Desayuna conmigo (viernes, 18.12.20) Virgen de la esperanza

Mañana será otro día

 

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Este blog se congratula hoy con la celebración de la Virgen de la Esperanza, advocación adscrita al Adviento, la ”Virgo gestans” o Virgen de la Dulce Espera, e incluso Virgen de la O, curiosa denominación esta última como sonido vocálico de una exclamación gozosa ante el misterio o como dibujo del seno materno en que Dios se acomoda. La relación con nuestro blog es obvia, pues no en vano nos movemos en la órbita de una actitud de paciente y total espera (“Esperanza radical”) con relación, primero, a la humanización del ser humano y, después, a su glorificación. Podría decirse que, de alguna manera, permanecemos en él como en el territorio del “esperanzado advenimiento” de un Dios que se encarne también en lo humano de nuestro tiempo, es decir, de una evangelización que traduzca al lenguaje que hoy hablamos la realidad del amor de un Dios que se encarna en el Mesías y el mensaje de salvación que tal hecho conlleva.

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Señalemos de paso que la “esperanza” forma parte de la mejor iconografía festiva de la piedad cristiana. Si bien la fiesta de hoy se sitúa en el espacio de la preparación (Adviento) para el nacimiento del Salvador, la “esperanza” invade también el terreno de la Pasión enfocada a la resurrección del Señor. Cinco hermandades sevillanas y otras tantas malagueñas llevan esa denominación o la incluyen como meollo de su razón de ser y se nutren de ella cuando salen en procesión por las calles de una u otra ciudad. Virgen de vida que se duele en la gestación de un hijo abocado al sacrificio y Virgen de muerte que sufre una crucifixión abocada a la resurrección. “Esperanza radical” la de nuestro blog, a la que todavía le queda un largo adviento para la gestación de un cristianismo encarnado en nuestro tiempo.

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Por otro lado, el dolor se está convirtiendo en protagonista absoluto no solo de nuestro quehacer sanitario, sino también de nuestras preocupaciones culturales. Lo demuestran a las claras la inminencia de una tercera fase del coronavirus que no deja de golpear duramente a las familias españolas y los enconados debates sobre cómo evitarlo en el trance más dramático que nos espera a cada uno, el de la muerte. Tiempo habrá para intentar aportar alguna luz sobre la “eutanasia”, convertida ahora lamentablemente en danza macabra. Hoy toca vendar siquiera la sangrante herida de la emigración forzada, pues no en vano se celebra el “día internacional del migrante”. Nadie debería saber curar esa dolencia mejor que los españoles, que fuimos y seguimos siendo migrantes, al mismo tiempo que hemos convertido nuestro suelo en paraíso de acogida.

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En principio, señalemos como algo incuestionable que el incesante ir y venir de poblaciones enriquece una humanidad que ha sido itinerante desde que es tal. Lo sé bien por los años que, como estudiante, me tocó vivir en otros lugares con otras gentes y también porque lo palpo en el pueblo donde nací cuando me desplazo a él, viendo el aporte vital que “otras gentes” le hacen. Pero de esa constatación, producto de una migración reglada, a lo que está ocurriendo en muchas partes del mundo, donde las migraciones son forzadas por las circunstancias y muchas veces resultan dramáticas, media la diferencia que hay entre el sentido común y la depredación humana, entre la alegría de lo nuevo como estreno enriquecedor y el viaje a ninguna parte, a la muerte.

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El aumento de los flujos migratorios a comienzos de este tercer milenio llevó a la ONU a celebrar este día. En 1990, la ONU ya había adoptado la “Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares”. Y tras ello, en la declaración de Nueva York de 2016, reconociendo la labor positiva de los migrantes, se comprometió a proteger su seguridad, su dignidad, su libertad y sus derechos humanos. El lema elegido para la celebración de este anómalo año de 2020 (“nosotros juntos”) nos invita a aprender juntos, a vivir juntos, a trabajar juntos y a jugar juntos como la única manera de avanzar en sociedad.  No disponemos aquí de espacio para detallar las ventajas de todo tipo que produce una migración ordenada y bien programada, y tampoco para describir las enormes desgracias que acarrea la migración forzada y al trágala de mafias que se sirven del dolor y de la desesperación como anzuelos. Casi trescientos millones de migrados, una tercera parte forzados y una sexta de niños, con cerca de cuatro mil muertos cada año, son cifras que requieren mucha más atención y esfuerzo que los que la sociedad les está prestando. En el fondo de este gran drama humano colea el escaso valor que la vida humana tiene en las sociedades en que prima el tener sobre el ser, la opulencia sobre la dignidad.

