Viaje a Juba (Sudán). Via dolorosa de muerte y soledad

(JCR)
El principal paso fronterizo a Sudán desde el norte de Uganda está en

Nimule. Hace apenas año y medio no se podía recorrer los 200 kilómetros que hay desde allí hasta la capital del Sudán del sur (Juba) debido a las minas en la carretera. Después de varias décadas de una guerra entre el gobierno islámico y pro-árabe y el sur negro y cristiano o animista, conflicto que se cobró al menos dos millones de vidas, en el 2005 se firmó la paz. El sur goza hoy de una cierta autonomía y para el 2011 está previsto un referéndum sobre la independencia, aunque en la práctica el Sudán meridional funciona en muchos aspectos como un país independiente. Hoy la carretera Nimule-Juba está muy transitada y llena de vida. Pero su aspecto sigue recordando al viajero que allí la muerte campó por sus fueros.

La primera vez que vi Nimule, en 2001, era un lugar muerto y silencioso, sin infraestructuras de ninguna clase, bajo el miedo constante de los bombardeos aéreos de Jartum. Hoy la pequeña población es un hormiguero de mercados, oficinas de ONGs, y camiones y autobuses que van y vienen entre Uganda y Sudán. Pero también está la otra cara de la moneda: miles de personas desplazadas que malviven en Nimule. Han huido de poblaciones más al Este de los constantes ataques de la guerrilla ugandesa de Joseph Kony, el temible LRA, que hoy por hoy y a pesar que en teoría hay paz es la principal espina clavada en este lugar de Africa.

Nada más salir de Nimule me paran en un control de la policía y me piden que lleve a un soldado a unos cincuenta kilómetros más adelante. Me parece que tengo poca elección y le ofrezco un asiento trasero. Intento iniciar una conversación para crear un clima amigable, pero el hombre tiene la expresión dura y apenas me responde con lacónicos monosílabos. El camino está jalonado de coches, camiones y tanques destruidos en emboscadas durante los años de la guerra. A ambos lados de la carretera hay zonas boscosas. Cada pocos kilómetros se ven señales de “Peligro. Minas. Por su propia seguridad no salga de la carretera”. De hecho cuando dejo al soldado, veo un autobús que ha parado y a sus ocupantes aliviándose –en necesidades menores e incluso mayores- en la misma carretera, sin atreverse a adentrarse ni medio metro en la maleza. Más vale sacrificar el pudor que no la vida.

El camino es solitario, desolado y evoca la muerte. Es la primera vez que viajo en Africa sin ver a mujeres acarreando leña, ni a niños jugando, ni a personas ocupadas en mercadillos, ni simplemente a nadie caminando de un pueblo a otro. El lugar está vacío de personas. Nadie vive a lo largo de estos 200 kilómetros, excepto las pocas personas que viven al lado de los destacamentos militares que encontramos cada veinte o treinta kilómetros.

Los últimos treinta kilómetros antes de llegar a Juba están llenos de vertederos de basura que se pudre bajo el fuerte sol. La capital de Sudán del sur carece de las estructuras más elementales de una ciudad, como agua, electricidad o recogida de basuras, y mucha gente ofrece dinero a los camioneros para que se lleven los deshechos y los arrojen donde puedan por el camino.

Llegamos a Juba. Parte del único puente que cruza el Nilo, por el que se accede a la ciudad, se ha derrumbado roto hace pocas semanas y sólo se puede usar una de las dos vías. El gobierno, cuyos dirigentes –antiguos rebeldes del SPLA- parecen tener problemas para cambiar el fusil por la mesa de administración, parece funcionar con poco orden y concierto. Baste pensar que la ministra de transportes, la viuda del antiguo vice-presidente John Garang, fallecido en accidente de helicóptero hace dos años, reside casi siempre en Nairobi (Kenya), y parece poco probable que desde allí pueda resolver estos problemas prácticos.

Juba es una ciudad caótica. Ha pasado de ser una ciudad arrasada por la guerra, que sufría bombardeos diarios, y casi vacía de personas, a convertirse en un núcleo donde acuden funcionarios de Naciones Unidas, personal de ONGs, comerciantes, representantes de compañías petrolíferas y muchos otros extranjeros que han llenado la ciudad de coches y dólares. Muchachos de apenas doce o trece años conducen moto-taxis a velocidades de vértigo por carreteras llenas de agujeros. Los improvisados hoteles, casi todos en manos de gentes de Kenya, que ofrecen una tienda de campaña en un recinto arbolado por cien dólares la noche, hacen su agosto.

En Juba residen también desde hace un año las delegaciones del gobierno de Uganda y del LRA que negocian la paz. De esto les hablaré mañana.
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