Entendemos desde Aristóteles (que expresa una convicción presocrática) y Averroes (que la desarrolla) que "de la nada no puede salir nada".
- Ni Dios –precisamos algunos sin dejar de considerarnos consecuentes.
-Dios ya estaba en cualquier principio concebible; siempre estuvo -nos responden quienes lo consideran una solución al enigma del origen--; un conjuro al vértigo de un Universo con pasado eterno.
¿Pero resuelve Dios la eternidad sin comienzo que se atribuye a su existencia? ¿Soluciona algo la trasferencia del vértigo a un Ser conjeturado?
Son muchos los Universos posibles, pero ¿uno sin principio? ¿Con un comienzo desde la nada? ¿Con o sin una causa exterior a él mismo? ¿Necesita la preexistencia de un autor inteligente? ¿Existe éste? ¿A qué debería su existencia y origen? Hablemos de ello.
El Génesis parte de un espacio inicial por el que se mueve Dios; de una materia caótica que Dios organiza, dando comienzo a su “Creación” de cuerpos celestes, separación de aguas y Tierra y construcción de vida.
Pero el cristianismo propone una creación más completa “de la nada” (o, en latín, “ex nihilo”) que se impondrá en nuestra cosmogonía mental como “verdadera” y, sin que lo sea, la implícita en el Génesis. Pero la palabra de la Biblia hebrea es “Bersehit”, y no significa “creación desde la nada” sino “modelación” a partir de un material preexistente (algo bien cercano a la cosmogonía griega sobre el Origen).
Entre las interpretaciones del Talmud existe una que considera esta creación del mundo sólo la más reciente. El último intento, por el momento.
Cierto pensador* plantea el problema de que hemos de considerar a Dios, bien dentro del Universo (por lo que ha de tener un origen, un momento de inicio existencial; o el propio Universo carecería del mismo), o bien fuera (por lo que no existe en nuestro Universo ni en relación con él).
No lo seguiremos, dado nuestro interés en continuar desarrollando el tema, a fin de llegar a algún sitio; pero entiendo que es cierto que:
1) de Dios no podamos decir nada (ni asegurar su existencia);
2) quienes lo proponen, habrán de entenderlo formando parte, al menos, de nuestro propio Universo (lo que no excluye que pueda formar parte de otros).
En cualquier caso, y antes de precisar su naturaleza (qué es Dios, en esencia), ¿podemos abordar el asunto espinoso de su propio comienzo -o “creación”- como Ser?
No, por definición, nos dirán quienes intuyen que no van a tener respuesta apropiada que salve su hipótesis, decidiendo un descarte precoz: Dios se define como el Ser, increado y creador de todo lo (demás) existente. Siempre ha existido: Es, desde tiempo infinito.
Me pregunto si tal hipótesis logra –con independencia de su credibilidad o pertinencia- reducirnos el vértigo de un tiempo eterno en negativo.
Mas seamos consecuentes. Lo que es inaplicable al Cosmos no es más aplicable a Dios, que no deja de ser una propuesta conceptual, acaso acertada (concordante con algo real), acaso no.
Ante un problema conceptual –máxime si es una “hipótesis” nula- no cabe “truco” (de huida) que (nos) evite la reflexión y el entendimiento básico necesario. Hemos de intentar al menos una respuesta.
En otras palabras, si nuestra mente no puede concebir un pasado eterno, tampoco la propuesta de un ser eternamente preexistente; si todo ha de tener un comienzo obligado para sernos inteligible, nada escapa a esta necesidad.
Y si queremos que algo escape, valiéndonos de un ardid tramposo, ese algo no tiene por qué corresponderse exactamente con el objeto o deidad concreta que tuviéramos en mente antes de fingir emprender un ejercicio deductivo: podemos proponer un principio desconocido (que permite la esperanza de descifrarlo) o una ley preexistente (una pre-posibilidad fortuita, una ley virtual o probabilísticamente creadora).
