (la palabra) no se expresa como gesto de ayuda concreta a los necesitados, en camino de asistencia, promoción y cambio de estructuras. Sin este amor activo hacia los hombres, sin este compromiso en favor de los pequeños no se puede hablar de gracia de Dios, no hay evangelio.

c) Finalmente, evangelizar es celebrar la libertad en clave de oración individual y de liturgia eclesial, comunitaria. De esa forma, su mensaje se vuelve palabra de gratitud que dirigimos hacia el Padre, por medio de Jesús, en el Espíritu; es, al mismo tiempo, fiesta de los hombres que se alegran por la vida y cantan, en tensión de gozo integral, en las dificultades y dolores de la tierra. Este es el esquema que emplea Pablo VI, vinculando nuevamente aquellas tres funciones de la Iglesia que la tradición destaca desde tiempo antiguo: tiene un poder profético (ofrece la palabra), real (extiende los principios de la fraternidad) y sacerdotal (celebra ya la fiesta de Cristo sobre el mundo).

              Pablo VI aplica en forma nueva los antiguos principios de la Iglesia. Esta labor evangelizadora ha de apoyarse en el misterio de Pentecostés. El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: El es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio. Pero se puede decir igualmente que El es el término de la evangelización: solamente se suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana (EN 75).

              Ciertamente hay leyes que dirigen nuestra historia en plano humano y resulta necesario conocerlas para transformar el mundo, en clave de justicia. Pero no podemos olvidar que hay una "ley" mucho más honda: la gracia de Dios que es el Espíritu de Cristo. Como bellamente ha dicho Pablo VI, el Espíritu es principio, es centro y meta de todo el proceso misionero. Esta es la buena nueva que la iglesia de Jesús acoge con gozo agradecido y testimonia sobre el mundo: Dios ha perdonado nuestras culpas, nos ha dado su Espíritu de vida.

              En ese aspecto todo es gracia, don inmerecido que nosotros debemos recibir con gozo. Pero, al mismo tiempo, el Espíritu de Cristo nos convierte en servidores y ministros de su gracia. Dios ha querido así que todo dependa de nosotros, haciéndonos testigos de su amor y su evangelio sobre el mundo. Pablo VI declaraba que nos encontramos en un "momento privilegiado del Espíritu" (EN 75). Es como si volviera a comenzar la historia de la Iglesia, siendo nosotros responsables de su avance  sobre el mundo. De esa forma piensan los dos grandes textos de la Iglesia latinoamericana: Medellín (1968) y Puebla (1979).

2.Juan Pablo II. Nueva evangelización

               El  esquema anterior de Pablo VI sustenta el magisterio de Juan Pablo Il, centrado en la "nueva evangelización". El Papa piensa que estamos ante un tiempo de cambios radicales que es tiempo de gracia. Allí donde el pecado abunda y es fuerte la contradicción y cautiverio para millones de personas, se desvela de manera todavía más intensa el paso o pascua de la gracia.

Tres  son, a su entender, los espacios donde debe expresarse esa nueva evangelización: América Latina, el Primer Mundo, los antiguos países comunistas y, finalmente, las naciones de África y de Asia que no han sido todavía evangelizadas de manera consecuente. Es claro que aquí no podemos estudiar uno por uno esos espacios de la nueva evangelización. Sólo queremos estudiar sus rasgos generales partiendo de la Redemptoris Missio (1990).

Redemptoris Missio. La misión del redentor. Octava carta encíclica de S.S.  Juan Pablo II. de JUAN PABLO II.-: (1994) | Librería y Editorial  Renacimiento, S.A.

El Papa ha destacado el carácter misionero de toda la Iglesia, pero pone de relieve el compromiso de los religiosos que han de hacerse plenamente disponibles para "servir a los hombres y a la sociedad", siguiendo el ejemplo de Cristo (RM 69). Tres son sus (las) fronteras de misión privilegiadas:

a) Hay fronteras geográficas que deben ser evangelizadas, en la línea de la tradición más antigua de la Iglesia: los enviados de Jesús han de anunciar su reino entre los pueblos donde todavía no existe una Iglesia madura. Por eso, es necesario que los fieles de Jesús estén dispuestos a dejar sus lugares de origen para establecerse en otras tierras y culturas, ofreciendo allí los signos y palabras de Dios entre los hombres. La Iglesia es, por principio, universal (católica) y, sólo de esta forma, saliendo de sí misma y ofreciendo su tesoro en otros pueblos, se hace fiel al evangelio.

