"Esta ha de ser la iglesia verdadera, porque aquí ríen" Bausset: "Si la alegría es importante para los cristianos, también lo es la amabilidad"

Bausset: "Si la alegría es importante para los cristianos, también lo es la amabilidad"
Bausset: "Si la alegría es importante para los cristianos, también lo es la amabilidad"

"Atendiendo un día a una señora, ésta se sorprendió por encontrar a un funcionario como él tan amable. Y este señor, nacido en Palamós, le respondió con naturalidad: “Los cristianos somos así”, ante la sorpresa de aquella mujer que nunca se había encontrado con una respuesta como aquella"

"Si “Jesús es la sonrisa de Dios”, como dijo el papa en la Navidad de 2.019, los cristianos hemos de llevar la alegría en nuestros corazones"

La lectura del libro, La Biblia vista con humor”, del dibujante de Vila-real Quique Arenós, me ha hecho recordar una anécdota que contaba el obispo de Girona, Francesc Pardo (Full Parroquial, 14 de marzo de 2021) sobre el escritor Bruce Marshall.

Educado en una familia protestante puritana, el pequeño Marshall veía la hora del culto en la iglesia como una tortura. No podía hablar, no podía casi respirar y si se movía, su madre le pellizcaba. Si casualmente le caía una canica del bolsillo y se ponía a correr hacia el presbiterio para recogerla, ya sabía que le tocaría estar castigado durante quince días sin salir. Un día Bruce Marshall fue invitado a una primera comunión de un amigo suyo católico. En un momento solemne de la misa le cayó del bolsillo una moneda, que fue recorriendo el pasillo central de la iglesia hasta caer en la rejilla de la calefacción. El sacerdote y los fieles, que con la vista seguían el camino de la moneda, estallaron en una carcajada. Bruce no entendía porque allí nadie se había escandalizado. Y con una lógica propia de los niños se dijo a sí mismo: Esta ha de ser la iglesia verdadera, porque aquí ríen.

Y si la alegría es importante para los cristianos, también lo es la amabilidad. Hace unos días vino al monasterio un alto cargo de la Generalitat de Catalunya, nacido en Palamós. Este señor nos comentaba a los monjes que su misión como funcionario es servir a los ciudadanos y que lo hace (y lo enseña a hacer a sus compañeros de departamento), con amabilidad. Así, atendiendo un día a una señora, ésta se sorprendió por encontrar a un funcionario como él tan amable. Y este señor, nacido en Palamós, le respondió con naturalidad: “Los cristianos somos así”, ante la sorpresa de aquella mujer que nunca se había encontrado con una respuesta como aquella.

La amabilidad franciscana
La amabilidad franciscana

Este funcionario seguía los consejos que San Pablo daba a los efesios, cuando les pedía que no se comportaran “como lo hacen los paganos” (Ef 4:17), sino que abandonaran la mentira y que el que robaba “ya no robe, sino que trabaje con sus propias manos, en algún trabajo útil, para que pueda ayudar al que pasa necesidad. Que no salgan de vuestra boca malas palabras, sino solamente aquellas buenas palabras que puedan edificar y sean agradables a los que las escuchan” (Ef 4:28-29). De esta manera abandonaremos vicios como “amargura, indignación, ira, insultos e injurias” (Ef 4:31). 

Los cristianos hemos de saber acoger a los demás y trabajar (y todavía más si somos funcionarios o sacerdotes o religiosos), con amabilidad y con alegría, como nos pide el papa Francisco. No con cara de malgenio, que asusta a la gente. Por eso Séneca decía: “Vive con tus inferiores de la manera que quisieras que tus superiores vivieran contigo”.  

En agosto de 2.018, en un encuentro con jesuitas irlandeses, el papa Francisco les decía: “Hemos de trabajar para que se comprenda bien la frescura del Evangelio y su alegría”. Y el papa continuaba así: “Jesús vino a traernos la alegría, no una casuística moral”. El papa les dijo que “cada mañana rezo la oración de Santo Tomás Moro, pidiendo el sentido del humor. Nosotros también hemos de tener este sentido del humor”.

