Un científico cansado de tratar de convencer a alguien de su postura racional respecto a Dios, dijo:
No tengo evidencia para probar que Dios NO existe, pero sospecho tanto que no existe que no quiero perder el tiempo en llegar a la conclusión de que no existe.
Es un argumento de lógica filosófica cuya extensión llevaría a aspectos jocosos, porque tratar de demostrar la NO-EXISTENCIA de “supuestos” es racionalmente un absurdo.
El creyente se esfuerza en “convencer” de que Dios existe. Es una postura loable. Pero el resto de las personas, las normales, ni siquiera pueden convencer a nadie, ni convencerse a sí mismas, de que algo que no se ha probado que exista, no existe.
El dios de cualquier religión es un ente puesto en solfa, discutido y hasta negado por muchísimas personas, sobre todo intelectuales (el vulgo admite lo que sea). Cuando alguien aporte pruebas indubitables, que nadie pueda poner en cuestión, se podrán discutir las mismas. Mientras tanto la razón se debe aplicar a otras cosas.
La postura más lógica ante situaciones absurdas es el desdén, el olvido y hasta el desprecio cuando importunan demasiado.