Los gitanos… ¿mis hermanos?



Hace días tuve que acudir al Hospital de Madrid “12 de Octubre” a visitar y cuidar a un familiar recién operado. Planta 3ª. Enfrente de la nuestra, dos habitaciones: en la una, dos reclusos custodiados permanentemente por un trío policial sentado en el mismísimo pasillo encarando la habitación con la puerta abierta; en la de al lado, un gitano enorme, en tratamiento por obesidad mórbida y otro por herida en un ojo.

La primera, por lo inhabitual de la situación, sólo producía curiosidad. La segunda, ya a las pocas horas, enfado, irritación, furia y deseos de gritar. Era punto menos que insoportable la estancia prolongada en aquel entorno. Y nuestra puerta permanentemente cerrada.

Anecdotario del breve tiempo en el hospital

• En el hall de la planta hay dos máquinas, una de café –entre 40 y 50 céntimos--, la otra de bebidas varias y sándwiches –1 €--. Al ir en un determinado momento a retirar bebida, la máquina “se tragó” el euro. Tratando de sacar un bocadillo, se tragó también la moneda. Bajé al vestíbulo principal, expuse la situación… y regresé. Me encontré a dos niños hurgando en la máquina y al lado una señora mayor, gitana. Estaban “retirando” monedas de la máquina. Al parecer habían puesto un artilugio que tornaba temporalmente inservible la máquina para “recuperar” monedas.

Le dije a la señora: “Vaya, se han servido bien: al menos denme los dos euros míos que se ha quedado la máquina”. Con palabras fuertes: “¿Qué uro? Nusotro no tenemu nada. ¿La niña? ¿Qué niña”… Me marché. Una de las niñas tenía un puñado de monedas en la mano que había escondido rápidamente en la espalda. Luego supe que sacaban cada día una media de unos 20 euros. Y de momento, seguía sin funcionar.

• Lo de no fumar en los hospitales parece que tampoco regía en esa planta: ni siquiera se recataban en hacerlo en los servicios. Lo hacían descaradamente en el mismo hall, enfrente de los ascensores. Mientras las mujeres seguían las telenovelas en la habitación, los hombres hacían tertulia en el vestíbulo, fumando, bebiendo y comiendo.

• Para no tener que pagar TV, habían instalado en la mismísima habitación la suya de plasma. Las telenovelas y programas-bodrio se podían seguir en todas las habitaciones: volumen impropio y con la puerta abierta. Incluso a horas intempestivas de la noche. Allí, al calor de la habitación se habían instalado las matronas gitanas, mientras los hombres, sentados en las butacas del hall llenaban de inmundicias el suelo. Botes de coca cola, papeles, restos de comida…
• Hasta con las pastillas de Orfidal querían hacer negocio. O que no se la habían dado, o que se había caído o que, por favor una más, que se encuentra muy mal…
• Lo de dos personas por habitación tampoco regía para ellos. Había momentos en que el obeso mórbido tenía a su alrededor no menos de seis miembros del clan.
• Esto oí, textual, a una de ellas respecto a la situación del obeso inmenso: “Nu dicen lo médico que podría irse a casa, pro aquí s’etá mu bien y nu dan de comé de gratis”. Lo que el obeso no quería, el resto se lo repartía.
• ¿Decirles algo? El resto de los visitantes o bien cerrábamos las puertas o el eterno “para qué, si no sirve de nada”… Las enfermeras únicamente cuando obstaculizaban su labor.

Consideraciones.

1) Por más que asistamos a hechos como éstos, abundantes y constatados, los principios nunca se deben olvidar: la generalización conduce a la injusticia. Tampoco en esto se debe generalizar. La persona siempre debe quedar a salvo y los derechos constitucionales también rigen para ellos.

2) Hay una serie de considerandos étnico-culturales que no se pueden obviar: tienen unos principios y unos hábitos de conducta distintos, ni mejores ni peores, distintos; por otra parte, la mayor parte de ellos quieren integrarse dentro del “modus vivendi” ciudadano, más que nada porque no hay alternativa posible dentro del sistema económico en que nos movemos. ¿Cómo compaginar ambas cosas?

3) La batalla por el cambio social de esta comunidad no debe cesar. Salvaguardar su ser específico, pero hacerles caer en la cuenta de que sus hábitos sociales chocan frontalmente con los nuestros. La sociedad que “padecemos” y “gozamos” es la que es y a ella nos debemos amoldar.

4) Por otra parte, en toda relación humana, entre vecinos o entre conciudadanos que más o menos se desconocen, debe primar la confianza. Sin ella todo se viene abajo.

5) Y queda en el aire la reacción individual de quienes deben convivir y “soportar” conductas de este jaez. Que no es asunto menor.


Haber escrito el anecdotario anterior puede resultar políticamente inconveniente, puede parecer demostración de xenofobia. Pero no por ser consecuentes con los principios o “correctos” con lo que desde “arriba” se dice, se pueden obviar conductas de este carácter. En el “hic et nunc” a muchos nos resultaría sumamente difícil una coexistencia prolongada. Nos sentiríamos movidos a decir: “Ellos en su mundo, nosotros en el nuestro”, en tanto no demuestren el más mínimo sentido cívico.

Todos conocemos familias gitanas integradas en comunidades vecinales que en nada disienten del entorno. Son las menos, porque entre ellos el respeto a las normas de convivencia es la excepción.

Allá cada cual con sus reflexiones, que pueden ser muchas y variadas dependiendo del grado de “afección”, pero la opinión es general. Porque el principio que parece regir cuando de relacionarse con ellos se trata, no es la “confianza”, sino todo lo contrario, el recelo. (1)

No me considero hostil a ellos y siempre he procurado generar un ánimo de buena voluntad y ganas de ayudar a quien lo necesita. Pero ante la falta de conciencia y comportamiento incivilizado, mi respuesta es un “no” rotundo. Sea quien sea, gitano o no. Las normas de conducta elementales, las leyes que rigen la convivencia… son un sistema ideado para que las relaciones sociales funcionen. A pesar de que algunas sean elemento constrictor de la libertad.


Y termino con lo que dicen todos: “A esos políticos que tanto hablan de integración, ayuda, prestaciones… les daba yo gitanos como vecinos…”. Con seguridad parirían leyes estrictas de comportamiento y convivencia, cuyo cumplimiento fuera previo a cualquier ayuda social. Porque la obligación de ser ciudadanos honrados, rige para todos por igual. (1)

Podríamos seguir hablando de la distribución de droga, de las mafias que controlan la seguridad en los edificios en construcción, de la ocupación de viviendas... O de los colegios en cuyas clases hay varios niños gitanos. De eso podrían hablar hasta decir basta los profesores que han de soportarlo. Pero ello excede la anécdota que ha dado pie al escrito de hoy.

(1) Me cuesta hasta creerlo, pero una profesora de Valladolid me aseguró que "allí" daban un "estímulo" económico a los padres por el hecho de que los hijos gitanos fueran a la escuela. ¡!
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