Desayuna conmigo (viernes, 10-1-20) Pedro y Pablo

Confrontación a fondo

San Pedro y san Pablo con el Maestro

El lector no podrá frotarse las manos con el morbo oportunista de un titular que únicamente ha sido provocado por el mimetismo de la actualidad política española. El título de esta reflexión nos remonta al momento más crucial del nacimiento del cristianismo, con los apóstoles Pedro y Pablo como protagonistas.  

En cuanto al primero, el Jesús de la historia, el gran profeta que pisó, recorrió y regó Palestina con su sangre, lo convirtió de “simple pescador” en “pescador de hombres”, de hombre débil en sólida roca y, valorándolo como un pastor de fiar, le confió el cuidado de su “grey”.

Cristo glorioso

En cuanto al segundo, el mismo Jesús, elevado tras su muerte y resurrección a la condición de Cristo celestial, lo eligió personalmente mediante un golpe de gracia doloroso y contundente, tanto que de perseguidor de las ovejas de su grey lo convirtió en su más acérrimo defensor.

Pedro lleva grabados en su mente los estigmas de una negación cobarde. Su fuerza apostólica le viene del “tú sabes que te amo”, fuerza que lo hace acreedor a la elección personal del mismo Jesús para convertirlo en testigo y gestor de los acontecimientos de salvación ocurridos en su vida. Un corto pero intenso período de entrenamiento convertirá su debilidad humana en fuerza cristiana. La experiencia junto a Jesús lo acredita para promover la forma de vida ahormada por las bienaventuranzas que Jesús desea para sus seguidores.

Pablo, por su parte, lleva igualmente grabados en su mente los estigmas de una encarnizada persecución sin tregua a los seguidores de Jesús. Una fuerza de lo alto irrumpe en su mente para desmontarlo de su celo perseguidor y convertirlo dolorosamente en apóstol. Pablo no ha conocido a Jesús, pero recibe el descomunal impacto de la fuerza iluminadora que dimana de su condición de resucitado, de Cristo celestial igual al Padre. Revestido con esa fuerza, nadie será capaz ya de pararle los pies y de detener su celo “evangelizador” de los gentiles.

Concilio de Jerusalén

Ambos viven el momento de echar para adelante la gran obra de Jesús en su ausencia. Parece un tándem perfecto, rocoso, indestructible. Pero no es oro todo lo que reluce. Entre ellos hay diferencias importantes a la hora de concebir la misión evangelizadora. Pedro quiere seguir ateniéndose al ritualismo judío y que las ovejas que le han sido encomendadas, a tenor de las enseñanzas del Maestro, se ocupen de las necesidades más perentorias de sus semejantes, de que todos vivan conforme a las “bienaventuranzas” predicadas por él.

Pablo, en cambio, proyecta sobre la obra de Jesús el poderoso brillo de la sabiduría griega para fundamentar en él una original concepción del mundo: un hombre peca y hunde la creación en el mal; otro hombre, igual a Dios, sacrifica su vida para sacar al primer hombre del pecado e implantar de nuevo la gracia en la creación. Por un hombre llegó el pecado y por otro, la gracia. Frente al primer Adán, pecador, el segundo, Cristo, redentor. Asistimos, pues, al duro enfrentamiento entre quien tiene la misión de continuar la misericordiosa obra de las bienaventuranzas del Maestro, propugnando que unos se ayuden a otros, y quien se apunta a la ejecución del plan divino de salvación, predicando a los hombres que se arrepientan de sus pecados y se salven.

En esta confrontación ideológica y pragmática Pablo sale triunfante. El cristianismo se fija como un “mundo sobrenatural de gracia” tras la redención obrada por Cristo, en contraste con el “mundo natural”, el horrible mundo tras el pecado de Adán en el paraíso. Ambos mundos rompen las fronteras del pueblo elegido para abarcar toda la humanidad. El camino ha quedado expedito para la construcción faraónica de templos donde adorar a Dios en   Cristo Jesús y para establecer las más pomposas estructuras clericales. Salvarse requerirá que se entre en ese mundo especial por el bautismo, que se sigan las prédicas de los dirigentes eclesiales y que se practiquen los demás ritos impuestos por ellos.

sagrada-familia

En estas, hemos llegado al s. XXI y ocurre que el hombre de nuestro tiempo, superviviente de tantas fatídicas profecías apocalípticas y liberado de tantos miedos psicológicos, atento solo a los numerosos problemas que desencadena el hecho de vivir, se despreocupa por completo de las elucubraciones sobre esos mundos tan opuestos y siempre enfrentados. De Jesús, cuyas enseñanzas se han convertido en base de la civilización humana, interesan solo su vida y su forma de comportarse, dejando de lado cuantas elucubraciones se han hecho sobre su doble personalidad, la divina y la humana, fundamento de una fe descarnada y de un arte “sacro” contemplativo. Interesan solo las pruebas que el mismo Jesús ofreció a Juan el Bautista sobre quién era él realmente (Lc 7:22): los ciegos ven; los leprosos son limpiados; los muertos, resucitados, etc.

La férrea estructura de la concepción de Pablo, que tanto ha construido y derruido a lo largo de más de dos mil años de historia, ha comenzado a desmoronarse en nuestro tiempo para dejar paso al testimonio vivo y directo de una forma de vida, la cristiana, encaminada a realzar los valores que requiere la “humanización” del hombre. Hoy comienza a entenderse el cristianismo como rescate o salvación del hombre de sí mismo, de sus comportamientos de animal salvaje, de depredador. La humanización, que debe ser reflejo de la divinidad, se construye solo con los materiales de la misericordia y de la generosidad: vivimos, pero no para nosotros mismos, sino para nuestros semejantes y para nuestro Dios.

Pedro-y-Pablo

Ojalá que el Pedro y el Pablo de la actual política española, cuyas promesas nos pintan una vida de color de rosa en la que la justicia brillará como un sol y todos los españoles nadaremos en la abundancia, lejos de jugar como adolescentes a elucubraciones acrobáticas o a malabarismos circenses, aúnen sus fuerzas para ponerse a trabajar en serio para conseguir mejoras reales en nuestra forma de vida. Para ello, será de todo punto necesario no solo que quienes han recibido más talentos se pongan a trabajar para multiplicarlos en beneficio de todos los demás, sino también que quienes han recibido menos, lejos de enterrarlos y echarse a la bartola, pretendiendo vivir del cuento, hagan lo propio con los suyos. En una sociedad equilibrada siempre habrá personas sobradas para ayudar a otras (todos tenemos algo que nos sobra) y personas necesitadas (todos necesitamos de todos) que sean agradecidas. Los egos y los intereses sectoriales solo conducen al abismo.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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