¿De qué están hechos los sueños?

Voy a estar ahora una temporada en la universidad de San Francisco. Aquí nació la novela negra con Dashiell Hammett (1894-1961), autor de “El halcón maltés”. El ambiente oscuro de sus historias, dice Raymond Chandler que sacó al detective de ficción del “jardín de rosas del vicario”, para arrojarlo “en un callejón”. Calles como Burritt Street, donde el compañero del investigador Sam Spade es asesinado, a unas pocas manzanas de su oficina en Post Street, donde vivió el escritor en los años veinte.

La atmósfera de “El halcón maltés” (1930) es tan densa como la niebla de la bahía que cubre estas calles, sobre las empinadas colinas que recorren los tranvías. Conozco estas cuestas desde que veía en blanco y negro “Las calles de San Francisco”, en la televisión que había sobre el sofá cama donde dormía de niño. Un profesor de comunicación que tuve en la Facultad solía decir que conocíamos mejor estas calles que las nuestras. Ahora que veo la serie en color, todo me parece más luminoso.

Una de mis series preferidas de aquella época es “McMillan y su esposa”. El matrimonio del comisario que interpreta Rock Hudson con Susan St. James, en el San Francisco de los años setenta, me sigue pareciendo delicioso. La pareja está inspirada en el matrimonio de detectives que presentó Hammett en su novela “El hombre delgado” (1934). Aunque no hizo ninguna secuela literaria, continuó la serie en el cine con William Powell como Nick y Mirna Loy como Nora, junto a su fiel perro Asta, combinando los misterios con grandes cantidades de alcohol. Mi educación abstemia prefiere la complicidad sexual de McMillan y su esposa a los excesos etílicos de Hammett, que vio así destruida su vida y su literatura.

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

La vida está llena de grandes interrogantes. ¿Qué hubiera sido de nosotros en otras circunstancias? La hija de Hammett se pregunta en sus memorias qué hubiera pasado si su madre no se hubiera quedado embarazada. ¿Le habría dicho su padre que viniera a San Francisco a casarse? La habitación donde ella se quedó la noche antes de la boda es ahora una suite dedicada al autor de “El halcón maltés”, que pretende ser ahora la oficina de su detective protagonista.

Jo Hammett se pregunta si su padre hubiera escrito, si no hubiera estado enfermo. Después de aquellos doce años, ya no hizo ninguna historia. Tras escribir cinco novelas y bastantes historias, no volvió a publicar ningún libro desde 1934, aunque murió el 61. Se hace entonces conocido en Nueva York, donde se hace comunista y empieza a vivir con Lillian Hellman, que le acompaña el resto de su vida, aunque nunca se casaron. La escritora la retrata en las memorias que inspiraron la película “Julia”.

Nos preguntamos con la hija de Hammett, si hubiera hecho estas historias, si no hubiera vivido en San Francisco. Volvió a California, pero ya para trabajar en Hollywood, donde fue guionista hasta ser incluido en “la lista negra”, por “la caza de brujas” del Comité de Actividades Antiamericanas. Pasó incluso seis meses en prisión por negarse a colaborar informando sobre el paradero de los miembros del Congreso por los Derechos Civiles que se negaron a testificar. En parte, porque no lo sabía, como le dijo a su hija, pero sobre todo porque sería una violación de sus derechos.

EL OJO INVESTIGADOR

El padre del género negro era hijo de un granjero y una enfermera, que dejó el instituto en Baltimore para ayudar a su familia con diferentes trabajos. Su formación fue básicamente autodidacta. Tras alistarse como voluntario en la Primera Guerra Mundial, es sargento en el cuerpo de ambulancias, hasta que contrae la tuberculosis. Es así como conoce a su esposa, una enfermera llamada Jose, a la que dejó embarazada.

