Lo que importa – 60 Rey de la selva

Paz, gratuidad, mujeres y sexo como “cosas nuevas”

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Digamos que, aun sin saber qué pinto yo en este concierto clerical que hoy se oye en todo el mundo, la imagen del león como señor de la selva es, ciertamente, muy poderosa y sugestiva si miramos a Roma. Por un lado, el león es poderoso animal, de melena señorial y garras imperiales, y, por otro, la selva, referida al Vaticano y al resto del mundo, se nos muestra como una maraña de peligrosos nidos y de frondosidad impenetrable. Uno de los más grandes peligros medio ambientales que hoy padecemos se deriva precisamente de la eliminación paulatina de nuestras selvas, con la desaparición tanto de leones que impongan ley en el orden animal, como de la vegetación que siga haciendo posible y alimentando nuestras vidas. Un ¡hurra! por el nuevo papa, León XIV, llamado tanto a restablecer el orden como a nutrir nuestras esperanzas.

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La verdad es que, dada la perspectiva en que se sitúa este blog a la hora de hablar de las cosas que importan, por mucha parafernalia mediática que desencadene el hecho de la elección de un nuevo papa, por meticulosa e interesada que sea la descripción laudatoria de sus cualidades excepcionales y por aplastante que resulte el peso intelectual y pastoral de su propio currículo, el hecho de la elección no deja de ser en sí mismo algo de suyo meramente rutinario, y la cualificación del electo, intranscendente. Lo verdaderamente sólido y transcendente en la Iglesia es, en primer lugar, Jesús de Nazareth, y, tras él, su propia encarnación en cada uno de sus seguidores, en aquellos que realmente se niegan a sí mismos, venden cuanto tienen y lo dan a los pobres. Conforme a este esquema, y siendo providencialista como yo soy hasta el punto de creer que es realmente el Espíritu Santo quien maneja los hilos de las marionetas reunidas en la Capilla Sixtina, digamos que me es indiferente que haya sido elegido un superdotado, como ha sido el caso, o que lo hubiera sido un hombre incluso con el síndrome de Down, porque él sabe bien, en definitiva, lo que se hace.

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Dicho lo dicho, debo confesar que en el momento mismo en que murió el papa Francisco, por el éxito de cuya misión yo venía rezando todos los días, comencé a hacerlo por el del nuevo papa, fuera quien fuera. Así que ya me he tirado un par de semanas rezando por León XIV sin saber quién iba a ser el nuevo papa, y ahora lo seguiré haciendo, aunque me anonade el peso enorme de su excepcional personalidad. Creo que con la elección del cardenal Prevost como papa -ruego que se me perdone la ironía que sigue, solo aparentemente irreverente- el Espíritu Santo vaguea un poco, como si hubiera querido delegar en un papa tan superdotado parte de sus funciones para poder tomarse unas vacaciones, algo así como si le dijera: “ahí te queda el paquete, amigo”. Desde luego, el paquete es o debe de ser pesado cuando un cardenal se sinceraba, a propósito del pasado cónclave, al asegurar que el que aspire a papa debe de estar loco. ¡Allá él, el Espíritu Santo!, si el elegido, León XIV, se desorienta como ser humano en algo y afloja la pulsión vital de la fe cristiana ante el grito, consciente o inconsciente, con que los hombres de nuestro tiempo reclaman su luz y su fuerza.

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A mí modesto entender, cuatro son los enormes retos a que deberá enfrentarse el nuevo papa para que realmente su pontificado sea el presumiblemente planeado por el Espíritu Santo y el deseado no solo por muchos católicos, sino también por muchos otros hombres de buena voluntad. Primer reto. Ojalá que León XIV sea capaz de convertir el Vaticano, escándalo de riqueza en un mundo hambriento, cual centro cavernoso de aspecto avariento y diabólico, en “la casa de la paz mundial”, una especie de hogar común para que en él puedan reunirse confiadamente y sin requisitos previos cuantos en nuestro malaventurado planeta tengan algo que ver con las guerras. El mayor bien que se nos ha regalado es el de la vida, regalo que en la guerra se tira por tierra y se pisotea. En cuanto a problemas, los seres humanos deberíamos contentarnos con los no pocos que el hecho mismo de vivir nos acarrea.

