Valores y vivencias y Aguas anegadas
VALORES Y VIVENCIAS
Divide y vencerás:
suma y convencerás.
Los valores no son, pero se vivencian y convivencian, los valores no son pero valen, puesto que son simbólicos y no meramente cósicos o entitativos. El máximo valor es el amor que no es una cosa o ente, sino una causa. Diríase que las cosas son entes sólidos, mientras que los valores son seres acuáticos y a veces volátiles o aéreos: en efecto, son el agua y el aire de la tierra, su humus y respiradero existencial.
El amor es el primer valor válido interhumanamente, a modo de balón de oxígeno de la existencia, un valor que vale y hace valer y, a menudo, volar. Por eso el amor socrático-platónico confiere alas, porque es un ser alado que trasciende los meros entes. Pero se trata de una trascendencia inmanente, de unas alas implícitas o implicadas, adheridas y pegadas al cuerpo pero no plegadas, sino abiertas al alma y lo anímico, aferentes y afectivas, espirituales, cuando el amor es auténtico.
Junto al amor y su valencia primordial, el valor más valeroso o valiente es la libertad. Son las dos alas del hombre alado, el amor modula la libertad y viceversa, la libertad modula el amor. El amor sin libertad es fanatismo, la libertad sin amor es anarquismo o libertinaje. El amor sin libertad está representado por el Gran Inquisidor sin corazón, la libertad sin amor por Don Juan y su coraza. Propugnamos frente a ellos un amor liberador y una libertad amorosa, un amor libertador y una libertad deliberada. Por eso encarnamos el símbolo del amor sagrado en la amistad, mientras que el símbolo de la libertad podría representarse en el libro (abierto).
Buscamos pues una actitud medial que remedie nuestras contradiciones, pues la realidad es discordante. Por ello tratamos de concordar lo discorde, buscamos una concordia en medio de la discordia (concordia discors), partiendo realistamente de un dicho enigmático: “Nadie está exactamente en su sitio y más vale así, una adecuación estricta sería insoportable”. Así es, el hombre está contrariado entre los contrarios y opuestos, contrarios que se presentan empero como contractos y los opuestos como compuestos.
Hay que recomponer entonces culturalmente esta composición dada naturalmente de las diferencias, otorgándoles una mediación o configuración de sentido a través de su articulación simbólica mediante el lenguaje. El lenguaje es logos, y logos dice reunión de lo diferente, diálogo radical, interlenguaje o apalabramento. Este apalabramento remite al parlamento y por ello es democrático, democrático pero no demagógico, parlamentario pero no parlarrentario, dialógico pero no ideológico. En este mundo globalizado precisamos globalizar la mediación como travesía de lo intermediario: la realidad como interrealidad, el ser como entre-ser, el sentido como interrelación, la razón como interracional, la nación como internacional, la verdad como intermediación:
“La verdad se mueve, empuja, se va, vuelve, canta, se contradice, da vueltas y nunca está cautiva de nada, de ningún principio, de ningún hábito. La verdad es lo que yo no tengo, lo que nadie puede tener”
(C.Bobin, Autorretrato con radiador, Árdora, 2017, pág. 110).
El sentido de la verdad solo se revela en el amor, el cual dice otración, apertura al otro y su otredad, aferencia de su diferencia, correspectividad. Pero ello solo puede fundarse en aquel humanismo latino y renacentista, del que en mal momento renegó el Heidegger antihumanista, cuando ironizó cruelmente sobre la humanidad del homo humanus en su Carta sobre el humanismo. Pues, ¿qué otro criterio radical puede albergar el hombre si no es su propia humanidad, o más bien su interhumanidad o humanidad compartida? Y es que el hombre ha realizado el proceso de hominización, pero está aún en curso el proceso de su humanización. Por lo demás, la propia divinidad cristiana se revela en su encarnación, es decir, en su humanización. Dios no es aquí el pensamiento que se piensa a sí mismo, como pensaba Aristóteles, sino el amor que nos piensa.
