Reflexiones sobre Entrevías desde "aquí abajo"

(JCR)
Desde hace meses sigo con interés los acontecimientos en torno a la parroquia de Entrevías (me resisto a llamarla “roja”, los colores sólo me gustan en las telas africanas). No he estado nunca allí, y al cura Enrique de Castro sólo le he encontrado una vez en mi vida, hace unos 18 años. El y sus compañeros, personas entregadas día a día a los más marginados, se merecen todo el respecto del mundo. Con las limitaciones de quien escribe desde la distancia, se me ocurren un par de comentarios desde este lugar de África.

Leo lo que dicen los curas de San Carlos Borromeo: “Los pobres (o excluidos) tienen derecho a tener su comunidad parroquial”. Yo, como en los 18 años que he trabajado en parroquias del África rural, sólo he tenido pobres y nada más que pobres, y no he podido elegir, pues qué quieren que les diga. Que mi conclusión es que los pobres (o excluidos) tienen derecho a que se les acoja en todas las parroquias y a sentirse parte de todas ellas, no sólo de una. Algo no va bien en la Iglesia de cualquier país cuando hay marginados que se sienten bien en una comunidad parroquial y no en otras. También me parece justo añadir nadie tiene el monopolio de la solidaridad. Yo, por lo menos, en las misiones donde he trabajado con desplazados de guerra, niños soldado y muchas otras víctimas, hemos recibido ayuda (y mucha) de parroquias de Italia, Alemania y España, tanto ubicadas en zonas pobres como ricas, y Dios se lo pague a todos ellos.

Yo no sé cómo serán las “sensibilidades culturales” de Entrevías y qué se entiende por “sencillez”, pero mi experiencia en África es que por muy pobre que sea la gente que viene a misa, si a mí se me ocurre un día salir al altar a presidir la liturgia en pantalones vaqueros estoy seguro de que mis feligreses me correrían a gorrazos. Y si además les repartiera rosquillas durante la comunión, no les digo que me llevarían a un psiquiátrico (que en todo Uganda sólo hay uno y nos pilla muy lejos), pero al hechicero de la esquina sí, porque pensarían que me ha poseído algún espíritu raro. La gente pobre con la que he celebrado la Eucaristía miles de veces debajo de un árbol, en una mesita o en el suelo, no me consentirían a mí ni a nadie que rebajáramos el nivel de dignidad que ellos perciben como acorde la grandeza de lo que se celebra, por muy excluidos y miserables que sean. Y lo verían como una falta de respeto hacia ellos. Por muy pobres que sean, en su iglesia de techo de paja quieren casullas bonitas, incensarios, y velas. Una vez que quise quitar las campanillas me echaron una bronca que me sirvió para recordar el resto de mi vida que yo no soy el dueño de la celebración.

Yo no sé cómo estará llevando todo esto el arzobispo de Madrid, pero me imagino que le estará costando lo suyo y que ha demostrado una gran paciencia. A mí el cardenal Rouco me parece una buena persona, sobre todo desde que un día del 2002, después que me hirieran en medio de un combate y me hicieran prisionero, me llamó por teléfono para interesarse por mí y darme ánimos, y eso que no me conocía de nada. En 19 años en África he aprendido que por muy buenos proyectos que tengamos, hay que esforzarse siempre en tener relaciones cordiales con la autoridad en la Iglesia, y eso conlleva que a veces hay que ceder, callar ciertas cosas en público aunque pensemos que tenemos razón y actuar con bastante humildad. Y les aseguro que he tenido que lidiar con más de un obispo que, más que difícil, era raro, rarísimo y hasta tonto de capirote (no creo que Rouco sea ninguna de estas tres cosas), y aún así en casos extremos tengo la impresión de que siempre se puede llegar a un acuerdo y una situación de convivencia normal, sin dar lugar a situaciones que al final nos prestamos a convertirnos en carnaza para cierta prensa a la que la Iglesia le importa tres pitos, pero que cuando hay escándalo hacen leña del árbol caído.

Así que, como África me ha enseñado a ser conciliador (aunque a veces sea mal alumno), expreso desde Uganda mi solidaridad con los curas de Entrevías, con el cardenal Rouco, con los excluidos de la parroquia de mi santo patrón y con todos los excluidos de todos los rincones del mundo, los de los suburbios de Madrid y los de los campos de desplazados de África, que vienen descalzos y con la camisa hecha jirones a misa, pero que quieren que su cura “se ponga la bata” cuando sale a celebrar con ellos.

P.D. Para aclarar malentendidos y que se puedan hacer una idea de lo "lujosos" que son nuestros artefactos litúrgicos incluímos una foto de un inciensario en versión ugandesa.
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