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¿Será capaz León XIV de darle la vuelta a la monumental tortilla que estamos cocinando? Ojalá sea así, pues Dios es paz y el Vaticano debería ser y mostrarse como casa de paz. “Paz” ha sido afortunadamente la primera palabra pública de León XIV. Al llenar su boca con ella, confiemos en que habite realmente en “la casa de la paz mundial”. La paz resuelve conflictos, incluso antes de que se desencadenen, mientras que la guerra solo los genera y enquista. El Vaticano como “la casa de la paz mundial” es una aspiración tan hermosa como legítima.

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Segundo reto. Entiendo que, además del reto anterior, de consecuencias sumamente beneficiosas para toda la humanidad, el nuevo papa debería enfrentarse al no menos importante y transcendental reto de la “gratuidad” como quintaesencia del evangelio cristiano. ¿A qué nos referimos exactamente? Al mismo reto de Jesús de Nazareth, cuando nos da la vida sin exigir nada a cambio, y al del Dios de los cristianos, quien nos regala el ser sin ni siquiera preguntarnos si queremos existir. Hemos entronizado como rectora del comportamiento humano una justicia que pretende que se dé lo que se debe a cada ser humano. Digo “pretende” porque, obviamente, el mundo está hecho unos zorros y esa justicia brilla por su ausencia no solo en muchos lugares, sino también en muchas culturas. Pues bien, yendo mucho más allá de las más aquilatadas exigencias de la justicia como ley rectora universal están las bienaventuranzas cristianas, que entronizan en los comportamientos humanos la soberana ley de la gratuidad, la ley del amor que lo da todo, incluso la vida, sin esperar nada a cambio. Ninguna otra ley podrá sustituirla o aminorar sus exigencias. Solo allí donde impere la gratuidad se ha implantado el cristianismo, aunque no se practiquen ritos litúrgicos ni haya acreditaciones jurídicas.

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Subrayemos, de paso, la hermosura y la bonanza de una ley universal de la gratuidad, la gran ley de Dios y de Jesús de Nazareth, ley la más difícil de cumplir, pero que muchísimos seres humanos cumplen realmente al regalar a sus semejantes, de forma generosa y sacrificada, su tiempo y sus haberes. Son millones los misioneros y los voluntarios que así proceden en todo el mundo; son millones los seres humanos de toda condición que, cobijados a su sombra, se mueven a su luz. Ellos son los auténticos baluartes de la vida humana, no los políticos tiránicos ni los empresarios depredadores.

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A retos tan gigantescos cabe añadir dos más, no menos importantes en el mundo católico: el urgentísimo reconocimiento de todos los derechos de las mujeres en el ámbito eclesiástico (poder y culto) y el no menos urgente de replantearse a fondo la razón de ser y la función vital que Dios ha dado a la sexualidad humana. La obviedad de las necesidades actuales me permite no adentrarme en ellos aquí, pero sin obviar que la condición agustiniana del nuevo papa añadirá un obstáculo más a la consecución del último. A mi modo de ver, estos son los cuatro grandes retos a los que León XIV deberá enfrentarse, con tacto y autoridad, para, por lo menos, progresar algo en su lento y sacrificado logro. Cualquier pequeño avance en lo relativo a la paz como status, a la gratuidad como procedimiento, al rol de las mujeres en la Iglesia como enorme recurso mal aprovechado, y a la comprensión de la maravillosa sexualidad humana será un paso de gigante para la mejora de la vida humana.

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Eso es precisamente lo que le pido cada día al Dios de mi fe para el nuevo papa: que ilumine sus caminos para que pueda ayudarnos a recorrerlos. Él hereda una pesada carga, completamente inútil para la vida de los hombres de nuestro tiempo, como son los mitos insertados en la dogmática y el asfixiante peso de tantas normas obsoletas que permanecen ahí por pura inercia. Es preciso que descarguemos tanto peso muerto para que la forma de vida cristiana, a imagen y semejanza de la de Jesús de Nazareth, tan hermosa en su simplicidad, tan alegre y esperanzada, se encarne y dé viveza a la vida que hoy llevamos. No es nuestra forma de vida humana la que debe adaptarse al evangelio, sino el evangelio el que debe penetrar en ella para fecundarla y hacerla florecer. La paz y la gratuidad son sus mejores frutos, frutos que no podrán sazonarse sin la plena colaboración de la mujer y la valoración comprehensiva de la sexualidad humana como puntal de la vida que todos pretendemos mantener y mejorar.

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