No vemos las cosas como son, sino como somos. Reflexión ante unas votaciones
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Vemos las cosas como somos, decía Anais Nin (1903-1977), escritora, analista, testigo de la modernidad (de origen cubano/catalán, de cultura francesa y norteamericana). Vemos las cosas como nosotros las formamos al mirarlas (o como quieren que veamos otros, en un plano político, social e incluso religioso...). En contra de eso decía Jesucristo: "Lámpara es tu ojo, y si tu ojo es limpio verás que todo el limpio a tu alrededor..." (Mt 6, 22).
El tema es que limpiemos los ojos para ver con claridad, nosotros mismos, en amor y diálogo, no por imposición de otros, como se ha dicho estos días de propaganda política (con rasgos de engaño aprovechado). Nosotros alumbramos y embellecemos las cosas al mirarlas, pero también podemos deformarlas engañando a otros, y engañándonos a nosotros mismos, como decía Jesús.
Quiero recordar esta palabra y comentar ese evangelio en este tiempo en el que algunos, en vez de mirar con ojo limpio a los demás, parece que no saben más acusarse unos a otros, manchándoles con su mirada turbia de ira, envidia o venganza.
Lo hago en este día de reflexión (11.7.20) cuando muchos preparan su voto de mañana en Galiza y Euskadi. He oído bastantes cosas ante los comicios... pero en vez de ser cosas para ayudarnos a ver unos a otros son con frecuencia acusaciones de unos contra otras. Parece que no importa el bien de todos, sino el mal de los adversarios.

Y así recuerdo lo que decía A. Nin: No vemos las cosas como son, sino como somos. Malos somos y así vemos en los otros cosas malas... Y recuerdo sobre todo lo que decía Jesús: No vemos lo que son los otros, sino lo que proyectamos en ellos, con nuestra luz manchada, con nuestro ojo mentiroso.
Se decía antes que después de ver viene en discernir y el actuar... Pero en muchos casos la mirada es juicio y juicio malo... Pero el tema tiene muchos matices, y así lo dejo, para que piense quien quiera, en este día de reflexión antes de unas votaciones.
Mt 6, 22-23: El evangelio de la mirada:
Mt 6 22 La lámpara del cuerpo es el ojo: Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo estará luminoso; 23 pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Si pues la luz que hay en ti es oscuridad ¡qué oscuridad habrá!
Este evangelio retoma el motivo de Mt 5, 15: “No se enciende una lámpara (lyknon) para ponerla bajo un celemín, sino sobre un candelero (lyknian)…”. Éste es un evangelio de luz, que retoma un motivo importante de la esperanza profética: «¡Levántate y brilla! Porque ha llegado tu luz, y la gloria de Yahvé ha resplandecido sobre ti…» (Is 60, 1-3).
Jesús quiere crear un pueblo de gentes luminosas, una ciudad de personas hechas luz, que alumbren de forma generosa, regalando su claridad, gratuitamente, como tesoro compartido:
‒ El tesoro del hombre está en el ojo claro, transparente (6, 22), que no quiere atesorar cosas externas, siendo esclavo de ellas, sino actuar como luz creadora que irradia su resplandor, como ojo que ve, foco que alumbra y, al mismo tiempo, mira y contempla lo alumbrado: «La lámpara (lyknos) del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz…» (Mt 6, 22).
El hombre es portador de una Luz más alta (divina), que se expresa por sus ojos, lámparas de Dios, de manera que su mismo cuerpo (sôma) se vuelve luminoso, como si fuera una Menorah de Dios en la tierra, un lámpara que nos permite verlo todo con claridad, con transparencia. (cf. Ex 25, 31-40; cf. Ex 37, 17-24 y Lev 24, 2-4).
El hombre bueno es esencia de luz, que no guarda nada para sí, sino que alumbra, crea, y de esa forma puede contemplar todas las cosas.... Esta revelación de la luz, que ve alumbrando y que mantiene su resplandor al darlo, no puede entenderse de un modo espiritualista (idealista). Esta revelación del hombre luz está ligada, según el evangelio de Mateo, con la generosidad: Sólo "ve" de verdad y conoce el que sabe darse: Da lo que es, da lo que tiene, se regala a sí mismo, como luz.
Los que no atesoran de un modo egoísta, sino que regalan y comparten su vida y sus bienes, tienen “ojo sano/claro”, alumbran y contemplan lo alumbrado, siendo ojos que miran y se dejan mirar, creando, contemplando y gozando los bienes del mundo en transparencia, sin codiciarlos de un modo egoísta .