Hammett había trabajado en la principal agencia de detectives que había en América, Pinkerton. Servían al gobierno en tareas de seguridad, pero resolvían sobre todo problemas privados, siendo particularmente conocidos por su tremenda capacidad para “reventar” huelgas. El futuro comunista tenía el pasado vergonzoso de haberse dedicado como infiltrado a boicotear el conflicto de los mineros con la industria de Montana. Es ahí de dónde saca el material para su primera novela, “Cosecha roja” en 1929.

Los libros de Hammett aparecieron primero como seriales en revistas como Máscara Negra. Ninguno tuvo el éxito de “El halcón maltés”. Lo dedica a su mujer, la única esposa legítima que tuvo, Jose. Aunque ha sido llevado dos veces antes al cine, es particularmente conocido por la versión de John Huston en 1941, donde Humphrey Bogart encarna el prototipo de detective de la novela negra. En inglés se conoce por la expresión francesa “noir”, que expresa el sentimiento de los parisinos, tras la ocupación alemana. En el cine se caracteriza por su iluminación de claroscuros, pero también por los duros personajes y amargos diálogos de estas novelas llenas de grandes engaños, amores fatales y cínicos perdedores.

COMO UN ROMPECABEZAS
Las historias de serie negra son como un rompecabezas, que hace que el lector comparta la impresión de confusión del protagonista. Esto llega a su máximo expresión en las novelas de Chandler, donde ni el escritor, ni sus intérpretes parecen tener la menor idea de lo que está ocurriendo, ante tal telaraña de mentiras. Lo de menos es la trama, a veces. Es la espiral de confusión y violencia que te atrapa. Es por eso que el género negro es una de las mejores descripciones del pecado que podamos encontrar en la literatura y el cine de nuestro tiempo.

La anécdota de la que parte “El halcón maltés” se basa en un error histórico: no fue esta orden de caballería la que llegó a la isla de Malta, sino la de los hospitalarios, que se fundó en Jerusalén, como los templarios. Eso es lo de menos. Lo que importa es que esa figura está hecha del “material de los sueños”. La frase viene de Shakespeare en “La tempestad”, pero la sugiere Bogart –dice Huston en sus memorias–, ya que no está en la novela. Lo que sí está en el libro –pero no en la película–, es la historia de Flitcraft. Yo creo que en ella está la clave del relato. Así dice su hija que la contaba su padre:

Un hombre de negocios dejó un día su oficina en Tacoma, para ir a comer. En el camino pasó por un edificio de oficinas que estaba en obras. Uno de los andamios cayó a la calle. No llegó a tocarle, pero, al estrellarse, arrancó de la acera un pedazo de cemento que le dio en la mejilla. Aunque sólo le produjo una raspadura, sintió más sorpresa que miedo. “Fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo”, dice Spade.



¿VÍCTIMAS DEL AZAR?
“Flitcraft había sido un buen ciudadano, un buen marido y un buen padre, no porque estuviera animado por un concepto del deber –escribe Hammett–, sino sencillamente porque era un hombre que se desenvolvía más a gusto estando de acuerdo con el ambiente. Le habían educado así. La vida que conocía era algo limpio, bien ordenado, sensato y de responsabilidad. Y ahora, una viga al caer le había demostrado que la vida no es nada de eso.” Spade concluye que “comprendió que los hombres mueren así, por azar, y que viven sólo mientras el ciego azar los respeta”.

El detective observa que “lo que le conturbó no fue, primordialmente, la injusticia del hecho, pues lo aceptó una vez que se repuso del susto”, sino “descubrir que al ordenar sensatamente su existencia se había apartado de la vida en lugar de ajustarse a ella”. Dejó a su familia y se fue a San Francisco. Se casó de nuevo, tuvo dos hijos y montó un negocio. Lo curioso es que su segunda esposa no era muy distinta a la primera. No lamentaba lo que había hecho. Llevaba la misma clase de vida rutinaria que en Tacoma.

