A salto de mata – 26 El fanatismo tritura la realidad

Jesús abrazó la crudeza del mundo

4
No está de más detenerse un momento en reflexionar sobre el fanatismo que también hoy, de forma escandalosa o larvada, hace de las suyas y lastra el pensamiento al imponer una visión de la vida tan deformada que la convierte en una vulgar caricatura. El tema tiene importancia en la política, su campo abonado, para facilitar linchamientos psicológicos e incluso físicos. Algo parecido ocurre también en otro campo abonado, el de la religión, en el que, tras fijar las verdades intocables del más allá, como si se pudiera saber realmente algo de él, muchos condenan olímpicamente en el más acá a oponentes y disidentes bien a pasar por el aro, bien a arder eternamente en los infiernos. Resumiendo, diríamos que a quienes no voten lo mismo que yo, ni agua; y a quienes no profesen, letra a letra, mis mismas creencias, fuego eterno.

1

La RAE define el fanatismo como “apasionamiento y tenacidad desmedidos en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. También pertenece a ese club quien se entusiasma o preocupa ciegamente por algo o alguien. El fanático caricaturiza la sociedad con exageraciones puntuales que subsumen todas sus riquezas. Realidades tan ricas y poliédricas como las políticas y las religiosas pierden, en manos de los fanáticos, todos sus matices cromáticos. Hermosas realidades policromadas se vuelven monocolores, incluso opacas. Espectaculares arcoíris se desdibujan por completo al mostrársenos en blanco y negro. El fanatismo religioso, el que más nos interesa aquí, se caracteriza sobre todo por acortar el horizonte cristiano y desfigurar el mensaje evangélico. Nada tiene de extraño que exija fe acrítica, es decir, una creencia ciega, y que persiga sin tregua a sus supuestos disidentes.

10

En general, podríamos decir que el fanatismo, cualquiera que sea el campo en el que prenda, manifiesta la debilidad mental de quien se atrinchera y enfoca la vida y el mundo desde la parte ancha de un embudo. Así, los contornos de esa realidad se reducen y sus horizontes vitales se achican. Por eso, el fanático se vuelve cada vez más pobre (menos realidad) y más esclavo (más fijación). De hecho, la obsesión con el pecado, siempre tan pegajoso y purulento, arrastra a muchas de sus víctimas a someter su cuerpo a una ascesis y a una mortificación peligrosas, rayanas incluso con el suicidio. No debemos perder de vista que psicológicamente el fanático se nutre de una adhesión apasionada e incondicional a una causa parcial por la que despliega un entusiasmo desmedido y sufre una monomanía tan aguda que lo hunde en la exclusión e incita a la violencia.

11

¿Fue Jesús un fanático? Ateniéndonos a las lecturas que de su mensaje se han hecho desde que Marcos escribiera el primero de los Evangelios, parece que en él prima una cierta obsesión por Dios, su Padre, y que trata de imponer a sus seguidores una conducta arriesgada e incluso peligrosa en  lo tocante a necesidades corporales, exigiéndoles que se fíen por completo de la providencia divina: vende cuanto tienes y dalo a los pobres, pues Dios se ocupará generosamente de cuanto necesites, más incluso que cuando con tanto primor cuida los lirios del campo. Pero no parece que su vida fuera la de un excéntrico rigorista, ya que incluso fue acusado de comer y beber con pecadores. No fue Jesús afortunadamente un anacoreta que se sustentaba con las raíces e insectos del desierto, a pesar de que en esas lecturas se nos muestre convencido de que morirá joven y de que su vida transcurre en una fuerte tensión apocalíptica. Refleja mucho sentido común y gran equilibrio emocional el hecho incuestionable de que Jesús, lejos de crear problemas a sus contemporáneos y de dificultar sus vidas con un rigorismo leguleyo, se dedicó a resolverlos haciéndolo todo bien: los hambrientos, los enfermos, los lisiados, los desheredados y, en general, los pobres fueron sus predilectos y los primeros destinatarios de su fuerza sanadora.

5

¿Somos los cristianos actuales fanáticos? Este interrogante suscita muchas respuestas pertinentes, algunas de las cuales sí que tienen connotaciones fanáticas. Conozco no pocos católicos que son excluyentes sin contemplaciones. Ocurre que los fanáticos parcelan la realidad para quedarse con la pequeña porción en que, según ellos, crece “la verdad” y arrojan a las tinieblas el resto por estar impregnado de error y pecado. Como juez absoluto del ser y del estar, el católico fanático te pregunta a bocajarro para chequear la hondura y la limpieza de tu fe si crees que Jesús es Dios y si está realmente presente en la hostia, sin reparar en las ambivalencias y oscuridades de la primera cuestión y en lo rebuscado que resulta la permuta de substancias pan-cuerpo y vino-sangre  (transustanciación) que está en la base de la segunda.

