Desayuna conmigo (martes, 2.6.20) En las manos de Dios
Nuestro ayer y nuestro mañana


Lo dicho obedece al presentimiento de que vamos a salir de la pandemia que padecemos no solo juntos, sino también fortalecidos. Nos consuela la esperanza de que vamos a ser capaces de dibujar y plasmar una forma de vida mucho mejor. Sin duda, partiendo del convencimiento providencialista sobre que no hay mal que por bien no venga, que tanto nos calma y consuela frente a cualquier crisis, los buenos deseos de la mayoría de los seres humanos y la incondicional disponibilidad de ánimo de muchos de ellos son factores positivos de cara a nuestro inmediato futuro.
Sin embargo, como la realidad es tozuda y la cabra tira al monte, es posible que el afán de lucro, que todo lo infecta, vuelva a imponerse a la solidaridad heroica, tan activa durante el tiempo que dura el jaque mate del coronavirus a la vida, y las avaricias de siempre vuelvan por sus fueros. Es decir, hay serio temor de que nuestros vicios de antaño se recrudezcan ogaño y echen por tierra tantas ilusiones y esperanzas.


Nos sorprenderá mirar al pasado y ver, por el agujerito de este mismo día 2 de junio, situaciones y acontecimientos cuyas sombras pueden iluminar nuestro futuro. Y así, por ejemplo, de situarnos en el año 455, veríamos a los vándalos de Genserico saqueando la ciudad de Roma, la sede de la civilización. Y en 1537, asistiríamos atónitos a la declaración del papa Paulo III decretando algo tan evidente para nosotros como que los indígenas americanos eran seres humanos verdaderos y que, por tanto, también ellos tenían alma. ¡Qué cosas ocurrían ayer mismo si nos situamos en perspectiva histórica! Hoy, que somos tan sensibles a los derechos humanos, ni siquiera podemos imaginar que los negros y los indios hayan sido tratados como simples animales de carga por quienes se consideraban sus dueños.

Acercándonos un poco más a nuestros días y pensando en el progreso científico, nos encontramos con que un día como hoy de 1896, cuando nacían la mayoría de nuestros abuelos y bisabuelos, el italiano Marconi patentaba la radio en Gran Bretaña, aquella radio que todavía cincuenta años más tarde apenas lográbamos oír entre carraspeos metálicos, pero que fue un invento que está en la base de la precisa y preciosa comunicación instantánea global que se ha impuesto hoy en todo el mundo y que tanto ha contribuido a que el aislamiento impuesto por el coronavirus no derive en soledad absoluta.

Y hace poco más de un siglo, en 1909, un día como hoy se realizaba el primer vuelo en aeroplano con pasajeros. Solo seis años antes, los hermanos Wilbur y Orville Wright habían logrado que un aparato más pesado que el aire, controlable y con motor, volara durante 59 segundos en la playa Kitty Hawk, en Ohio, Estados Unidos. Todavía en tiempos de nuestros abuelos o bisabuelos, desplazarse a las Américas en busca de fortuna requería meses de viaje en barco y hoy ya hay agencias que proyectan para un futuro próximo viajes turísticos a la luna y a otros planetas.

Ayer mismo, hace tan solo seis años, Felipe VI accedía en este mismo día al trono de España por renuncia de su padre, invirtiendo la sensación de la durabilidad del tiempo, pues lo ocurrido en nuestro singular país desde entonces hasta este previsible final de la pandemia del coronavirus nos produce la sensación de que este buen muchacho es rey desde hace siglos.
Lo dicho prueba que el paso del tiempo nos sorprende por lo ocurrido en el pasado y nos seguirá sorprendiendo por lo que ocurra en el futuro. Confiemos en que nuestra inteligencia y el sentido común que tanto invocamos nos lleven a aprovechar en nuestro favor la inercia de las radicales mutaciones que, con el paso del tiempo, no solo sufren los planetas, sino también nuestras mentes.

Hablo de una inteligencia y de un sentido común que todavía no han sido capaces de resolver uno de los problemas más antiguos y fáciles que tiene planteada toda la humanidad por culpa de desinformaciones y prejuicios sociales y religiosos, problema que el recuerdo de este día de 1975 nos pone delante, cuando más de100 prostitutas tomaron la Iglesia de Saint-Nizier de Lyon, en Francia, con el objetivo de concienciar a la población sobre el desprecio que sufren día a día las mujeres que trabajan por voluntad propia como servidoras sexuales.
Poco hay que decir sobre una profesión que me parece tan digna como otra cualquiera a condición de que se entienda a fondo lo que es la sexualidad humana y cómo funciona la sociedad. Las únicas exigencias, que deben imponerse a rajatabla, son que se ejerza libremente, con garantías sanitarias y con una regulación laboral apropiada. El oficio, dicen que el más viejo del mundo, entendido como “un servicio social”, se reviste en algunas circunstancias de auténtica heroicidad al encauzar comportamientos que, de otro modo, avocarían a cometer delitos tan salvajes como las violaciones y los abusos de menores.

¿Cómo terminaremos este año y viviremos el próximo? Solo Dios lo sabe, pero será, ni más ni menos, como nosotros mismos lo diseñemos y ejecutemos. Si de verdad hemos aprendido que la solidaridad es más preciosa que el lucro, bien iremos. Si hemos asimilado que hoy vivimos y mañana podremos no hacerlo, será esa una importante razón para valorar como es debido cada minuto y cada hora de vida. Si hemos sacado la conclusión de que todos dependemos de todos, bien vamos porque no nos dedicaremos a crear problemas artificiales y a poner piedras en los zapatos del vecino. Si nos convencemos de que toda riqueza es inconsistente y que toda gloria humana es vanagloria vaporosa, esculpiremos en nuestra vida trazos duraderos de bien y bondad, indemnes a la corrosión del tiempo.
Este 2 de junio de 2020 bien puede servirnos de puente entre un ayer de espanto y un mañana de esperanza. Habitados por el Espíritu que nos convierte en sus templos vivos, los cristianos tenemos la obligación de ser agentes eficaces de la gran obra que Dios se digna continuar a través de nosotros. Por ello, nuestro ayer, consolidado en la fe, se convierte en el tránsito que es hoy para un mañana que solo podemos construir sobre una esperanza fundada.
Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com