Desayuna conmigo (martes, 18.2.20) Católicos practicantes

Huevo huero

Conferencia episcopal española
En la España de 1984, el 18 de febrero se publicaba una encuesta en la que, dejando constancia de que la casi totalidad de los españoles se declaraba católica, solo un treinta y cinco por cien aproximadamente era “practicante”.Desde entonces para acá, la cosa no ha hecho más que empeorar. Las estadísticas nos dicen que hoy solo dos tercios de los españoles se declaran católicos y que solo un veintidós por ciento de ellos son practicantes. Es decir, de cada cien españoles solo 67 se declaran católicos y de ellos solo unos 15 son practicantes.

Según eso, el número de quienes nada quieren saber de la Iglesia supera con creces al de quienes practican el catolicismo y, entre ambos, una gran mayoría de despreocupados e indiferentes. Ante esos datos, uno podría preguntarse si Azaña tenía razón cuando, en 1931, declaraba que España había dejado de ser católica en un discurso muy bien trabado y muy analítico, circunscrito a solo el ámbito político. Dejando de lado intereses varios, lo cierto es que las cifras aludidas deberían ser un baño de realismo para muchos que tienen responsabilidades en lo que concierne a la Iglesia como institución.

Estos son mis poderes

Para mí, y seguro que también para quienes puedan sentir alguna afinidad con mi forma de pensar y de ver las cosas, las estadísticas sobre el asunto religioso carecen de importancia. ¿Quiero decir con ello que no me preocupa en absoluto el tema de la evangelización y de la fe cristiana? Nada de eso, porque una cosa es la fe y la evangelización y otra la Iglesia “católica”. Trataré de explicarme apuntando un par de cosas.

Primera: los lectores de este blog ya saben que, según mi criterio, la pertenencia real al cristianismo no la confiere el bautismo sino el nacimiento. No me importa que algunos se rasguen las vestiduras ante lo que les parecerá una brutal herejía, pero cuya verdad, además de acorde con el sentido común, tiene gran carga y hondura teológicas. Todo ser humano, incluido el “nasciturus” aunque no llegue a nacer, es “cristiano”, miembro de una comunidad construida sobre el “pan de vida” y la “bebida de salvación”, partícipe de una comunión en la que todos sin excepción somos comida y comensales. En otras palabras, todos llevamos aparejado el cristianismo en el ser que recibimos de Dios.

Basílica de la Virgen del Camino

Segunda: lo de ser “católicos practicantes” resulta muy ambiguo al entender por tales a los fieles que no solo cumplen las obligaciones de "oír" misa los domingos y fiestas de guardar, de confesarse al menos una vez al año, de casarse por la Iglesia y de enterrarse conforme al ritual católico, sino también de profesar una retahíla de dogmas, aunque no los entiendan ni sepan de qué hablan. Ser “católico practicante” resulta, a la postre, una mera formalidad que, prácticamente (valga la redundancia de practicidad), a nada conduce en última instancia. Huevo huero, puro cascarón.

Si el formalismo y el mero cumplimiento ritual no importan, ¿qué es lo que realmente importa? Los lectores de este blog saben que vengo insistiendo en ello machaconamente, en todos y cada uno de sus post.  Lo realmente importante es vivir el cristianismo, es decir, asimilar profundamente que el cristianismo es vida y que para ello es preciso que la conducta se acople a las consignas evangélicas. La cosa es tan fácil de entender como difícil de “practicar”, pues vivirlo exige seguir de cerca a Jesús de Nazaret y cumplir las bienaventuranzas predicadas por él. Lo fácil es entender que el cristiano tiene la obligación de pasar por el mundo “haciendo el bien” el corto tiempo que permanezca en él aunque viva más de cien años; lo difícil, “negarse a sí mismo” e imitar a quien no solo hizo el bien, sino que dio su vida por amor.

Iglesias casi vacías

Lo de menos es que las gentes vayan o dejen de ir a los templos (Jesús mismo dijo que en el futuro los verdaderos adoradores de Dios no necesitarían templos). Lo importante es ser honestos; favorecer y mejorar la propia vida y la de los demás; evitar en lo posible hacer daño a alguien; perdonar cuanto sea preciso en favor de una convivencia enriquecedora y, resumidamente, enjaular el egoísmo y desplegar el amor. Quien así obre puede que incluso no conozca a Jesucristo, pero lo está tocando en cada uno de los seres humanos con los que vive en comunión y a los que presta un servicio del orden que sea. La liturgia del domingo pasado dejaba claro que, antes de ir al templo a presentar una ofrenda, es preciso volver sobre sus pasos y retornar a casa para “perdonar” al hermano. Casa equivale a sociedad y hermano, a humanidad.

La iglesia universal

A tenor de lo dicho, la respuesta de una estadística seria a la cuestión de cuántos cristianos hay en España podría sorprendernos sobremanera al descubrir que muchos que se confiesan ateos y agnósticos y otros muchos que ni siquiera pisan la iglesia resulta que son buenos cristianos y, en el polo opuestos, que muchos de los de golpes en el pecho son despiadados depredadores. Lo contrario debería ser lo normal, pero… Que el lector mire para sus adentros y se catalogue, conforme a lo dicho, como honestamente le parezca justo. En mi caso y con total sinceridad, lo único que podría decir es que soy “aspirante” a cristiano, es decir, que se esfuerza por armonizar su ser y su razón de ser.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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