b) Hay fronteras sociales de ruptura humana y cautiverio que han convertido a nuestros viejos pueblos cristianos en países nuevos de misión. El Papa cita, de un modo especial, los suburbios de las grandes ciudades, los grupos cada vez más grandes de emigrados y exilados, de pobres y marginados existen a nuestro lado. "El anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a ser instrumento de rescate humano para estas poblaciones" (RM 37, b): sin rescatar y elevar la vida económico-social, cultural y personal de los nuevos cautivos resulta muy difícil poderles ofrecer el evangelio integral de Jesús.

c) Hay fronteras culturales que resultan cada vez más importantes. Quizá en otro tiempo se había expandido el evangelio en moldes de cultura impositiva (latina, siempre occidental). Ha llegado el momento en que los fieles de Jesús han de encarnarse en las culturas y lenguas de la tierra, dejando que los mismos nativos (los nuevos cristianos) expresen y expliciten de muy diversos modos el único evangelio. Estamos además ante el gran reto de un nuevo surgimiento cultural. La Iglesia debe subir a los "areópagos" o centros de diálogo interhumano para ofrecer allí su evangelio, en actitud de escucha y creatividad cristiana (RM 37). Desde ese fondo se entienden los dos momentos fundamentales de su programa de evangelización:

d) Hay un principio de encarnación. La Iglesia respeta la cultura de todos, especialmente de los pobres, los últimos del mundo, y al mismo tiempo eleva todas las culturas existentes, en proceso de creatividad constante. Eso significa que ella no soporta soluciones hechas. No se puede presentar a ese nivel como maestra. Todo lo contrario: ha de sentarse en la escuela de las culturas, dialogando con ellas y acogiendo lo que pueden ofrecerle en línea de liberación humana y esperanza escatológica.

e) Hay un principio de universalización. Uniéndose a los diversos pueblos, la Iglesia quiere ofrecerles una cultura o civilización de amor en la que todos puedan entenderse. Sólo de esa forma, haciéndose nativa en todas partes, ella podrá ser católica de verdad, ofreciendo espacio de diálogo, enriquecimiento mutuo y de celebración compartida a todos los pueblos de la tierra. Tomado en sí mismo, el evangelio es gracia de Dios y no una forma de cultura de los hombres. Por eso puede predicarse en todas las lenguas y tradiciones humanas de la tierra, sin necesidad de que los fieles deban ya "circuncidarse" (aceptando la cultura religiosa de Israel u otra cultura de la tierra).

               Por eso no hay una, sino muchas iglesias de Jesús, que habitan en los varios países de este mundo. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es una y es católica: ofrece a todos su experiencia de solidaridad, haciendo así posible que las varias culturas de la tierra se vinculen en un tipo de más alta civilización del amor.

              Por eso, los cristianos han de ser promotores y testigos de una cultura universal no impositiva que se centra en el perdón, la ayuda mutua y la palabra dialogal de todos. A partir de ahí, la evangelización ha de entenderse como testimonio de amor liberador. Sólo ese amor es signo vivo de Dios sobre la tierra. "Incluso el trabajo por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre" (RM 42). En esta línea ha de entenderse la entrega de la vida: "la prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre, en la historia cristiana los mártires, es decir, los testigos son numerosos e indispensables para el camino del evangelio" (RM 45).

              Sólo conoce de verdad a  Dios quien sabe que su vida vale en la medida en que se entrega de manera gratuita por los otros, al servicio de la dignidad de la persona. Todos los cristianos se encuentran empeñados en promover la dignidad de la persona, a la luz del evangelio, como indica Juan Pablo II cuando dice que "toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre" (ChL 37). 

3. CULTURA DE LIBERTAD

 1.Plano económico. Para algunos, el problema del hombre es la riqueza: nos esclavizamos unos a otros por dinero. Por eso, la liberación auténtica se encuentra vinculada al desprendimiento monetario que conduce a la plena gratuidad, es decir, a la no posesión y a la existencia compartida. Esta es la línea de Francisco de Asís y de todos los que ponen como inspiración de su camino la utopía de un Dios que se explicita y se revela por medio de la "dama pobreza".

