CUESTIONES QUODLIBETALES: BRECHA SALARIAL /b

El hecho de que algunas madres lleguen a buscar una remuneración fuera del hogar, debido al escaso salario del jefe de familia, es un abuso nefasto al que debe ponerse fin a cualquier precio (papa Pío XI) Mulierem fortem, quis inveniet? // La mujer fuerte, ¿quién la hallará? (Prov. 31, 10)
============================================================

La organización patriarcal de la familia tradicional reservó al “cabeza de familia” la manutención de la misma, haciendo de la mujer una dependiente económica debido a sus funciones de madre, esposa y encargada de la crianza de los hijos.

Esta situación de sumisión de la mujer en el matrimonio fue legitimada por la doctrina católica, ya desde el N. T. y luego en el mismo rito del matrimonio: “las casadas que estén sometidas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la iglesia y salvador de su cuerpo” (Ef. 5,22-23).

La moral y educación cristiana, que colonizó la civilización occidental, se fundó en la idea de naturaleza, que deriva del Creador para justificar la sumisión de la mujer al “cabeza de familia”. Pío XI (Divini Illius Magistri) juzgaba “pernicioso para la educación cristiana” la coeducación, o sea, “la igualdad de formación para ambos sexos”, a la que tacha de fomentar la promiscuidad.

En la biblia, en efecto, no existen los derechos de la mujer, ni tampoco los del hombre. Hay que esperar siglos para que sean formulados y condenados por diversos documentos papales.

La progresiva y lenta incorporación de la mujer al mercado laboral, junto con el acceso a la educación superior, fue un factor decisivo para conseguir su independencia económica (la libertad empieza por la economía) y su emancipación del secular dominio patriarcal.

Pero por otro lado, el acceso al trabajo exterior remunerado, supuso para la mayoría de las mujeres una “doble jornada” laboral, fuera de casa y en casa, pues son minoría los hombres que colaboran en el reparto de las tareas domésticas (30% en España), como hacer la compra, cocinar, limpiar, atender a las criaturas o a personas mayores dependientes. Y no se trata simplemente de ayudar a la mujer, sino de la distribución equitativa de tareas.

La mujer casada consiguió independencia económica al no depender del salario del marido, pero se encontró discriminada por la llamada “brecha salarial”, que hoy en día supera el 20% en la mayoría de los países europeos. Esta brecha escandalosa solo se supera con leyes eficaces que se hagan cumplir. De absoluta justicia es exigir igual salario para trabajos iguales. El mercado capitalista es también un territorio dominado por varones, sea en el mundo de las finanzas o de la empresa.

A nivel laboral, la mujer trabajadora, mayoritaria en el sector servicios, está más explotada que el trabajador, con más paro y más precariedad, dando lugar a la “feminización de la pobreza” a nivel global.

La igualdad laboral entre los sexos sigue siendo todavía una meta lejana. Es cierto que en el “cielo” de las constituciones democráticas se reconoce la igualdad formal de oportunidades entre los sexos, pero en la "tierra" de la realidad social la discriminación continúa. Incluso donde el derecho (de iure) las apoya, de hecho (de facto) tienen gran dificultad para acceder a puestos de dirección y de responsabilidad.

Si enfocamos el problema de los puestos de trabajo y profesiones desde los tipos y las estructuras del poder, político, económico, ideológico, científico o tecnológico, se constata la hegemonía aplastante del varón, lo que indica la persistencia del sistema patriarcal. El poder, que es una relación ubicua entre personas, consiste en la imposición de unas voluntades sobre otras, pese a la resistencia de éstas, dice Max Weber.

En el ámbito del poder político, la discriminación es muy evidente, en las jefaturas de estado y de gobierno o en otras instituciones relacionadas con los tres poderes estatales, sea a nivel nacional o internacional. La conquista del voto femenino (el sufragio “universal” no era tal) se debió a la lucha del movimiento sufragista y tardó mucho en introducirse en las democracias más avanzadas.

Recuérdese a la luchadora Clara Campoamor o a Concepción Arenal, entre otras.

Monopolio de los varones fue tradicionalmente el poder militar y la función de hacer la guerra. Con mucha dificultad van accediendo las mujeres a esta profesión tan masculina, en especial a los altos mandos del ejército. Finalmente, en cuanto al poder religioso, se constata que fue y es de dominio varonil, no solo en las figuras de los grandes fundadores de religiones, sino en los protagonistas de la “historia sagrada”, especialmente en los tres monoteísmos, donde no existen divinidades femeninas.

Comenzando por la misma imagen de Dios como Padre y Señor, son varones los patriarcas, los profetas, los sacerdotes, el Mesías, los apóstoles, los presbíteros, los obispos, los santos padres y doctores, los imanes, los teólogos, los cardenales o la larga lista de los papas.

La mujer queda, así excluida de la jerarquía (= poder sagrado) y todavía hoy sigue luchando por el acceso al sacerdocio o al episcopado. Se constata lo que afirma el antropólogo Marvin Harris: “Los hombres dominaron tradicionalmente la organización eclesiástica de todas las grandes religiones del mundo”.
Volver arriba