¿Quién osará alzarse contra Dios… o denostar a la Iglesia? (1)

Nos preguntábamos hace días tanto por el hecho de que haya creyentes con un nivel cultural preclaro que continúan creyendo en supersticiones de tipo religioso y se adhieren con fervor e incluso de manera reflexiva a prácticas religiosas. Y lo primero que uno se pregunta es cómo esa persona no expurga de su mente toda esa cantidad de elementos irracionales que podría, en otra situación de asepsia conceptual, tildar de patrañas.
¿Cómo es posible que no hayan descubierto la falsedad de los dogmas, la pretendida y tan humana inspiración divina de las escrituras o el paralelismo de muchas creencias cristianas con las de otras religiones?
Asimismo nos preguntábamos cómo es que no ha habido más denuncias, más manifestaciones, más impugnaciones a lo largo de la historia.
Una matización respecto a aquellos que juegan con las palabras sin llegar a calibrar conceptos: lo que aquí decimos, bien que no de manera sistemática, ya está apuntado en muchísimos artículos de este blog. Nada de lo que sigue podría sonar a nuevo caso de que alguien hubiera leído desapasionadamente y sin espíritu de sorna lo publicado aquí. Hay quien al leer escritos de Leibniz lo único que se le ocurre decir, por ejemplo, es que usaba peluca. Quien no sabe discernir, ni lo intenta, termina alimentándose de su propia baba. ¡Qué le vamos a hacer!
La respuesta a tales interrogantes es que sí ha sido así. A lo largo de la historia de la cristiandad, en todos los siglos, SÍ ha habido personas que han percibido la falsedad de las creencias impuestas, que han vivido convencidos de ello, pero… Y, a la hora de propagar convencimientos, también ha habido muchos pensadores y muchos escritores que han dejado consignado su pensamiento respecto a las creencias cristianas.
No podía ser de otra manera. A poco que cualquiera ejercite su razón respecto a lo que el común de los creyentes cree y venera percibirá el tufo de irracionalidad que todas esas fábulas encierran. De hecho muchos fieles cristianos lo saben… pero no les importa, siguen creyendo “porque eso no es lo importante”, como gustan en decir.
Vengamos al primer asunto, relacionado con la gran cantidad de personas cultas, instruidas y educadas que pueblan el mercado de la ritualidad crédula. Decimos gran cantidad pero, previo a cualquier otra consideración, habría que ponderar si estadísticamente ese número es significativo, es decir, si la frecuencia estadística no deje entrever lo contrario, a saber, que precisamente es la masa social cultivada la que abandona las creencias y que tal porcentaje es insignificante.
Veamos algunas razones, citadas no en orden de importancia ni excluyentes unas de otras:
1. Hay muchísimos creyentes que en su especialidad son verdaderas lumbreras y sin embargo en otros aspectos son auténticos patanes. Especialistas en cardiología, en leyes, en computadoras…, pero legos en cuestiones psicológicas, históricas, filosóficas y… teologales. Incluso mermados a la hora de enfrentarse a los problemas normales de la vida, de contender con sus vecinos o a la hora de defender lo que creen.
2. Si escarbamos un poco más, hemos de admitir que la idiosincrasia de la mente humana es en extremo complicada. Respecto a los mitos (y en general respecto al mundo simbólico) la mente humana se encuentra indefensa, débil. Los mitos son estructuras mentales que quedan impresas en la infancia. Parece que existe, y hay quien quiere demostrar que es así (1), como una genética o predisposición neuronal para aceptar los mitos.
3. Añádanse todas las adherencias incorporadas al mito: costumbres familiares, tradiciones, festividades, elementos raciales, el sentido de la patria unida a las creencias… Los mitos son parte de nuestro ser.
4. Otro elemento a considerar para calibrar la fortaleza con que el mito se incrusta en la mente es su poder de generar nuevos mitos, nuevas creencias asociadas. Un ejemplo claro lo encontramos en la Navidad. El mito del sol que nace y renace celebrado por las festividades paganas pasó al cristianismo. Las distintas culturas fueron añadiendo elementos folklóricos a la celebración navideña. Y hoy apenas si en nuestra sociedad occidental queda nada del origen festivo… y sin embargo, se sigue celebrando.
5. La parcialidad patriotera a la hora de enjuiciar las creencias propias. ¿Por qué estas personas instruidas, que conocen otras religiones, del pasado o del presente, las juzgan de manera tan reflexiva y atinada y sin embargo no paran mientes en lo que la propia les impone? Los católicos ven con claridad meridiana y con temor la sinrazón de determinadas creencias musulmanas; muchas costumbres rituales del hinduismo les producen una cierta hilaridad; ven con prevención el ritual al que se someten los miembros de las sectas; consideran cuento y fábula todo el tinglado mitológico urdido por las religiones griega o romana… ¿y las creencias propias?
6. Hay también un elemento emocional en todas las celebraciones religiosas contra el que la razón no puede contender. Prima lo emotivo, “las razones del corazón”. Siempre se ha hablado de las costumbres religiosas de los antepasados, de los abuelos, costumbres familiares que crean adición sentimental.
7. Y, cómo no, otro aspecto a tener en cuenta es la coerción familiar y social que induce y empuja a asistir a determinadas ceremonias, hábitos sociales adquiridos difíciles de erradicar. Encontramos casos, asimismo, donde las prácticas religiosas son el único modo de contactar con personas "interesantes e interesadas", para entablar conversación, para gozar de su presencia, para jactarse de su amistad… Esta es una motivación fuerte a la hora de pensar en muchísimas hermandades, cofradías, asociaciones, corporaciones, instituciones…
y demás excrecencias de las Multinacionales del Rezo.
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(1) Es la tesis del libro ”Dios está en el cerebro”, de M.Alpert