Cierto que es más atractivo un ser suprahumano e inteligente; elevar ese principio desconocido al estatus de ser completo y consciente, aunque la autoorganización ocurra por doquier, sin precisar de un dios explicativo.
La eternidad previa que nos cuesta atribuir al Universo y consideramos tan absurda e inabordable, no deja de serlo por inventarnos un ser hipotético que se caracterice por incluir, como esencia nuclear, su eterna o infinita preexistencia.
Aunque desde pequeños se nos quiera familiarizar con semejante constructo conceptual, cualquier aproximación honesta no deja de considerarlo tan humanamente incomprensible como un Universo eterno (sin principio); aunque al menos esta última propuesta forma parte de una hipótesis científica que se quisiera teoría (veremos por qué).
Por el momento, baste con reconocer que algo sin comienzo alguno, por lejanísimo en el tiempo que haya de ser, nos resulta ininteligible, un absurdo o imposible teórico como la raíz de -1, una contradicción lógica o propuesta inaprehensible.
Casi podríamos entender mejor una ley eterna preexistente; o un estallido de la nada (el 0) en pares equidistantes (+1 y -1: materia y antimateria), por sumamente improbable que nos resulte.
Cualquier fenómeno improbabilísimo (pero posible) resulta probable (u obligado) en un tiempo “infinito”. Aunque sigamos sin entender demasiado el alcance de tal propuesta: Dios aún queda “más allá”.
Un ser eterno e increado capaz de entender y crear es un ser complejo cuya existencia o aparición requiere una explicación: no basta conjeturarlo gratuitamente; resulta más difícil de explicar que el resto del Universo, cuyo origen exigimos explicitado al detalle.
Cada año mejoramos nuestro conocimiento y nos acercamos a una solución. Hace 30 años que conocemos la evolución del Universo desde su primer centisegundo de existencia (en “Los tres primeros minutos del Universo”, obra de 1980, S. Weinberg nos explicita, en fotogramas lo acaecido en dicho período), pero seguimos estudiando detalles y corrigiendo suposiciones y modelos teóricos.
¿Alguien asumiría que la necesidad de explicar el Universo se evitaría, o reduciría, introduciendo la “hipótesis nula” representada por un Dios creador?
Volvamos al Universo, con o sin Dios dentro (existente, aunque inverificable) o fuera (inexistente para nosotros), hace milenios que se postuló como principio necesario que hubo de tener un comienzo. ¿Por qué? De nuevo, porque no nos es concebible que nada (ni Dios, recalco) tenga una preexistencia infinita.
“Todo es finito” parece ser una convicción que no sólo se ampara en nuestra experiencia: tenemos más problema en imaginarlo en una dirección que en la contraria: la inmortalidad sí nos es concebible. Y, sin embargo, en un próximo capítulo veremos cuestionado incluso el Big Bang (o, más exactamente, su excepcionalidad y unicidad).
No es mal punto de partida esta denuncia de la limitación humana que compartimos y aja o detiene cualquier discurso sobre el tema: ¿podemos imaginar algo que no tenga un comienzo? ¿Una preexistencia eterna? En Occidente solemos dejarlo ahí. A pesar de Zenón de Elea y su maestro Parménides, nos asustan las paradojas irresolubles.
Creo que basta para un primer capítulo. He estimado que sentar las bases de un modo mínimamente riguroso requería ese esfuerzo. Les ruego tengan paciencia, ya que el segundo no llegará mucho más lejos… Esperen, sin embargo, a los demás.
*…Los místicos entienden el Universo como el Universo Físico, y demandan una causa no física para él, a la que llaman Dios. Bien, aquí es donde [el axioma] "la Existencia existe" vuelve a aparecer de nuevo: Sea lo que sea lo que quieren decir cuando dicen "no físico", sea Dios, ectoplasma, o llámese simplemente X; bien, X existe o no existe, y si existe, es parte del Universo; y si los místicos no quieren decir realmente "El Universo", es responsabilidad suya el no corromper el lenguaje y no jugar con equívocos. (AYN RAND, "LETTERS OF AYN RAND")