ALFABETIZACIÓN TEOLÓGICA”: NECESARIA PARA UN LAICADO ADULTO

Alfabetizar a la población es un deber ineludible y un derecho humano que no puede ser negado a nadie. Por eso el interés de que los gobiernos garanticen ese derecho a toda su población. Pero la alfabetización es mucho más que leer y escribir, como afirmaba Paulo Freire: “Es la habilidad de leer el mundo, es la habilidad de continuar aprendiendo y es la llave de la puerta del conocimiento. Por eso no se deben detener los esfuerzos de los gobiernos y la cooperación internacional en este sentido".
En un sentido análogo podríamos hablar de la “alfabetización teológica”. ¿Qué quiere decir esto? Que nuestra experiencia de fe no puede quedarse solamente en experiencia –aunque esto sea lo fundamental y decisivo para un encuentro con el Señor-. Necesita también entenderse, crecer y desarrollarse continuamente, abrir mejores caminos para vivirla mejor y fortalecerla. De ahí la necesidad de una adecuada catequesis y un cuidado de esa vida de fe en todos los sentidos: sacramental, litúrgica, de servicio, etc. Pero se puede apuntar un poco más alto: tener una formación teológica adecuada de manera que “podamos dar razón de nuestra fe a todo el que lo pida” (1 Pe 3,15). Esto sería lo ideal para todo creyente y no simplemente por sacar un título universitario –de eso no estamos hablando, aunque sería muy bueno que más cristianos tuvieran una sólida formación teológica- sino por madurar en la fe a la medida de la capacidad humana de reflexionar y entender sistemáticamente toda su realidad.
Algunos le “temen” a la teología. Creen que su fe se pone en peligro cuando les empiezan a explicar que la Sagrada Escritura hay que interpretarla, que la manera de entender a Jesucristo, la Iglesia, la Virgen María, los sacramentos, etc., ha evolucionado a lo largo de la historia, se han dado avances y retrocesos, se han propuesto diferentes comprensiones, todo esto como esfuerzos humanos por entender nuestra fe, sin que eso ponga en juego lo fundamental: nuestra creencia en Jesús como Hijo de Dios, Salvador nuestro. Pero quien tiene la suerte de recibir una buena formación teológica, esta se convierte en fuente de crecimiento y de razonabilidad de la fe que se profesa. Además la formación da sustento para modificar lo que se ve necesario cambiar, para dejar de lado lo que han sido cargas históricas válidas para un tiempo pero sin significado para el nuestro y, lo que es más importante, para encontrar maneras de hablar de Dios “a la altura de estos tiempos actuales”, es decir, en medio de un desarrollo científico y tecnológico y de una pluralidad cultural y religiosa que exige reflexiones sólidas, propuestas razonables, testimonios coherentes para este momento actual del que somos protagonistas.
Es verdad que hay diferentes corrientes teológicas y uno puede sentirse perdido por no saber cuál privilegiar. A grandes rasgos hay una teología que podríamos llamar “clásica” que sistematiza los misterios de nuestra fe y hace mucho bien a la vida cristiana. Pero también se han abierto camino, en estas últimas décadas, a lo que llamamos “teologías contextuales” que nos han abierto los ojos a una fe que tiene que explicar y dar respuesta a los problemas acuciantes de nuestra época: la situación de pobreza de muchos, las discriminaciones vividas en razón del sexo, de la etnia, de la religión, etc., la falta de cuidado del medio ambiente, las distintas culturas que hoy ganan carta de ciudadanía y no pueden negarse como ocurrió en el pasado, la pluralidad religiosa y, muchas otras realidades que surgen como desafíos a nuestra fe y no podemos evadir si queremos ser responsables con el valor de la religión para la vida. A todo eso se le llama teología de la liberación, teología feminista, teología del pluralismo religioso, ecoteología, teología intercultural, teología india, teología afro, etc.
Alfabetización teológica, por tanto, va más allá de la experiencia de fe y nos invita a vivir la teología como “reflexión crítica sobre la intelección de la fe”, reflexión que todos hemos de hacer para pasar de una fe ingenua a una fe madura. En otras palabras, la teología no está reservada, como en el pasado, para los clérigos. Es para todo el pueblo de Dios y con más razón para un laicado que quiere ser adulto y comprometerse con la acción evangelizadora de la iglesia con madurez y responsabilidad, con criterio y reflexión, buscando hacer significativos los misterios de nuestra fe en esta historia presente.
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