Sólo hay libertad donde el creyente se libera del apego de los bienes, donde asume y desarrolla el gran misterio de la vida como gracia que se abre por encima de la muerte y nos permite también relacionarnos sobre la tierra en un nivel de comunión de vida. Pudiéramos decir que Francisco de Asís ha sabido situarnos allí donde el mismo Jesús nos situaba al proclamar en el principio de todo su mensaje la bienaventuranza de los pobres, en su doble versión de Lc 6,20 y Mt 5,3: felices los pobres que no tienen nada (Lc) y también aquellos que escogen un camino de pobreza por solidaridad con los más necesitados, en gesto de apertura liberadora, dentro de la Iglesia (Mt).

 2.Plano intelectual. Para otros el problema principal es la verdad. Los hombres viven dominados por la herida del error y la ignorancia, como ha presupuesto Domingo de Guzmán: lo que al hombre libera es la verdad, es decir, una enseñanza y cultura abierta al evangelio. Tomados en sí mismos, los bienes de este mundo nos separan, nos dividen y esclavizan. Por el contrario, la ciencia más profunda vincula a todos los vivientes, situándolos sobre un plano compartido de búsqueda y de diálogo.

Sólo hay   libertad donde el saber se expande, abriéndonos a un Dios que se revela como sabiduría. De manera normal y consecuente, los hombres liberados viven de la gracia y del amor de la "dama ciencia", en un camino que se funda sobre el evangelio. Más allá de un conocimiento instrumental que divide y se pone al servicio del poder (la técnica y dominio egoísta de este mundo) se eleva ahora el ideal del conocimiento verdadero que convierte a los humanos en contempladores de la verdad, en hermanos.  No se trata de conocer cosas, sino de conocerse (comunicarse) unos a otros.

 3.Plano eclesial. Juan Pablo II comprendió y expresó bien el sentido de libertad económica e intelectual, en sentido abstracto, pero quizá no supo (no quiso) extender sus principios a la vida de la iglesia, como espacio de libertad. Quiso una iglesia al servicio de un tipo de libertad, pero sin libertad interna. Quiso así algo que resulta imposible: Una iglesia no liberada al servicio de la libertad. Quizá no supo entender que el primer camino de liberación, en perspectiva cristiana, es la presencia y desarrollo de la Iglesia plenamente liberada, como espacio donde se anuncia y se comparte la verdad.

Da la impresión de que Juan Pablo II no entendió de hecho la paradoja eclesial, tal como Pablo la había formulado en la Carta a los Gálatas. La iglesia ha de ser (tiene que ser) un espacio y camino de liberación afectiva y espiritual.  Sólo unos hombres y cristianos libre, en una iglesia liberada, puedes ser promotores de liberacion.

Parece que Juan Pablo II entendió la iglesia como “guardiana de la libertad”, pero sin ser ella libre.   Su programa y camino de liberación económica y social era muy bueno, pero chocaba con su visión de la iglesia entendida como una especie de “dictadura religiosa” que habla de libertad, pero sin ser ella libre en sus estructuras y en sus ministerios.

 4. Plano personal: Salud interior, la libertad del amor. El hombre enferma (queda esclavizado por sus “demonios interiores”) porque no ama ni se deja amar por Dios, y de esa forma no consigue traducir el misterio del amor en claves de apertura confiada hacia los otros. Da la impresión de que Juan Pablo II quería un “amor ordenado”, pero de tal forma que el “orden” terminaba siendo más importante que el amor, esto es, que la libertad de las personas.   

              Nos esclavizamos unos a otros y nos destruimos personalmente porque no sabemos amar en clave de libertad. Juan Pablo II había escrito su tesis doctoral sobre San Juan de la Cruz, pero da la impresión de que no entendió (no asumió) la libertad radical del amor que buscaba y testimoniaba San Juan de la Cruz. Juan Pablo II era un místico, pero un místico del orden y del sacrificio, no de la libertad del amor. No se puede hablar de libertad sin experiencia radical de ser “liberado para el amor”, no sólo para la comunicación de las riquezas, sino para el amor mutuo, con el riesgo total de la libertad.

