El mundo agrícola y la Cuaresma.

Precisando conceptos relacionados con estas fechas y los cambios en las celebraciones.

Todo en este periodo es simbólico, como recopilación del periodo más importante de la naturaleza y del mundo agrario. Carnaval y Semana Santa vienen separados por 40 días, siendo el Carnaval el periodo festivo de la siembra, que implica la esperanza. Cuaresma viene a ser el periodo de germinación de las semillas, la espera angustiosa, la lluvia deseada...  Semana Santa sugiere el grano que parece muerto pero que, al fin, resucita.

A la vez que suplantación de fiestas paganas, la Cuaresma cristiana tiene un débito fundacional con la tradición judía, con la celebración de la Pascua, en realidad otra forma de concretar en símbolos el ritmo de la naturaleza.  Resurrección de Jesucristo y Pascua judía, cuando el ángel "pasó" con su negra segur sobre las familias egipcias, vienen a ser lo mismo y la fecha, siempre entre el 22 de marzo y el 25 de abril, debería coincidir con la luna llena después del equinoccio de primavera, a celebrar el domingo siguiente a esa fase de plenitud de la luna.

Lo que era en los judíos relación astronómica con la luna, en Jesucristo tal relación se establece con el sol, más cerca de la tradición grecorromana, con la victoria plena del sol que renace en el solsticio de invierno y que tenía sus consiguientes fiestas a finales de diciembre.  Sol que desaparece, nace y renace.

Mezcolanza entre literaria y vivencia por parte de la nueva religión, relacionada con el equinoccio de primavera. En ella se unen astronomía y ciclos climáticos, agricultura y folklore, tradiciones y ritos, culturas muy diversas donde toma asiento el cristianismo, también de las regiones septentrionales de Europa cuyo epicentro festivo se hallaba en la fiesta de “Ostarinda” u Ostara (equinoccio).   Aunque las fechas se mantienen y el trasfondo de todo sigue siendo el sustrato agrícola o campesino, los festejos se espiritualizan en el cristianismo.

Debido a que, como decimos, el cristianismo ha tratado de espiritualizar las fiestas paganas campesinas, con el paso de los siglos éstas llegan a quedar un tnato enmascaradas. Y así, en el día de hoy, la relación con los sucesos naturales no se percibe con claridad, si es que no ha desaparecido. Para muchos, hablar de tal suplantación cristiana puede resultar fuera de lugar y hasta ofensivo. Sin embargo la alegoría, simbología o metáfora que subyace en las celebraciones cristianas no se puede ni negar ni se ha de borrar.

Un factor ha incidido, sobre todo en occidente, para que eso suceda, y ha sido el cambio que la sociedad ha experimentado desde ya muchos decenios precedentes: la independencia respecto al clima y respecto a la agricultura. La sociedad, incluso en los pueblos, se ha tornado “urbanita”. Ya no depende del sol para suministrarse luz y calor; las tareas agrícolas no atan a los cambios estacionales como en el pasado; los símbolos agrarios o pastoriles dicen poco y se usan menos...

No fue así durante siglos en que el hombre se veía necesariamente encadenado a la tierra, cuando la actividad predominante era agraria y ganadera.  Y así, la simbología y los ritos ancestrales ligados al devenir de las estaciones se siguieron conservando y hasta engordando con nuevas aportaciones culturales, especialmente en el medievo.

La labor profiláctica de la Iglesia cristiana no consiguió erradicar ritos paganos, fuertemente arraigados en el pueblo, precisamente porque así lo imponía la Naturaleza y de ella derivaban. Incluso la nueva orientación espiritual llevada a cabo por los misioneros y catequistas sólo conseguió recubrir con nueva pátina o nuevos ritos dichas celebraciones.

Lo que realmente significaban tanto el Carnaval como la Semana Santa difícilmente se puede entender hoy.  En aquellas fiestas agrícolas tragicómicas se representaban hierodramas, donde moría el mensajero, el paredro, el consejero divino, tal como muere la semilla escondida en la tierra.  Pero a la vez se cantaban himnos, cantos burlescos o satíricos trufados de obscenidad, acompañados incluso por actos orgiásticos y lúbricos. La Naturaleza revivía, se imponía.

Algo de eso muestran tanto las celebraciones del Carnaval, llenas de humor, de comicidad e incluso de obscenidad, como el modo trágico con que se viven las procesiones de Semana Santa con cantos quejumbrosos y doloridos. La misma palabra “saeta”, flecha, tiene ese sentido que en otro tiempo tenían los hierodramas, herir el sentimiento.

En este blog hemos hecho referencia a la conocida celebración del “risus paschalis” y el modo rijoso como incluso algunos  prestes se dejaban llevar por el vaho orgiástico de la plebe creyente, que quería celebrar a su manera el triunfo de la vida sobre la muerte, de Cristo sobre el sepulcro.

Traigo, respecto a estas celebraciones, un fragmento de una Disposición del Concilio de Aranda [Ab Ecclesia, ubi Redemptor noster], convocado por el Arzobispo de Toledo en 1473, respecto a tales celebraciones:

 “...en las catedrales y demás iglesias de nuestra provincia existe la costumbre por parte de algunos –sobre todo en las fiestas de Navidad, San Juan, San Esteban y los Inocentes, en otros días festivos y con ocasión de misas nuevas—de introducir en la iglesia, mientras se celebran los sagrados oficios, espectáculos teatrales, máscaras, monstruos, elementos grotescos y tantas otras cosas deshonestas y de todos los tipos; por si fuera poco, se hace bulla y se recitan poesías lascivas y sermones jocosos, de modo que el oficio divino queda interrumpido y el pueblo se aleja de la devoción”.

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