"No fue una concesión amable, fue una conquista" Alzaga: los cambios en la Iglesia católica y el vínculo europeo en el origen de la Transición española

Óscar Alzaga
Óscar Alzaga

"El cambio de la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II y el pontificado de Pablo VI, que deslegitimó de raíz un sistema no sólo autoritario sino también clerical, y el vínculo con la Comunidad Económica Europea, cada vez más necesario para garantizar el desarrollo del país"

"Los cardenales españoles fueron recibidos en la embajada antes del Cónclave que siguió a la muerte de Juan XXIII, con instrucciones de oponerse a la elección de Montini de todas las maneras posibles"

Oscar Alzaga Villaamil es un abogado español, constitucionalista y ex diputado nacido en 1942. Una personalidad significativa de la transición española. Acaba de publicar un interesante libro titulado  "La conquista de la transición (1960-1978), Memorias documentadas", editado por Marcial Pons y la Fundación Concordia y Cultura.

De orientación moderada-conservadora y liberal-demócrata-cristiana, Alzaga argumenta principalmente una tesis convincente que ya se desprende del título: la Transición no fue una concesión amable, deliberadamente programada desde el principio, fue una conquista del sabio tejido de una oposición democrática, crecida en el tiempo, alcanzando progresivamente entre los años 60 y 70 una mayoría de consenso en las generaciones más jóvenes, con dos aspectos de gran importancia: el cambio de la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II y el pontificado de Pablo VI, que deslegitimó de raíz un sistema no sólo autoritario sino también clerical, y el vínculo con la Comunidad Económica Europea, cada vez más necesario para garantizar el desarrollo del país.

 A la falsa imagen de una Transición como "algo natural" y de la democracia como algo que otros "daban" y no, como en realidad, "que estaban obligados" a conceder (p. 27) contribuyó también un episodio descrito con detalle de la quema de los archivos del Régimen decidida en diciembre de 1977 (p. 30). La intención de evitar el revanchismo, el odio y el rencor, por tanto, acabó arrollando incluso elementos clave de la memoria histórica que habrían sido preciosos para iluminar el contexto de los años de la dictadura franquista (p. 32).

La muerte de Franco fue portada en todos los diarios
La muerte de Franco fue portada en todos los diarios

La reconstrucción de la deslegitimación del Régimen por la Iglesia conciliar es muy precisa y detallada. Desde el principio, con el proyecto del llamado Esquema XIII, que luego se convertiría en la Constitución "Gaudium et Spes" sobre las relaciones entre la Iglesia y el mundo, Franco entendió que había una clara opción preferencial por las democracias liberales (p. 44), pero sobre todo, la situación se comprometió irreversiblemente con la elección de Giovanni Battista Montini, notoriamente antifranquista y amigo del filósofo Maritain, que había negado la legitimidad a la dictadura desde el principio.

Los cardenales españoles fueron recibidos en la embajada antes del Cónclave que siguió a la muerte de Juan XXIII, con instrucciones de oponerse a la elección de Montini de todas las maneras posibles (p. 63). A partir de entonces, Franco se vio obligado a jugar a la defensiva, mientras el Papa sustituía uno a uno a los obispos vinculados al régimen por nuevos prelados hostiles a éste y partidarios de una orientación claramente democrática y pluralista (pp. 199-201). Ello no impidió que algunos de los obispos pro-franquistas, en primer lugar Monseñor Guerra Campos y Morcillo, que incluso se sentaron como miembros de las Cámaras franquistas, incluyeran la práctica purga de los principales cuadros de las asociaciones juveniles católicas que, de hecho, fueron expulsados del mundo católico, acabando muchos de ellos orbitando en el área socialista (pp. 200 y 243), empezando por Gregorio Peces Barba, alumno de Maritain y Bobbio (pp. 106-107). 

Alzaga sitúa aquí una de las causas que impidieron el nacimiento de un partido demócrata-cristiano español, que él esperaba, aunque tal vez sobrevalorado por él en la determinación de este resultado. La cuestión es que ni siquiera la nueva clase episcopal montiniana, dirigida con gran liderazgo eclesial pero también político por el cardenal Tarancón, pretendía favorecer a un partido de la DC: era necesario, tras una relación osmótica con un régimen autoritario, liberar a la Iglesia de cualquier relación estrecha con la política partidista, incluso con la nueva política democrática. 