‒ El hombre ve y sabe que ve, alumbrando el mundo con su mirada. El hombre mira, y mirando sabe, y sabiendo ilumina lo que existe, y todo recibe en él su luz y su sentido. Cada uno de los hombres y mujeres somos una ventana de luz, la misma luz de Dios sobre la tierra, que va viendo y contemplando todo, y descubriendo que es bueno, como el Dios de Gen 1, que miraba lo que había hecho y descubría que era bueno.
En esa línea se entiende la contemplación, mirada sagrada (con- templo): Nuestra mirada es el mismo templo de Dios, y en ella y por ella descubrimos el misterio de la realidad, en un camino abierto a la “visión beatífica”, a la contemplación del mismo Dios en todo lo que existe. Se trata, por tanto, de dejar que la luz de Dios nos alumbre y que así nosotros contemplemos y seamos, viviendo desde este mundo la plenitud de todo. Dios me mira, y yo le miro… Y en la mirada mutua somos, existimos. De la mirada de Dios hemos nacido, en la mirada de Dios crecemos y caminamos, como dice Juan de la Cruz: “Y yéndolas mirando, con sola su figura, vestidas las dejó de su hermosea…”. Dios va creando todo con su mirada, y mirar Dios es crear (Cántico Espiritual 5) .
— Pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en oscuridad (6, 23). De manera consecuente, la oscuridad del hombre proviene de su “ojo malo” (poneros), que no alumbra, sino engaña, queriendo atesorar en la tierra tesoros falsos que se van destruyendo (por el orín y la polilla), tesoros que levantan la disputa ente presuntos propietarios y ladrones…Un ojo sano, es decir, transparente, no desea atesorar para sí, no miente, ilumina con su luz y así comparte lo que mira, apareciendo de esa forma como bendición de Dios, el don más grande, la misma vida humana hecha Luz y comunicación.
Por el contrario, el “ojo malo”, que se cierra en sí y quiere atesorarlo todo de un modo egoísta, convierte la vida del hombre (su cuerpo, sôma,) en algo oscuro, que se debe esconder, encerrar, con miedo y violencia, para así mantenerlo. Esta falta de luz hace que el cuerpo, es decir, la vida humana, en un plano interior y exterior, personal y comunitario, sea oscuro (skoteinos), llena de una oscuridad que nace del mal deseo, del poder de la muerte (¡nada puede atesorarse sin fin, todo lo destruye el orín y la polilla!) y de la violencia, que convierte la vida en un afán por esconder (ocultar) los falsos bienes, enfrentándonos por ellos.

((Tiene razón y no la tiene R. de Campoamor... No todo en el mundo es traición. Hay también buenas miradas, como las que quiere Jesús... Miradas para ver cada uno, para ver juntos, para ayudarnos a contemplar unos a otros y con otros))
‒ Pero si la luz que hay en ti se vuelve oscuridad ¡qué oscuridad habrá! Éste es un proverbio sapiencial, convertido en amenaza. La luz del hombre es el ojo, que alumbra, que ve, que comparte. Pues bien, allí donde esa luz se vuelve oscuridad… ¿qué podrá decirse del resto de la vida? La frase final (¿cómo será tu oscuridad?)) puede entenderse en forma de admiración (¡qué oscuridad habrá!) o como pregunta (¿qué pasará con la oscuridad?).
Si no aprendemos a mirar... podemos destruir al otro, y quizá lo hagamos... Pero lo seguro es que nos destruimos nosotros, los que así miramos, de manera mala. El principio de toda destrucción está en mirar con envidia y mal ojo a los demás. Buen día a todos.