Del Evangelio de Jesús al Evangelio de Pablo: un cambio cualitativo /2

Jesús anunciaba el Reino, pero lo que llegó fue la Iglesia (Alfred Loisy)

Desde el punto de vista histórico, los primeros escritos del Nuevo Testamento son los de Pablo (años cincuenta del s. I), comenzando por la Primera carta a los tesalonicenses (año 51), luego siguen los cuatros evangelios canonizados, escritos entre el año 70 y el 100, y a continuación todos los demás escritos, siendo el último la Segunda carta de Pedro en torno al año 135.

La actual edición confesional de los 27 libros del Nuevo Testamento, que sigue el criterio de la extensión (de mayor a menor), genera confusión en el lector no avisado, por no estar ordenada cronológicamente, pues da la impresión de que las cartas de Pablo son una especie de apéndice complementario a los cuatro evangelios, cuando en realidad son bastante anteriores. Pero, además, la teología paulina influye de forma clara y decisiva en los cuatro autores evangélicos, empezando por Marcos, aunque cada autor tenga su propia tendencia adaptada a los destinatarios de una comunidad particular.

Este orden cronológico de carácter histórico es el que aparece en la innovadora obra publicada por la editorial Trotta en 2021, titulada Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y Comentario, editada por el investigador independiente Antonio Piñero. Esta voluminosa obra, que supone sin duda un cambio de paradigma, es un trabajo colectivo realizado por A. Piñero con un grupo de colaboradores, especialistas en la materia: Gonzalo del Cerro, Gonzalo Fontana, Josep Montserrat y Carmen Padilla. Esta nueva edición científica de los libros del Nuevo Testamento hace, además, una importante distinción entre las siete Cartas auténticas de Pablo y las pseudopaulinas o falsamente atribuidas al tarsiota.

Para referirnos a los evangelios como formas literarias habría que usar un plural más extenso, pues en realidad hay muchos evangelios, no solo los cuatro canonizados, sino los numerosos apócrifos, que el magisterio eclesiástico declaró falsos. En cuanto al significado de mensaje, hay que diferenciar claramente entre el Evangelio de Jesús, en cuanto contenido de su predicación oral en Galilea o Judea, y el Evangelio de Pablo, término extendido entre los investigadores, pero usado por el propio Pablo al comienzo de la carta a los Gálatas, junto al verbo evangelizar (euaggelídzein), para condenar a los que predicaban otro Evangelio distinto al suyo. Se trataba de predicadores judaizantes, que exigían a los neófitos paganos el rito judío de la circuncisión, a los que Pablo critica con dureza.

Así pues, en cuanto mensaje el Evangelio de Pablo es muy diferente del Evangelio predicado por Jesús. Entre ambos existe un salto cualitativo, una gran discontinuidad, pese a los esfuerzos exegéticos de numerosos estudiosos confesionales por mostrar una continuidad entre ambos. Desde el análisis histórico y crítico (no teológico y dogmático), el núcleo y tema central de la predicación y doctrina de Jesús era la llegada  inminente del reino de Dios o reino de los cielos (expresiones equivalentes), junto con la condición que exigía para entrar en él, que era la conversión (metánoia en griego o teshuváh en hebreo), tal como aparece en Mc 1,14-15:  “Cumplido es el tiempo y el reino de Dios está cercano. Arrepentíos (metanoeîte) y creed en el Evangelio”.

El mismo mensaje aparece posteriormente en Mt (4,17): “Arrepentíos, porque se acerca el reino de los cielos”, expresión preferida de este evangelista para no mencionar el nombre de Dios. Ese mensaje central de la cercanía del reino de los cielos es el objeto  de la predicación de sus apóstoles (Mt 10,7), enviados por  Jesús a las ovejas perdidas de la casa de Israel, con la advertencia de no predicar a los gentiles ni entrar en ciudad de samaritanos.

Las pocas parábolas que plausiblemente pertenecen al Jesús histórico, como constató el jesuita J. P. Meier recientemente fallecido (la mayoría de ellas son creaciones posteriores o redaccionales de los evangelistas), giran en torno al tema del reino de Dios y a su preparación. En el mensaje evangélico de Jesús no aparece unadefinición expresa del reino de Dios, lo que indica que en el ambiente judío del s. I e.c. se daba por sobreentendido, al tratarse del concepto escatológico vinculado a la tradición apocalíptica judía. Podría compararse al uso normal que hacemos actualmente de los términos democracia o monarquía, sin necesidad de definirlos  de forma expresa y dando por supuesto que todo el mundo los entiende.

El término reino de Dios usado por Jesús hacía referencia a la esperanza colectiva de un utópico reino mesiánico, acompañada de un fuerte sentimiento nacional y etnocéntrico, que la mano poderosa de Yahvé habría de inaugurar en la tierra regenerada de Israel y en una nueva Jerusalén liberada del dominio extranjero.

Ello implicaba la transformación del mundo presente y la mítica restauración de Israel, recuperando las tribus perdidas desde la desaparición del antiguo reino del norte. Todo ello vendría acompañado de conmociones cósmicas, terminando con un juicio universal en el que Dios impartiría justicia, premiando a los justos y castigando a todos los enemigos del reino, terrenales (en especial el imperio romano) y celestes, con la derrota final del propio Satán y de sus huestes demoníacas, que se creía que estaban dominando el mundo.

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