Así que el criterio racional o interracional del hombre en este mundo no es lo meramente antropológico, sino lo propiamente humano, no es el homínido sino el humano, no es la fría ontología o metafísica abstracta, sino la hermenéutica existencial y su interpretación axiológica o valorativa. Una valoración cuyo valor máximo es el amor humano en libertad deliberada, es decir, en correlación intersubjetiva o interpersonal. Nos atenemos pues a un personalismo de inspiración cristiana, traducible como interpersonalismo.
AGUAS ANEGADAS
(No necesito creer en Dios
para amar al Dios-amor:
AOO).
Las aguas anegadas
el río se desborda
árboles inundados
palomas al acecho
el agua que se escancia
entre el puente de piedra
y el puente de hierro
mientras escribo al raso
mientras escribo lacio
mientras escribo en seco.
Un ave ignominada me visita
el sol se cuela entre la hojarasca
la gente pasa paseando leve
algún perro extraña la corriente
en mi soliloquio estoy yo solo
si bien acompañado por los patos
que patinan raudos por su pista
con un viento que menea su cola
en claro movimiento de lascivia.
He venido a desaguar mi tristeza
he venido a aventar mi nostalgia
he venido a verter melopea.
Melopea que en griego es un canto
el canto rodado del río amarillo
melopea que en mi es un recuerdo
melopea que en ti es un encanto.
Bajo el puente me alojo
de la tierra me alejo
para albergar mi sino
para pensar tu exilio
para explorar mi espacio
para encontrar tu tiempo.
En este mismo instante yo me asiento
en este mismo instante yo te siento
en este mismo instante me resiento
de haber nacido barro
siquiera salpicado de un espíritu
siquiera animado por un alma
siquiera anegado por las aguas
que portan mis deseos
más allá de mi mismo
más allá de ti mismo
donde el tiempo fluvial se detiene
en la marisma que es nuestra eternidad:
allí donde mis aguas tan dulzonas
reciben la salmuera de tu amor
la salazón de nuestro amor fundido
la fundición del amor anegado.
Divide y vencerás:
suma y convencerás.
Los valores no son, pero se vivencian y convivencian, los valores no son pero valen, puesto que son simbólicos y no meramente cósicos o entitativos. El máximo valor es el amor que no es una cosa o ente, sino una causa. Diríase que las cosas son entes sólidos, mientras que los valores son seres acuáticos y a veces volátiles o aéreos: en efecto, son el agua y el aire de la tierra, su humus y respiradero existencial.
El amor es el primer valor válido interhumanamente, a modo de balón de oxígeno de la existencia, un valor que vale y hace valer y, a menudo, volar. Por eso el amor socrático-platónico confiere alas, porque es un ser alado que trasciende los meros entes. Pero se trata de una trascendencia inmanente, de unas alas implícitas o implicadas, adheridas y pegadas al cuerpo pero no plegadas, sino abiertas al alma y lo anímico, aferentes y afectivas, espirituales, cuando el amor es auténtico.
Junto al amor y su valencia primordial, el valor más valeroso o valiente es la libertad. Son las dos alas del hombre alado, el amor modula la libertad y viceversa, la libertad modula el amor. El amor sin libertad es fanatismo, la libertad sin amor es anarquismo o libertinaje. El amor sin libertad está representado por el Gran Inquisidor sin corazón, la libertad sin amor por Don Juan y su coraza. Propugnamos frente a ellos un amor liberador y una libertad amorosa, un amor libertador y una libertad deliberada. Por eso encarnamos el símbolo del amor sagrado en la amistad, mientras que el símbolo de la libertad podría representarse en el libro (abierto).
Buscamos pues una actitud medial que remedie nuestras contradiciones, pues la realidad es discordante. Por ello tratamos de concordar lo discorde, buscamos una concordia en medio de la discordia (concordia discors), partiendo realistamente de un dicho enigmático: “Nadie está exactamente en su sitio y más vale así, una adecuación estricta sería insoportable”. Así es, el hombre está contrariado entre los contrarios y opuestos, contrarios que se presentan empero como contractos y los opuestos como compuestos.