              Da la impresión de que Juan Pablo II quería una iglesia sin riesgo de libertad, una iglesia dirigida desde fuera, por un tipo de verdad objetiva. Pues bien, en contra de eso, antes de pedir a los hombres que vivan en pobreza, busquen un tipo verdad o que se integren en la iglesia, hay que decirles que sean ellos mismos, que asuman el propio riesgo de la libertad para el amor.

Llegamos de esa forma a la raíz del cristianismo, al lugar de su primera y más valiosa libertad. Antes de recibir ninguna nota calificativa, los hombres han de ser sencillamente "humanos", es decir, dueños de sí, libres para escoger y realizarse.

              La iglesia no está para “custodiar a los hombres”, para guardarles en una especie de paraíso protegido, sino para potenciar su libertad, para que los creyentes desplieguen su vida sin miedo, asumiendo su propia responsabilidad para dar y acoger sin miedo su vida a los demás.  

 5.Plano de la liberación. Sólo unos hombres y mujeres liberados, en una iglesia entendida como hogar de libertad pueden ser liberadores: abrir espacios de vida compartida, poniendo las nuevas estructuras sociales al servicio del hombre. Esto es lo que hacían los antiguos santos liberadores (Juan de Mata y Pedro Nolasco). Eso es lo que demos realizar nosotros, dentro de las nuevas circunstancias culturales y sociales. Quizá por vez primera en la historia humana, los hombres pueden ser totalmente esclavizados… (por las nuevas técnicas de dominio) o pueden liberarse.

Nos hallamos ante un nuevo “tiempo eje”, un cambio radical en la estructura y camino de la vida humana. La nueva experiencia de Dios sólo se puede entender en forma de libertad radical para el amor creyente, para la liberacion social. De la fe de otros que han confiado en nosotros hemos nacido; sólo creyendo y amando a los demás podemos vivir,  dándonos vida unos a otros. En ese sentido, la Iglesia sólo puede extenderse (ser iglesia) allí donde los fieles de Jesús se sienten y son libre, y se aman,y se aman entre sí, sin imposiciones externas.

Libres para liberar

Aquí vuelve a formularse la palabra clave de Gal 5, 1: Para ser libres nos ha liberado Cristo; sólo siendo libres podemos liberar

 a) Esa libertad empieza teniendo un componente económico-social. En esa línea que empezar  suscitando en la tierra la tierra estructuras de justicia que no sigan condenando a los más pobres a la pura lucha por la vida, al hambre o la violencia. Esto es lo que la tradición ha llamado redención del cuerpo: ella consiste en rescatar a los cautivos y arrancarlos del lugar (o situación) donde no pueden realizarse libremente.

b) Esas liberaciones corporales o sociales están encauzadas hacia la gran libertad o redención que nos ofrece Cristo con su amor hasta muerte. Sabemos ya que el hombre no se salva por las circunstancias o las obras exteriores, sino sólo por gracia, recibida y asumida en libertad, en lo más hondo del alma. La libertad es “gracia”: No se puede imponer, no se puede exigir. Se ofrece y comparte gratuitamente. Se trata, según eso, de ser para que los otros sean, compartiendo la vida con ellos. En ese sentido, la libertad es, al mismo tiempo, personal y comunitaria. Sólo si compartimos la libertad haciendo que otros sean podemos vivir libremente.

Una cultura de libertad.

La Iglesia debe presentarse como "escuela de liberación", donde los hombres pueden iniciarse en el camino de una educación al servicio de la libertad humana y fe cristiana. Este es el lugar donde se encuentra empeñada en la actualidad una parte considerable de la Iglesia: Ella quiere educar liberadores, tanto en plano de conocimiento (teología) como a nivel de compromiso, formando grupos de cristianos que sepan entregarse por los otros y ofrecerles espacio de maduración humana abierta al evangelio.

    Sólo una iglesia de liberados en amor puede ofrecer libertad. En contra de eso, a veces da la impresión de que Juan Pablo II quería una iglesia de sometidos, fieles bien disciplinados y obedientes, para así transmitir libertad. Por eso, su programa, al menos en parte ha fracasado, pues no ha partido de uno hombres y mueres que se sienten y saben liberados en amor para ofrecer liberaron.

