El himno nacional en los trópicos africanos
(JCR)
En muchas ocasiones no suelo salir de inmediato al paso de acontecimientos puntuales, sino que prefiero dejar pasar algunos días o semanas antes de realizar algún comentario. Y hoy, después de seguir noticias recientes sobre la bandera y el himno de España he recordado una experiencia africana inolvidable.
Fue en octubre de 1998. Acababa yo de comenzar en Suráfrica un curso sobre conflictos y mediación, en el que participábamos 18 personas de distintos países africanos. Yo era el único blanco y no sé muy bien por qué durante aquel mes y medio me pusieron de responsable de organizar fiestas y aniversarios. Llegó el 9 de octubre, fiesta nacional de Uganda y me dirigí a dos participantes de este país, a los cuales agradecí que me consideraran como uno más de ellos. Un simpático pastor protestante ugandés y un servidor preparamos algo parecido a una cena típica ugandesa, seguida de música y bailes del país. La otra persona de Uganda, una jovencita veinteañera, se excusó de su participación en tareas culinarias alegando no sé qué indisposición.
Vestidos con nuestras mejores galas, antes de la cena enseñamos a todos los participantes y a los cuatro tutores el himno nacional de Uganda, que todos cantamos puestos en pie con gran respeto. A continuación, una señora surafricana nos dijo que puesto que estábamos en su país teníamos que aprender y cantar también el himno del país anfitrión, cosa que también hicimos a pleno pulmón. Presidieron la cena de aquel día las banderas de Uganda y Suráfrica. A la chica ugandesa se le pasó la indisposición y cenó lo que habíamos preparado.
Pasaron tres días y llegó el 12 de octubre. Improvisé como pude unas tortillas de patata y una gran paella, ayudado por mi amigo el reverendo ugandés. También en aquella ocasión la chica ugandesa nos dijo que "no se encontraba bien" y se excusó. Llegó la hora de la cena, y en la sala presidida por las banderas rojigualda y la surafricana di la bienvenida a los participantes. Entonces ocurrió lo que más me temía.
"Enséñanos a cantar el himno nacional español", dijo con gran entusiasmo la señora surafricana, cuya propuesta fue inmediatamente secundada por todos los participantes. Rojo como un tomate, me imaginé el desastre que sería enseñar a mis compañeros a tatarear el "chunda, chunda, tachunda, chunda, chunda, chunda, chunda, chun...", y para mayor inri en una de las lenguas más habladas de Uganda, la palabrita "chunda" da la casualidad que significa "mi pene", así que tras tragar saliva me excusé como pude y dije que no me sabía la letra.
"Pero, señor, ¿cómo que nos se sabe usted la letra del himno nacional de su país?", oí que alguien decía. Sólo faltaba que me hubiera añadido "¿Y no le da vergüenza?" "Pues vamos a cantar otra vez el himno nacional de Uganda, y también el de Sudáfrica, que es muy bonito".
Y así fue como aquel día, la madre patria española fue honrada con los acordes de los himnos nacionales de dos países africanos. A continuación, dimos todos buena cuenta de la comida española, incluida la jovencita ugandesa, a la que la tortilla y la paella parecieron obrarle el milagro de hacer que se le pasara la indisposición que le impidió pelar las patatas unas horas antes.
En muchas ocasiones no suelo salir de inmediato al paso de acontecimientos puntuales, sino que prefiero dejar pasar algunos días o semanas antes de realizar algún comentario. Y hoy, después de seguir noticias recientes sobre la bandera y el himno de España he recordado una experiencia africana inolvidable.
Fue en octubre de 1998. Acababa yo de comenzar en Suráfrica un curso sobre conflictos y mediación, en el que participábamos 18 personas de distintos países africanos. Yo era el único blanco y no sé muy bien por qué durante aquel mes y medio me pusieron de responsable de organizar fiestas y aniversarios. Llegó el 9 de octubre, fiesta nacional de Uganda y me dirigí a dos participantes de este país, a los cuales agradecí que me consideraran como uno más de ellos. Un simpático pastor protestante ugandés y un servidor preparamos algo parecido a una cena típica ugandesa, seguida de música y bailes del país. La otra persona de Uganda, una jovencita veinteañera, se excusó de su participación en tareas culinarias alegando no sé qué indisposición.
Vestidos con nuestras mejores galas, antes de la cena enseñamos a todos los participantes y a los cuatro tutores el himno nacional de Uganda, que todos cantamos puestos en pie con gran respeto. A continuación, una señora surafricana nos dijo que puesto que estábamos en su país teníamos que aprender y cantar también el himno del país anfitrión, cosa que también hicimos a pleno pulmón. Presidieron la cena de aquel día las banderas de Uganda y Suráfrica. A la chica ugandesa se le pasó la indisposición y cenó lo que habíamos preparado.
Pasaron tres días y llegó el 12 de octubre. Improvisé como pude unas tortillas de patata y una gran paella, ayudado por mi amigo el reverendo ugandés. También en aquella ocasión la chica ugandesa nos dijo que "no se encontraba bien" y se excusó. Llegó la hora de la cena, y en la sala presidida por las banderas rojigualda y la surafricana di la bienvenida a los participantes. Entonces ocurrió lo que más me temía.
"Enséñanos a cantar el himno nacional español", dijo con gran entusiasmo la señora surafricana, cuya propuesta fue inmediatamente secundada por todos los participantes. Rojo como un tomate, me imaginé el desastre que sería enseñar a mis compañeros a tatarear el "chunda, chunda, tachunda, chunda, chunda, chunda, chunda, chun...", y para mayor inri en una de las lenguas más habladas de Uganda, la palabrita "chunda" da la casualidad que significa "mi pene", así que tras tragar saliva me excusé como pude y dije que no me sabía la letra.
"Pero, señor, ¿cómo que nos se sabe usted la letra del himno nacional de su país?", oí que alguien decía. Sólo faltaba que me hubiera añadido "¿Y no le da vergüenza?" "Pues vamos a cantar otra vez el himno nacional de Uganda, y también el de Sudáfrica, que es muy bonito".
Y así fue como aquel día, la madre patria española fue honrada con los acordes de los himnos nacionales de dos países africanos. A continuación, dimos todos buena cuenta de la comida española, incluida la jovencita ugandesa, a la que la tortilla y la paella parecieron obrarle el milagro de hacer que se le pasara la indisposición que le impidió pelar las patatas unas horas antes.