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Y “dignidad” es una palabra clave para entender la razón de que hoy se celebre también, en España, el “día nacional de la esclerosis múltiple”, promovida por la “asociación española de esclerosis múltiple” con el propósito de sensibilizar a los ciudadanos sobre los padecimientos de esta enfermedad y sobre los avances que se están produciendo en su tratamiento. El rasgo más característico de esta enfermedad es la perdida de mielina, la sustancia que rodea y protege los nervios. Se trata de lesiones en el sistema nervioso central, producidas por causas desconocidas. Dependiendo del grado de degeneración nerviosa que se padezca, aparecen todos o algunos de los síntomas siguientes: debilidad muscular, fatiga, poca coordinación, hormigueo en el cuerpo, alteraciones de la memoria, pérdida del equilibrio, alteraciones visuales, temblor, rigidez muscular, sensibilidad al calor, trastornos sexuales y problemas con los esfínteres.

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Finalmente, la mañana nos pide que prestemos atención a algo que debería sernos muy familiar a los españoles por lo que somos y por la cultura que nos alimenta, pues no somos pocos los que estamos seguros de que por nuestras venas corre tanto sangre judía como sangre árabe. Lo digo porque hoy se celebra también el “día mundial de la lengua árabe”, lengua oficial de la ONU desde 1973 y hablada en el mundo por muchos millones de seres humanos. Se trata de una celebración promovida por la UNESCO como reconocimiento a la contribución de la lengua árabe a la cultura universal y a la diversidad lingüística. Seguro que algunos de los más de seiscientos millones que hablan español ni siquiera saben que utilizan muchas palabras árabes, tales como alberca, alcalde, álgebra, alquimia, jarabe, laúd, etc.

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Más allá de esa contribución a la cultura universal y a la diversidad lingüística, algunos de los acontecimientos políticos y todos los terroristas, potenciados por una intocable reciedumbre teocrática, implantada a sangre y fuego para beneficio solo de unos pocos, están convirtiendo todo lo árabe en poco menos que en un albañal. Seguimos sin distinguir el niño del agua sucia de su baño a la hora de vaciar la bañera en la alcantarilla. Que muchos árabes vivan en sociedades tan cerradas que dan un valor absoluto a cosas tan cambiantes como las palabras y las costumbres, no debería provocar en nosotros rechazo a los muchos tesoros que llevan consigo y sí armarnos de la paciencia necesaria para que, a golpe de experiencia, ellos terminen asimilando los nuestros, sobre todo la amplitud de miras que producen la libertad y la autonomía humanas.

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La reflexión de hoy nos exige esfuerzo para no vernos privados, al rechazar todo lo árabe, de una gran riqueza genética y cultural; llama a las puertas de nuestra compasión para amparar y acoger a todos los que sufren a causa del deterioro de sus nervios o de la depauperación de sus lugares de origen y nos acoge en el cálido seno maternal que se alimenta de esperanza. Por mal que nos vengan dadas, nadie debería poder arrancarnos la esperanza de las mejoras que, como señuelo o como promesa fiable, asoman afortunadamente, ahora y siempre, por las esquinas de nuestra propia vida. Sí, sí, ya tenemos ahí la vacuna deseada, ya llega la Navidad, pronto veremos mejorar nuestras economías y, seguro, tras lo sufrido hoy, seremos mejores mañana porque, al menos, nos ahorraremos los enormes sufrimientos que  nos causamos gratuitamente unos a otros.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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