  Los cambios exteriores (de estructura económica o política) resultan insuficientes. Para liberar es necesario que empecemos suscitando un tipo de hombre nuevo, a la luz del evangelio, un tipo de hombre libre, liberado para el diálogo, la escucha y el amo.  Eso implica un fuerte programa educativo que se dirige a todos los cristianos, pero que de un modo especial quiere alcanzar a los más comprometidos, en la línea de una presencia eclesial liberadora.

a) Queremos educar para ver, tanto en plano de conocimiento científico (ayudado por la sociología y el derecho, por la economía y la política) como en el plano de la participación personal (a nivel de encarnación concreta). Como especialista en libertad, el cristiano sabe mirar hacia los hombres y problemas actuales, descubriendo así los aspectos y problemas del nuevo cautiverio.

b) Queremos educar para juzgar en clave de discernimiento teórico y sabiduría práctica: el cristiano sabe conocer las formas y las causas del nuevo cautiverio, para superarlo a partir del Evangelio, y sabe también planificar su acción y realizarla de un modo efectivo, al servicio de la libertad del hombre.

c) El liberador es un hombre de acción: no es un simple teórico que traza los planes desde arriba, ni un eterno aprendiz que no hace más que prepararse. Por imperativo de evangelio, el cristiano es un hombre que se compromete en la acción liberadora y la realiza con la fuerza del Espíritu Santo.

              Esos tres planos se encuentran mutuamente entrelazados: sólo se mira y comprende de verdad (plano del ver) allí donde se aprende a discernir y se realiza, al fin, una obra activa. Los liberadores saben que los problemas del cautiverio nunca pueden entenderse en clave de teoría, si no existe una actitud de compromiso en favor de los cautivos. Ellos han de ser expertos en humanidad, pero no la entienden simplemente desde fuera, en general. Sólo la pueden conocer si viven cristianamente comprometidos con la causa de los pobres oprimidos, en clave de evangelio.

              Por eso insistimos en la unión del plano afectivo y del contemplativo, retomando así y puntualizando un tema que se encuentra en el principio de toda teología de la vida cristiana. Sólo desde el fondo de una buena acción, inmersos, encarnados en el mundo y trabajando por cambiarlo, podemos entender rectamente los principios de la liberación cristiana. Sólo quien se entrega por la causa de la libertad, hallándose dispuesto a morir por los demás, comprende la miseria de la esclavitud o cautiverio de este mundo y se vincula de verdad al Cristo Redentor.

Esta acción liberadora brota a nivel cristiano de una espiritualidad de seguimiento: sabemos que Jesús continúa padeciendo en los cristianos oprimidos y cautivos, expuestos a perder su fe, y también en todos los hombres oprimidos de la tierra.

              Ciertamente, Jesús se manifiesta ante todo en la Escritura y nos ofrece el misterio de su vida en la liturgia (Eucaristía). Pero dando un paso más, los cristianos liberadores quieren venerarle y encontrarle en los cautivos. Por eso le siguen en su gesto de amor fuerte dirigido hacia los pobres, enfermos y oprimidos. Esta oración viene a expresarse como una visión ampliada de los sufrimientos salvadores de Jesús, viniendo a presentarse como una contemplación redentora.

               Ya no vemos a Jesús aislado, como alguien que murió hace tiempo por nosotros. Le miramos y le vemos padeciendo en aquellos que padecen: hambriento en los hambrientos, cautivo en los cautivos, torturado en aquellos que se encuentran torturados. Por eso, a los ojos del creyente, los males de este mundo ya no tienen sentido puramente antropológico o social: ellos reciben un sentido cristológico.

La contemplación redentora descubre a Jesús en la opresión y muerte de los hombres de la tierra: le venera en los cautivos y le ama al amar a los que están necesitados. Normalmente pasamos por la vida ciegos, sin llegar a descubrir la hondura y la tragedia de la muerte y opresión ajena. Pues bien, el evangelio nos enseña a mirar con ojos nuevos: descubrimos a Cristo en los cautivos y allí mismo le ayudamos, en gesto de oración y acción liberadora que ahora van profundamente entrelazadas.

