El Cardenal se Jubila

Cardenales hay muchos. No digo su número exacto porque, como los años son años y el tiempo pasa para todos, tiene que ser, y es, oscilante. Pero el Cardenal sin más aditamentos para los lectores de España, es el arzobispo de Madrid, actual Presidente de la Conferencia Episcopal. El dato-reflexión acerca de su jubilación es el eje y justificación de este comentario.

. La noticia de que el Cardenal se jubila, es seguro que, en un sentido o en otro, sobresalte e inquiete y es natural, aunque no del todo sobrenatural. Su cargo y preponderancia-eminencia en los últimos años es demostrable y patente, por lo que en la historia eclesiástica de un país, cien por cien “católico, apostólico y romano” como el nuestro, su figura cardenalicia es “eminentísima”.

. Pero al Cardenal, como a todos los obispos y arzobispos de la Iglesia, le llegó ya la hora de su jubilación. Tal hora la fija el Código de Derecho Canónico al cumplir los 75 años de edad. Meses antes de tal fecha el Cardenal accedió a ser elegido Presidente de la Conferencia Episcopal Española, cuyo tiempo al frente de la misma es de tres años.

. Por sus años y por su cargo arzobispal, el Cardenal canónicamente cuenta con los requisitos precisos no solo para aspirar a la jubilación, sino para que esta se le haga ya efectiva. Y la noticia-noticia que responde al titular de mi reflexión no está precisamente en la información, “privilegiada y en exclusiva”, acerca del día en que esta se hará efectiva y pública. Su interés radica en la noticia- no noticia, de la que ni siquiera el rumor de la misma haya iniciado el camino, por lo que se pueda llegar a pensar que, por algún privilegio o interés particular, los 75 años del Código no sean de su aplicación en su caso.

. A la Iglesia en general, y a la de Madrid y a la de España en particular, le hacen falta noticias de jubilaciones episcopales y cardenalicias. Además, su expreso mandato canónico así lo prescribe, insta y justifica. Por supuesto que en la mayoría de los casos cardenalicios, como en el del exarzobispo de Sevilla, se cumplió a la perfección. La sola posibilidad de pensar que tal urgencia canónica les fuera aplicada a unos y no a otros, se prestaría a elucubraciones de procedencia y signo sospechoso.

. Cardenales como el de Madrid, con sus 75 años cumplidos, según no pocos cristianos, -también sacerdotes-, no están ya para seguir el frente de sus cargos en la institución eclesiástica. A esas edades no se tiene humor para, por ejemplo, redactar discursos y para tomar decisiones, que puedan significar cambios serios y hasta molestos. No se está tampoco en condiciones para reflejar en la tarea de la educación de la fe, con cita expresa para los problemas cívico- político- sociales –“terrenales”- para los cuales la Iglesia ha de pronunciar, y aplicar, su palabra firme, comprometida y a tiempo. Los años, la formación ya añeja, y los consejeros áulicos, rehúyen, por sistema, cuantos problemas puedan provocar cefaleas, en el exacto lugar en el que han de colocarse las mitras. Los dolores de cabeza, los riesgos y los compromisos los afrontan mejor, y a satisfacción, los jóvenes.

. La renovación permanente de la Iglesia no se le podrá confiar al cúmulo de años de los que disponga el responsable superior, o supremo, de la misma. En esta tarea y ministerio, subrayo mi adhesión y acuerdo con los Superiores y Generales de las Órdenes y Congregaciones Religiosas, cuya permanencia en sus cargos no es vitalicia, sino “ad tempus”.

. La jubilación cardenalicia, y episcopal en general, se hace más perentoria en casos tan frecuentes como la redacción de sus discursos e intervenciones pastorales. No pocos de los primeros apenas si resistiría el análisis serio de teólogos puestos al día y en consonancia con la verdadera doctrina de la Iglesia, y con la oportunidad y necesidad de
su proclamación catequética. Los teólogos que viven y profesan su ciencia y sabiduría fuera de las curias y de los palacios episcopales, son y ejercen mucho más y mejor que los teólogos de verdad, y por ministerio.

. Y antes de ponerle el punto y aparte a estas sugerencias-noticia a propósito de la jubilación del Cardenal, expreso el ruego de que, por escribirlas, nadie me tache de hereje. Soy cristiano, y por más señas, sacerdote, y ya está. Ni temo, ni tampoco es mi intención, complacer a nadie. No fue, ni es este mi oficio. Poca originalidad, y ninguna caridad, tendrían los cristianos a los que la lectura de este comentario les sugiriera la necesidad inquisitorial de denunciar o de ofender al personal que esté de acuerdo conmigo, dedicándonos apelativos tales como cismáticos, incrédulos, irreverentes, antijerárquicos, antirreligiosos, candidatos a la excomunión y, por tanto, merecedores de las iras de un Dios imposiblemente justiciero.
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