Un total de 289 peregrinos, entre ellos 140 internos de 17 centros penitenciarios de toda España, convergieron en un mismo destino. Por unas días, todos se reconocieron en el camino compartido, encontrando en cada paso un espacio de libertad y de comunión con el Apóstol.

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Funcionarios, voluntarios de Pastoral Penitenciaria, capellanes y delegados caminaron junto a ellos. Hombro con hombro, sin etiquetas, fueron tejiendo sendas comunes a través de distintos itinerarios —el Sanabrés, el Portugués, el Primitivo, el Francés— hasta confluir en el Monte do Gozo.

El Camino Penitenciario: cuando la esperanza viste hábito de peregrino -  Archidiócesis de Santiago de Compostela @DioceseSantiago

Allí los esperaba el arzobispo de Santiago, monseñor Francisco José Prieto Fernández, que los acogió con un mensaje lleno de hondura: la peregrinación, dijo, no podía reducirse a un simple sendero de piedra y tierra, porque en cada paso se escondía un viaje interior en el que la esperanza se erige como compañera fiel.

El prelado compostelano los animó entonces a contemplar el Camino como espejo de la propia existencia. Les recordó que, a lo largo de las jornadas, habrían aprendido la lección más valiosa del peregrinar: que nadie alcanza la meta en soledad. La compañía, insistió, aligera el peso de la marcha y abre horizontes que serían imposibles de alcanzar de manera aislada. Así también la vida, concluyó, sólo cobra sentido cuando se recorre en común, cuando la presencia del otro se convierte en apoyo y en promesa de futuro.

"La meta no se encuentra en la piedra de la catedral, sino en la capacidad de abrir nuevos horizontes"

No quiso dejar el énfasis únicamente en la llegada física a Santiago. Señaló que la meta no se encuentra en la piedra de la catedral, sino en la capacidad de abrir nuevos horizontes. El Camino, afirmó, no termina en la plaza del Obradoiro, sino que comienza de nuevo cada día, como un éxodo que invita a vivir con dignidad y libertad más plenas bajo la mirada de Dios.

Finalmente, dirigió su atención a los peregrinos —internos, funcionarios, voluntarios— para desear que lo aprendido no quedara en una emoción pasajera. Les animó aque la esperanza nacida en el Camino fuese una fuerza constante, capaz de sostenerles incluso en los momentos de fracaso, recordándoles que, más allá de las dificultades, siempre existe un sentido para seguir caminando.

Desde ese alto del gozo partieron juntos los últimos kilómetros. Al llegar a la catedral, la Misa del Peregrino presidida por monseñor Agrelo se convirtió en invocación colectiva: voces que pedían libertad, dignidad, trabajo, techo, y sobre todo, esperanza. “Nuestra historia no siempre fue de éxitos —rezaron—, pero la esperanza no defrauda. Nos llama a derribar muros, a superar miedos, a acompañar soledades”.

El eco de esas palabras se prolongó en el Seminario Mayor de San Martín Pinario, donde los grupos compartieron testimonios, emociones y silencios cargados de verdad. “Nos hemos sentido personas, no reclusos”, confesó un interno. El capellán de Teixeiro, Juan González-Redondo, resumió el sentir común: “Hemos vivido la experiencia de normalidad, olvidando etiquetas y caminando como hermanos”.

Cáritas Diocesana de Santiago, presente con su directora Pilar Farjas y un equipo de voluntarios, volvió a subrayar la esencia del Camino: “Nadie está definitivamente excluido. Cada persona tiene la capacidad de recomenzar”.

El Camino Penitenciario no fue sólo un itinerario físico. Fue, para muchos, la primera bocanada de libertad tras años de encierro, una reconciliación consigo mismos y con el mundo. En ese tránsito breve pero intenso, la Iglesia recordó que su misión no es sólo espiritual, sino también social: acompañar, sanar heridas, devolver dignidad.