Hay que recomponer entonces culturalmente esta composición dada naturalmente de las diferencias, otorgándoles una mediación o configuración de sentido a través de su articulación simbólica mediante el lenguaje. El lenguaje es logos, y logos dice reunión de lo diferente, diálogo radical, interlenguaje o apalabramento. Este apalabramento remite al parlamento y por ello es democrático, democrático pero no demagógico, parlamentario pero no parlarrentario, dialógico pero no ideológico. En este mundo globalizado precisamos globalizar la mediación como travesía de lo intermediario: la realidad como interrealidad, el ser como entre-ser, el sentido como interrelación, la razón como interracional, la nación como internacional, la verdad como intermediación:
“La verdad se mueve, empuja, se va, vuelve, canta, se contradice, da vueltas y nunca está cautiva de nada, de ningún principio, de ningún hábito. La verdad es lo que yo no tengo, lo que nadie puede tener”
(C.Bobin, Autorretrato con radiador, Árdora, 2017, pág. 110).
El sentido de la verdad solo se revela en el amor, el cual dice otración, apertura al otro y su otredad, aferencia de su diferencia, correspectividad. Pero ello solo puede fundarse en aquel humanismo latino y renacentista, del que en mal momento renegó el Heidegger antihumanista, cuando ironizó cruelmente sobre la humanidad del homo humanus en su Carta sobre el humanismo. Pues, ¿qué otro criterio radical puede albergar el hombre si no es su propia humanidad, o más bien su interhumanidad o humanidad compartida? Y es que el hombre ha realizado el proceso de hominización, pero está aún en curso el proceso de su humanización. Por lo demás, la propia divinidad cristiana se revela en su encarnación, es decir, en su humanización. Dios no es aquí el pensamiento que se piensa a sí mismo, como pensaba Aristóteles, sino el amor que nos piensa.
Así que el criterio racional o interracional del hombre en este mundo no es lo meramente antropológico, sino lo propiamente humano, no es el homínido sino el humano, no es la fría ontología o metafísica abstracta, sino la hermenéutica existencial y su interpretación axiológica o valorativa. Una valoración cuyo valor máximo es el amor humano en libertad deliberada, es decir, en correlación intersubjetiva o interpersonal. Nos atenemos pues a un personalismo de inspiración cristiana, traducible como interpersonalismo.
AGUAS ANEGADAS
(No necesito creer en Dios
para amar al Dios-amor:
AOO).
Las aguas anegadas
el río se desborda
árboles inundados
palomas al acecho
el agua que se escancia
entre el puente de piedra
y el puente de hierro
mientras escribo al raso
mientras escribo lacio
mientras escribo en seco.
Un ave ignominada me visita
el sol se cuela entre la hojarasca
la gente pasa paseando leve
algún perro extraña la corriente
en mi soliloquio estoy yo solo
si bien acompañado por los patos
que patinan raudos por su pista
con un viento que menea su cola
en claro movimiento de lascivia.
He venido a desaguar mi tristeza
he venido a aventar mi nostalgia
he venido a verter melopea.
Melopea que en griego es un canto
el canto rodado del río amarillo
melopea que en mi es un recuerdo
melopea que en ti es un encanto.
Bajo el puente me alojo
de la tierra me alejo
para albergar mi sino
para pensar tu exilio
para explorar mi espacio
para encontrar tu tiempo.
En este mismo instante yo me asiento
en este mismo instante yo te siento
en este mismo instante me resiento
de haber nacido barro
siquiera salpicado de un espíritu
siquiera animado por un alma
siquiera anegado por las aguas
que portan mis deseos
más allá de mi mismo
más allá de ti mismo
donde el tiempo fluvial se detiene
en la marisma que es nuestra eternidad:
allí donde mis aguas tan dulzonas
reciben la salmuera de tu amor
la salazón de nuestro amor fundido
la fundición del amor anegado.