La conclusión de Spade es que se acostumbró tanto a la caída de vigas, que cuando no caían, se acostumbró a eso también. Aunque la educación de Hammett era católica, se mostró siempre como un escéptico. En San Francisco se quedaba con sus hijas, mientras su esposa iba a misa. Tampoco intentaba convencer a nadie de su incredulidad. Era un hombre de pocas palabras. Su hija –que es católica, como su madre–, dice que al hablar de religión, mostraba una extraña serenidad. Ella dice que eso no le perturbó: “tenía razón en todo lo demás, menos en eso”.

EL PROBLEMA DEL MAL

Además del problema filosófico, el mal supone más de un problema. No se trata sólo de explicar su presencia en el mundo, hay que saber cómo enfrentarse a él en esta vida. Podemos intentar ser buenos, pero nadie es perfecto. Detrás del blanco más puro, hay algo de gris. Esto no es ser cínico, ni nihilista, sino darse cuenta de que hay una ambigüedad moral detrás de las mejores intenciones.

Todos cometemos errores, pero pensamos que los malos son los otros. Los protagonistas del género negro no son campeones del orden moral, sino, en todo caso, sus víctimas. No son historias de buenos y malos. Aunque al principio el detective parece el bueno, no tardamos en descubrir que él tampoco está limpio. La justicia no tiene la última palabra. Como dice Penzler, “una historia negra con final feliz, no se ha escrito, ni se puede escribir”, ya que “las almas perdidas y corruptas que habitan en estos relatos, están condenadas, ya antes de conocerlas, por sus corazones vacíos y sensibilidad depravada”.

El fracaso moral de la serie negra no es sólo individual, sino sistémico. No le interesa la manzana podrida, ni el pecado ocasional, sino la prevalente corrupción humana que cuestiona nuestras pretensiones de bondad, ley y orden. Escribir sobre el mundo tal y como es, cambió el paisaje moral de la historia clásica de detectives. En ella, el problema del mal se sujetaba al puzle lógico con que se presentaba el asesinato. En él, “la gente buena y mala está claramente definida, pero no cambian (excepto el malo que pretende ser bueno –dice el crítico Julian Symons–, pero cuando la conciencia de pecado, en términos religiosos, no existe, el detective ya no tiene función alguna”.

¿SALVOS DE QUÉ?

Dividir a las personas entre buenos y malos, es más propio de un moralismo maniqueo, que cristiano. Al enfrentar un mundo perdido a la posible restauración de un héroe solitario, la historia clásica ofrece un escapismo al lector que teme que en la vida real no hay salvación posible. La serie negra, sin embargo, mira a la realidad rota. Muestra la extensión de la caída de Génesis 3 y a veces, incluso está horrorizada por ella, pero nunca niega que todo se ha estropeado.

Es cierto que a pesar de todas sus pretensiones de realismo, el género negro se centra en la omnipresencia del mal, como si el bien no existiera, pero es para destacar el hecho de la corrupción. Aunque sus historias pueden caer también en un escapismo anti-escapista, al exagerar la oscuridad visible, negando la existencia de la luz. Su estilización no nos debe hacer olvidar el terror de la reprobación del que habla el novelista cristiano de género negro, Mark Bertrand, anciano de la Iglesia Presbiteriana en América. Esta literatura nos muestra la profundidad de la depravación humana.

La Biblia nos enseña que tenemos un corazón perverso (Jeremías 17:9) desde que nacemos (Salmo 51:5). El mal que nos esclaviza (Romanos 6:20), afecta todo nuestro ser (Génesis 6:5). No necesitamos, por lo tanto, buenos consejos, sino Alguien que nos salve. Sólo la gracia de Dios puede cambiar nuestro corazón. El Evangelio no es lo que tenemos que hacer para que Dios nos ame, sino que Él ha mostrado su amor para con nosotros enviando a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Su sangre cubre toda maldad, cuando confiamos en Él.

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