7

Hablando de fanatismo religioso, me complace recordar lo que escribió el sabio dominico Eladio Chávarri sobre las sendas perdidas, en Perfiles de nueva humanidad, por las que se busca una mejor forma de vida humana. En el ámbito de la orquestación del tiempo, por lo que al presente se refiere, habla de la reclusión en el espacio interior y en la casa jardín. Sobre el refugio en el espacio interior escribe: “Siempre hay gente que, a guisa de sabio, ilustrado o intelectual, desprecia la vida de los ignorantes, de los necios y de los inconscientes. Ellos (esa gente) están inmersos en una vida superior, bien protegidos por tabúes sociales, prebendas, instituciones o asociaciones selectas. Otro tanto pasa con los falsos misticismos. A estos místicos solo les va la vida contemplativa, aunque siempre se las ingenian para tener bien asegurado el cocido. El torbellino de la acción, los avatares de la vida ordinaria y la lucha de los hombres por la supervivencia no les afectan”.

9

Sobre la segunda reclusión, tras recordar el epicureísmo de la casa-jardín en retirada del mundo, se asoma a las tapias de un convento cuando escribe: “A la vida entera, que rodea a escasa o gran distancia la clausura conventual, se la ha llamado frecuentemente mundo. El fraile puede verse contaminado en cualquier parte. El eslogan de Pablo era bastante distinto: "me hago con los flacos flaco para ganar a los flacos; me hago todo para todos para salvarlos a todos" (1 Cor 9, 22). Reclusiones de jardín se observan, asimismo, en naturistas, en comunas, en no pocos ecologistas y, sobre todo, en las decenas de asociaciones aficionadas al esoterismo y al ocultismo”. ¡Qué lejos de los comportamientos de un Pablo que se identifica con todos para ganárselos a todos y de un Jesús que se injerta en nuestra carne para rescatarnos a todos del pecado!

8

Caminar por estas sendas equivocadas, que nos alejan del mundo y nos enrocan en un castillo interior, no conduce a ninguna parte. En vez de mejorar nuestra forma de vida, la empobrece o la desvirtúa, pues todos los demás y el mundo entero son grandes riquezas a nuestro alcance. Estando solos, somos realmente muy poquita cosa, y fabricarse un paraíso artificial para solaz de un grupito de elegidos nos corta las alas. Jesús no se encierra en sí mismo ni se recluye en Nazaret para alejarse del “mundo malo”, sino que se encarna y se adentra en él para abrazar su cruda realidad: trabajo, pobreza, fatigas, dolor, soledad, desprecio e incluso una muerte que ni para un perro apestoso. Habiendo sido tratado como un malhechor, paradójicamente él lo hizo todo bien para mejorar la vida de cuantos lo rodeaban o lo seguían. Tengo la impresión de que los cristianos no hemos sabido imitarlo, pues, en vez de abrazar y asumir el mundo que nos ha tocado en suerte, lo ignoramos por conveniencia e incluso huimos de él como de nuestro peor enemigo para evitarnos problemas.  

6

Se nos ha predicado hasta la saciedad que los grandes enemigos del alma son el demonio, el mundo y la carne. ¡Qué barbaridad! Echando mano de un fantasma, descarnamos el alma y la colocamos en la estratosfera. Más aún, pues las lecturas que se han hecho del mensaje de Jesús nos alinean con un Salvador el sentido de cuya vida se cifra en vencer definitivamente el principio absoluto del mal, como si el mal, pura carencia o simple contravalor de suyo, pudiera sustentar algo. No podemos seguir ni un minuto más soportando el peso de un cristianismo dualista, de lucha a muerte entre el bien y el mal, si queremos que los hombres de nuestro tiempo no vean en el Jesús que les predicamos un fanático irredento que lastra por completo su hermosa misión de salvador del género humano y regenerador del universo. Lejos de ser nuestro enemigo, el mundo es el huerto de que se alimenta nuestra vida y el escenario en que esta explaya. De hecho, el mundo es tan nuestro y está tan pegado a nuestra piel que nosotros mismos somos mundo. Lejos de identificarlo con el pecado o de confundirlo con el demonio, el mundo es sacramento del rostro de Dios y expresión viva y juramentada del amor perenne del que brota nuestro mismo ser. Somos parte del mundo y existimos por amor. Frente al fanático, que emprende la senda perdida de huir del mundo para buscar la perfección donde no hay más que carencias, el cristiano de ley, siguiendo los pasos de Jesús, se encarnará en él y lo abrazará en su totalidad para ser artífice de regeneración. Tras reducir el demonio a pura fantasía literaria, los cristianos debemos ver en el mundo y en la carne las fuerzas que, a través de la insignia de la cruz, nos conducen también hoy a Dios, cerrando el circuito de eternidad (de amor) de la existencia con que hemos sido agraciados.

Volver arriba