Desayuna conmigo (miércoles, 29.7.20) El Dios de los cielos no vive en ellos

Papel cuché y cinematógrafo

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Aunque muchas veces miramos al cielo tratando de que Dios se fije en nuestra mirada o elevamos las manos juntas suplicando que atienda nuestras plegarias o, incluso, construimos puntiagudas torres como pretendiendo captar la fuerza de sus rayos, lo cierto es que él no vive en esos espacios “vacíos”, por muy grandes que sean las magnitudes que en ellos se asientan como en un sólido cimiento de fuerza. No, Dios no está en los cielos, al menos de forma significativa y cálida.

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No, no, la NASA no se creó un día como hoy de 1958 con el afán de descubrir a Dios en los cielos, sino con un propósito tan terrenal y rastrero como que América ganara la “carrera espacial” para convertirse así, de alguna manera, en dueña de los espacios abiertos y sentar en ellos su trono, su poderío. De hecho, once años después y tras haberse gastado en el empeño miles de millones de dólares, un hombre pudo posar su pie, el 20 de julio de 1969, en nuestra flamante Luna. Fue ese un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad, según se dijo entonces, si bien hemos de matizar que los pasos realmente grandes para la humanidad son los pequeñitos que se van dando en pos precisamente de la humanización de la vida humana.

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Sin duda, la carrera espacial, seguida después por tantos otros países, ha sido un gran logro de los seres humanos y a ella le debemos en gran parte la inmediatez de la comunicación global permanente de la que, para bien o para mal, como ocurre con todo lo humano, ahora disfrutamos todos. Desde luego, ninguno de tan soberbios frutos ha servido, como era de esperar, para descubrir una sola huella de lo divino, ni siquiera para realzar las que ya teníamos por otros medios. Que algunos astronautas se hayan atrevido a decir que no se han encontrado a Dios en los cielos a lo largo de sus viajes no es más que una anécdota que denota la gran ignorancia de quien busca a Dios donde no está o lo saca de su propio contexto. De hecho, sería ridículo tratar de basar el ateísmo reivindicativo en la experiencia neutra de los astronautas.

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Desde hace ya mucho venimos exponiendo en este blog, con insistencia cansina, el hecho de que donde más y mejor se percibe la presencia de Dios es en la vida y obra de Jesús de Nazaret y, a tenor de su evangelio, en el rostro de cada ser humano, y más en el de los que sufren cualquier tipo de carencias dolorosas, como el hambre, la enfermedad o la exclusión social. A mí, en particular, me complace la fe musulmana, el sometimiento entusiasta al altísimo Alá hasta doblar ante él la rodilla e inclinar la cabeza a tierra varias veces al día para adorarlo y ponderar sus maravillas, pero el Dios cristiano nada tiene que ver con eso. Si de verdad queremos encontrarnos con el Dios de Jesús, no es arriba en los cielos ni adentro en nuestro pecho donde debemos buscarlo, arrobados por su majestad o atraídos por un intimismo profundo, como si él fuera un poderoso imán, sino poniendo una sonrisa en la cara y llevando  en la mano un remedio para las necesidades de quienes viven en torno nuestro o con nosotros.

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De hecho, son muchos los cristianos que muchas veces, sobre todo en situaciones catastróficas, echan de menos al Dios teórico de su fe trinitaria, que les habla de “personas” y “naturalezas”, o eucarística, que les habla de transustanciaciones, sin darse cuenta siquiera de que, lo mismo en sus casas que en la calle o en sus trabajos, se cruzan miles de veces con él al día. La naturaleza divina y la persona trinitaria se ven hermosas en la cara arrugada de un anciano enfermo, y la eficacia de la comunión con él se consigue compartiendo un trozo de pan (sentido metafórico para significar todo compartir). Por ello, el Dios cristiano, que absorbe todas nuestras debilidades, resulta tan singular y atractivo. Nuestro gran problema no es dilucidar si existe o no, si está presente o ausente en determinadas circunstancias de nuestras vidas, sino descubrir los auténticos contornos y rasgos de su verdadero rostro.

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La mañana nos entretiene hoy, por otro lado, con el brillo y el color del papel cuché y los interrogantes que nos plantea el cinematógrafo. Digo lo primero porque, un día como hoy de 1981, el príncipe Carlos de Inglaterra se casaba con Lady Diana (Lady Di), matrimonio que sentó las bases para un divertida y dramática tragicomedia humana que tanta tinta hizo correr y tantos corazones humanos enterneció durante unos años. Y he dicho también lo segundo porque fue un día como hoy, pero dos años después, en 1983, cuando murió el genial cineasta Luis Buñuel, un hombre que veía el mundo real a través del objetivo de su cámara y que permaneció fiel a una forma sobria de vida, reflejada magistralmente en sus películas, sin componendas con los poderes políticos y religiosos. Imposible hacer aquí una valoración serena y rigurosa de una obra que, aunque tarde, irrumpió en la conciencia de muchos católicos, algunos de los cuales pensaron que sus interrogantes eran sacrílegos y blasfemos. “Viridiana”, por ejemplo, su película más controvertida y zarandeada, utiliza símbolos y ritos cristianos para dar más realce a la enrevesada condición humana.

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La mañana nos da, finalmente, un toque de atención más sobre algo tan importante, más incluso que la exploración de los cielos, sobre la conservación de la vida en la tierra, tan puesta en solfa en nuestros días por un vulgar virus corrosivo. En este caso, se refiere a la conservación de la vida de uno de los animales más fieros y hermosos, pues hoy se celebra el “día internacional del tigre”. ¡Ojalá que la agresividad del coronavirus que padecemos se redujera a la fuerza del tigre, en cuyo caso, lejos de luchar con él a cuerpo descubierto, le construiríamos un lujoso parque para que se solazara y explayara todas sus ínfulas asesinas!

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La iniciativa de esta celebración se la debemos a Putin, el actual presidente ruso, que convocó en 2010 a trece países para mejorar el hábitat de tan elegante animal. Solo en seis años lograron que su población de tres mil doscientos individuos pasara a más de seis mil ochocientos. El tráfico ilegal y la reducción de su hábitat por las actividades mineras son causas que frenan su expansión y lo obligan incluso a acercarse peligrosamente a hábitats humanos. Conseguir que esta especie animal no desaparezca es un gran logro para la biodiversidad. En este sentido, “la buena noticia es que, a pesar de que existen tantos factores que ponen en riesgo su supervivencia, los tigres son uno de los pocos animales que se reproducen fácilmente cuando están en cautividad, lo que garantiza que no se extinguirán a pesar de que hayan desaparecido ya tres de las nueve subespecies documentadas”.

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Para un cristiano convencido de su fe, son muchos los caminos que lo conducen a un Dios a quien lo mismo encuentran surcando los cielos que ojeando bonitas revistas del corazón o digiriendo sosegadamente cuantos ácidos interrogantes ofrece la vida. Seguro que, de adentrarse en una selva y poder contemplar un flamante tigre en su propio hábitat, verán a Dios por todas partes. Dicho lo cual, justo es repetir lo más importante y determinante de una fe que sustenta toda una forma de vida: que con Dios nos cruzamos incontables veces cada día, en cada una de las cuales podemos agasajarlo con una sonrisa y, sobre todo, siendo él como es tan ávido del amor humano, en cada una de las cuales podemos amarlo de forma efectiva, de forma eucarística, compartiendo cuanto somos y tenemos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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