Óscar Alzaga
Óscar Alzaga

El cardenal había protagonizado un enfrentamiento importante que había elevado a trescientos el número de sacerdotes encarcelados por oponerse a la dictadura en la cárcel de Zamora (p. 386), e incluso había amenazado a los miembros del gobierno con la excomunión por haber detenido e intentado exiliar al obispo Añoveros (p. 390). La palabra "todos" aparece diecisiete veces en la homilía de la coronación del nuevo rey Juan Carlos (p. 441). Precisamente por eso, como explica Tarancón a Alzaga, "la Iglesia debe mantenerse al margen de la política" en su acepción de opción partidista (p. 484).

Sin embargo, el fracaso en la creación de un partido demócrata-cristiano también estuvo ligado a otros factores no menos importantes. Un factor muy importante fue la ausencia  de un líder unificador e indiscutible como el que hubiera podido ejercer Joaquín Ruiz-Giménez, hombre muy identificado con Montini, que lideró durante una etapa un partido provisional de la DC, persona con gran carisma y que lucho por la necesidad de una renovación espiritual y moral, pero fue muy poco político, como señala el autor, quizá en exceso polémico por determinadas declaraciones que incomodaban a ciertos sectores (pp. 479-484). Es más, y aún más importante, puso en cuestión precisamente la vía jurídica propugnada por Alzaga, la de aprobar una nueva ley constitucional respetando la legalidad formal del régimen franquista, una "autorotación" del sistema (p. 529), es decir, según una feliz síntesis de la época, un proceso "de la ley a la ley a través de la ley", avalada también por el Tribunal Supremo despues de la muerte de Franco.

Aceptándose ese modelo para salir de un Régimen autoritario de derechas, como ocurrió en realidad, el espacio político que va del centro a la derecha acaba siendo ocupado por las fuerzas del Régimen anterior que aceptaron el pluralismo votando la reforma, mientras que lo que había favorecido a las DC italianas y alemanas era el descrédito de la derecha, la imposibilidad de tener rivales serios en el frente moderado. Por cierto, por mucho éxito que haya tenido históricamente, y por mucho que fuera la única perspectiva realista para los opositores sensatos, así como para los miembros del Régimen que habían comprendido la necesidad de un cambio, esa tesis, marcada por un formalismo absoluto, era objetivamente muy débil.

El procedimiento de revisión previsto por las normas del Régimen había sido concebido para mantenerse, obviamente, siempre dentro de los principios del Estado autoritario, y así se había utilizado hasta entonces: la ley constitucional de 1966, que se había citado como precedente por haber derogado algunas de las normas anteriores, especialmente el Fuero del Trabajo de 1938, copiado de los textos fascistas (p. 353), había sido sólo un limitado lavado de cara del franquismo. Utilizar ese procedimiento para conseguir unas elecciones libres y competitivas propias de un Estado democrático pluralista, abiertas incluso al Partido Comunista (p. 547), era un evidente fraude a las  normas del régimen anterior, como denunciaron desde su punto de vista los pocos parlamentarios de las Cortes franquistas que se opusieron. 

Tarancón al paredón
Tarancón al paredón

La zona del centro a la derecha estaba pues ocupada por los dos partidos procedentes del antiguo Régimen y que habían aceptado la democracia (la heterogénea UCD, destinada a durar muy poco, y la más cohesionada AP, que luego se convertiría en el PP), mientras que la izquierda estaba destinada a ser liderada por los socialistas, también porque en Europa, incluido el vecino Portugal, que se había democratizado recientemente (p. 410), eran la fuerza dominante, mientras que el eurocomunismo estaba ya en crisis irreversible.

Por estas razones, si en los años sesenta y principios de los setenta el protagonismo de democristianos y comunistas en la oposición había hecho pensar en un resultado similar al italiano, era sólo una ilusión (p. 243 y 292). 

El vínculo con Europa, la necesidad de elegir entre la plena entrada en el espacio económico y político europeo, incompatible con el régimen anterior, incluso con tímidos intentos de autoreforma, es la otra clave del volumen. La oposición democrática lo tomó como palanca desde 1962 (p. 87) y varios pasajes de la Transición, incluido el renacimiento del PSOE con nuevos dirigentes no procedentes del exilio con la ayuda sobre todo del SPD alemán (p. 418), confirman plenamente esta clave de interpretación.

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