El mito de España

Que España comienza siendo un mito no significa que sea una mentira ni una falsedad, significa que su origen es una vivencia común y una convivencia colectiva. La vivencia común en una península y la convivencia colectiva en una historia: la de Iberia, Hispania y finalmente España. La cual es un mito en el sentido de una vividuría compartida, siquiera a veces a duras penas. Pues el mito es el relato de una relación: el relato originario de una relación originada.

1 (El mito de España)

El mito de España se fragua junto y frente a otros mitos nacionales que cuajan como Francia, Italia o Alemania, ya que toda nación es un mito de origen, un nacimiento geográfico y cultural, una complicidad complicada. En el caso de España parece que su origen mítico se afirma sin lograr acceder a su plena racionalización moderna, o sea, a la racionalización de nuestro territorio social y mental de una forma moderna o ilustrada.

Por ello a mi entender en España parece permanecer el mito más que la razón, la vivencia inmediata más que la convivencia mediada, el temperamento más que el carácter atemperado. En efecto, frente a la racionalización nórdica europea, propia de Francia o Alemania, entre nosotros parece cultivarse un sentimiento difuso de empatía, simpatía o antipatía, un sentimiento patético o pasional, un sentimiento de coapertenencia más bien folklórica. En lugar de Descartes y su cogito, en lugar de Kant y su razón, aquí tenemos a Unamuno y su sentimiento trágico, a Ortega y su consentimiento vital.

La interiorización nórdica (protestante) contrasta con nuestra exterioridad o exteriorización (católica), con nuestra extroversión o extraversión barroca. Nuestra extroversión visual nos conduce a las letras y las artes plásticas, mientras que la introversión auditiva típicamente nórdica conduce al argumento y la argumentación. Nuestra expresión meridional resulta temperamental, la expresión septentrional resulta atemperada. Atemperada sin duda por el clima frígido del norte, frente a nuestra visión soleada del mundo.

2 (El cachondeo español)

Julio Caro Baroja escribió un libro solemne sobre “el mito del carácter español”, como si la idiosincrasia nacional española fuera una falacia histórica o más bien histérica. Tiene razón y no la tiene don Julio, ya que el carácter nacional es un mito, pero un mito no es nada sino algo típico, prototípico o arquetípico, un tipismo o tipología, un tópico o lugar común, una vivencia colectiva reconvertida en convivencia y connivencia psicosocial.

Efectivamente, casi todo el mundo admitirá un toque de “cachondeo” en la tradicional caracteriología española, cachondeo en su sentido amplio de un cierto relajo temperamental y de una incierta relajación mental: frente a la rigidez nórdica y especialmente germana. Reaparece así el contraste entre la afectividad hispana y la efectividad alemana, entre la seriedad o formalidad nórdica y la informalidad latina, sudista o mediterránea, hispánica o hispana, española. Frente al orden germano, el cachondeo mienta un desorden caracterizado por el vacile y la guasa, la zambra o zarabanda, el choteo o pitorreo popular. Antonio Machado habló de nuestro bullicio o zaragatería.

El cachondeo, más fino y acentuado cuanto más al sur, tiene algo de jolgorio, es decir, del holgar y folgar tradicionales. Por supuesto no se trata de una esencia o naturaleza propia del español, sino de su existencia y cultura: a veces una cultura sintomáticamente incultural. En este caso nuestro cachondeo típico se traduce directamente en cierta flojera frente a la seriedad, concentración y organización nórdica. El cachondeo es entonces como una melopea o música popular de charanga y pandereta.

3 (Dar envidia y campear)

El cachondeo español tiene mucho de ostentación de la propia personalidad y libertad, de autoafirmación individual frente al sistema. Se trata de ostentar el propio honor y honra, basados en la independencia frente al otro. Nuestro cachondeo es un modo o modismo de ostentación barroca, es decir, de dar envidia a los demás con nuestro ademán autárquico e irrisorio. Pero es también una filosofía de la vida, capaz de relativizar todo mal o situación incómoda exorcizándola humorísticamente.

En este sentido el cachondeo es un modo antropológico de “campear” las situaciones y, si no es posible campearlas, al menos “capearlas”. Ha sido Baltasar Gracián quien puso la idiosincrasia española en el “campear” propio de todo español campeador, cuyo prototipo es sin duda el propio Cid Campeador. Pero quien no puede campear como el Campeador, al menos puede y debe “capear” la circunstancia como hace el torero frente al toro bravo.

Así que el mito español frente a la razón europea, nos ha conducido a un cierto cachondeo vital, y este al campear o capear la situación a menudo difícil. El Cid campea y el torero capea, mientras que Don Juan quiere conquistar y campear, mas si no puede campear al menos capear la intriga. Por eso es el gran torero o burlador, el Burlador de Sevilla. Cabría adjuntar al elenco la figura de la Celestina como la dama que reúne el cachondeo erótico y la picardía picaresca.
En el caso de Don Quijote y Sancho, también comparece un trasfondo de cachondeo español, con su dosis burladora y burlesca. Don Quijote es un Campeador (campeado) y un Burlador (burlado), mientras que el propio Sancho Panza campa a sus anchas, es solo un capeador de tormentas y tormentos caballerescos.

(Conclusión: mito y razón)

En el sur se trama la urdimbre de la vida, en el norte se organiza la estructura del mundo: es la diferencia entre la realidad organizada lógico-racionalmente y la surrealidad de la vida articulada instintivamente. Nietzsche vivió esta disonancia entre el norte (apolíneo) y el sur (dionisiano), y trató sin éxito de adjuntar lo germánico y lo latino, la filosofía y su sombra, el monte y la mar. Observó muy bien el mito de la razón en el norte, y la razón del mito en el sur.

El peligro del norte es la rigidez que conduce al esquematismo (abstracto), como se observa en la historia germana, abstraccionismo evitado pragmáticamente por Inglaterra y culturalmente por Francia. Por su parte, el peligro del sur es la irracionalidad, tal y como se proyecta en nuestra Inquisición paradigmáticamente. Por ello es tan importante la apertura del uno al otro, y viceversa, en nuestro caso el diálogo con nuestra otredad, el paso de la vivencia a la convivencia, del mito a la razón, del sentimiento al consentimiento y, en definitiva, del sentido al consenso crítico.

Y es que el mito de la razón nórdica produce monstruos. Pero la razón del mito sudista produce largas pesadillas: algunas aún las estamos padeciendo actualmente.

(Bibliografía mínima)
---Andrés Ortiz-Osés, La herida romántica, Anthropos, Barcelona-México 2010.
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