Y si “Jesús es la sonrisa de Dios”, como dijo el papa en la Navidad de 2.019, los cristianos hemos de llevar la alegría en nuestros corazones, como descubrió Marshall en aquella iglesia. Y también hemos de ser amables y atentos, como el funcionario de Palamós, atento y servicial a los que necesitaban su ayuda. Por eso Máximo Gorki decía que “un hombre alegre es siempre amable”. Y Mark Twain afirmaba que “la amabilidad es el lenguaje que los sordos pueden escuchar y los ciegos pueden ver”.    

El Papa de la alegría
El Papa de la alegría

La alegría y la amabilidad (o afabilidad) en la que se manifiesta el amor fraterno, la encontramos en muchos pasajes del Evangelio. La misma palabra, “Evangelio”, quiere decir: buena noticia o también noticia alegre. La alegría la encontramos en María, cuando proclamó el Magníficat (Lc 1:46-55) y en Zacarías, el padre del Bautista, en su canto gozoso del Benedictus (Lc 1:80). También encontramos la alegría en el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores: “Os anuncio una gran alegría: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2:10) y en los magos cuando vieron la estrella (Mt 2:19). Jesús mismo está lleno de alegría cuando anuncia “el mensaje gozoso del Reino de Dios” (Lc 4:43). Igualmente podemos encontrar la alegría en la curación del paralítico (Lc 5:17-26), en Leví cuando fue llamado por Jesús (Lc 5:27-32) y en los doze, en ser elegidos por el Maestro como discípulos (Lc 6:13-16). El gozo de Jesús lo encontramos en la proclamación de les bienaventuranzas (Lc 6:20-23): “Alegros aquel día y celebradlo, porque vuestra recompensa es grande en el cielo” (Lc 6:23) y también en el centurión, cuando vio curado a su criado (Lc 7:1-10) y en la viuda de Naim, cuando Jesús resucitó a su hijo (Lc 7:11-17). La misma alegría la encontramos en la pecadora perdonada (Lc 7:36-48) y en los discípulos y las mujeres que acompañaban a Jesús, cuando “iba por villas y pueblos predicando y anunciando el mensaje gozoso del Reino de Dios” (Lc 8:1-3).

También encontramos la alegría en el endemoniado liberado por Jesús (Lc 8:26-33), en la hemorroisa (Lc 8:40-48) y en los padres de la niña, hija del jefe de la sinagoga, resucitada por Jesús (Lc 8:49:56). El gozo lo descubrimos en la gente, más de cinco mil hombres, que Jesús alimentó (Lc 9:10-17) y en Pedro, Santiago y Juan cuando vieron la gloria de Jesús transfigurado (Lc 9:28-35) y en los setenta y dos llenos de alegría cuando volvieron de la misión (Lc 10:17). De nuevo la alegría de Jesús la vemos por las decisiones del Padre (Lc 10:21-24) y en las parábolas del buen samaritano (Lc 10:30-37), de la oveja (Lc 15:2) y la moneda encontradas (Lc 15:8) y sobre todo en el padre que abraza el hijo que huyó de casa y volvió (Lc 15:12ss). El gozo de Jesús lo contemplamos  en el perdón al hermano (Lc 17:3-4), en la curación de un ciego (Lc 18:35-43) y en la conversión de Zaqueo, que recibió al Maestro en su casa “contento” (Lc 19:1-10). Aún encontramos el gozo y la alegría en Jerusalén cuando recibió a Jesús con ramos de los árboles y tapizando el camino por donde pasaba y aclamándolo como “bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt 21:8ss). Y la alegría vuelve a salir cuando Jesús prometió a los discípulos que los volvería a ver, porque entonces “vuestro corazón se alegrará, y esta alegría, no os la quitará nadie” (Jn 16:22). Y sobre todo encontramos la alegría exultante de la de la resurrección del Señor.

La alegría del Evangelio
La alegría del Evangelio

La alegría y la amabilidad habrían de llenar por completo los corazones de los discípulos de Jesús, para, de esta manera, ser testigos del Reino.

La alegría y la ternura (o amabilidad) de Jesús, se manifestaba, como ha dicho el teólogo Joseba Andoni Pagola, “perdonando a la mujer pecadora, abrazando a los niños, llorando con los amigos, contagiando esperanza e invitando a la gente a vivir el amor con libertad” (Religión Digital, 22 de agosto de 2021).

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