           Juan Pablo II quiso liberar a los hombres, y su proyecto era bueno.  Pero no logró (no pudo, quizá no quiso) crear una iglesia de cristianos libres, empezando por los obispos y presbíteros... Quiso una iglesia "sometida" a sus principios sociales, a su teologías... No fue capaz de suscitar unos hombres liberados en amor para liberar.

 NOTA ERUDITA

[1] Más de un treinta por ciento de la población de las naciones industrializadas vive en estas condiciones: el sistema los expulsa o margina y, por otra parte, ellos mismos son una amenaza para este sistema. Nos movemos en un círculo que tiene poca solución, en clave material. Aquí hace falta proclamar otra palabra: anunciar el evangelio verdadero de la gracia y comunicación interhumana. A otro nivel, son muchos los triunfadores del sistema que se declaran cansados: buscan la respuesta fácil de un esoterismo pseudoreligioso, se refugian en las sectas o se pierden en la vana espiral del consumismo o de la droga.

               En el Tercer Mundo la situación más dramática la viven los pueblos del Africa subsahariana. Ciertamente, el cristianismo ha sido predicado en muchos de esos pueblos con fidelidad ejemplar y han surgido (están surgiendo) iglesias que son fuente de esperanza para el mundo. Pero, al mismo tiempo, la ruptura de los viej os tejidos culturales (étnicos, tribales), la nueva situación económica y el influjo de una administración político-militar calcada de Occidente han puesto en riesgo la misma vida física de muchos habitantes de esos pueblos. Las informaciones más fiables resultan alarmistas: el hambre avanza y mata de un modo implacable, crece el SIDA, se hacina la gente en los suburbios y parece que no existe ya salida para la pervivencia humana, si no cambian las mismas estructuras de la economía y política mundiales.

               Empieza a ser difícil predicar un evangelio universal "católico", importado de Occidente, allí donde gran parte de la población puede acabar muriendo por falta de solidaridad humana de Occidente. También en América Latina resulta escandalosa la pobreza de gran parte de la población. En su origen está el capitalismo mundial, que sólo busca el provecho del dinero antidivino (cf Mt 6,24). Pero debemos recordar que el escándalo retorna y se agranda al interior de cada país: sus ricos son más ricos, sus pobres son más pobres que en el resto de la tierra.

               Esta situación de pobreza está agravada por el flujo de exilados (unos treinta millones) y, especialmente, de emigrantes que llenan los suburbios de las grandes ciudades, extendiendo por doquier su gran herida o cruz de marginación y de pobreza. En estas condiciones resulta muy difícil mantener la esperanza. Crece la delincuencia social, se rompe la vida familiar y así encontramos millones de niños que acaban viviendo sin familia, en medio de la calle (cf CELAM, Documento de consulta para la IVa Conf. G., S. Domingo, 1992, núm. 368-388).

              Ciertamente, son muchas las cautividades y resulta muy difícil separar en este campo los problemas del cuerpo (esclavitudes materiales) y del alma (cautiverios religiosos). Estamos descubriendo la unidad del hombre, de tal forma que sus enfermedades aparecen como dolencias y rupturas de la vida entera. Ahora entendemos mejor aquella experiencia original de la que parte el evangelio: Jesús halló a los hombres de su tiempo arrojados y manipulados, sin sentido y dirección en la existencia (cf Mt 9,36). Así los encontramos todavía: traídos y llevados por la enfermedad y el hambre, pasando del subdesarrollo a la opresión, de la esclavitud al cautiverio, de la locura psicológica a la alienación social. Así nos mantenemos en el mundo: entre el pecado del principio y la muerte del final parecemos condenados a vagar sin sentido por la vida.

              Posiblemente, esto nos puede hacer más humildes. Hace unos decenios podíamos pensar que todo tiene arreglo fácil: vendrá la gran revolución y acabará con las pobrezas de este mundo. Hoy sabemos ya que el tema del futuro y la esperanza sobre el mundo es más difícil. N os rodea el mal, puede vencernos el cansancio o desencanto. Pues bien, sobre esta situación de cautiverio ha proclamado Jesucristo su palabra de evangelio. También nosotros,   siguiendo una doctrina muy común en estos últimos decenios, entendemos la liberación como elemento central del evangelio.

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